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San Juan Crisóstomo
Nació en la actual Turquía, en Antakaya (Antioquía de Siria, al sur de Turquía) en torno al 349; fue bautizado en el 368. “Se retiró durante cuatro años entre los eremitas del cercano monte Silpio. Prosiguió aquel retiro otros dos años, durante los cuales vivió solo en una caverna bajo la guía de un "anciano". En ese período se dedicó totalmente a meditar "las leyes de Cristo", los evangelios y especialmente las cartas de Pablo. Al enfermarse y ante la imposibilidad de curarse por sí mismo, tuvo que regresar a la comunidad cristiana de Antioquía”. “Y aquí se realiza el giro decisivo de la historia de su vocación: pastor de almas a tiempo completo. La intimidad con la palabra de Dios, cultivada durante los años de la vida eremítica, había madurado en él la urgencia irresistible de predicar el Evangelio, de dar a los demás lo que él había recibido en los años de meditación. El ideal misionero lo impulsó así, alma de fuego, a la solicitud pastoral”. En el año 381 es ordenado Diácono y en el 386 Presbítero, y en el 397 Obispo de Constantinopla, Capital del Imperio en Oriente. Nos quedan de él más de 700 homilías auténticas, 18 tratados, y comentarios a Romanos, Corintios, Efesio, Hebreos y 241 cartas. Sufrió dos destierros, y murió en el destierro, en el Ponto. Al meditar en las obras de Dios en los días de la creación (nos recuerda Benedicto XVI) nos presenta cuatro estancias de la presencia de Dios: 1. La creación, “subida” desde la belleza hasta el Creador; 2. La Escritura “descenso” (bajada, synkatábasis) de Dios a su criatura; 3. La Encarnación, habitación de Dios entre nosotros; 4. El Espíritu Santo, principio vital y dinámico de la vida de la Iglesia cuando Jesús se fue. Fue un gran predicador de exigencias sociales, y murió dejando su último testamento: ¡Gloria a Dios en todo! Con estos sentimientos cantamos.
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