Bautismo del Señor
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Mi predilecto..., el
Padre dice
La culminación del Bautismo de Jesús es la declaración del Padre, sea en
forma dialogal dirigida al Hijo (Tú eres mi Hijo amado… Mc 1,11; Lc 3,22),
sea en forma declarativa dirigida a nosotros (Éste es mi Hijo amado… Mt
3,17), en todo caso, es el amado (agapetós). El Bautismo es una escena de
revelación trinitaria, como la Transfiguración (Mt 17,5; Mc 9,7; Lc 9,35).
Y desde esta revelación trinitaria arranca el himno. Pero, inmersos en
este clima trinitario, podemos dirigirnos directamente a Jesús, y todo el
himno es una invocación a Jesús, un coloquio callado con él. Es deleitoso
poder hablar a Jesús, nuestro divino Hermano. Es deleitoso poder decirle:
Las aguas gozan con tu cuerpo… La creación entera con nosotros – conmigo,
porque el himno acentúa el yo personal – entra en comunión en esta fiesta
de suprema revelación de Jesús.
Vayamos, pues, derechos a hablarle a Jesús, Dios revelado, desde el fondo
de los amores más puros del corazón.
Mi predilecto..., el Padre
dice,
el Hijo mío que acaricio...,
al verte a ti en nuestra masa
y en ti a nosotros, hijos renacidos.
Qué hermoso asciendes tú, el Esposo,
Señor, mi gracia y atavío,
Jesús, pecado en mi pecado,
del rostro de tu Padre eterno brillo.
En ti se vierte el santo Espíritu,
que es tuyo y fue desde el principio,
y en tu Jordán y en tu Calvario
el ser que late es ser de amado Hijo.
Las aguas gozan con tu cuerpo
del Hombre puro nunca visto,
y el universo se recrea
ahora bautizado en tu bautismo.
A coro unísono cantamos
Iglesia bella y Paraíso:
¡Honor a ti y unción de júbilo,
Jesús, que al ser bañado fuiste ungido! Amén.
Logroño, 13 enero 1991
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