Los tres ejercicios cuaresmales:

el ayuno, la oración y la lismona

 

 

El ayuno, oblación de amor y ascesis

       El ayuno tiene dos valores y a ello corresponden dos motivaciones. Tiene un valor espiritual o místico, y un valor elemental, que se diría rutinario, y que es del todo sano y comprensible: es su valor ascético. Son dos enfoques.

       Existe un ayuno espiritual o místico. Ojalá fuera ése el ayuno de nuestro Viernes Santo. Ha muerto el Señor y la Iglesia está de llanto y luto. Ha muerto el esposo y la esposa no tiene ganas de ningún deleite corporal. Porque así sucede en la experiencia sensitiva del amor humano. Muere el marido y la mujer se queda sin ganas de comer. Esa biología del cuerpo es la biología del amor.

       ¿Para qué ayunar? ¡Quién pudiera responder: Para nada! Esto es ayunar por amor; esto es la aflicción gratuita que los amantes de todos los siglos han comprendido sin explicaciones.

       Del Viernes Santo y del Sábado Santo dice el Misal: "Según una antiquísi­ma tradición, la Iglesia no celebra la Eucaristía ni en este día ni en el siguiente". Privados del cuerpo del Señor, es comprensible que nos veamos privados de los alimentos de la mesa.

       Hay personas que se toman con esa seriedad el ayuno de la muerte y sepultura del Señor y preparación de la Pascua. Terminada la celebración de la Misa en la Cena del Señor entran en ayuno hasta la Vigilia Pascual. ¿Y en qué consiste en concreto este ayuno que se prolonga, de celebración a celebración, por más de 48 horas? Consiste en omitir las comidas habituales: desayuno, comida, (merienda) y cena, y velar con el cuerpo afligido, no ingiriendo alimento sólido. Tan sólo se permiten líquidos - café, café con leche, caldos...- para mantener ese temple que la naturaleza reclama por su funcionamiento biológico. Cierto que la disciplina penitencial vigente por el Derecho Canónico no exige esta severidad, ni en cuanto al tiempo (dos días seguidos) ni en cuanto al modo; pero la dinámica del amor a muchos se lo aconseja. Y repitámoslo: hay numerosos fieles cristianos que se disponen a celebrar la Vigilia pascual como plena vigilia nocturna, de 12 de la noche a las 5 de la madrugada, sí que se lanzan a este ayuno amoroso y gratuito.

       Estamos en sintonía con la espiritualidad del Concilio, cuando habla de este ayuno pascual con los siguientes términos: Considérese sagrado el ayuno pascual, que debe celebrarse en todas partes el Viernes de la Pasión y Muerte del Señor y que, según las circunstancias, debe extenderse también al Sábado, de modo que se llegue al gozo del domingo de Resurrección con el espíritu elevado y abierto (SC 110).

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       Hay otro ayuno saludable, que podemos calificar como ayuno ascéti­co, aconsejable e incluso necesario, provechoso para la salud del cuerpo y del alma. Es un ayuno educativo para refrenar los propios impulsos, para ponerlos a raya y marcar a la naturaleza sus justas medidas. Es el autocontrol de uno mismo, que hasta puede tener en ciertas ocasiones la intención de aflicción punitiva y voluntaria que uno se impone. No parece que sean métodos de tiempos arcaicos, sino recursos sensatos que tenemos al alcance de la mano y que responsablemente podemos utilizar. Y lo que se dice del ayuno, que en rigor es privación de comida y bebida, vale para otras formas penitenciales.

       El fumador que diariamente quema un par de paquetes puede ser enérgico consigo mismo para que el consumo baje a la mitad. Es una forma de ayuno que los médicos aplaudirán. Y en el caso no hace falta acudir a razones transcendentales para imponerse tales medidas. Y otro tanto dígase del adicto al alcohol. Refrenar el apetito instintivo en estas zonas de la vida es algo muy laudable... y diríase que hasta ecológico. Ayuno muy urgente porque la sociedad se va viciando y deteriorando por el abuso placentero de tantos estimulantes que sordamente van haciendo un trabajo de zapa "contra naturam".

       Que la Iglesia en su itinerario cuaresmal insista en estas privaciones es bien de agradecer. Ahora que su función no es moralizadora simplemente, saneadora como la de un consultorio médico. La comunidad creyente abre una panorámica para motivar ese tipo de privaciones con razones de fe. Nuestros comportamientos más triviales no son medidas que pueda tomar un estoico en base a los buenos principios de la razón; son normas de conducta que uno acepta por Cristo nuestro Señor. El Prefacio IV de Cuaresma, en el que se alaba a Dios por los frutos del ayuno, recuerda la pedagogía cristiana del ayuno ascético: Porque con el ayuno corporal refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu, nos das fuerza y recompensa, por Cristo nuestro Señor.

