EL AÑO LITÚRGICO
EL CAMINO CUARESMAL

P. Rufino María Grández, ofmcap.

 

II. Himnos en torno a los Domingos de Cuaresma

Domingo IV de Cuaresma (C)


Nació en el alto cielo una parábola


Ya hace mucho tiempo que los biblistas han dicho que la Parábola del Hijo pródi-go tendría que llamarse la “Parábola del Padre bueno”: el protagonista es el Padre, no el Hijo. El hijo pródigo soy yo; el padre de la parábola es el Padre que Jesús ha anunciado en su vida, mi Padre celestial.

Dejemos que la parábola hable por sí sola. Han dicho que es “la perla de las parábolas”. Es cierto que no podemos distinguir entre palabras y palabras de Jesús, como si unas tuvieran más categoría que otras, porque todo lo que sale de su boca es divino. Pero también es cierto que el Espíritu Santo se sirve de algunas palabras de la Escri-tura muy especialmente para tocar los corazones.

La parábola del Padre Bueno es la parábola del amor loco. Seguramente que habrá que comenzar dando la razón al hijo cumplidor – es nuestro sentir humano – para entender la novedad y el escándalo de lo que Jesús predica. Dice el hijo mayor: Mi padre se ha vuelto loco… ¿Una fiesta por ése que nos ha destruido?

Es verdad. Dios se ha vuelto loco de amor por mí. Lloremos, sí, pero de agradecimiento y amor.


Nació en el alto cielo una parábola
y fue enviado el Hijo a proclamarla:
que había un pobre lleno de pecados
y había un Padre pródigo de gracia.

Durmiendo en la dehesa entre animales,
sin dulce compañía que le amara;
sin paz ni pan, con rostro de cautivo,
el pobre que sufría era mi alma.

¡Qué envidia de vosotros, jornaleros!,
decía con palabras que sangraban:
¡Señor, pequé, perdona mi locura,
que pueda ser un siervo de tu casa!

Y había un padre fiel, ¡oh Padre bueno!,
que en casa para mí tenía un arca;
la túnica preciosa y el anillo
el Padre estremecido me guardaba.

De abrazos y de besos fue el encuentro,
de mesa llena, músicos y danzas.
¡Oh Dios que todo sabes, tú conoces,
tú solo, mi pecado y tus entrañas!

¡A ti la gratitud, Jesús paciente,
que el gran amor del Padre nos contabas,
a ti la bendición porque muriendo
has dicho lo que el Padre nos amaba! Amén.


Jerusalén, Domingo del hijo pródigo, 9 marzo 1986.