I. Himnos
múltiples para el tiempo pascual
La muerte ha madurado de ternura
Contemplar el rostro de Jesús en una imagen que llega a nuestros ojos en
un icono es un acto teologal. Así sucede cuando la contemplación, más allá
de un deleite estético, que no lo excluimos sino lo integramos, es
apasionada vivencia de fe. La contemplación reposada del icono de Jesús,
por su poderosa fuerza simbólica, se parece a un sacramento. El rostro que
vemos es signo del encuentro de corazón a corazón que se está operando.
¿Qué dice, pues,
el rostro de Jesús? El rostro de Jesús nos dice que la muerte lo ha
madurado con infinita ternura. Entiéndase: es nuestra manera de hablar
para apuntar al misterio inefable. En la muerte se desentraña
exhaustivamente el amor del Padre, y esto queda reflejado en el rostro de
su Hijo. Los pintores artistas de oriente y de occidente con su pincel
místico quieren dar un reverbero transcendente al semblante humano de
Jesús. Cuando miramos a Jesús tenemos que adivinar toda la estremecedora y
dramática ternura de la Trinidad, porque la vida del Padre, del Hijo y del
Espíritu está en esos ojos dulcísimos, en esos labios de amor, en ese
pecho donde alentamos todos los peregrinos de esta tierra.
Recordemos aquella
palabra de S. Ignacio a los Romanos: "Jesucristo nuestro Dios, ahora que
está con su Padre, es cuando más se manifiesta" (III, 3).
Para cantar, pues,
el acto de contemplación del icono de Jesús este himno.
La muerte ha
madurado de ternura
tu rostro, luz de Dios, semblante humano;
el paso por la Cruz ha embellecido
tus ojos, tus mejillas y tus labios.
Y ahí estás, Jesús, para mirarte,
del Padre y del Amor icono exacto;
mirarte es comunión y paraíso,
perdidos en tu faz, por ti mirados.
Tu imagen es presencia y sacramento,
el don total de Dios en ti donado:
tu frente es el reflejo del Espíritu,
tus ojos son el Padre remansado.
Con cuerpo de una Virgen tú naciste
y en ese cuerpo Dios está entrañado,
mas luego de tu muerte eres más cuerpo,
de Dios perdón purísimo retrato.
Tus ojos y los nuestros se han fundido,
oh Dios a quien miramos y adoramos,
oh dulce rostro, pasto del amor,
en esa tu mirada, Amado, báñanos.
¡Exhausto manantial, manante siempre,
oh rostro del secreto revelado,
deleite de pupilas, oh Jesús,
a ti el amor hermoso en nuestro canto! Amén.
Jerusalén, 19 octubre 1986
RUFINO MARÍA
GRÁNDEZ (letra) – FIDEL AIZPURÚA (música), capuchinos, Himnario de las
Horas. Editorial Regina, Barcelona 1990