TIEMPO DE NAVIDAD |
…"Al salir Jesús del agua, una vez bautizado, se le (= a él) abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios que descendía sobre él en forma de paloma y oyó una voz que decía desde el cielo: "Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias". Esta fue la revelación que Jesús tuvo en el bautismo; este fue el disparo de salida para la vida pública. Jesús es confirmado por el Padre. Jesús había bajado hasta el fondo del ser humano; allí es donde quería verlo Dios. Jesús se había visto envuelto en todo el pecado humano. Pues, contemplándolo allí, Dios le decía que era su Hijo amado y que en él tenía sus complacencias. Exactamente lo que va a pasar en la cruz y resurrección está pasando ahora. En el abismo está la revelación. Entendemos desde aquí perfectamente el sentido de las dos lecturas anteriores. Jesús es el Siervo de Dios, como lo había visto Isaías: Miren a mi Siervo, a quien sostengo; a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. Dios, nuestro Padre, halla sus complacencias donde nosotros no las encontramos: en esas situaciones extremas de vida, que nos colocan al borde de la existencia. Jesús es la maravilla precisamente en su humildad, en su aniquilación. Allí es el amado del Padre, allí es donde el Padre halla su agrado, su reposo; allí es donde comienza el mundo nuevo. Y allí es donde Jesús fue ungido por el Espíritu de Dios. Pasó haciendo el bien, dice san Pedro en la segunda lectura, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. He aquí la verdadera imagen de Jesús, que tiene que arrebatar nuestros corazones".
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