Semana Santa

 

 

Aclaraciones

       Hablamos ahora de Semana Santa. Entiendan los cristianos que hablamos no de las Vacaciones de Semana Santa, sino de la Semana Santa. Semana de ocupación a tope en las agencias hoteleras y en las intendencias de tráfico. No hablamos de esto; hablamos de la Semana Santa. Semana en la que algunos colegios organizarán viajes de estudio, postergados, más bien, en los últimos años, con buen acuerdo, a la semana siguiente. Tampoco se habla de esto; hablamos de la Semana Santa.

       Al expresarnos de esta manera no disimulamos un lamento. Pero entiéndase que este lamento no es nostalgia, como si pretendiéramos comparar la Semana Santa profana de hoy con la Semana Santa ¿sacra? (al menos sacralizada) de otra época. No es esto. Nuestro intento es comparar la Semana Santa con ella misma, para constatar que los valores espirituales de la Semana Santa están muy palidecidos en la conciencia de muchos cristianos. Pongamos la mano al pecho nosotros mismos, sin mirar a otros, para tomar nuestras opciones pertinentes.

       Hay que aclarar que la Semana Santa, entendiendo por tal los días que van de Domingo de Ramos a Domingo de Pascua, comprende, hablando con rigor y propiedad, dos tiempos distintos. Parte de la Semana Santa es Cuaresma y parte de ella es el Triduo Pascual. A saber: El tiempo de Cuaresma va desde el miércoles de Ceniza hasta la Misa de la Cena del Señor exclusive (Normas universales sobre el año litúrgico y sobre el calendario, 28). La Misa de la Cena del Señor en Jueves Santo es la misa que titula el Misal "Misa vespertina de la Cena del Señor".

       Con esa Misa entramos en el núcleo de todo el año litúrgico, el Triduo Pascual. El Triduo pascual de la Pasión y Resurrección del Señor comienza con la Misa vespertina de la Cena del Señor, tiene su centro en la Vigilia pascual y acaba con las Vísperas del domingo de Resurrección (Normas, 19).

       Es bueno, incluso necesario, tener claras estas nociones, porque con estos perfiles podemos penetrar mejor en los contenidos espirituales. Dos tiempos distintos dentro de la Semana Santa, pero dos tiempos perfectamente ensamblados en la celebración unitaria del misterio del Señor.

 

Semana de la Pasión del Señor

       "El domingo sexto (de Cuaresma), en que comienza la Semana Santa, es llamado Domingo de Ramos en la Pasión del Señor". Así las Normas (n. 30) aludidas en los párrafos anteriores. Lo específico de la Semana Santa, lo que le confiere su verdadera fisonomía, su genuino retrato, es la Pasión del Señor. La Semana Santa tiene la finalidad de recordar la Pasión de Cristo desde su entrada mesiánica en Jerusalén. (n. 31). Quiere esto decir que la Cuaresma alcanza su máxima densidad en los días de Semana Santa, y que aquí se concentra la mirada en un punto: Jesús doliente. No es la Semana Santa el tiempo de catequesis moralizadoras, de instrucciones pías. Son los días para "compadecer" (Rom 8,17) con Jesús "paciente", días de contemplación de Jesús doliente. Atentados contra la Semana Santa: el folklore religioso (banalización del misterio), la dispersión, la evasión. Por el contrario, aliados de la Semana Santa, el silencio y la meditación, y sobre todo la participación en los oficios litúrgicos.

       En el Domingo de Ramos, Lunes, Martes y Miércoles Santo, incluso el Jueves por la mañana, estamos en Semana Santa, pero acaparada toda nuestra atención por Jesús doliente. Aquel antiguo rito de velar las imágenes sagradas no tiene mucho sentido si se refiere a la imagen de Jesús Crucifica­do, porque es él justamente aquel a quien con amor queremos contemplar.

       Con estas directrices podemos abrir los textos litúrgicos. Por ejemplo, la antífona de entrada en la Eucaristía de Lunes Santo: Pelea, Señor, contra los que me atacan, guerrea contra los que me hacen guerra; empuña el escudo y la adarga, levántate y ven en mi auxilio, Señor Dios, mi fuerte salvador. ¿Quién es el que habla con estos gemidos (Sal 34,1-2; 139,8)? Es claro que Jesús, el Señor, más bien el doliente.

