I. Himnos
múltiples para el tiempo pascual
Cuando oyeron mis oídos
Por un designio divino la resurrección de Jesús está presagiada en el
fondo del corazón humano, porque el hombre sabe en lo último de sí mismo
que no acabaría de ser hombre sino abocado a un destino de inmortalidad
integral. No es el alma sola la creatura inmortal; es pura y simplemente
el hombre.
Y he aquí que, al
contemplar el Hombre Dios, a Jesús Resucitado, en el logro de mi propio
misterio, de pronto se ilumina a raudales, por una luz gratuita del
Espíritu, el presentimiento latente del ser.
El himno canta ese
momento cristiano de revelación gratuita: Cuando oyeron mis oídos...,
cuando mis ojos me vieron..., cuando mis manos palparon..., cuando yo supe
el secreto...
Y ¿qué es lo que
se le da a descubrir al hombre en la fe? Que con Cristo "ya" hemos
resucitado. Para san Pablo es una esplendorosa evidencia: "con él nos
resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús" (Ef 2,6).
Si esto es así, en
la Resurrección de Jesús nacemos: nací vestido de gloria..., hombre
bienaventurado..., mujer en dicha...
Y entendemos
también el parentesco querido y dado pro Dios, entre el mundo y su propio
Hijo. El mundo no será aniquilado (mis pecados sí), porque en él ha sido
engendrado Jesús; el mundo es inicio de lo válidamente definitivo.
¡Oh Jesús, en ti
me encuentro, en ti he resucitado!
Cuando oyeron
mis oídos
que vive resucitado,
nací vestido de gloria,
me vi en el mundo adorado
y a mí mismo me llamé
hombre bienaventurado,
mujer en dicha, mujer
de carne de sus costado.
Cuando mis ojos me vieron
que era yo en su cuerpo blanco,
aniquilados se fueron
muertos mis muchos pecados,
porque era yo en su latido
yo mismo con él alzado,
y dulcemente perdido
me vi en su cuerpo encontrado.
Cuando mis manos palparon
mi cuerpo divinizado,
dije besando la tierra:
¡Su cuerpo de aquí ha tomado!
¡Oh tierra fructificante,
del Hijo amado es tu parto,
eres tierra de Jesús
por el Espíritu Santo!
Cuando yo supe el secreto,
que estaba en Pascua anunciado,
contemplé a la Trinidad
entre nosotros morando,
y supe que lo que viene
ya es nuestro y ha comenzado.
¡Venid al jardín, amigos,
que Cristo nos ha invitado!
Cantemos a nuestro Padre,
que todo los ha entregado,
alabemos a Jesús,
el fiel, el veraz Hermano;
cantemos al santo Espíritu,
el don de amor increado.
¡Oh santa Iglesia, cantemos
por Cristo glorificado! Amén.
Jerusalén, 14 de abril de 1985, domingo octava de Pascua.
Me remito a la
teología de Rahner sobre la Resurrección de Jesús en "Curso fundamental
sobre la fe".