EL AÑO LITÚRGICO
EL CAMINO CUARESMAL

P. Rufino María Grández, ofmcap.

 

VI. Himnos para Pasión y Semana Santa
Común de Pasión


Viernes Santo
 

Amado mío, flor de mis cantares
Coloquio después de la Adoración de la Cruz


Era en Roma, Tre Fontane, la tarde de Viernes Santo cuando ya se habían concluido los santos Oficios en la Pasión del Señor. La capilla estaba en penumbra, envuelta en santo silencio. Estaba solitaria. No, un hermano – él me lo contaba -, escondido en un ángulo donde veía sin ser visto, oraba silenciosamente.

En esto se oyó el chasquido de la puerta, y se sintieron unos pasos. La Hermanita caminaba con precaución, descalza, sin sandalias. Era como el Ángel de la Consolación. Su hábito era una saya de tela áspera, azulada. Y en el halda, un tanto alzada, como si fuera un delantal, traía un envoltorio.

Llegó hasta el Crucifijo, que estaba en el suelo; se arrodilló, hizo una profunda reverencia inclinando la frente hasta el suelo. Entonces soltó el envoltorio que traía y lo echó junto al Crucificado. Nadie la veía; así creía. Tomó el santo Crucifijo en sus manos y comenzó a besarlo de aquella manera... El hermano orante contenía el aliento y, atónito, no sabía qué hacer; suavizaba la garganta para no emitir un suave carraspeo.

La Hermanita tomó los pétalos que había traído y con los dedos, los pétalos y los labios iban mullendo el cuerpo de Jesús. Entonces su corazón comenzó a decir (y yo ahora me la represento y la estoy oyendo):


1. Amado mío, flor de mis cantares,
ahora con mis manos te acaricio,
y guardo suspendidos mis anhélitos
pues miro dulcemente, y miro y miro.

2. Amado mío, gracias infinitas,
Dulzura mía, flores he traído:
del campo son, por mí coleccionadas,
y nadie las tocó, sino el rocío.

(3. En este punto vi a la enamorada,
que abría el delantal de su vestido,
y el cuerpo de Jesús ella cubría
con pétalos de suave colorido,

4. En éxtasis miraba y sonreía
con ojos del amor humecidos;
estaba de rodillas, inclinada,
era la luz muriente del estío).

5. Amado…, Amado mío, yo te adoro
con pétalos tus llagas toco y limpio:
con besos yo perfumo tu cabeza,
esposo mío, herido, Dios dulcísimo.

6. Escúchame el aliento que me sale
del corazón, igual que el tuyo herido:
¿hay algo en mí que no se llame amor,
un átomo en tu fuego no encendido?

(7. Estaba la mujer hablando sola
- así creía –, sola, sin testigo;
hablaba y se callaba y contemplaba
y quedo, quedo daba algún suspiro.

8. Y, mientras, amasaba con sus manos
aquellas sus caricias al Ungido;
los dedos parecían cuerdas puras
el arpa suave era el Crucifijo).

9. Mas yo quiero besarte como esposa
en tu caliente pecho, ahora dormido,
en tu divina frente y en tus labios,
besar tu corazón y tus latidos.

10. Estoy besando a Dios de carne humana,
comiendo los pecados que has sufrido,
besando estoy perdón, ternura y gracia,
a Cristo Nazareno en el suplicio.

(11. Miraba y derramada su mirada,
amando con silencio compungido,
y a veces parecía que una espada
punzaba el corazón hasta el martirio.

12. Las flores le ayudaban en el duelo,
las flores eran labios encendidos,
y entre los dedos eran blanco lienzo
del tálamo nupcial del sacrificio).

13. ¿Por qué, mi Creador, mi silencioso,
tal cosa los mortales cometimos?;
¿por qué callabas tú nuestra locura,
clavándote nosotros a martillo?

14. Acaso del amor solo sepamos
un eco cierto dentro recibido,
que amor de Dios es muerte del amante
y amante en este amor eres tú mismo.

15. Amado mío, lecho de mi amor,
tu amor yo aprendo, muero y resucito;
mi amor de gratitud sea tu rúbrica,
y el corazón en trueque yo rubrico.

16. Tu amor es nuestro cielo y bien seguro,
que tú eres Dios y bien lo has merecido:
Jesús, hermano bueno y clementísimo,
perdón total, bondad a lo infinito.

17. Ya sé cuál ha de ser el canto firme,
felicidad sin fin a tus oídos:
te amo, Dios, en carne y en Espíritu,
te amamos por los siglos de los siglos. Amén.


Pamplona (Enfermería de capuchinos), 12 de marzo de 2008.