EL AÑO LITÚRGICO
HIMNOS PASCUALES

P. Rufino María Grández, ofmcap.


 

I. Himnos múltiples para el tiempo pascual



El ángel, centinela de la aurora


Jesús habló de los ángeles en relación con su resurrección. “En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre” (Jn 1,51). Jesús es el único mediador, y lo que sabemos de los ángeles sólo lo sabemos en cuanto destello del conocimiento que tenemos de Cristo. Y la reflexión teológica del Nuevo Testamento ha puesto el misterioso mundo del más allá bajo la plena soberanía de Cristo. Se nos ha dado a conocer la grandeza de Dios, “su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero” (Ef 1,19 21).

En la resurrección de Jesús se muestran los ángeles: aparición apocalíptica en Mateo del ángel del Señor que desciende del cielo, fulgurante (28,2 3); aparición familiar en Marcos, Lucas y Juan. Un joven sentado a la derecha, vestido con blanca túnica, “stola candida” (Mc 16,2); dos varones “in veste refulgenti” (Lc 24,4), o sencillamente dos ángeles Ain albis” sentados uno a la cabecera y otro a los pies donde habían puesto el cuerpo de Jesús (Jn 20,11). En ningún caso son ellos los protagonistas, sino los introductores del misterio. Son embajadores de Dios para que miremos el misterio de nuestra fe y amor, que es Cristo. En el cielo tuvo, sí, Jesús el homenaje angélico. Nos lo dice la carta a los Hebreos: “Adórenle todos los ángeles de Dios” (Hb 1,6).

Tratemos de acercarnos reverentes, adorantes, a este mundo espiritual de los ángeles en torno a Jesús glorificado.


El ángel, centinela de la aurora,
estaba allí, celeste evangelista;
allí les aguardaba a las del alba,
allí les vio con mirra que traían.
De eterna juventud era el aspecto,
con veste de victoria aparecía;
sus ojos, de vidente de Jesús,
su rostro fulguraba de alegría

Tenía una embajada de los cielos,
la más bella noticia al mundo dicha:
Mujeres amorosas, no busquéis,
que vive para siempre el que es la Vida.

El coro de los ángeles cantaba
el cántico triunfal de bienvenida,
y al ser el manantial de toda gracia,
a Él agradecidos se ofrecían.

Corona de los ángeles, Jesús,
belleza que los cielos santifica,
a ti los servidores celestiales
en medio de nosotros te predican.

Lleguémonos, Iglesia universal,
Iglesia de la patria y peregrina:
¡Bendito sea el trono del Cordero,
oh Cristo Dios, a ti la luz divina! Amén.


Estella, 10 de mayo de 2001