El recio itinerario del Antiguo Testamento

      

 

La humanidad camina hacia la Pascua de Cristo

       Habíamos fijado con ahínco nuestra atención en Cristo. El es el estandarte; él es el protagonista de la Cuaresma y de la Pascua, el eje para entrar en órbita. Ahora podemos desglosar nuestra consideración, alargando la mirada a oriente y occidente y contemplando cómo se moviliza la humani­dad en búsqueda del Cristo pascual.

       Cuaresma, peregrinación de cuarenta cifras, empalma con los cuarenta años del desierto, que van desde el éxodo de Egipto hasta la entrada en la Tierra Prometida. El libro que lleva este nombre -Exodo- es libro privilegiado de Cuaresma, un vademecum de orantes. La lectura continua de esta obra singular de la espiritualidad de Israel la podrán hacer los cristianos que toman en sus manos la Liturgia de las Horas y rezan lo que llamamos el "Oficio de lectura".

       Siendo las cosas así, hemos de añadir que la catequesis cristiana no se reduce a la catequesis del pueblo peregrino por los sequedales de la península del Sinaí, del Neguev y de Transjornadia hasta llegar a Moab y disponerse a pasar el Jordán. Podemos recorrer la historia entera y reflexionar, al estilo bíblico, sobre la humanidad que anhela su liberación. Los griegos lo harían con sus epopeyas, sus mitologías y sus discursos filosóficos. Y las religiones milenarias de oriente lo harán con sus libros sacros. El hombre pensante busca sentido, medita en su desasosiego y pide una respuesta. Nosotros acudimos a la Biblia.

       Dicen los expertos que el núcleo espiral de la Escritura puede estar en una convicción grabada en el corazón del pueblo y formulada en las páginas santas con estas palabras: Yahweh hizo subir a Israel de Egipto, o Yahweh sacó a Israel de Egipto. Son núcleos de fe arcaicos. El primero recurre 41 veces en los libros del Antiguo Testamento, el segundo 83 veces.

       Lo que comunica un enunciado de tal género se refiere a aquel evento único de cuando Israel se emancipó de Egipto. En aquel suceso los hombres semitas esclavos del Faraón hallaron su cohesión y su identidad, perfilaron un destino, recobraron de alguna manera su historia y proyectaron su vida hacia un futuro. El enunciado, dicho a veces en forma exhortativa en segunda persona, era una revelación, era una proclamación de fe, y era una exhorta­ción, una especie de desafío sagrado, de cara al porvenir.

       La Cuaresma es tiempo meditativo. Hay que frenar la marcha de la vida y pararse a meditar. Y meditar ¿qué? Meditar sobre los problemas de siempre, sobre el origen, el medio y el final. Podemos abrir la meditación del Concilio sobre la condición del hombre en el mundo de hoy, que es la exposición preliminar en la "Gaudium et spes". Dice, por ejemplo, el Concilio en sus sabias cavilaciones:

                La humanidad se encuentra hoy en un nuevo período de su historia en el que profundos y rápidos cambios se extienden progresivamente a todo el universo. Provocados por la inteligencia y la destreza creadora del hombre, reinciden sobre el mismo hombre, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre su modo de pensar y de actuar con respecto a las cosas y a los hombres. De ahí que podamos ya hablar de una auténtica transformación social y cultural, que repercute también en la vida religiosa.

                ... Nunca ha tenido la humanidad tanta abundancia de riquezas, posibilidades y poder económico, y, sin embargo, todavía una enorme parte de la población mundial se ve afligida por el hambre y la miseria y es incalculable el mundo de los totalmente analfabetos. Jamás tuvieron los hombres un sentido tan agudo de la libertad como hoy, y sin embargo surgen nuevos tipos de esclavitud social y psicológica. El mundo siente vívidamente su propia unidad y la mutua interdepen­dencia de unos con otros dentro de la necesaria solidaridad, y sin embargo se ve gravísimamente dividido por fuerzas antagónicas, pues aún subsisten agudas discordias políticas, sociales, económicas, "raciales" e ideológicas y no falta el peligro de una guerra capaz de destruirlo todo... (Gaudium et spes, 4).

