ADVIENTO

Teología, Liturgia, Estética

(Carta de un poeta)

 

 

Querido hermano,

entrañable hermana:

 

¡Paz y Bien!

 

Aquí he depositado, en este Carro Celestial que es Mercabá, una treintena de himnos sobre el Adviento (34 por ahora), y me apetece mandarte esta carta. Porque, si has abierto este sitio, y lo has vuelto a abrir, es señal de que te han gustado estos versos, y que, por eso, estamos en sintonía, que de algún modo “empatizamos”. Ya te dije en mi Presentación (Autobiografía): Cuenta con mi invisible amistad. Como hay algo que nos une en la verdad de lo profundo, que es el amor a Jesús, desearía que supieras con más detalle por qué escribo, desde dónde escribo, y para qué escribo. Buena oportunidad el Adviento, que es la primera página de este Libro de Oro, que es la celebración del Amor en la asamblea cristiana. Lo que aquí expreso vale para este tiempo y para el resto del año.

Te diré, para empezar: Al principio fue el Domingo; del Domingo nació la Pascua; y de la Pascua la Navidad.

Fíjate en este detalle. Tres palabras distintas y un solo corazón. Adventus (que traduce al latín el griego Parousía, llegada, advenimiento, manifestación), Nativitas (traducido por Natividad, y simplificado en Navidad, y que puede traducir­se por Nacimiento), y Epiphania (del griego Epifaneia, Manifestación, Aparición) son tres palabras que remiten al mismo acontecimiento central: la manifestación de Dios en la historia, la entrada de Dios en la historia concreta. Es el misterio de la Encarnación, que tiene su máxima revelación en el Misterio Pascual de Cristo (muerte y resurrección de forma indivisa) y culmina en la Parusía. En Adviento, en Navidad, en Epifanía, estos tres tiemos sucesivos que vamos a iniciar, festejamos lo mismo: la aparición del Amor. “Apparuit (epephane) gratia Dei Salvatoris nostri omnibus hominibus" (Tt 2,11). Se “epifanizó” la gracia.

Ya ves, lo que en la Iglesia celebramos – por un lado o por otro, en esta fiesta o en la otra, en la Misa o en la Confesión… – es siempre lo mismo: el Amor de Dios, amor gratuito, Amor regalo, Amor que es la vida de mi Vida.

Con todo, la Iglesia, sin tratar de escindir el misterio, tiene una pedagogía, al destacar rasgos distintivos en Adviento, en Navidad, en Epifanía; y al celebrar la Cuaresma y la Pascua; y al celebrar el Tiempo Ordinario.

 

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Déjame ser un poquito Teólogo, para compartir contigo qué es “teológicamente” el Adviento, o, mejor dicho, cómo lo entiende quien esto escribe.

Yo pienso que todo arranca del Adviento de Jesús, o, si quieres, del Adviento de Dios en Jesús. Jesús de Nazaret salió de su aldea a predicar el Adviento de Dios, el Reino de Dios, el Evangelio de Dios, que es lo mismo que la Buena Nueva (Evangelio) de Dios. Es exactamente lo que nos enseñó en su oración al Padre: Adveniat Regnum tuum… Pero esto con un deseo que levantaba su ser entero. Jesús pasó su breve vida predicando y anhelando la Llegada de Dios, la Parusía del Padre. ¿Quién es Dios? El que viene, porque se muere de amor. Como si preguntáramos a Moisés junto a la Zarza ardiendo de Horeb: ¿Quién es Yahvéh? ¿Qué significa este Nombre? Es “El que es estando”, el que acompaña, el que asiste, el que vive amando…

Jesús, nuestro Hermano, nos dijo ciertas frases que nos ponían ante la inminencia de esta Venida, que, de todas maneras, daban el giro total y final de la Historia Humana, hasta el punto de decirnos: Estamos ya en el Adviento de Dios, ésta es la Hora irreversible, ésta es la Gracia…

Pero hay más: el Predicador de Galilea nos dijo que Él mismo sería el Protagonista del Adviento, que “vendría en Gloria con sus ángeles”. Había hecho de tal manera la Venida de Dios su propia Llegada o Adviento…, que el Adviento del Reino de Dios y su propio Adviento glorioso… eran lo mismo; no había dos Advientos…

Ni Moisés ni ningún Profeta habían tenido tal audacia. La Profecía terminaba donde Jesús empezaba, en ese borde último de la Historia humana: Dios es nuestra esperanza cierta, el Amor que acontece…

Esto es el Adviento. El devenir de la Humanidad está abocado al Adviento de Dios, en el Espíritu.

