VIII. Himnos
dominicales
8. No
podemos vivir sin el Domingo
Añadimos un nuevo himno para el Domingo escrito años más tarde (2007), con
motivo de una exhortación apostólica de Benedicto XVI.
A principios del siglo IV, el culto cristiano estaba todavía prohibido por
las autoridades imperiales. Algunos cristianos del Norte de África, que se
sentían en la obligación de celebrar el Día del Señor, desafiaron la
prohibición. Fueron martirizados mientras declaraban que no les era
posible vivir sin la Eucaristía, alimento del Señor: sine dominico non
possumus.[Nota: Acta SS. Saturnini, Dativi et aliorum plurimorum
martyrum in Africa, 7. 9. 10: PL 8, 707.709-710.] Que estos mártires
de Abitinia, junto con muchos santos y beatos que han hecho de la
Eucaristía el centro de su vida, intercedan por nosotros y nos enseñen la
fidelidad al encuentro con Cristo resucitado. Nosotros tampoco podemos
vivir sin participar en el Sacramento de nuestra salvación y deseamos ser
iuxta dominicam viventes, es decir, llevar a la vida lo que
celebramos en el día del Señor. En efecto, este es el día de nuestra
liberación definitiva. ¿Qué tiene de extraño que deseemos vivir cada día
según la novedad introducida por Cristo con el misterio de la Eucaristía?
(Sacramentum caritatis, 92 - Exhortación apostólica postsinodal
Sacramentum caritatis de Benedicto xvi al episcopado, al clero, a las
personas consagradas y a los fieles laicos sobre la Eucaristía fuente y
culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, 22 febrero 2007, Cátedra
de San Pedro).
No
podemos vivir sin el Domingo,
sin llegar al altar y al sacramento;
sin tener a Jesús Resucitado
con su vida latiendo en nuestro cuerpo.
No podemos amar sin ser amados,
no tenemos salud sin su alimento;
no podemos danzar sin ese cáliz,
que el Espíritu vierte en nuestro pecho.
No podemos cantar sin nuestra fiesta,
sin gustar la alegría de los cielos,
si no hacemos familia en una mesa
y ese pan que nos une no comemos.
No podemos morir sin su martirio,
sin mezclar con su sangre el sufrimiento,
porque es una la savia que en la vid
da la vida a racimos y sarmientos.
No queremos vivir en soledades
el camino que lleva hasta el encuentro;
a Jesús de la Cena y el Coloquio,
al Maestro y Señor nos acogemos.
Que este día de Cristo y de su Iglesia
los cristianos con Cristo lo gocemos,
y que el Pan con el Vino comulgados
iluminen los rostros de hombres nuevos.
Que el fulgor de la Pascua nos encienda
y con fe celebremos y esperemos:
¡oh Señor de presencia y de promesa
sea a ti bendición y el canto eterno! Amén.
22 de marzo de 2007
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