EL AÑO LITÚRGICO
ADVIENTO

P. Rufino María Grández, ofmcap.

 

Himnos de Adviento


Hora intermedia 1 (Tercia)


Por obra del Espíritu divino


Evocamos el misterio de la Encarnación, del cual profesamos en el Credo: et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine. Por causa de la Encarnación del Verbo la maternidad de María y su santa virginidad son un mismo misterio. Y es también un mismo misterio el de la concepción en su corazón (o en su mente) y el de la concepción en su cuerpo. No podemos escindir el misterio trinitario que reside en María por la Encarnación: todo es belleza, unidad, espíritu y carne.

Por otra parte María, reflejo de Dios, es efigie de la Iglesia. La Iglesia es Virgen y es Madre como María. Se expresa así el Concilio: “también ella (la Iglesia) es hecha Madre por la palabra de Dios fielmente recibida: en efecto, por la predicación y el bautismo engendra para la vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y también ella es virgen que custodia pura e íntegramente la fe prometida al Esposo, e imitando a la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo conserva virginalmente la fe íntegra, la sólida esperanza, la sincera caridad” (Lumen gentium, 64).


Por obra del Espíritu divino
el Verbo se hizo carne en una Virgen;
por obra del Espíritu la Iglesia
es Virgen fiel y Madre que concibe.

María concibió en el corazón
y en carne sin pecado, pura y libre,
y el mundo se llenó de Dios por ella;
¡dichosa tú y nosotros, pues creíste!

¡Jesús Mesías, dado por María,
deseo ardiente y súplica de humildes,
nosotros te alabamos, te esperamos:
no tardes en venir por los que gimen! Amén.


Año 1985
 


 

Hora intermedia 2 (Sexta)

La espera que es de Dios a Dios nos lleva


Es hermoso y entrañable traer en Adviento a nuestro recuerdo a aquellos dos santos ancianos, Simeón y Ana. ¿Quiénes son Simeón y Ana? Los humildes…, los que esperan… Son anticipadamente hijos de las Bienaventuranzas de Jesús. “Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo” (Lc 2,25). Ana, la que moraba junto al Templo, es otra que vive en la esperanza: “alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” (Lc 2,38).

Este es, pues, un himno construido en torno a la esperanza, recordando el entorno de Jesús, y para que nosotros vivamos de la esperanza, pan del pobre. ¡Dichosos los que esperan, porque esas esperanza no ha de quedar defraudada!


La espera que es de Dios a Dios nos lleva,
estrella que él enciende a él nos guía;
con Ana y Simeón, con los humildes,
nosotros esperamos su venida.

Floridas esperanzas, pan del pobre
que nada tiene y al cielo mira,
(qué dulce es esperar en la promesa,
si Dios amor es él la garantía!

¡Oh Padre Dios, mayor que los deseos,
que siembras esperanzas que germinan,
nosotros expectantes te alabamos,
oh, colma con Jesús nuestra alegría! Amén

Año 1985


 

Hora intermedia 3 (Nona)


Jamás pudiera el hombre con su historia


Es muy saludable este sencillo pensamiento: el hombre nunca puede estar a punto de Encarnación del Verbo, como si la venida de Dios a la tierra fuera la desembocadura de las fuerzas internas de la historia. La Encarnación dejaría de ser don. (Y, entre paréntesis, cuando nosotros nos “preparamos” para la Navidad, para la Pascua…, jamás podremos estar del todo preparados, como si nosotros nos mereciéramos esos misterios. Dejarían de ser don y pura gracia de Dios. Navidad es Navidad y Pascua es Pascua no porque yo me haya preparado; Dios me regala su Navidad y su Pascua).

No es el hombre el que alcanza a Dios, sino Dios el que alcanza al hombre. Y, con todo, la Biblia, como Historia salutis, es la pedagogía de la preparación: Dios se iba abriendo camino, por la Ley y los Profetas, hasta llegar a la Virgen María. Esto es lo que cantamos.


Jamás pudiera el hombre con su historia
estar a la sazón de un Dios humano;
los siglos Dios los hizo, Dios los llena,
y cuando diga Dios, vendrá encarnado.

Mas quiso Dios y quiso desde siempre
y dulce y suavemente nos fue dando
la Ley y los Profetas y plegarias
y en una Madre todo fue acabado.

¡Oh Padre Dios, amigo de los hombres,
de excelso amor, más grande que el pecado,
eternamente gracias por tu Hijo,
que tú nos diste, don de tu regazo! Amén.


Año 1985

Nota para los tres Himnos de la Hora Intermedia. Estos himnos, publicados en la revista Oración de la Horas (para Navidad de1985), pueden intercambiarse.