Himnos de Adviento
Días feriales - 6
La gloria
y luz del Juicio de la Historia
En uno de las partes de la carta encíclica recién publicada, Spe salvi,
(30 de noviembre de 2007) el Papa habla con profusión, entre los lugares
de la esperanza, de El Juicio como lugar de aprendizaje y ejercicio de
la esperanza (nn. 41-48).
"42. En la época moderna, la idea del Juicio final se ha desvaído: la
fe cristiana se entiende y orienta sobre todo hacia la salvación personal
del alma; la reflexión sobre la historia universal, en cambio, está
dominada en gran parte por la idea del progreso. Pero el contenido
fundamental de la espera del Juicio no es que haya simplemente
desaparecido, sino que ahora asume una forma totalmente diferente.
El
ateísmo de los siglos XIX y XX, por sus raíces y finalidad, es un
moralismo, una protesta contra las injusticias del mundo y de la historia
universal. Un mundo en el que hay tanta injusticia, tanto sufrimiento de
los inocentes y tanto cinismo del poder, no puede ser obra de un Dios
bueno. El Dios que tuviera la responsabilidad de un mundo así no sería un
Dios justo y menos aún un Dios bueno. Hay que contestar este Dios
precisamente en nombre de la moral. Y puesto que no hay un Dios que crea
justicia, parece que ahora es el hombre mismo quien está llamado a
establecer la justicia.
Ahora
bien, si ante el sufrimiento de este mundo es comprensible la protesta
contra Dios, la pretensión de que la humanidad pueda y deba hacer lo que
ningún Dios hace ni es capaz de hacer, es presuntuosa e intrínsecamente
falsa. Si de esta premisa se han derivado las más grandes crueldades y
violaciones de la justicia, no es fruto de la casualidad, sino que se
funda en la falsedad intrínseca de esta pretensión. Un mundo que tiene que
crear su justicia por sí mismo es un mundo sin esperanza. Nadie ni nada
responde del sufrimiento de los siglos. Nadie ni nada garantiza que el
cinismo del poder bajo cualquier seductor revestimiento ideológico que se
presente no siga mangoneando en el mundo. Así, los grandes pensadores de
la escuela de Francfort, Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, han criticado
tanto el ateísmo como el teísmo. Horkheimer ha excluido radicalmente que
pueda encontrarse algún sucedáneo inmanente de Dios, pero rechazando al
mismo tiempo también la imagen del Dios bueno y justo" (Spe salvi,
42).
El Papa nos habla también de la purificación final, que no ha de
concebirse como un tiempo cronológico, sino como un momento esencial, que
es el encuentro con la verdad de Cristo: "Algunos teólogos recientes
piensan que el fuego que arde, y que a la vez salva, es Cristo mismo, el
Juez y Salvador. El encuentro con Él es el acto decisivo del Juicio. Ante
su mirada, toda falsedad se deshace. Es el encuentro con Él lo que,
quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente
nosotros mismos" (Spe salvi, 47).
Con este
espíritu queremos celebrar litúrgicamente, ya ahora, el Juicio de Dios.
La gloria y luz del
Juicio de la Historia
queremos celebrar, oh Juez de jueces;
tu Juicio Universal, nuestra esperanza,
revelación final de vida y muerte.
Ya toda la verdad es evidencia,
y en tu divino Rostro resplandece:
y tú has de ser, oh Cristo, salvación
y fuego de pureza incandescente.
Tus ojos han de ser misericordia,
que al siervo le darán tus parabienes;
serás el bien invicto contra el mal,
serás Razón que desde dentro emerge.
Serás, Jesús, sentido de ti mismo,
serás la consistencia de los seres:
serás principio y fin y el mundo nuevo,
misterio y filiación que todo excede.
¡Oh Cristo Dios, espera y esperanza,
oh Faro de la Fe, que siempre crece:
que venga ya tu reino y tu reinado,
y en tu triunfante amor por siempre reines! Amén.
Adviento, 2007
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