EL AÑO LITÚRGICO
EL CAMINO CUARESMAL

P. Rufino María Grández, ofmcap.

 

II. Himnos en torno a los Domingos de Cuaresma

Domingo V de Cuaresma (C)


¿Nadie pudo condenarte?


Ese “¿Nadie te ha condenado?” suena en el corazón – y no pienso que la gramática obste – de esta manera: Mujer… ¿nadie ha podido condenarte?

Sí, entre todos uno había; ése sí que pudo condenarla. Pero ¿qué hizo Jesús? Jesús dijo: Venga la muerte sobre mí, y no muera nadie más.

Esto es la esencia de este Himno – Diálogo cuaresmal. Jesús cambió la Ley en Evangelio.

Y Pablo confiesa: “Uno murió por todos”. Jesús murió por mí.

La frase completa dice: “Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2Co 5,14-15).


¿Nadie pudo condenarte?
- Nadie, Jesús, nadie pudo.
- Menos yo, que soy tu escudo,
dispuesto siempre a abrazarte.

La adúltera, la mujer
frágil, tierna criatura,
lloraba su desventura
queriendo no recaer.

Y aunque fuera sorprendida,
en lazos de su pasión,
su más grande corazón
gemía por otra vida.

¿Nadie pudo condenarte?
- Nadie, Jesús, nadie pudo.
- Menos yo, que soy tu escudo,
dispuesto siempre a abrazarte.

Ya la Ley de Moisés
se levanta a hacer justicia:
si hay pecado, no hay franquicia,
que el pecado es lo que es.

Y los justos fariseos,
piden la justa condena
para extirpar la gangrena
de los impuros deseos.

¿Nadie pudo condenarte?
- Nadie, Jesús, nadie pudo.
- Menos yo, que soy tu escudo,
dispuesto siempre a abrazarte.

El que sea sin pecado
lance la piedra mortal,
y muera de muerte fatal
el pecador imputado.

Y del más viejo al menor
todos se fueron a escape,
no sea que alguien destape
tanta inmundicia interior.

¿Nadie pudo condenarte?
- Nadie, Jesús, nadie pudo.
- Menos yo, que soy tu escudo,
dispuesto siempre a abrazarte.

Jesús, llamado perdón,
dulce palabra del cielo,
tu amor es divino celo,
pero no condenación.

El único que podía
dar a la adúltera muerte,
quiso cambiar nuestra suerte
y por todos moriría.

¿Nadie pudo condenarte?
- Nadie, Jesús, nadie pudo.
- Menos yo, que soy tu escudo,
dispuesto siempre a abrazarte.

Y por mí murió mi amado,
Jesús, el todo inocente,
y se entregó libremente
a la cruz que me ha salvado.

¡Déjame, Jesús, llorar
de gratitud y dulzura,
y en tu pecho, en la hendidura,
déjame, Jesús, morar! Amén.


Puebla de los Ángeles, 15 marzo 2010