VÍA CRUCIS DE JERUSALÉN
(Contemplación, alabanza y adoración)

P. Rufino María Grández, ofmcap.

 
 

XII

Jesús, Hijo de Dios, se acaba y muere

JESÚS MUERE EN LA CRUZ

 
Jesús, Hijo de Dios, se acaba y muere. “Todo está consumado” (Jn 19,30). En este momento augusto de la historia, en este vértice de los siglos, ¿qué podemos decir nosotros? Amén…, amén…, amén… El Amén es asentimiento, adoración, gratitud, oblación, todo. “Y los cuatro Vivientes decían: Amén” (Ap 5,12).

Evocamos los acontecimientos místicos de la muerte del Señor. Una tiniebla, sin causa natural alguna, cubre el orbe de la tierra, porque las dimensiones salvíficas de la muerte de Cristo no se ciñen tan sólo a la tierra de Israel sino que abarcan la tierra y la historia.

Se rasga el velo y entonces se nos da la plenitud de la realidad de Cristo. Cristo es la palabra terminal y toda entera acontece en este tránsito. La muerte, entendida indisolublemente con la resurrección, es la donación exhaustiva de Dios al mundo en su Hijo amado.

Adoramos, admiramos, exclamamos: ¡Oh muerte de Jesús…! ¡Oh vida…! ¡Oh Roca del Calvario…! ¡Oh Río del Edén…!
Todo está consumado: el hombre en esta sangre se consagra (cf. Jn 17,19) y se hacen nuevos tierra y universo (Ap 21,1).

 
Jesús, Hijo de Dios, se acaba y muere:
¡Amén, oh Verbo, fuerza de los cielos!
¡Amén, perdón de nuestra ciega historia!
¡Amén, mi corazón quede en silencio!
 
Vinieron las tinieblas sobre el orbe,
divino juicio en carne de este Siervo;
mas no venció el Maligno en la tiniebla,
que Cristo luz venció con su destello.
 
El velo se rasgó, viejo y caduco,
y Dios nos entregaba su secreto,
que Cristo es la Palabra terminal
y toda fue en el tránsito del Verbo.
 
¡Oh muerte de Jesús, muerte del Hijo!
¡Oh vida en que vivimos y creemos!
¡Oh roca del Calvario, altar del mundo!
¡Oh río del Edén, de Cristo muerto!
 
Jesús murió, ya nunca morirá,
ya nunca más la muerte tendrá imperio;
el hombre en esta sangre se consagra
y se hacen nuevos tierra y universo.
 
Señor mío y Dios mío, Jesucristo,
decir lo que mereces no podemos:
¡oh Cristo, ten piedad al escucharnos,
tu gloria sea nuestro cielo eterno! Amén.