EL AÑO LITÚRGICO
ADVIENTO

P. Rufino María Grández, ofmcap.

 

 Himnos de Adviento

Días feriales - 14


Jesús, hermano y guía en el Espíritu


He aquí un himno cristológico, que considera que la raíz y la matriz del Adviento. El Adviento ha de ser para nosotros, ante todo, el Adviento que vivió Jesús. Jesús, definido como el “todo para los otros”, es, por encima de cualquier otra cosa, el “todo de Dios para Dios”; es “el anhelo de Dios”, “el defensor de Dios”, “el ser de la esperanza en Dios”. Su vida, descentrada de sí mismo (si así pudiéramos hablar), se centra en Dios y allí la plena unidad consigo y con el mundo; más exactamente, “se concentra” en Dios. Su vida, que abraza al mundo, es esencialmente y permanentemente “apertura a Dios”. El Reino es la pasión de su vida, su predicación, su esperanza. Y es lo que ha contagiado a su Iglesia. La Oración del Señor es la oración escatológica por excelencia, una escatología que en las fibras del ser, Jesús la vive como irrupción inminente, pues pertenece a la esencia de Dios el ser “Dios presente” en la Historia, Dios Creador en la Historia, Dios forma y dinamismo en la Historia.

Jesús nos ha enseñado a orar:
Padre, santifica tu Nombre (santificetur nomen tuum, un “pasivo divino”, dicen los exegetas, que puede ser convertido en activo: Dios es el agente de su propia “santificación” en el mundo y la historia).

Padre, trae tu Reino.

Padre, haz operante tu Voluntad, ya, aquí en la tierra, como la estás haciendo en el cielo.

El “cielo rasgado” es una vieja aspiración de los profetas (Is 63,19), que se ve cumplida en el Bautismo del Señor (Mc 1,10 )
Podríamos acaso poner el Bautismo de Jesús como el inicio del Adviento; y su Pascua, desde la Resurrección (y antes: desde la Cena, desde la Entrada mesiánica en su ciudad santa de Jerusalén) hasta hoy.


Jesús, hermano y guía en el Espíritu,
oído al corazón del Padre bueno:
radiante el rostro, cálida la espera,
pedías con pasión su pronto Adviento.

Que Dios implante, Santo, su presencia,
se rasgue el cielo y vénganos su Reino;
y cúmplase la voz de los Profetas,
y acabe ya el fin de este destierro.

Pusiste tu cobijo en la esperanza
viviste en profecía hasta el extremo,
y Dios era tu casa y tu vestido,
tu pan, tu voz, tus ojos y tu aliento.

Y tanto, Hijo del hombre, tú pedías
su gloria, su perdón y advenimiento,
que el Padre te escuchó, a ti inclinado:
que fueras tú su Signo verdadero.

Te viste a ti avanzar entre las nubes,
cual Rey de reyes, Rey del universo
Jesús, Hijo del hombre, clementísimo,
Señor de las naciones y los pueblos.

¡Glorioso Adviento, Cristo, de tu Padre,
a ti, exaltado en cruz, nos acogemos:
que seas tú la amable Parusía,
pues eres nuestro único trofeo! Amén.

Diciembre 2006