IV.
Himnos varios de Cuaresma
Oh Cristo majestad, Rey de
la gloria
(Sobre Mt 25,31 46)
Es el Evangelio que se lee el lunes de la primera semana de Cuaresma. En
el himno nos representamos la escena que Jesús describe. Allí se retrata
él como “Hijo del Hombre en gloria”, como “Rey” con plena soberanía.
Una sola advertencia desde el punto de vista exegético. Esta escena no es
un “pronóstico humano”, un “anticipo” narrativo de lo que va a ser el
infierno… ¿Existe el infierno? Jesús lo anuncia como dramática
posibilidad, al anunciarlo como condenación eterna. ¿Habrá muchos? ¿Habrá
muchos, pocos, algunos… uno solo para que exista? La pregunta no es
correcta. Las palabras de Jesús son una conminación profética para
nosotros sin que descifre un misterio que solo Dios conoce. Nosotros – es
decir, yo en persona – puedo negar el Amor, puedo oponerme a Dios. Escena
estremecedora.
Y al mismo tiempo escena
consoladora a lo infinito, porque Jesús nos llama a nosotros – a mí, en
particular – “sus hermanos”. “Y el Rey les dirá: En verdad os digo que
cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo
hicisteis” (Mt 25,40).
(Nota. Las palabras de Jesús están
en el fondo de la inspiración del nombre que San Francisco, el hermano
Francisco, tomó para llamar a su fraternidad de “Hermanos menores”: amen
dico vobis quamdiu fecistis uni de his fratribus meis minimis mihi
fecistis).
Oh Cristo majestad, Rey de la
gloria,
ceñido en dignidad de Hijo del Hombre,
te sientas en tu trono con los ángeles
y juntas para el juicio a las naciones.
Disciernes y separas. Nadie puede
entrar como rival contra tus órdenes;
es ley de la verdad lo que sentencias,
justicia y santidad lo que dispones.
De rabia se estremecen los malvados,
malditos, maldiciendo hasta su nombre;
creados para amar, jamás amaron,
cerrando sus entrañas a los pobres.
Se yerguen los humildes, tus hermanos,
radiantes por tu rostro, vencedores;
ahí los compasivos, los que amaron,
amándote en las penas de los hombres.
Te sientas tú, Jesús, reinas y juzgas,
irradias de tu faz justicia al orbe;
ayer, ahora y siempre tú prometes
victoria al corazón misericorde.
¡Señor Jesús, el Hijo y Heredero,
honor inmenso a ti, lleno de dones!,
¡honor al Padre amado que ha querido
que todos a ti, Juez, como a El honren! Amén.
Compuesto el Lunes de la I Semana de Cuaresma, 1984
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