VÍA CRUCIS DE JERUSALÉN P. Rufino María Grández, ofmcap. |
XI Las manos y los pies con fuertes clavos JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
Así terminó la vida de Jesús: muerto en la flor de su humanidad, desnudo, clavado. Esos clavos, que aseguran el cuerpo al madero, son para nosotros sellos que Dios pone al amor. Sellado está el amor, en cruz sellado, y nadie ha de romper el santo sello. Sello de amor, que puede evocarnos el Cantar (Ct 8,6). El cuerpo de Jesús clavado en la cruz, sangrante, es para producir lástima… Pero, no: nosotros lo contemplamos, por un tránsito de fe, como cuerpo glorioso, incluso en el tormento. De esas manos, bellas heridas, de esos pies, la gracia se derrama al mundo entero. Gallardo está el Señor. En nuestra contemplación cristiana la sangre que riega el cuerpo es púrpura real de Esposo bello; y el destrozo que hacen las heridas, perlas en las manos y en la frente. “¿Quién es ese con ropaje… con ropaje teñido de rojo…? El lagar lo he pisado yo solo…” (Is 63,1-2).
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