Domingo
VI
ciclo C
Lc 6,17. 20-26
¡Felicidades! Decía
(Cántico de comunión)
San Mateo expresa las Bienaventuranzas de Jesús en ocho exclamaciones (Mt
5,3-10); San Lucas en cuatro. Las Bienaventuranzas no son catálogos de
virtudes que debamos practicar. Son felicitaciones que Jesús pronuncia al
contemplar lo que está haciendo en esta pequeña grey. ¡Felicidades! ¡Qué
suerte la vuestra! ¡Qué maravilla! ¡Qué grande, qué amoroso es Dios, que
hace cosas tales en el mundo!
La pobreza es revelación de Dios. El sacerdote diocesano suizo Maurice
Zundel (1897-1975), teólogo vital y atípico, citado por Pablo VI en
Populorum progressio (1967), llamado por el mismo Papa a darle los
Ejercicios espirituales a él y a la Curia romana (1972), hace estas
confidencias:
“Más tarde, me llegó la gracia de las gracias: la presencia de san
Francisco de Asís. Lo encontré en aquel momento y no podía imaginar la
influencia que iba a ejercer sobre mí, una influencia que concordaba con
lo mejor que me había aportado la teología. (…)
Prendió en mí el incendio: yo me daba cuenta de que la mística trinitaria
era la expresión de una generosidad. El espíritu podía ir más lejos.
San Francisco se me presentó como alguien que tenía la misión única de
cantar a la pobreza cual si de una persona se tratara, y ver en ella al
mismo Dios.
Aquello que los teólogos decían de una manera admirable, aunque seca, se
hacía vivo, y el reagrupamiento tenía lugar por sí mismo: la sabiduría de
Dios se identificaba con la pobreza: era la culminación del ‘sistema’.
Sólo muy tarde comprendí, sólo muy tarde empecé a comprender, y no hice
más que comenzar, que, justamente, la Verdad es una Persona, que Dios es
Espíritu y que Dios es Pobreza. Sólo muy tarde tuve este contacto con el
Dios pobre de una manera vital, viviente, experimental y personal.
¡Cuánto padecí por vivir la pobreza de Dios! Yo tenía la noción del Dios
pobre en la mente, pero no en el corazón, ni tampoco en la vida. ¡Cuánto
hube de padecer para aprender la pobreza de Dios, para ocupar el último
lugar. La pobreza de Dios se vuelve más clara cada día para mí, cada día
más exigente, todos los días he de empezar de nuevo con ella, cada mañana
tengo que convertirme de nuevo”.
(Maurice ZUNDEL, Otro modo de ver al hombre, Desclé de Brouwer, Bilbao
2002, 30-31).
¡Felicidades! decía
Jesús a su Iglesia amada,
y, al darle la cruz labrada,
le dio también su alegría.
I
Sed dichosos siendo pobres
de corazón y de carne,
que es divina la pobreza
si alguno el secreto sabe.
La pobreza es filiación,
abandono en Dios mi Padre,
pureza de corazón
y sencillez sin alarde.
¡Felicidades! decía
Jesús a su Iglesia amada,
y, al darle la cruz labrada,
le dio también su alegría.
II
Sed dichosos, si por pobres,
padecéis también el hambre,
si, siendo hermanos de casa,
no sois igual comensales.
Dios es el pan de la ruta
y fuente de caminantes,
y en la injusticia comida
Dios es Padre, Dios es Padre.
¡Felicidades! decía
Jesús a su Iglesia amada,
y, al darle la cruz labrada,
le dio también su alegría.
III
Sed dichosos, si lloráis,
con lágrimas lacerantes,
si clamáis al Compasivo
compasión por nuestros males.
Sed dichosos, si anheláis
la dicha que aquí no sale,
si vuestra vida es gemido
de esperanzas celestiales.
¡Felicidades! decía
Jesús a su Iglesia amada,
y, al darle la cruz labrada,
le dio también su alegría.
IV
Sed dichosos, perseguidos
por el Reino y su mensaje:
saltad de gozo ese día,
profetas de Dios amable.
Sed dichosos en mi unión,
mirad mi rostro, miradme;
está naciendo su pueblo,
la Iglesia viste su traje.
¡Felicidades! decía
Jesús a su Iglesia amada,
y, al darle la cruz labrada,
le dio también su alegría.
Puebla de los Ángeles (México), 7 febrero 2010
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