EL EVANGELIO DE HOY
P. Rufino Mª Grández, ofmcap.

 

  


Domingo
XI ciclo C
Lc 7,36-50


¡Oh, quién pudiera ir, pasar la puerta...!
(Canto de amor)


El poema tiene dos partes: el soliloquio de la mujer (estrofas 1-2), y nuestra contemplación espiritual de esta escena nupcial (estrofas 3-6).

¿Quién es esta mujer, de la que san Lucas no nos suministra otra mención que ésta: “una pecadora”?

A renglón seguido de esta escena, el evangelista nos habla de las mujeres que acompañaban a Jesús con los Doce: “algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios” (8,2). Estas mujeres eran mujeres favorecidas por Jesús, la primera y principal, María Magdalena. Que Jesús hubiera expulsado de ella siete demonios, no quiere decir que le hubiera arrojado los siete pecados capitales, que hubiera sido una “pecadora”. Como en otros textos evangélicos, los espíritus arrojados pueden ser espíritus de “enfermedades”. En ninguna de las demás menciones del Evangelio aparece que la Magdalena hubiera sido pecadora. Sólo se destaca de ella la fidelidad, la perseverancia hasta la cruz, el haber sido la primera favorecida en las apariciones del Resucitado. En rigurosa interpretación, no se puede decir que Lucas identifique a la Magdalena con la pecadora de casa de Simón.

Pasemos a otro Evangelio, al de San Juan. En Betania tenía Jesús a una familia amiga: “Había un cierto enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro era el enfermo” (Jn 11,1-2). Se ha pensado que esta María de Betania era la pecadora, porque queda identificada con la mujer que ungió de esa manera a Jesús. Ya tenemos pistas: la pecadora es María Magdalena, la cual es María de Betania. Tampoco es necesaria tal interpretación, pasando de un evangelista a otro, sino que la que ungió los pies al Señor y los secó con su cabellera es (o, al menos, puede ser perfectamente, como anticipación de escena) la que aparece en el capítulo siguiente (Jn 12), cuando Jesús recibe la unción en casa de Lázaro, Marta y María.

En suma, durante siglos, estas tres mujeres han sido identificadas en la liturgia como una; hoy la exégesis deshace esta identificación (Véase detalles en nuestro artículo “Santas Marta y María”, en: Rufino Grández, El sabor de las fiestas, Dossiers Centro de Pastoral Litúrgica, Barcelona, 2ª edición, marzo 1990, pp. 57-60; y allí: “Falsa identificación de santa María Magdalena con la pecadora que unge los pies a Jesús y María de Betania, hermana de Marta y Lázaro”).

Concluyendo: todos los cuatros evangelistas tienen una escena de unción a Jesús, que, en el fondo, está expresando el amor esponsal de la Iglesia a su Señor, el amor de hoy y el amor perenne. Y también en esta mujer queremos ver esta maravilla. Tal es el sentido del poema.


¡Oh, quién pudiera ir, pasar la puerta
y entrar donde Él reposa,
y echar junto a sus plantas mis pecados,
con lágrimas, con besos, con aromas!

Que digan lo que digan, no me pueden,
que piensen que estoy loca;
mas yo he de ir, mujer, porque le quiero
y solo Él podrá saciar mi boca.


* * *


Y en medio del festín Jesús sabía
entró la pecadora;
sus ojos eran solo para uno
y estaba en su humildad, cual nunca, hermosa.

Se echó a los pies, que más no pretendía,
y ardía como esposa;
quemaban al besar los suaves labios,
los ojos eran fuentes generosas.

Mas no le comprendió Simón perfecto,
porque era escandalosa;
-¡oh dulce amor, prendido en mis cabellos,
a ti, Jesús, te adoro!, qué me importa-

¡Señor Jesús, Señor de enamorados,
Señor que nos perdonas,
oh dulce suavidad tenerte cerca;
que sea nuestro amor tu premio y gloria! Amén.


Jerusalén, 15 junio 1986 (dom. 11, C).