EL EVANGELIO DE HOY
P. Rufino Mª Grández, ofmcap.

 

  


Domingo
XV ciclo C
Lc 10, 25-37

 

Jesús, Buen Samaritano



Parábola del Buen Samaritano… Amar a Dios, amar al prójimo: un amor unificado, plenificado, derivado, un amor que tiene el mismo manantial. Pero ¿quién es mi prójimo?, pregunta el teólogo para puntualizar exactamente las cosas.

Y el indeseable samaritano nos da la contestación: Mi prójimo es el necesitado. ¿Por qué Jesús, para pintar lo que no debemos hacer, toma un personaje del gremio sacro del Templo, un Levita? Y ¿por qué, segunda vez, para explicar lo mismo vuelve de nuevo a fijarse en este sector privilegiado y escoge a un Sacerdote…? La parábola es durísima.

A propósito…, hablando no de la Parábola del Buen Samaritano, sino de los Teólogos y los Sencillos, decía el miércoles pasado (7 de julio de 2010), el Papa Benedicto XVI:

“… ¡Que los teólogos puedan siempre ponerse a la escucha de esta fuente de la fe y conservar la humildad y la sencillez de los pequeños!

Lo recordé hace unos meses diciendo: “Hay grandes doctos, grandes especialistas, grandes teólogos, maestros de fe, que nos han enseñado muchas cosas. Están versados en los detalles de la Sagrada Escritura... pero no han podido ver el propio misterio, el verdadero núcleo... ¡Lo esencial permanece escondido! En cambio, hay también en nuestro tiempo pequeños que han conocido este misterio. Pensemos en santa Bernardette Soubirous; en santa Teresa de Lisieux, con su nueva lectura 'no científica' de la Biblia, pero que entra en el corazón de la Sagrada Escritura" (Homilía. Misa con los Miembros de la Comisión Teológica Internacional, 1 de diciembre de 2009)” (Audiencia general del miércoles 7 de julio de 2010).


Jesús, Buen Samaritano,
tú curaste mis heridas,
tú me sanas, tú me cuidas,
tú, mi Dios y dulce hermano.

Que no fue el Levita aquel,
el que, viéndolo al pasar,
se acercara hasta el caído
para poderle auxiliar.
Ni tampoco el Sacerdote,
un ministro del altar,
quien sintiera en sus entrañas
compasión y caridad.

Jesús, Buen Samaritano,
tú curaste mis heridas,
tú me sanas, tú me cuidas,
tú, mi Dios y dulce hermano.

Porque fue un samaritano,
gentes dignas de evitar,
quien le curó las heridas
y le llevó al hospital.
Y le dijo al hospedero:
cuídalo, a mi cuenta va;
y gasta lo que haga falta
que yo lo voy a pagar.

Jesús, Buen Samaritano,
tú curaste mis heridas,
tú me sanas, tú me cuidas,
tú, mi Dios y dulce hermano.

Herido, muy malherido,
yo te vengo a suplicar:
solo estoy, que los que pasan
no se han dignado parar.
Me hacen llorar las heridas,
mucho más mi soledad;
en tu corazón divino,
busco, Jesús, un hogar.

Jesús, Buen Samaritano,
tú curaste mis heridas,
tú me sanas, tú me cuidas,
tú, mi Dios y dulce hermano.

Busco bálsamo y caricia,
que el amor puede sanar,
y solo amor y ternura
es tu santa humanidad.
Jesús misericordioso,
tú nos viniste a enseñar
que amar al necesitado
es amarte a ti en verdad.


Puebla, 9 julio 2010