Hermana que me lees: yo soy (quiero ser) Profeta de ese Amor que nos quema. Entiende mis versos: es eso lo que quieren decir, aunque muy tenuamente balbuceen.

No raramente se observa un malentendido de Adviento, por ejemplo, en ciertos cantos que nos lo presentan como una simple preparación de Navidad, remitiendo su sentido a lo que ha de acontecer en Navidad: que venga la paz, que desaparezcan las desigualdades... Llega la Navidad, los regalos, ciertas obras benéficas...; y sigue la vida con su dureza, y, a veces, con problemas acumulados. Vuelve la noria cada año. )No crea esto una vivencia frustrante?

La gracia del Adviento se da no en Navidad, sino en Adviento: levantar el corazón a la sublime esperanza, que todo lo moviliza, es gracia del Adviento, el cual tiene sentido en sí mismo, sin negar que nos prepara a la fiesta que se acerca. Esa interiorización del Adviento para mí, en el aquí y ahora, eso, en comunión con toda la Iglesia, en conexión con la fuente del misterio pascual, que siempre es celebrado cuando celebramos al Hijo de Dios en la liturgia, eso es la gracia del Adviento.

      En suma, si me escuchas como a teólogo de libro y pizarra, puedo cifrar la espiritualidad del Adviento en estas tres claves, en esta triple referencia, escritas en el tablero:

      - El Adviento de Jesús y la gracia del Adviento para Jesús.

      - El Adviento de la santa Iglesia hoy y la gracia de este Adviento para la Iglesia.

      - El Adviento mío, dirigido yo, en mi marcha hacia el Misterio pascual, síntesis de mi vida y de mi muerte.

 

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Y ahora quiero ser también Liturgista, para compartir, del mismo modo, qué es “litúrgicamente” el Adviento.

Conoces, sin duda, este párrafo que lo habrás leído en los calendarios litúrgicos:

AEl tiempo de Adviento tiene una doble índole: es el tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es a la vez el tiempo en el que por este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos. Por estas dos razones el Adviento se, nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre@ (Misal Romano, Preámbu­los, Calendario Romano, 39).

Los teólogos de la liturgia han depurado el Adviento, llegando a esas expresiones que nos marcan la pauta de la espiritualidad genuina del Adviento. Quizás en mis párrafos anteriores yo me había situado en el Adviento primordial, el Adviento anunciado y vivido por Jesús, que es la matriz de todo Adviento.

Pues toda esta teología, escanciada de la revelación, adquiere unas formas, una artesanía de textos, que muy en breve recordaré. Cito a uno de los liturgistas artífices de la reforma, el sacerdote diocesano francés Pierre Jounel, 1914-2004 (su Misal del Vaticano II 1972, me parece una joya): “Las lecturas, preces y cánticos hacen notar el doble carácter del tiempo de Adviento que une armónicamente el ciclo litúrgico. La primera parte del Adviento (desde el domingo primero al 16 de diciembre) recuerda, en especial al principio, la segunda venida de Cristo. De este modo pasa a ser como una prolongación del final del Tiempo ordinario, que culmina con la solemnidad de Cristo Rey del universo. Los ocho días siguientes se ordenan más directamente a la preparación de la Navidad, y, en la misa de la noche del 24 de diciembre, se produce un tránsito, casi imperceptible, entre el tiempo de Adviento y el de Navidad” (Misal citado, I, p. 1). Los cuatro domingos, contemplados desde el Evangelio, cualquiera de los tres años (A, B, C) nos traen estos cuadros: el primero, la venida en gloria; el segundo, la figura del Precursor; el tercero, la alegría del Mesías; el cuarto, el misterio de María, Madre de la Encarnación.

Es bonito observar el despliegue de las lecturas: Isaías, Juan el Bautista, el Evangelio de la Infancia en los días inmediatos y posteriores a la Navidad.

Poesía y dulzura, belleza y consuelo son notas que dan un tono especial a las antífonas bíblicas del Adviento.

Y pasemos a los Himnos. Un liturgista me dirá que no es la variedad de composiciones lo que da la densidad al Adviento. Lo sé, lo acepto cordialmente… No es necesario cambiar cada domingo de himno… Totalmente de acuerdo. Pero ¿dónde está ese poeta que nos dé esas piezas, no diré inmortales, pero sí poemas que sean manantial de oración para siglos…? En tanto que no llega ese poeta…, yo voy añadiendo lo que puedo, por si vale…

 

***

 

Y ahora, hermano mío, hermana muy querida, que leéis estos versos, nacidos como un parto, desde el gemido, desde el anhelo, no sé cómo…, dejadme ser Poeta (que es lo mismo que Profeta de su Amor) abandonado en los brazos de la Belleza divina. ¡Oh, quién pudiera…!

