II. Himnos
en torno a los Domingos de Cuaresma
Domingo II de Cuaresma
(1)
Aquel hombre que asciende a la
montaña
La liturgia cuaresmal evoca la transfiguración del Señor: Jesús en el
desierto (domingo I), Jesús en la montaña de la santa gloria (domingo II).
También cuarenta días antes de la Exaltación de la Santa Cruz celebramos
la fiesta de la Transfiguración del Señor (6 de agosto), fiesta que el
Oriente conoce ya desde el siglo V.
La transfiguración nos abre el
velo secreto de Jesús: su admirable gloria. Ése es el fondo de su corazón,
la vinculación esencial con el Padre y el Espíritu Santo. Por esa vía de
contemplación quiere ir el himno.
Jesús ha ascendido a la montaña.
¿Para qué? Las hipótesis de la exégesis se quedan cortas. Decimos
simplemente: a Dios está anhelando con sed viva; pierde su corazón allá en
la fuente. Se trata nada menos que del misterio trinitario.
Pero es el misterio trinitario
desde la peregrinación de Jesús. Jesús está viviendo anticipadamente su
Éxodo (Lc 9,31). Sus confidentes, Moisés y Elías, dos hombres de la
montaña, celadores de la gloria de Dios. Los discípulos entran en la
visión de la gloria (véase 2P 1,17-18). Ya todo pasó. Sin que la
Encarnación se un disfraz, diremos que Jesús se presentaba “bajo otra
figura” (Mc 16,12), mas para aquel que vio la faz divina, sin destellos la
faz será la misma.
Y en esta actitud celebramos los
creyentes la liturgia de la transfiguración.
(Nota. Acaso este himno pueda
servir para el domingo II de Cuaresma y para la fiesta de la
Transfiguración del Señor, 6 de agosto).
Para escuchar este himno cantado
Aquel hombre que asciende a la
montaña
a Dios está anhelando con sed viva;
pierde su corazón allá en la fuente
donde el dolor se pierde y pacifica,
y el donde el Padre engendra al Hijo amado
con el Amor que de su pecho espira.
Aquel hombre de rostro penetrante
sobre su sangre y éxodo medita;
una luz desde dentro se abre paso,
la hermosa faz más limpia que el sol brilla,
porque es el bello rostro de Jesús,
cuyos ojos los ángeles ansían.
Es el Hijo en la Nube del Espíritu,
el Amado nacido antes del día;
el Padre lo pronuncia con ternura,
con la voz de sus labios lo acaricia;
los testigos videntes de la Gloria,
ebrios de amor lo adoran y se inclinan.
Pasó el fuego encendido en la montaña
y otra vez susurró la suave brisa;
y era él, ya no más transfigurado,
Jesús de Nazaret, el de María;
mas para aquel que vio la faz divina,
sin destellos la faz será la misma.
Jesús de la montaña y de la alianza
presente con gloriosa cercanía,
en el fuego sagrado de la fe
te adoramos, oh luz no consumida;
traspasa tu blancura incandescente
a tu esposa que en ti se glorifica. Amén.
RUFINO MARÍA GRÁNDEZ (letra) –
FIDEL AIZPURÚA (música), capuchinos, Himnos para el Señor. Editorial
Regina, Barcelona, 1983, pp. 83-87.
(El autor de la música indica para la ejecución del canto: La
interpretación musical ha de ser pausada y muy llena, de corte
absolutamente hímnico. Se trata de una especie de coral – de ahí los
calderones - de dos en dos versos. No exagerar las pausas. Lleno y con
amplitud).
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