Apertura de Cuaresma:

Miércoles de ceniza, convocatoria de conversión

 

 

        Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión... Este pregón de los tiempos de Joel -siglo IV antes de Cristo-, es para nosotros el bocinazo de Cuaresma, y de hecho así empieza la liturgia de la Palabra el Miércoles de Ceniza. Ese día la comunidad cristiana se reúne para presentar­se ante el Señor como pueblo pecador y penitente y para iniciar un trayecto de sinceridad y verdad, una camino de purificación e iluminación que le va a llevar hasta la santa montaña de la Pascua.

        Si en nuestras parroquias lográramos que este día se suspendiera el rutinario orden de misas y se lograra una gran asamblea, tendríamos un signo muy expresivo de que somos un pueblo de Dios unido en un mismo propósito y un pueblo que solemnemente comienza su éxodo liberador hacia la Pascua. Hoy es un día característico de asamblea. Día de ceniza que tendríamos que recibir -repito-, si posible fuera, en una sola celebración, como pueblo penitente. Al menos, hágase un esfuerzo por disminuir las otras misas, y si no se pudiese otra cosa, que no todas las misas sean iguales.

        La finalidad de este día es iniciar el camino pascual guiados por Cristo a través del desierto de la Cuaresma. Los cristianos ayunamos en este día. Convocados en la iglesia se nos leen las Sagradas Escrituras. Dios nos dice por medio de Joel: Convertíos a mí de todo corazón: con ayuno, con llanto, con luto (Jl 2,12-18). Resuena la voz apremiante que se insinúa en el corazón: Os lo pedimos por Cristo: dejaos reconciliar con Dios (1Co 5,20-6,2). Y Cristo en el Evangelio nos traza el programa del cambio que él espera, una justicia nueva distinta de la de los fariseos, que se ha de manifestar en las tres expresiones características de la piedad tradicional de los judíos: la caridad desinteresada, la oración sincera ante Dios, el ayuno verdadero (Mt 6,1-6.16-18). Son consignas sobre las que reiteradamente se ha de volver en Cuaresma.

        Día de conversión. El símbolo de la ceniza, tomado de las páginas de la Biblia, está aludiendo a esto. Al imponerla, el sacerdote puede recodar unas palabras que nos evocan al primer hombre en el paraíso: Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás (véase Gn 3,19). Pero es preferible que en el momento de humillar nuestras cabezas escuchemos la proclamación que hizo Jesús al inicio de su ministerio: Convertíos y creed el Evangelio (Mc 1,15).

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        En la praxis cristiana este Miércoles de Ceniza debe ser para todos una día de reflexión para perfilar nuestro programa cuaresmal. Debemos preguntarnos con qué ánimos, con qué temple espiritual entramos en la Cuaresma, con qué manos vamos a recibir la gracia que se nos brinda, y hasta qué punto estamos dispuestos a iniciar un combate espiritual. Ah, Jesús lo tuvo en el desierto.

        La celebración sacramental de la penitencia, al inicio de este camino, está en plena consonancia con el Miércoles de Ceniza. Y en el programa cuaresmal, de acuerdo con el mensaje evangélico, hay tres puntos que hemos de afrontar con sinceridad para estar a tono con la gracia saludable que se nos brinda:

        -    la ascesis, el ayuno;

        -    la oración, en la escucha de la Palabra de Dios;

        -    y la caridad, la limosna, la caridad como donación solidaria de nuestras personas.

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        En este día primero de Cuaresma torna a mi mente el comienzo de un canto severo que en la Edad Media se cantaba con estremecimiento, y a veces con pánico: Media vita in morte sumus..., en medio de la vida nos coge la Muerte... Es cierto, por más que no sea de nuestro gusto. En la mitad de la vida puede salirme la Parca en la carretera. Dante comenzó así la Divina Comedia de la vida: Nel mezzo del camin di nostra vita...

        Sin tremendismos, pero con un serio sentido de la realidad y un ansia de verdad y purificación, vaya este himno, compuesto para iniciar la Cuaresma:

 

 

En medio del camino de la vida

la mano del Señor tocó mi frente:

¡Mortal hijo de Adán, detente y entra,

conmigo al corazón sin miedo vente!

 

Bajé hasta el alma, cueva y paraíso,

tomado de su mano suavemente,

y vi la historia entera en mí bullendo:

al Padre, al Hijo, al Fuego incandescente.

 

Oh alma buscadora, ve al desierto,

montaña del Señor, dintel celeste,

y ensancha las ventanas a la vida,

amante del amor y de la muerte.

 

Bañado en la verdad y en dulce llanto,

conócete a ti mismo al conocerle,

oh Hombre, y escucha en tu gemido

un son de paz que desde el cielo viene.

 

La paz y la justicia -Cristo muerto-

se abrazan en el alma estrechamente;

rebrota el mundo, firme y vigoroso,

y en mí la Vida vence, oh Tú, perenne.

 

¡Oh Cristo soberano, Dios perdón,

en cruz ensangrentado, Dios clemente,

te damos gracias, luz que nos revelas

el ser en su verdad con lo que eres! Amén.