EL AÑO LITÚRGICO
HIMNOS PASCUALES

P. Rufino María Grández, ofmcap.


 

I. Himnos múltiples para el tiempo pascual



Tu rostro, mi Señor, tu santo rostro


Este es un himno al santo Icono del Señor. La experiencia del icono es ésta: que, al mirarlo, se entra en comunión viva con la divinidad. Ahí – en el acto de la fe – apoyada por el vuelo de la estética que llevamos dentro y que nos lleva ardorosamente hasta el corazón de Dios – ahí está Jesús Resucitado, ahí está el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Cuando tras largas horas de pincel amoroso, de ayuno suplicante, de oración contemplativa el iconógrafo ha concluido su tarea, el icono es consagrado en la liturgia mediante una bendición y desde ese momento el icono, sin firma (propiedad del amor universal), pasa a ser objeto de culto. El creyente que quiere besar al Señor, acerca el icono primero a su frente; quiere el ósculo del Verbo, pues sólo porque Jesús nos ha besado podemos nosotros dejar el beso sobre el divino rostro.

¿Qué es la imagen de Jesús? Pensemos que Jesús es, él mismo, el icono del Padre, la proyección viviente de la divinidad. Él es “Imagen de Dios invisible” (Col 1,15), “en él reside corporalmente toda la Plenitud de la Divinidad” (Col 2,29).

El icono de Jesús, soporte de nuestra fe, nos hace entrar en comunión con esa imagen, que es él mismo, y el alma se llena de gracia.


Tu rostro, mi Señor, tu santo rostro,
tu luz, la eterna luz de tus pupilas,
tu rostro corporal, exacta imagen
del Padre y del Espíritu de vida.

Tus ojos sí, dulcísimos, hermosos,
venidos por los ojos de María,
tus ojos: que me miren y me basta,
que en ellos, si me miran, Dios me mira.

La espesa cabellera que circunda
tu frente esplendorosa y tus mejillas,
tus labios, como un beso regalado,
oh labios de perdón y de delicias.

Tu imagen adorable en los pinceles,
sagrado encuentro, bella epifanía,
que invita a estar, mirarte y deleitarte,
oh Dios de nuestra casa y compañía.

Icono del Señor, oh sacramento
que dice amor y hiere con herida,
oh rostro del Señor, oh paz perfecta,
en ti descubre el alma su semilla.

¡Oh Santa Trinidad que te revelas,
visible en nuestra tierra en faz divina,
la gran misericordia sea gloria,
brillando en esa luz que deifica! Amén.


Jerusalén, 1985.

Rufino María GRÁNDEZ (letra) – Fidel AIZPURÚA (música), capuchinos, Himnario de las Horas. Editorial Regina, Barcelona 1990. Pp. 123-126.