       Del tiempo que ha seguido al Concilio tenemos una Carta Magna sobre la penitencia cristiana, la constitución apostólica -máxima categoría de documento en la Iglesia- de Pablo VI Paenitemini, por la que se reforma la disciplina eclesiástica de la penitencia (1966). De la constitución ha fluido el derecho posterior para regular tiempos y modos penitenciales.

       El Papa hizo una honda reflexión desde la Biblia y desde la cultura contemporánea, y sobre la penitencia corporal decía:

   La verdadera penitencia no puede prescindir, en ninguna época, de una "ascesis" que incluya la mortificación del cuerpo; todo nuestro ser, cuerpo y alma (más aún, la misma naturaleza irracional, como frecuentemente nos recuerda la Escritura), debe participar en este acto religioso, en el cual la criatura reconoce la santidad y majestad divina. La necesidad de la mortificación del cuerpo se manifiesta, pues, claramente, si se considera la fragilidad de nuestra naturaleza, en la cual, después del pecado de Adán, la carne y el espíritu tienen deseos contrarios.

   Este ejercicio de mortificación del cuerpo -ajeno a cualquier forma de estoicismo- no implica una condena de la carne, que el Hijo de Dios se dignó asumir; al contrario, la mortificación corporal mira por la "libera­ción" del hombre, que con frecuencia se encuentra, por causa de la concupiscencia desordenada, como encadenado por la parte sensitiva de su ser; por medio del "ayuno corporal" el hombre adquiere vigor y, "esforzado por la saludable templanza cuaresmal, restaña la herida que en nuestra naturaleza humana había causado el desorden" (Oración del jueves de la semana de Pasión)2

       El pueblo de Dios, caminando hacia la Pascua, ayuna. Dice el Concilio: La penitencia del tiempo cuaresmal no debe ser sólo interna e individual, sino también externa y social (SC 110). Nos resulta superfluo justificar estos criterios. Añadamos esquemáticamente cuál es la disciplina penitencial de la Iglesia, según el derecho Canónico.

       - "En la Iglesia universal, son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de Cuaresma" (c. 1250).

       - "Todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardan el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo" (c. 1251).

       Los obispos de nuestra Conferencia determinaron en su día que la abstinencia de carne los viernes del año fuera de Cuaresma puede suplirse de otro modo. "La abstinencia de carne, impuesta por la ley general, puede sustituirse, según la libre voluntad de cada uno de los fieles, por cualesquiera de las varias formas de penitencia recomendadas por la Iglesia, como son: a) ejercicios de piedad y oración, preferentemente en familia o en grupo (por ejemplo, la participación en la santa misa, lectura de una parte de la Sagrada Escritura o de vidas de santos, el rezo del rosario y otros); b) mortificaciones corporales (ayuno, privaciones voluntarias en la comida o bebida, en el fumar o en la asistencia a espectáculos, abstención de manjares costosos o muy apetecibles, etc.), c) obras de caridad (visita de enfermos o atribulados, limosna, etc.)". Así determinaba en una asamblea plenaria (3 diciembre 1966), luego de la publicación de la constitución Paenitemini.3

 


 

La oración en el combate del desierto

       A continuación el Espíritu le empuja al desierto, dice San Marcos hablando de la Cuaresma de Jesús; y continúa: Y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del campo y los ángeles le servían (Mc 1,12-13). Esto es todo -dos versículos- de aquella Cuaresma inaugural de Jesús, cargada de vida y combate, de misterio, de esperanza. Hay en esta pincelada unos elementos de extraña y potente fuerza sugeridora: el Espíritu, el combate satánico, los animales del campo que pueden ser evocación de la condición adámica del hombre en el Paraíso, y ese "los ángeles le servían", que son la corona de la victoria. A Adán y Eva se les lanzó del Paraíso. Entonces Yahweh Dios... puso delante del jardín de Edén querubines, y la llama de espada vibrante, para guardar el camino del árbol de la vida (Gn 3,24). Con Jesús, vencedor de Satanás, sucede lo contrario: los ángeles le servían.

       El combate con la fuerza demoníaca es elemento destacadísimo igualmen­te en Mateo y Lucas, los cuales llegan a explicitar las tentaciones. En este cuadro, la oración de Jesús es la oración del combate. Y así caemos en la palestra de la vida humana. La vida humana es combate. Militia vita hominis super terram, decían los viejos predicadores citando a Job. ¿No es una milicia lo que hace el hombre en la tierra...? (Jb 7,1). Terrible lucha que los pobres mortales la vivimos desde ángulos diferentes, pero al fin lucha humana, desde el feroz marxismo de otros tiempos hasta la aniquilación de la mística en su clausura.

       El hombre religioso sabe que la victoria de esta lucha es la oración. Gandhi, hombre del Espíritu, que entendía de lucha y de oración, llegó a decir que se puede pasar un día sin comer, pero no sin orar. Sus carnes macilentas supieron de días y días sin comer por la lucha, pero su espíritu vivió constantemente en oración.

