TIEMPO DE NAVIDAD |
Misterio de Navidad
Estéticamente el punto central de la inspiración arranca de la contemplación de un paisaje, y en concreto de lo que puede ser un pequeño rancho del lugar. La humilde casa de piedra - puesta una a una en su sitio, con la artesanía del campesino que ha levantado su casita - nos introduce en el alma del pueblo. Entramos en el misterio de la Encarnación: Verbum caro (Jn 1,14). La techumbre es de caña; la casita es muy pobre. El belén respira pobreza, o, más bien, humildad. Al contemplarlo, uno se deja llevar una sensación de paz. El artista quiere lograr el ápice de su arte en la sencillez y en la unidad. Todo esto se hace no por mera artesanía, sino por un camino interior de intimidad y despojo. Y así, poco a poco, se va consumando la composición. Las figuras son de arte de Michoacán: indígenas, vestidos de blanco con reflejos dorados; todos quietos, con actitud de paz y contemplación. Los Reyes, igual que los campesinos en sus vestidos blancos y dorados, también llevan el alma mexicana, y avanzan, sin avanzar - viniendo de lejos - a un compás litúrgico de adoración, como en una procesión sacra. Las ovejitas no miran al portal sino que elevan sus ojos a la Gloria de Dios, porque han quedado deslumbradas por la aparición del Ángel que anuncia a los pastores. Nos trasladan, pues ella, al misterio de la Gloria de Dios, de donde nace la Navidad: Gloria in excelsis Deo.
El paisaje, quieto en el piso o erecto en sus ramitas que
se levantan al cielo, transpira también oración. JESÚS, el Pequeñuelo, arrebozado como un tamalito, como en los clásicos iconos lo ponían fajado con los lienzos del sepulcro para significar en el nacimiento el misterio de la resurrección, Jesús, el único, es el del Misterio Pascual. En el belén Jesús es el centro y no hay nada que nos distraiga de él. Todo el belén es para Jesús. Jesús, gozne, eje, centro, es el punto de gravitación de todo el universo. Se percibe. Todas las criaturas se levantan hacia él. Contemplemos las ramitas que salen del paisaje; todas se levantan por él. Contemplemos, además, un misterio eucarístico que, de pronto, no se percibe: La lamparita del sagrario se ha trasladado al portal, donde está el Niño. Y ahora miremos a las figuras, de arte indígena de Michoacán. Todas las figuras, con su talla ingenua, están en una actitud litúrgica. El mundo ha quedado quieto y todos los personajes en ellas representados. Ninguno corre; parecen no tener pies, ocultos por la vestimenta que llega al suelo. Todos están en asombro, en adoración. Todos están en Eucaristía. Y la fraternidad, que en el aula dialoga y comparte, en la capilla escucha al Señor y adora. Esta es nuestra Navidad.
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