Jesucristo
Sumo y Eterno
Sacerdote
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Pasó el sangriento valle de la muerte
(Laudes)
El sacerdocio de Jesús se consuma en el paso (Pascua) de la muerte al
Padre. Este tránsito, esta entrada celeste, es el gozne de la teología de
la Carta a los Hebreos. En nuestra contemplación bien podemos unir los
datos específicos de una teología sacerdotal con la visión del Jesús
pascual, matriz de todo el pensamiento de la Iglesia.
Mirad al Hombre: Ecce Homo! (Jn 19,5). Lo vemos como sacerdote entrando en
el santuario celeste, en la presencia del Padre. Pero ¡qué diferencia con
los sacerdotes antiguos! (estrofas segunda y tercera).
Jesús va al Padre “a través del velo” (Hb 10,20) y él mismo nos anuncia en
qué consiste su sacerdocio (estrofas cuarta y quinta).
Este Jesús que nos habla es Jesús Resucitado, el Jesús de las apariciones.
Mirad mis manos llenas, ved mis llagas: “Les mostró las llagas y el
costado” (Jn 20,20). Jesús glorioso con su sacerdocio abraza al mundo:
Mirad conmigo al mundo que yo abrazo. Los hombres son sus hermanos – “no
se avergüenza de llamarles hermanos” (Hb 2,11) – y él se ha entregado
sacerdotalmente para reunirlos a todos. Su sacerdocio está ejercido en la
Eucaristía: mirad mi bello cuerpo Eucaristía.
En la doxología confesamos a Cristo como trono de la gracia según la
expresión de Hb 4,16.
Pasó el sangriento valle de la muerte
y al alba se levanta embellecido;
¡mirad al
Hombre, ved al Sacerdote,
de gloria y blanca túnica vestido!
No llevas en tus manos la oblación,
cordero de inmolar en sacrificio;
¿adónde vas,
ministro consagrado,
sin víctima mortal para tu oficio?
No llevas el incienso perfumado,
no agitas el turíbulo encendido,
ni en agua de la fuente te has bañado,
según al sacerdote está prescrito.
Al Padre voy, pasando tras el velo,
bañado fui en la cruz de mi martirio;
mirad mis manos llenas, ved mis llagas,
la víctima escogida fui yo mismo.
Mirad conmigo al mundo que yo abrazo,
mirad a mis hermanos reunidos,
mirad mi bello cuerpo Eucaristía
y ved conmigo al Padre complacido.
¡Oh Cristo,
Sacerdote a quien miramos,
oh trono de la gracia al que acudimos,
a ti suban las laudes de la Iglesia,
cantando ya tu gloria por los siglos! Amén
Jerusalén, marzo 1985 (con motivo de mis XXV años de sacerdocio)
RUFINO MARÍA GRÁNDEZ (letra) – FIDEL AIZPURÚA (música), capuchinos,
Himnario de las Horas. Editorial Regina, Barcelona 1990, pp. 163-164.
(Para la música, véase el himno del Oficio de lectura).
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