EL AÑO LITÚRGICO
EL CAMINO CUARESMAL

P. Rufino María Grández, ofmcap.

 

II. Himnos en torno a los Domingos de Cuaresma

Domingo II de Cuaresma (2)


Llega el Reino de Dios en ese rostro


Queremos cantar a Jesús transfigurado y verdadero, saciado de dolor y de belleza. He ahí la cristofanía que aconteció en un monte alto, cuando avanzaba la vida de Jesús y era más cercano el desenlace de la cruz.

¿Qué sucedió? Jesús, sin perder su figura y su realidad humana, irradió de su ser profundo, que es gloria del Padre, y que sólo la fe lo alcanza.

El testimonio evangélico ponderó al hermosura de aquel rostro: “Su rostro se puso brillante como el sol” (Mt 17,2). También nosotros queremos contemplar la hermosura divina de ese rostro y decimos: Llega el Reino de Dios en ese rostro. El Reino de Dios, la Parusía. Viene la Parusía cuando brillas y el más allá se alcanza en tu presencia.

Es que esta escena - que hemos convenido en llamar la Transfiguración – apunta al misterio de la totalidad de Cristo. Esa luz en que Jesús queda envuelto es la Luz anunciadora del secreto. Y esa luz envuelve a Pedro, Santiago y Juan, a la Iglesia.

Pero todavía es tiempo de peregrinación. En Cristo, y por el tránsito de la fe, ya ha estallado la gloria que desea quien espera. La Iglesia tiene su momento y mientras tanto aguarda llena de esperanza.


Llega el Reino de Dios en ese rostro
que es imagen impalpable de la Esencia,
y de la ruta humana fatigosa
el remate feliz, la paz perfecta.

Viene la Parusía cuando brillas
y el más allá se alcanza en tu presencia,
que al tiempo eres origen y principio,
Dios de Dios, Luz de Luz, Alfa y Omega.

¡Qué bien aquí, eternamente aquí,
contigo que eres Dios y tienes tienda
que hemos de hacer nosotros para ti,
aquí para gozar tu gloria eterna!

¡Oh Luz anunciadora del secreto,
oh Viviente inmortal que te revelas,
oh deseado cuerpo de mi Dios!,
Pedro, Santiago y Juan de ti destellan.

A nadie lo digáis hasta el momento,
dejad que el Hijo como siervo muera,
y aguardad que ya llega, ya ha estallado
la gloria que desea quien espera.

Jesús transfigurado y verdadero,
saciado de dolor y de belleza,
¡te bendecimos, santo, santo, santo,
y te cantamos, Dios de nuestra tierra! Amén.


6 marzo 1982