Presentación

 

Oferta y acogida

 

Este folleto cae en manos de un cristiano que de alguna manera quiere vivir la Cuaresma. El tiempo con ojos de vidente cristiano es una realidad ungida por una presencia. Es una de las formas con que Cristo queda sacramentalizado en nuestra existencia terrena. Nosotros vivimos y lo que se va a ir desplegando delante no es ni una incógnita ni un calendario amorfo y neutral. El Señor va a ir actuando como compañero de un camino, a cuya meta él ya ha llegado. Este sentido de tiempo sacro es una nota de nuestra fe cristiana, y supone que nosotros creemos en el Dios de la Creación y de la Historia y en un acontecimiento que ha introducido un giro definitivo en el universo.

        Fue un día en la línea de los siglos, cuando el Hijo de Dios se hizo individuo concreto de la Historia, vecino del acontecer humano. Murió, sí, pero el Padre con la fuerza del Espíritu lo resucitó, lo sacó del reino oscuro de la muerte, y lo resituó en el mundo como vida perenne, como cauce de todo lo que ha de ir sucediendo, como regazo de todo amor, de todo pensamiento. Esta visión mística de los siglos hace que nosotros demos una hermosura divina a cualquier acontecimiento trivial de la existencia. La pobrecilla historia humana, entretejida de pasión y de zozobra, siempre será la historia de una esperanza que no cae en el vacío.

        Estas semanas que nos proponemos vivir -seis semanas cuaresmales, siete pascuales-, este trayecto rutinario que nos disponemos a recorrer está penetrado de un aura de vida, que viene del Espíritu, y de una fuerza potente, que es la presencia del Señor en la peregrinación de su Iglesia. Tal es la oferta que Dios nos brinda y tal la acogida que la comunidad santa de los cristianos tributa a su Señor.

        Pero hay una distorsión de existencia, que es preciso tener en cuenta desde el principio, para tomar las oportunas medidas. Desde hace unos años la Cuaresma no existe. Y esto ha ocurrido, más o menos, desde que la Cuaresma ha recobrado nuevas riquezas, extraídas de las viejas arcas y sobre todo desde ese venero de reflexión que ha brotado en la Iglesia con los aires del Concilio. Sucedía que antes había una Cuaresma de signos civiles. En Cuaresma quedaba anulado todo lo que pudiera tener un carácter frívolo o profano. ¿Cómo permitir espectáculos ligeros, cuando la sociedad había entrado en la seriedad de la Cuaresma? Reinaba una cierta simbología colectiva, privándose a la fuerza de cosas placenteras, y por otro lado los predicadores Cuaresmales ejercían su áspera función profética en nuestras iglesias.

        Hoy todo esto ha pasado y en la sociedad laica ha sido abolido todo signo cuaresmal. Para remate la Semana Santa es estimulada como semana de vacaciones. Las iglesias tampoco oyen resonar la voz tonante de los misioneros, ni en las casas religiosas ni en las familias rigen los severos ayunos de antaño. Acaso en la comunidad eclesial, donde se ha operado una fuerte barrida de signos penitenciales, haya que repensar las cosas con el paso de los años y optar equilibradamente por cierta fisonomía cuaresmal de la que hoy carecemos.

        La teología, sin embargo, y la liturgia han ganado unos tesoros preciosos, porque hoy podemos hablar del Sacramento de Pascua ("Sacramentum Paschae", decían los Padres), con un frescor que nos sabe a vida nueva. Hemos perdido ambiente, pero hemos ganado realidad. La operación ha sido rentable.

        Ahí está, pues, la Cuaresma como un desafío personal y comunitario. En cierto modo la Cuaresma nos la tenemos que crear nosotros para gustarla y vivirla; somos nosotros los responsables de nuestro propio camino. La oferta está ahí, y este folleto quiere estimular al lector pensante a que no deje pasar vacío este tiempo fecundo. Mirad ahora el momento favorable -dice Pablo-; mirad ahora el día de salvación (1Co 6,2).