       La lucha y la oración aparecen dramáticamente en el Evangelio en el episodio del endemoniado epiléptico, al bajar del monte de la transfiguración. Cuando Jesús entró en casa, le preguntaron en privado sus discípulos: ¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle? Les dijo: Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración (Mc 9,282-29).

       La oración es la fuerza de los débiles, la única fuerza de los débiles, de los débiles... que constitutivamente somos todos los humanos, de forma que la deserción de la oración es infaliblemente nuestra derrota. Y la Cuaresma sacude nuestra alma, para que recapacitemos y tomemos la vida con la seriedad que reclama.

       Hay otra forma de hablar de la oración, cierto, más calmosamente, más deleitosamente. Y puede ser muy oportuno hacer una parénesis sobre la oración, como ejercicio cuaresmal: la lectura espiritual, máxime la lectura de las santas Escrituras, la reflexión sosegada, el retiro, la búsqueda de una casa de oración -que no falta en ninguna diócesis- como mansión de paz para entrar dentro de sí mismo e imitar un poquito el desierto de Jesús... Laudables y provechosos ejercicios cuaresmales, de los cuales puede tomar nota el generoso lector de estas páginas.

       Para quienes deseen leer cosa enjundiosa de oración, fraternamente les aconsejo (permítaseme el pronombre personal de primera persona) que vayan al Catecismo de la Iglesia Católica, que dedica la parte cuarta a "La oración cristiana". Han dicho los expertos (por ejemplo, el arzobispo Mons. José Manuel Estepa, responsable de la edición en lengua española) que con un tiempo mayor de preparación esta parte se habría visto notablemente enriquecida. Será así..., pero ya lo que tenemos escrito grandemente bello y útil. Valga el consejo.

 

La limosna, es decir, la misericordia compartida

       Este tema resuena muy sensible en la espiritualidad de hoy, de la Gaudium et spes, que comienza: "El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo y no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón".

       Con grata sorpresa, pero con una lógica interna ya esperada, hemos visto al desempolvar páginas de los Padres que también ellos pensaban así -nosotros pensamos como ellos, o más bien ellos y nosotros de acuerdo al Evangelio y los profetas-, que una oración idílica en el templo no agrada a Dios, si no está proyectada en solidaridad humana.

       San Pedro Crisólogo -palabra de oro, que eso significa su apodo- ha explicado genialmente estas cosas en la cátedra de Ravena, en el siglo V.

   Tres son, hermanos, los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la devoción sea constante y la virtud permanente. Estos tres resortes son: la oración, el ayuno y la misericordia. Porque la oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe. Oración, misericordia y ayuno constitu­yen una sola cosa, y se vitalizan recíprocamente.

   El ayuno, en efecto, es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlos, pues no pueden separarse. Quien posee uno solo de los tres, si al mismo tiempo no posee los otros, no posee ninguno. Por tanto, quien ora que ayune; quien ayuna que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le suplica...

   Díctate a ti mismo la norma de la misericordia, de acuerdo con la manera, la cantidad y la rapidez con que quieres que tengan misericordia contigo...

   El ayuno no germina si la misericordia no lo riega, el ayuno se torna infructuoso si la misericordia no lo fecundiza; lo que es la lluvia para la tierra, eso mismo es la misericordia para el ayuno. Por más que perfeccio­ne su corazón, purifique su carne, desarraigue los vicios y siembre las virtudes, como no produzca caudales de misericordia, el que ayuna no cosechará mucho fruto.4

       En tiempo de Cuaresma la liturgia abunda en consideraciones de este talante. Y el cristiano responsable se palpa corazón y cartera. Ponerse en plan solidario cristiano es sentarse en casa y reflexionar en voz alta con el propio cónyuge sobre el baremo de nuestra generosidad con a los pobres. Esa moneda semanal en la bandeja de misa -los veinte duros, por ejemplo- con la cual el cristiano practicante cree cumplir, a nada que uno escarbe en la fe le puede parecer una miseria. ¿Podemos hablar de solidaridad con el mundo de los pobres, mientras uno no haga cuentas económicas en serio, compulsando los tantos por cientos de sus gastos? Un punto de referencia muy sencillo: ¿Cuánto dedico al año a ocupaciones placenteras, que pueden ser legítimas evasiones, y cuál es mi tributo a los pobres...? Planteada así la cuestión los números se descomponen, porque el don sagrado a los pobres no puede quedar en unas migajas, sino que tienen que ser una parte del pan de la mesa. Claro que este enfoque supone que el cristiano ha avanzado en la fe y que las palabras del Evangelio le suenan a compromiso inmediato.

       La Cuaresma es un tiempo serio para pensárselo, si bien la obligación es permanente.