VÍA CRUCIS DE JERUSALÉN
(Contemplación, alabanza y adoración)

P. Rufino María Grández, ofmcap.

 
 

VIII


Le lloran las mujeres como a un hijo

JESÚS CONSUELA A LAS PIADOSAS MUJERES

 
San Lucas tiene este toque delicadísimo, lleno de humanidad y de esperanza: “Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y se lamentaban por él” (Lc 23,27). Se destaca a las mujeres cuando escribe a continuación el evangelista: “Jesús, volviéndose a ellas, dijo”.

Es hermoso poder llorar: llorad, que no se extinga lo más bello, que nunca el corazón del hombre falte.

Miramos a estas mujeres de la Pasión no como a unas plañideras de oficio, sino como a unas representantes de esas entrañas de compasión que siempre las ha habido en la tierra. Dios ha creado las entrañas de la mujer para ser testigos de lo más bello. Las madres…, las vírgenes.

Jesús agradece esta piedad: Oh hijas de Sión, dulce consuelo le dais al pobre reo por la calle. Pero en el Evangelio, y en este paso, Jesús nos invita a otras lágrimas: llorad mirando el Día que Dios trae.

Si por gracia somos de aquellos de los que él dijo: “¡Bienaventurados los que lloran!”, si somos de los que en él, por él esperan su rescate, entonces el Día no será para nosotros Día de juicio, sino Día de redención. Y así lo esperamos.

 
Le lloran las mujeres como a un hijo
 - ¡oh gran honor poder así llorarle! -:
le miran con piedad, mas de la muerte
no pueden esas madres arrancarle.
 
Aquel que tenga entrañas compasivas
que gima por el crimen execrable;
llorad, que no se extinga lo más bello,
que nunca el corazón del hombre falte.
 
Aquí lleguen las vírgenes, contemplen
y lloren al Esposo más amable,
1a mano junto al pecho, al fiel latido,
el velo de dolor sobre el semblante.
 
“Oh hijas de Sión, dulce consuelo
le dais al pobre reo por la calle;
mas no lloréis por mí, tan desvalido,
llorad mirando el Día que Dios trae”.
 
Felices los que lloran como él quiere,
y en él, por é1, esperan su rescate;
lo oscuro ha de pasar, y tras la pena
la noche se ha de hacer aurora suave.
 
Pasaron ya las lágrimas y el duelo
y reinas, oh Jesús, junto a tu Padre:
¡honor a ti, fanal de nuestra dicha,
y eterno fin de todos nuestros males! Amén.