Himnos de Adviento
Días feriales
- 2
No
envíes mensajero
(Sobre Ex 33,3.15)
Evocamos aquella escena estremecedora del Éxodo en que Moisés, tras el
pecado del pueblo, porfía con Dios para que Dios no envíe ángel mensajero,
sino que venga él mismo:
“... Enviaré delante de ti un ángel y expulsaré al cananeo, al amorreo, al
hitita, al perizita, al jivita y al jebuseo. Sube a una tierra que mana
leche y miel; que yo no subiré contigo, pues eres un pueblo de dura
cerviz; no sea que te destruya en el camino.
- ... Yo mismo iré contigo y te daré descanso.
- Si no vienes tú mismo, no nos hagas partir de aquí” (Ex 33, 2. 14-15).
Desde
esta escena apasionada elevamos el clamor de toda la humanidad: No
envíes mensajero, ven tú mismo. Y lo repetimos: Por eso, ven tú
mismo..., mas tú, tan sólo tú...
Infinita es nuestra audacia. Mas ocurre que cantamos estos acontecimientos
después de haber conocido el misterio de la Encarnación. Podemos, por
tanto, avanzar en el centro del misterio: O envíanos tu propio corazón
/ mandando al Unigénito del alba.
Esto
es el himno que queremos pronunciarlo como oración ardiente.
No envíes mensajero,
ven tú mismo,
no mandes a tu Ángel en campaña;
no otorgues protector ni des a nadie
el mando y el consuelo de tu vara.
Tu Gloria abrasa, quema los pecados;
y somos todos dignos de tu llama;
mas eres Padre, pródigo en perdones,
y más glorioso cuanto más agracias.
Por eso, ven tú mismo, Padre Santo,
y muestra entre nosotros tu llegada;
levántanos, condúcenos, corrígenos,
mas tú, tan sólo tú, con mano blanda.
O envíanos tu propio corazón
mandando al Unigénito del alba,
a aquel que viene y entra hasta la médula
y nunca por venir de ti se aparta.
Que venga el Verbo y haga su aposento
en todo gozo, en toda pena y lágrima;
y sea nuestra crónica y camino
su historia verdadera y cotidiana.
¡Oh Padre que mandaste a Jesucristo,
nacido del amor de tus entrañas,
envíanos con él, a gloria tuya,
el don de tu ternura y tu alabanza! Amén
(Himnos sobre el Éxodo, año 1990).
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