       Voces semejantes escuchamos en la antífona del Martes: No me entregues, Señor, a la saña de mi adversario, porque se levantan contra mí testigos falsos, que respiran violencia (Sal 26,12). Es el desvalido el que habla. En las palabras del Señor orante no hemos de ver agresividad ni venganza. Es el dolor y gemido que se explayan ante el Padre.

       Entrar en estos anhelos del orante que gime y levanta su voz es ponerse en una órbita misteriosa y espiritual. Es la "mística" que late en la liturgia. Que conduzca la gracia del Espíritu. Porque ¿cómo orar en verdad, si tales dardos dolientes no son mucho más que evocaciones de algo que ya sucedió, aunque tenga un valor ejemplar constante? Hoy Jesús no padece y, sin embar­go, celebramos su Pasión. Queden para los teólogos las explicaciones acerca de cómo se puede comulgar con Jesús doliente, mas entretanto digan los amantes cómo han contemplado al vivo la Pasión sacrosanta del Señor, viviéndola en su propia carne. Esas frases en las cuales Jesús habla, que en modo alguno son privativas de estos días, tienen un realismo espiritual que por la vía del amor se puede alcanzar.

       No hace falta que nos sintamos con grandes vuelos..., y hasta podría ser mejor no sentirlos. Pero todos podemos orar con palabras tan sencillas, tan objetivas, tan estimulantes como éstas, que son la oración colecta del Lunes Santo: Dios todopoderoso, mira la fragilidad de nuestra naturaleza, y levanta nuestra débil esperanza con la fuerza de la Pasión de tu Hijo.

       Nuestra fe se fortifica con la fuerza esplendente de la cruz. ¡La cruz gloriosa! La celebraremos, sí, en Viernes Santo, pero ya en las ferias de la quinta semana ensalzábamos con palabras vibrantes la Cruz del Señor, glorifi­cando a Dios en el Prefacio:

             En la Pasión salvadora de tu Hijo

             el universo aprende a proclamar tu grandeza


 

             y, por al fuerza de la cruz,

             el mundo es juzgado como reo

             y el Crucificado exaltado como juez poderoso.

       Prefacio que es también canto de victoria en la celebración eucarística del Lunes, Martes y Miércoles Santo:

             Porque se acercan ya los días santos

             de su Pasión salvadora

             y de su Resurrección gloriosa;

             en ellos celebramos su triunfo

             sobre el poder de nuestro enemigo

             y renovamos el misterio de nuestra redención.

El Siervo de Yahweh

       Una clave que nos desentraña el sentido de la Semana Santa son los cuatro Cánticos del Siervo de Yahweh.

       El primero se proclama el Lunes Santo.

       Is 42,1-7: No gritará, no voceará por las calles.

       El segundo el Martes Santo.

       Is 49,1-6: Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.

       El tercero el Miércoles Santo.

       Is 50,4-9a: No tapé mi rostro ante ultrajes.

       El cuarto está reservado al Viernes Santo.

       Is 52,13-53,12: El fue traspasado por nuestras rebeliones.

       Cuando el Nuevo Testamento ha meditado el libro de Isaías, en estas páginas ha visto a Jesús. San Mateo, por ejemplo, se ha complacido en citar por extenso a Is 42,1-4 8 (en Mt 12,18-24) para dibujar la efigie de Jesús en medio de los hombres: "...los curó a todos, y les mandó enérgicamente que no le descubrieran" (vv. 15-16). Ante tales hechos inmediatos y elementales, elucubraciones exegéticas sobre la primera realización de la imagen del Siervo de Yahweh nos puede distraer. Para nosotros, creyentes celebrantes, el Siervo de Yahweh es sencillamente Jesús.

