HIMNOS DE BELÉN
(En la gruta de Belén,
1984)
I
In hoc parvo terrae foramine
caelorum Conditor natus est
En un pequeño hueco de la tierra
En un pequeño hueco de la tierra...: así escribía san Jerónimo a Marcela,
cuando el santo estudioso de las Escrituras se estableció en Belén, donde
había de vivir más de treinta años. En este pequeño hueco debemos
contemplar al Verbo Creador del universo.
La contemplación nos lleva a la admiración de
extremos que sólo pudo juntar el poder y el amor de Dios: el Inmortal con
tenue vida..., el Impasible padeciendo. Esto es justamente la Encarnación.
Contemplación que nos lleva a la carne del
mundo: Mirad tanto dolor hoy por el mundo. Contemplación que nos lleva
como a Francisco, como a los amadores, a las lágrimas: y, al ver en él a
Dios, pisando suelo, decid: ¡De amor bañaos, ojos míos!
Contemplar, contemplar... y al final volver a
lo mismo, a mirar a esa florecilla que despierta, ¡oh brazo fuerte!,
niño pequeñito!
¿Habrá cosa más hermosa que enternecerse por la Encarnación del Verbo?
En un pequeño hueco de la tierra,
en un pobre cobijo,
al Verbo Creador del universo
miradle carne nuestra, hombre y niño.
Mirad al Inmortal con tenue vida,
con años reducidos,
y a aquel que funda el tiempo antes del tiempo,
miradle amenazado de un cuchillo.
Mirad al Impasible padeciendo,
oídle sus vagidos:
mirad qué poderosa es una madre,
que alegra con caricias al Dios vivo.
Mirad tanto dolor hoy por el mundo,
mirádselo a este hijo,
y, al ver en él a Dios, pisando suelo,
decid: ¡De amor bañaos, ojos míos!
En un pequeño hueco de la tierra
está el recién nacido,
está cual florecilla que despierta,
¡oh brazo fuerte!, niño pequeñito.
¡Oh Santa Trinidad que sobreexcede
amores y gemidos,
honor por vuestra historia, carne nuestra,
ahora y por los siglos de los siglos! Amén.
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