EL AÑO LITÚRGICO
EL CAMINO CUARESMAL

P. Rufino María Grández, ofmcap.

 

Inicio de Cuaresma - 1

Miércoles de ceniza


En medio del camino de la vida


“En medio del camino de la vida…” Así empieza la Divina Comedia (Nel mezzo del cammin di nostra vita mi ritrovai per una selva oscura, ché la diritta via era smarrita: A mitad del camino de la vida, me encontré en una selva oscura, por haberme apartado de la recta vía). Y aquel canto medieval de Cuaresma: Media vita in morte sumus (En la mitad de la vida nos sorprende la muerte).

En medio, pues, del camino de la vida se posa sobre nosotros la mano del Señor (la expresión nos evoca a Ezequiel), y nos invita a bajar con él hasta el fondo.
El alma es cueva, espacio oscuro que infunde temor, pero es al mismo tiempo paraíso; el alma es principio, como el jardín plantado en el Edén, inicio de la historia. En el alma habita el Creador, porque es suya; es la montaña divina evocada en los salmos, es la puerta celeste. El alma es la historia entera por la presencia de la Trinidad.

El alma traduce nuestra identidad divina, a veces ensombrecida. Quedamos invitados a bañarnos en la verdad y en dulce llanto. Dentro de nosotros mismos recobramos la imagen del Señor, pues hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios.

Por la fuerza operante de la Cruz de Cristo sentiremos en Cuaresma, como experiencia cristiana, la paz y la justicia, la dicha entera que anuncia el salmo 84. La Cuaresma es honda experiencia de vida que se va gestando en nosotros.

En la doxología fijamos la mirada en Cristo, en su Cruz – sangre, perdón y clemencia – y le damos gracias porque al revelársenos lo que Él es descubrimos felizmente lo que somos.


En medio del camino de la vida
la mano del Señor tocó mi frente:
¡Mortal hijo de Adán, detente y entra,
conmigo al corazón sin miedo vente!

Bajé hasta el alma, cueva y paraíso,
tomado de su mano suavemente,
y vi la historia entera en mí bullendo:
al Padre, al Hijo, al Fuego incandescente.

¡Oh alma buscadora!, ve al desierto,
montaña del Señor, dintel celeste,
y ensancha las ventanas a la vida,
amante del amor y de la muerte.

Bañado en la verdad y en dulce llanto,
conócete a ti mismo al conocerle,
¡oh Hombre!, y escucha en tu gemido
un son de paz que desde el cielo viene.

La paz y la justicia Cristo muerto
se abrazan en el alma estrechamente;
rebrota el mundo, firme y vigoroso,
y en mí la Vida vence, oh Tú, perenne.

¡Oh Cristo soberano, Dios perdón,
en cruz ensangrentado, Dios clemente,
te damos gracias, luz que nos revelas
el ser en su verdad con lo que eres! Amén.


Febrero 1984.

RUFINO MARÍA GRÁNDEZ (letra) – FIDEL AIZPURÚA (música), capuchinos, Himnario de las Horas. Editorial Regina, Barcelona 1990, pp. 43-46.