EL AÑO LITÚRGICO
EL CAMINO CUARESMAL

P. Rufino María Grández, ofmcap.

 

VI. Himnos para Pasión y Semana Santa
Común de Pasión


Viernes Santo
 

Un grito inextinguible a la hora nona



Dice san Marcos: “Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró” (Mc 15, 37). Es un grito sin palabras, un puro grito que va al espacio infinito, mejor, al corazón de Dios.

¿Qué es este grito después de aquel otro grito con con palabras que acaba de referir el mismo evangelista? “Y a la hora nona Jesús clamó con voz potente: Eloí, Eloí, lemá sabactaní (que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”)” (Mc 15,15).

Bien podemos interpretar el grito con lo que sigue luego del templo rasgado: “El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15,39).

Es un grito de humana divinidad; es el grito más grandioso que ha resonando en la creación: el triunfo soberano en la derrota. Es la trompeta que anuncia el triunfo pascual.
(Es conocido en la cultura El Grito de Eduard Munch, 1893, cuadro pavoroso que refleja un dolor social que está reventando. “Eduard Munch pintó el Grito en 1893 en París, sin duda una de las cunas del pensamiento contemporáneo y de las reacciones sociales que siguieron a la Revolución industrial”, en: EL GRITO DE MUNCH, Tormento e inconformismo. Tomado de Internet).

El grito de Jesús lo interpretamos desde el corazón de la Escritura: “balido del Cordero silencioso, rugido del León en el madero” (evocando a Am 3,4).


Un grito inextinguible a la hora nona
selló el final del mundo y el comienzo,
el grito de Jesús, que está expirando,
el grito creador, rumor eterno.

El Padre lo ha escuchado, que es del Hijo,
el hondo corazón del Padre ha abierto;
y el Osculo de Dios, el Santo Espíritu,
estalla a fuego cuando grita el Verbo.

Un grito estremecido del muriente,
que deja estremecido el universo;
balido del Cordero silencioso,
rugido del León en el madero.

Abiertos se han quedado de aquel grito
los labios de Jesús, ahora yertos;
no dicen la Palabra, la prolongan,
diciéndonos su amor con grande beso.

¡Oh grito de Jesús, oh voz divina,
que sale de su pecho y nuestro aliento,
oh canto solidario de victoria,
con ese grito entramos en el cielo!

¡Jesús Palabra, silbo del rebaño,
que vas delante y abres el sendero,
unidos a tu grito te alabamos,
oh Cristo en quien florecen nuestros huesos! Amén.


Jerusalén, 2 marzo 1986. (Hemos escrito este himno ante una reproducción de El grito de Jesús en la Cruz, cuadro de Alejandro Cañada).