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Sin nada suyo, pobre de los pobres
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDOS
Jesús es despojado de sus vestidos, y, una vez crucificado, los que le
custodiaban se repartieron la ropa en cumplimiento del salmo. Los
cristianos se han quedado estremecidos ante el hecho de que el Rey de la
creación fuera despojado de sus vestidos y vaya a la cruz desnudo.
Vergüenza y humillación…; pero en este himno tratamos, más bien, de
contemplar la fascinación de ese cuerpo santo. Sí, Jesús desnudo en la
cruz, cual don universal, desnudo y puro. “En él no hay pecado”
(1Jn 3,5).
Adán recordará su ser primero. “Estaban ambos desnudos, el
hombre y la mujer, pero no se avergonzaban el uno del otro” (Gn 2,25).
La contemplación de este cuerpo en e l árbol de la cruz,
cuando Jesús vuelve a su Padre (Jn 16,28), nos provoca un pensamiento de
Eucaristía: tocad (como al cuerpo resucitado), comed, saciaos de su
fruto.
Con la desnudez del Señor contemplamos también su
vestidura. “La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba
abajo” (Jn 19,23). Los soldados no la rasgaron, porque era la figura
mística de la unidad de la Iglesia. Jesús la dio a su Iglesia como
dote, regalo de unidad, querer augusto. Bajo esta túnica arrimados al
cuerpo del Señor, queremos hacer nosotros la unidad en al comunidad
creyente.
Sin nada suyo, pobre de los pobres,
en cruz ha de morir Jesús desnudo;
mirándonos, los brazos extendidos,
cual don universal, desnudo y puro.
Adán recordará su ser primero,
exento de maldad, libre del yugo,
cuando era Dios su prístina inocencia
y estaba en paz consigo y con el mundo.
“Salí del Padre, y vine entre vosotros,
os di todo y a todos, uno a uno;
al tiempo de partir, mirad al árbol,
tocad, comed, saciaos de su fruto”.
Aquella hermosa túnica inconsútil
no fue rota por manos de ninguno;
Jesús la dio a su Iglesia como dote,
regalo de unidad, querer augusto.
¡Oh!, cúbrenos, Señor, con esa túnica
y guárdanos en ella a todos juntos;
al lado y al cobijo de tu cuerpo
estréchanos a quienes llamas tuyos.
¡Oh Cristo que te muestras a tu Esposa,
radiante en las alturas e incorrupto,
ascienda hasta tu cuerpo nuestro obsequio,
el canto y el amor de nuestro culto! Amén.
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