HIMNOS DE BELÉN
(En la gruta de Belén,
1984)
III
Hic in praesepio est
reclinatus
Oh joya de los cielos, amor mío
Este es el himno del pesebre. La joya de los cielos... en un
pesebre.
En el movimiento espiritual
del himno se va haciendo una alternancia, un balanceo. El que se acerca a
la cuna, al pesebre, ve; ve con visión de paz a Jesús puesto allí. Y a la
visión sigue la interrogación. No es la interrogación de escudriñamiento,
zozobra o duda. Todo lo contrario: es la interrogación admirativa y
sabrosa que, al ser formulada, en ella misma el corazón orante tiene la
respuesta.
¿Qué busco yo con manos
codiciosas...? ¿Qué anhelan estos ojos insaciables...? ¿Adónde van mis
pasos fatigados...?
Contemplamos a Jesús, joya de
los cielos; a Jesús, que palpa nuestra nada, el pobre que en la cruz
tendrá su muerte. Contemplemos en el pesebre la humildad y la pobreza, las
dos abrazadas como hermanas.
Al final, como doxología, un acto de adoración: Aquí, Jesús, me
quedo y te bendigo, te adoro reverente.
Oh joya de los cielos, amor
mío,
tu cuna es un pesebre;
¿qué busco yo con manos codiciosas,
qué ansío en esta vida con tal fiebre?
La Virgen lo ha posado, que descanse,
que duerma suavemente;
en un pesebre palpa nuestra nada
el pobre que en la cruz tendrá su muerte.
¿Qué anhelan estos ojos insaciables?,
el alma ¿qué apetece?,
¿qué gran tesoro puedo yo encontrar
que puesto en un pesebre no lo encuentre?
Se abrazan la humildad y la pobreza
las dos fraternamente,
y están en un pesebre las dos juntas,
las dos haciendo honor al Rey de reyes.
¿Adónde van mis pasos fatigados
en búsqueda de bienes?,
¿a qué mansión golpeo interesado
si el Niño del pesebre no aparece?
Aquí, Jesús, me quedo y te bendigo,
te adoro reverente,
oh joya de los cielos, oh riqueza
que el Padre bondadoso nos ofrece. Amén.
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