15 de octubre
Santa Teresa de Jesús
¡Oh santa humanidad de
mi Señor!
Santa Teresa de Jesús, doctora, ha depositado una palabra en la Iglesia:
oración. “La oración es “la” palabra teresiana” (M. Herraiz, La oración,
historia de amistad, 6ª ed., 17). ¿Y cómo entendió ella la oración? Como
encuentro de persona a persona. Por sencilla y divina gracia mi “yo” total
se encuentra con el Yo total de Jesús, que es su santa humanidad; y en ese
encuentro está el amor como amistad. Esto es la esencia, en la fase más
humilde y en el proceso más sublime.
La Iglesia nos brinda día
a día el Oficio de lectura para el encuentro con Jesús, Hijo de Dios,
Señor de la historia, en el signo vivificante de la Palabra. El Oficio de
lectura es la hora del encuentro de la Iglesia esposa en la Palabra.
Cuando este oficio muchas comunidades contemplativas lo realizan
tranquilamente en la noche, tiene un encanto y una intimidad especial.
Este himno está pensado
con las claves que acabamos de expresar: para el Oficio de lectura, para
el encuentro “sacramental” con Jesús en su Palabra, que es su persona, y
esto por la vía del amor-amistad.
Titulamos este himno, con
las palabras iniciales, ¡Oh santa humanidad de mi Señor! Recordemos unas
célebres frases de ésta nuestra gran Teresa: “Gran yerro es no
ejercitarse, por muy espirituales que sean, en traer presente la Humanidad
de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Os parecerá que quien goza de
cosas tan altas, no tendrá meditación en los misterios de la Sacratísima
Humanidad... A mí no me harán confesar que es buen camino. Todo nuestro
bien y remedio es la Sacratísima Humanidad de nuestro Señor Jesucristo”
(véase este pasaje en Mercabá: FICHAS, Santos, Humanidad sacratísima.
Santa Teresa de Jesús).
¡Oh santa humanidad de
mi Señor,
que ofreces tu amistad a quien se llega,
palabra de la Iglesia, dulce encuentro,
oh santa humanidad, bendita seas!
Adéntranos, Jesús, en tu persona,
mostrando que nos amas sin barreras,
y dentro de ti mismo, más adentro,
concédenos gustar de tu presencia.
Tú puedes regalar tus ojos puros
y hacer que nos sintamos a tu vera;
tú puedes dar palabras indelebles
que en ellas tú, Señor, tú mismo seas.
A tus divinas plantas recogida,
abierta está tu Iglesia, esposa y sierva,
hablad, Señor, amor incandescente,
habladme a mí, mi Dios, que mi alma espera.
Recibe, buen Jesús, el oleaje
de amor que tú suscitas en respuesta;
¡a ti la eterna luz del Evangelio,
que tú nos diste, uniendo cielo y tierra! Amén.
Octubre 2003
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