       ¡Qué admirable visión para ahuyentar de nuestra fantasía engañosos proyectos de grandeza, lo mismo cuando pensamos en nuestro camino personal que cuando pensamos en la Iglesia! Jesús, el que el Padre ha querido, el que han vislumbrado los profetas, es el Siervo. Y en la fase de este mundo transitorio, la redención tiene una palabra: el dolor, la humilla­ción..., la Cruz. Esto valió para Jesús. Esto vale para la Iglesia, esto vale para mí. Celebremos la Pasión del Señor, contemplando al Siervo Crucificado.

 

La Misa crismal: los óleos y el crisma de un pueblo sacerdotal

       Hay al final de Cuaresma una Misa que réune en torno al Obispo al clero y pueblo fiel y que tiene un sentido específico y diferenciado. No es una Misa cuaresmal con cantos penitenciales. No es una Misa de Pasión, aunque esté puesta en los días así llamados de Pasión. No es una Misa pascual, por cuanto que carece del aleluya, el emblema flameante de la Pascua. Pero en su fondo vivo, sí que diríamos que es una misa pascual, porque la bendición y consagración de los óleos sacramentales es fruto fluyente de la Pascua de Jesús. Por ello anota el Misal, al colocar la Misa crismal el Jueves Santo por la mañana: "Si la reunión del clero y el pueblo con el obispo resulta más difícil en este día, la bendición puede anticiparse a otro día, siempre cercano a la Pascua, en el que se utilizará también el formulario de esta misa".

       Como se aprecia, el Misal que ha seguido al Vaticano II quiere dar relieve a esta Misa, tanto que estima que es más importante que se salve la congregación cristiana más bien que el día preciso y fijo.

       Ver a 100, 200... presbíteros, con su vestimenta blanca en torno al Obispo, es un espectáculo eclesial bellísimo, que acapara espontáneamente la atención tanto del obispo como de los demás cristianos participantes. Y esto sucede de una manera tan destacada que, con excesiva facilidad la Misa queda... diríamos que hipotecada por el aspecto sacerdotal-ministerial de los presbíteros.

       Es cierto que, según apunta la rúbrica del Misal: "Esta misa, que el obispo concelebra con sus presbiterio, debe manifestar la comunión de los presbíte­ros con su obispo". Es cierto que esta nota sacerdotal referida a los presbíte­ros ha sido remarcada fuertemente en el Prefacio. Es además cierto y además muy impresionante que, acabada la homilía, en esta misa los presbíteros hacen ante su obispo la "renovación de las promesas sacerdotales". Todo ello son datos objetivos que se encuentran en los textos.

       Mas no por ello podemos perder de vista la orientación clave de la celebración de la Misa crismal, que comienza en la antífona de entrada: Jesucristo nos ha convertido en un reino, y hecho sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Estas palabras tomadas de Ap 1,6 se refieren a todos los cristianos. Acto seguido oramos así en la colecta del día: Oh Dios, que por la unción del Espíritu Santo constituiste a tu Hijo Mesías y Señor, y a nosotros, miembros de su cuerpo, nos haces partícipes de su misma unción; ayúdanos a ser en el mundo testigos fieles de la redención que ofreces a todos los hombres. Es claro también que esta oración se está refiriendo a todos los cristianos que, como miembros del pueblo santo, tenemos acceso al Padre por el único sacerdocio de Jesucristo.

       Por él (Cristo) tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu (Ef 2,18). Esta es la realidad cristiana. Somos un pueblo sacerdotal que tiene vía libre de acceso al Padre por Cristo en el Espíritu; somos un pueblo profético, en el cual reside la Palabra de Cristo infundida por el Espíritu; somo un pueblo que tiene la dignidad regia, pues con Cristo somos coherederos del Reino de los cielos.

       En esta Misa se bendice el óleo perfumado con el cual se unge en el pecho a los catecúmenos que se acercan al bautismo; en esta Misa se consagra el santo crisma con el cual se ungirá la coronilla de la cabeza del neobautizado y con el cual se consagrarán las manos del neosacerdote. El óleo de los catecúmenos y el santo crisma se precisa para la Vigilia Pascual, que es el momento más oportuno para los bautizos. En este misa se bendice el óleo que se ha de emplear en el sacramento de la Unción de los enfermos.