Domingo 30, ciclo B
Mc 10,46-52
Soy ciego junto al camino
En todos los Evangelios el ciego es figura esencial de los milagros de
Jesús. Y aquí tenemos a un ciego, que es mendigo, que está junto al
camino, que grita al Hijo de David, que es reprendido, que no le importa y
grita más, que es llamado por Jesús, que tira el manto, que da un salto,
que se acerca a Jesús, luz de Dios, que dice que quiere ver, que Jesús le
cura, y que se hace discípulo de Jesús siguiéndole por el camino. En siete
versículos, ¡cuánta vida, cuántas verdades, cuánto símbolo…!
El ciego soy yo, o... fui yo.
Nos dice san Pablo: “en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz
en el Señor. Vivid como hijos de la luz” (Ef 5,8).
I
Soy ciego junto al camino,
como el ciego Bartimeo,
y quiero ver, que no veo,
Jesús, tu rostro divino.
Soy ciego, soy prisionero
del cerco de mi impotencia,
en esta circunferencia
donde me asfixio y me muero.
Soy ciego, soy un mendigo
a merced de si alguien pasa,
mas quiero yo mi propia casa,
mi pan sudado y abrigo.
Soy ciego de compasión,
no pido la monedita,
que quien pide necesita
compañía y corazón.
Soy ciego en medio del mundo,
hambriento de la belleza;
¿por qué, mi Dios, la tristeza,
se ha posado en lo profundo?
Soy ciego: yo quiero ver,
quiero mirar y reír,
quiero infinito vivir
la aurora y atardecer.
Oh Jesús, luz interior,
lumbre de toda ceguera,
yo pido lo que quisiera
si tú aceptas mi clamor.
El ciego tiró su manto
para saltar más ligero:
tú bien sabes lo que quiero
para sanar mi quebranto.
Los ojos se hicieron luz
cuando la fe se encendió,
y el ciego de Jericó
vio los ojos de Jesús.
Y el ciego, al verse curado,
se metió dentro del grupo,
porque esta suerte le cupo:
ser discípulo a su lado.
II
El ciego fue mi retrato,
oh Jesús que me estás viendo,
y en mi ser te estoy sintiendo…,
sé tú mi amor y arrebato.
Ya sabes lo que has de hacer,
pues mi vida bien conoces;
yo quiero que en mí te goces
viendo en mí tu amanecer.
Oh Jesús, mi panorama,
quien te ve lo ha visto todo;
quiero amarte de tal modo
que en todo vea tu llama.
Tú eres la luz de mi aurora,
del mediodía y mi ocaso,
y contigo cada paso
será tu hora y mi hora.
Oh Jesús, mi libertad,
la de los ciegos que ven,
contigo a Jerusalén
en esta nueva amistad.
Tuyo soy y en ti me quedo,
haz de mí lo que te agrade;
amor sobre amor añade
y arráncame todo miedo.
Octubre 2009
|