ADVIENTO
Común de Adviento
La sed de inmortalidad
Jesús “creyó” (dígase, si no, esperó) en su propio Adviento y lo
identificó con el Adviento de Dios. No hay dos Advientos: el del Padre y
el del Hijo; es un solo Adviento. Y es simultáneamente el Adviento del
Espíritu. El Adviento es la palabra final de la Trinidad en el mundo. Y en
ese Adviento yo entraré. Será mi propio Adviento.
Mas ¿cómo será esto? Dios lo sabe; Dios lo hará, y no hace falta preguntar
más.
Pero reflexionemos también que el Adviento lo llevamos dentro. Es la sed
de inmortalidad con la que hemos nacido, y que se agudiza cuando vemos –
como el salmista – el triunfo de la injusticia en el mundo. (En México, en
donde escribo, más de 10000 asesinatos hasta el momento este año de 2010
por la iniquidad del narcotráfico). ¡No puede ser así…, no se vale…, no
todo es lo mismo…! La verdad, la santidad, el amor tienen que tener la
última palabra; y el pecado tiene que ser eternamente aniquilado.
El Adviento es un misterio de redención. Reflexionemos, oremos.
1. La sed de inmortalidad
que del alma adentro mana
me anuncia que hay un mañana
que ha de ser total verdad.
2. Y eres Tú, Jesús amado,
mi futuro advenimiento,
la gloria del sufrimiento,
la victoria del pecado.
3. Eres Tú, del mundo entero
juicio de Dios Redentor
vida y razón del amor,
triunfo alzado en el madero.
4. Es el Adviento la fe
de una venida radiante,
la esperanza del amante
que ve cuando nadie ve.
5. Lo corruptible se pasa,
la paja se quema y arde,
y al examen de la tarde
solo el amor halla casa.
6. Luz bienhechora de Adviento,
que enciendes nuestras pupilas,
esparce en olas tranquilas
tu presencia y sacramento.
7. ¡Tú, Jesús, Hijo adorado
que anunciaste tu venida,
prepáranos tu acogida,
danos paso a tu reinado! Amén.
Puebla de los Ángeles, Primeras Vísperas de Adviento,
27 noviembre 2010.
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