EL EVANGELIO DE HOY
P. Rufino Mª Grández, ofmcap.

 

  


Domingo 33 ciclo B
(Mc 13, 24-32)


Jesús de Nazaret, iluminado
(Himno espiritual)


Este Evangelio nos deja abrumados… en adoración; no aplastados en la incertidumbre y el temor. Dice Jesús: “Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo” (vv. 26-27). “Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre (v.32)."

De aquí entendemos el misterio de nuestra vida. La Razón es necesaria, del todo necesaria; sin ella no seríamos “seres racionales”. Pero ella sola no basta. Ella, cumpliendo su deber, nos envía al Misterio de Dios mediante el Abandono, que es la confianza a fondo perdido, lo cual es lo absolutamente razonable.
A la hora de la muerte, que es el supremo acto de amor de nuestra vida, la Razón no puede dominar el Misterio. La Razón nos entrega al abandono, y en el abandono acontece nuestro tránsito, y en él encontramos al Dios de nuestro origen.

Jesús, en el abandono de sí mismo, halló su propia iluminación y allí se vio a sí mismo como el Hijo del hombre que viene en gloria. Él no sabía la hora, pero en su amor abandonado se supo a sí mismo como el Hijo radiante. Confiemos.

Este Himno espiritual quiere avanzar por esa senda de la fe. Cuando yo me olvide y Dios me invada, entonces sí seré quien soy en mi íntima verdad. Por eso, la muerte nos traslada al ser. San Ignacio de Antioquía (+110), escribió a los romanos: “...Mi partida es inminente. Perdonadme, hermanos. No impidáis que viva; no queráis que muera. No entreguéis al mundo al que quiere ser de Dios, ni lo engañéis con la materia. Dejadme alcanzar la luz pura. Cuando eso suceda, seré un hombre. Permitidme ser imitador de la Pasión de mi Dios”.


Jesús de Nazaret, iluminado…,
con él avanza el coro de elegidos;
y yo soy uno de ellos por su gracia,
en él me arrojo, hallazgo de mí mismo.

Y ahora yo lo canto y lo celebro,
ahora que me vivo en él unido,
porque es la espera germen de presencia,
y ya el futuro es hoy, en él transido.

Jesús era por dentro profecía,
y su confianza en Dios era el latido;
su vida en oblación, su parusía,
del triunfo de su Padre vivo signo.

Vivir divinamente es ser humano,
rompiendo la barrera en que me aflijo,
y echando en Dios zozobras y cuidados,
creyendo hasta la entraña que soy hijo.

Aquel día y la hora nadie sabe,
ni el Primogénito, su amado Cristo;
acepto yo, mi Dios, la oscuridad:
tu luz sea mi fe y mi sacrificio.

¡Señor de paz y premio de los justos,
a tus amantes manos me confío:
a ti la gloria, a ti lo que yo anhelo,
a ti mi adoración, oh Dios altísimo! Amén.