Tengo en mis manos, emocionado de alegría, el Discurso a los Artistas que anteayer pronunciaba Benedicto XVI, en la Capilla Sixtina. Habían acudido unos 250 Discípulos de la Belleza, artistas de renombre internacional. Conmemoraba el décimo aniversario de la Carta a los Artistas de Juan Pablo II. E igualmente el 45 aniversario de cuando Pablo VI (Papa de mi juventud, para mí queridísimo) les hablaba a los Artistas, también en la Capilla Sixtina (7 mayo 1964). Conozco aquel discurso y tengo impresa para mí la Carta a los Artistas de Juan Pablo II. Son tres hitos de la historia actual de la Iglesia, la que ha seguido al Concilio. Terminaba su discurso el Papa Benedicto: Arrividerci! Que era como decirles: Queda pendiente nuestra próxima cita.

El Papa Pablo VI, cuya alma era tan santa cuanta estética, con aquella humildad que era la suya, les había dicho a los Artistas, antes de concluir el Concilio: Tenemos que reconciliarnos. La Iglesia y el Arte tenemos que avanzar juntos…

Y lo recuerda y repite Benedicto XVI, de quien podemos evocar aquella conferencia sobre la Belleza, enviada por escrito al Encuentro en Rímini en agosto de 2002, siendo Cardenal Ratzinger. AEs bien conocida la famosa pregunta de Dostoievski: *)Nos salvará la Belleza?+. Pero en la mayoría de los casos se olvida que Dostoievski se refiere aquí a la belleza redentora de Cristo. Debemos aprender a verlo. Si no lo conocemos simple­mente de palabra, sino que nos traspasa el dardo de su belleza paradójica, entonces empezamos a conocerlo de verdad, y no sólo de oídas. Entonces habremos encontrado la belleza de la Verdad, de la Verdad redentora. Nada puede acercarnos más a la Belleza, que es Cristo mismo, que el mundo de belleza que la fe ha creado y la luz que resplandece en el rostro de los santos, mediante la cual se vuelve visible su propia luz@. Sí, la Belleza salvará al mundo (Dostoievski, El Loco, V).

¿Dónde está pues la Belleza, la que aletea en la Poesía, la que es vuelo en la danza, la que es espíritu en la música, la que es luz en la pintura, la que es armonía en la arquitectura…? Esa belleza del rostro de Cristo quiere estar en la Liturgia… Me digo yo: La Liturgia hambrea la Belleza, como el Corazón – mi corazón – hambrea la Pureza.

Los iconógrafos pintaban en oración y ayuno, y acaso de rodillas… Yo, que quiero ser Poeta, cuando escribo un poema, trato de recogerme, y me pregunto, con la sinceridad que alcanzo: ¿Cuál es la Fe de la santa Iglesia? Y desde esa fe escribo… Quizás a la vuelta de años caen bajo mis ojos poemas que entonces escribí, y me sorprendo a mí mismo al ver tales aspiraciones. Pero mi respuesta es sumamente simple: Es que estaba cantando la Fe de la Iglesia…, es que quería ser un simple Oidor del Espíritu… Tenga el Señor misericordia.

Acceder con la palabra al misterio es como un acto cultual, un acto sacerdotal. Nos lo decía anteayer Benedicto XVI, citando a Pablo VI, que pedía ayuda a los artistas: "Y si nos faltara vuestra ayuda - seguía diciendo -, nuestro ministerio se haría balbuciente e incierto, y tendría necesidad de hacer un esfuerzo, diríamos, para ser artístico en sí mismo, es más, convertirse en profético. Para alcanzar la fuerza de la expresión lírica de la belleza intuitiva, necesitaría hacer coincidir el sacerdocio con el arte".

Hacer exégesis de la Escritura es una obra divina, que un doctorado, de por sí, no te lo da. Atreverse a hacer poesía para la Liturgia – hermano, hermana del alma – es igual.

Roguemos por los poetas, para que Dios purifique su corazón de toda vanidad, de toda propiedad, de toda impureza, y, lleno de sabiduría celestial, puedan cantar a Dios, como Jesús, Poeta de las Bienaventuranzas.

Quería que supieras esto, y por eso me impulsaba el escribirlo.

Recibe mi amor y respeto, mi ternura y consideración, con un abrazo

 

Puebla de los Ángeles (México), solemnidad de Jesucristo, Rey del universo 2009.

 

Rufino María Grández Lecumberri

sacerdote del Señor

hermano menor capuchino.