       Siga el lector leyendo de su cuenta. Este panorama es muy serio y nos invita a consideraciones graves. Al filo de nuestras celebraciones nos debemos sentar y pensar sobre el hombre, cada uno de nosotros, un pequeño filósofo que tienen un puesto insustituible en la historia universal.

       Los cinco domingos cuaresmales antes de llegar a la Semana Santa nos hacen cinco cortes en la historia de la humanidad para entrar en la sabiduría. El panorama que se ofrece es éste:

       Primer domingo: El hombre en la esfera de sus orígenes.

       Segundo domingo: Abraham, germen de un pueblo elegido, que va a ser el paradigma del amor de Dios a la humanidad entera.

       Tercer domingo: Moisés, evocación de la alianza de Dios con los hombres.

       Cuarto domingo: El pueblo que surgió de esta alianza, pueblo bendecido, pueblo pecador, pueblo alimentado con una esperanza.

       Quinto domingo: Los profetas, la voz de los profetas, que es el refresco tonificante de la revelación.

       Estos son los pasos de nuestra meditación.

 

Los pasos de nuestra meditación

       Primer domingo

       El pecado original (Gn 2-3) es meditación del primer domingo, abismo al que nos asomamos para entender algo del mysterium iniquitatis en el que el ser humano de alguna manera se ve cómplice.

       Otra consideración sobre los orígenes: el Pacto con Noé (Gn 9,8-15), anterior a la ley mosaica, garantía del amor de Dios a los hombres. Para el hombre que piensa en un ecumenismo universal es muy confortante esta dilatada apertura de la Palabra de Dios a las naciones, antes que existiera Abraham: El diluvio no volverá a destruir la vida, ni habrá otro diluvio que devaste la tierra. Guerra mundial, genocidio... ¡qué palabras frontalmente blasfemas son éstas de cara a la Palabra de Dios!

       El tercer año, año C, el texto sagrado es una confesión de fe: Mi padre fue un arameo errante... El Señor nos sacó de Egipto... Nos introdujo en este lugar... Pudiera ser que éste haya sido el primer "Credo" de Israel. El origen de todo proyecto, de todo camino lo debemos poner en una profesión de fe.

 

       Segundo domingo

       La consideración cristiana en el segundo domingo se cierne los tres años sobre Abraham: Vocación (Gn 12), sacrificio de su hijo querido, Isaac (Gn 22), alianza (Gn 15).

       Mucho ha reflexionado Pablo sobre Moisés, la figura más importante para los judíos en la historia de Israel; pero su preferido ha sido, si así podemos hablar, Abraham. Abraham es el inicio de la fe, la estampa perfecta del creyente. Dios le sale al encuentro, antes de que hubiese Ley, y Abraham cree, se confía, se abandona sin retener nada. Su fe simple es tan poderosa y sublime, que es capaz de entregar a su hijo querido, al hijo de la promesa. Abraham es por antonomasia el creyente. Para el cristiano Abraham es el emblema de la fe. Ahí ha visto Pablo la estructura de la justificación: Abraham se confió a Dios, nosotros debemos confiarnos a Cristo, al crucifica­do y resucitado por nosotros, porque en él ha puesto el Padre la salvación.

 

       Tercer domingo

       Avanzamos, y en el tercer domingo llegamos a Moisés, la figura fontanal del Antiguo Testamento. Moisés, eje del Pentateuco, es el liberador, el profeta, el legislador..., en una palabra, el mediador. Todas las funcioes carismáticas de la primera Alianza giran en torno a él.

       Tres páginas, como tres destellos, para poner a la comunidad de hoy ante la revelación de Dios: Masá y Meribá, la tentación de quienes no comprenden el don de la libertad a la salida de Egipto (Ex 17) en el año A; y en los dos sucesivos: la promulgación del Decálogo (Ex 20) y la revelación del Nombre Divino cuando la vocación de Moisés en Horeb (Ex 3).

        

       No es el momento de que nos detengamos en consideraciones parciales sobre estas escenas. Sí, en cambio, es justo subrayar de nuevo la importancia del Exodo como libro para nuestro itinerario cuaresmal. El pueblo camina, pueblo de dura cerviz que va experimentando las maravillas de Dios y murmura, pueblo salvado, pueblo al que se le comunica, en el fuego del Sinaí, la presencia del Dios santo y su divina Palabra, pueblo de la alianza. Cuando lleguemos a la noche pascual escucharemos como lectura central la del paso del Mar Rojo (Ex 14), y entonces el sacerdote presidente de la asamblea cristiana dirigirá al Padre esta oración cristiana:

 

       "También ahora, Señor, vemos brillar tus antiguas maravillas, y lo mismo que en otro tiempo manifestabas tu poder al librar a un solo pueblo de la persecución del Faraón, hoy aseguras la salvación de todas las naciones, haciéndolas renacer por las aguas del bautismo; te pedimos que los hombres del mundo entero lleguen a ser hijos de Abrahán y miembros del nuevo Israel".

       Esta forma de orar nos da la clave para interpretar en profundidad las páginas de la historia de salvación. Los Santos Padres han gustado el Exodo en sus homilías al pueblo, y hubo alguien, San Gregorio de Nisa (siglo IV), egregio por su estilo y sensibilidad, que escribió la Vida de Moisés. Un tratado de espiritualidad bordado sobre la interpretación alegórica y mística del camino de Moisés, tomado, sobre todo, del libro del Exodo.

 

       Cuarto domingo

       En este domingo, al filo de lo que es una catequesis de la historia de la salvación, veremos al pueblo en aquella tierra de la Alianza. Estos son los temas, tomando los titulares de las perícopas:

       - El pueblo de Dios celebra la Pascua después de entrar en la tierra prometida (Js 5).

       - David es ungido rey de Israel (1S 16).

       - La ira y la misericordia del Señor se manifiestan en la deportación y en la liberación del pueblo (2Cro 36).

 

       Quinto domingo

       Hermosa era la historia; la profecía resulta sublime. La profecía..., cuando es el remate del mensaje, porque ciertamente los profetas fustigan con palabras ásperas, sacuden los corazones aletargados para comprometerlos en la fidelidad a la alianza. Pero la palabra final es siempre la perspectiva de la salvación escatológica. ¿Por qué nuestro Dios es, al fin, el Dios que se rinde ante sí mismo y cede al amor de su corazón? En estas profecías en que se besan el perdón y la esperanza y surge la sorpresa del amor hay un atisbo de Encarnación. Son mensajerías que se nos van enviando para que empecemos a vislumbrar que un día el amor ha de ser carne.

       Se nos anuncia, pues, en el año A por boca de Ezequiel: "Así dice el Señor: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel... Os infundiré mi espíritu y viviréis..." (Ez 37).

       Se nos anuncia en el año B: "Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva... Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo" (Jr 31).

       Se nos anuncia en el año C: "No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?" (Is 43).

* * *

       No vamos a detenernos en las lecturas del Apóstol, un "corpus" más habituados a oírlo, si somos atentos escuchas de la Palabra a lo largo de los domingos del tiempo ordinario en el ciclo trienal. Los dos puntos clave en la Palabra de los domingos de Cuaresma eran el Evangelio y la catequesis prove­niente del Antiguo Testamento. Resumiendo y perfilando la función que desempeña el mensaje del Apóstol en esta serie de domingos, he aquí lo que nos dicen los Prenotandos al Leccionario Dominical de la Misa:

       "Las lecturas del Antiguo Testamento se refieren a la historia de la salvación, que es uno de los temas propios de la catequesis cuaresmal. Cada año hay una serie de textos que presentan los principales elementos de esta historia, desde el principio hasta la promesa de la nueva Alianza.

       Las lecturas del Apóstol se han escogido de manera que tengan relación con las lecturas del Evangelio y del Antiguo Testamento y haya, en lo posible, una adecuada conexión entre las mismas" (núm. 97).

       Observemos un detalle final. los predicadores de la palabra hablan -hablamos- con frecuencia de "temas", inspirados por lo que nos sugiere tal o cual frase o perícopa. Y con sobrada facilidad nos olvidamos del conjunto, del hilo del discurso, de esa historia que Dios va tejiendo poquito a modo de manera fiel y constante. No se trata de erudición y preciosismos, pero esto que aquí consignamos, lo tiene muy en cuenta la liturgia. ¿No será pedagógico que también lo tengamos en cuenta nosotros? Aviso que vale para los que suben al ambón, pero que es igualmente válido para quienes meditativamente van recorriendo el camino cuaresmal.