Capítulo 4

La comida

 

Es tan natural la inclinación del hombre a buscar el placer en la bebida y en la comida que san Pablo, al exhortar a los cristianos a que realicen todas sus acciones por amor y para gloria de Dios, se ha creído obligado a explicitar concretamente la de beber y comer, porque es difícil comer sin ofender a Dios, y la mayoría de los hombres comen como animales y para satisfacerse.

Y, con todo, no se opone menos a la educación que a las reglas del Evangelio el manifestar que está uno apegado a beber y a comer; lo que sería, según expresión de san Pablo, poner su gloria en lo que debe sernos motivo de confusión. Por eso es propio del hombre sensato hablar poco de esta acción y de lo que a ella se refiere; y cuando se está obligado a hablar del tema debe hacerse con parquedad y circunspección, de modo que se vea que no hay afición alguna a ello y que en modo alguno se rebusca el mejor paladar. No es adecuado ni distinguido hablar con encomio de un banquete o festín en el que se ha tomado parte o al que uno ha sido invitado, ni complacerse en relatar lo que se ha comido o lo que se piensa comer.

Uno de los mayores reproches, y de los más injuriosos, que los judíos pudieron hacer, aunque injustamente, a Nuestro Señor Jesucristo es el de que le gustaba el vino y la buena comida: es también uno de los más sensibles que se pueda hacer a un hombre honrado, y con motivo: porque nada indica mejor la bajeza de un espíritu, y el primer efecto de los excesos de la boca es, según la palabra de Jesucristo, que entorpecen el corazón, y la consecuencia del exceso del vino, según san Pablo, es que conduce a la impureza.

Nada hay tan contrario al buen sentir que tener permanentemente en casa la mesa puesta, pues da a entender que no se toma nada tan a pechos y que no se piensa más que en llenar el vientre, y en hacerlo su dios, como dice san Pablo. En efecto, esta mesa constantemente dispuesta, es como un altar continuamente dispuesto para ofrecerle carnes, que son las víctimas que se le sacrifican.

No es menos indecoroso comer y beber a todas horas, y el estar siempre dispuesto a hacerlo huele a tragón y beodo. Al contrario, corresponde a un hombre prudente y ordenado el regular de tal modo la hora y el número de sus comidas que sólo un asunto urgente y extraordinario pueda hacerle cambiar el momento, o que el tener que acompañar a alguna persona que no se esperaba le haga comer a deshora.

Hay gente que todos los días, o por lo menos frecuentemente, tienen citas con sus amigos para comer o merendar juntos y en esta especie de comidas comen y beben con exceso. Todo cristiano que quiera llevar una vida regulada debe desprenderse de esta clase de compañías.

La práctica más corriente entre las gentes bien educadas, cuando desayunan, es tomar un trozo de pan y beber un vaso o dos: fuera de esto, hay que contentarse con la comida y la cena, según acostumbran los hombres sensatos y bien ordenados, quienes creen que estas dos comidas son suficientes para satisfacer las necesidades de la naturaleza.

Es contrario a la urbanidad y huele a aldeano, ofrecer bebida a los que nos visitan, e insistir, a menos que se trate de alguien que llega acalorado del campo y tiene necesidad de un pequeño refrigerio. Si sucede que alguien nos invita fuera de esta necesidad, no debemos aceptar, y excusarnos lo más cumplidamente posible.

En lo tocante a banquetes, la urbanidad exige a veces el organizarlos o participar en ellos; pero no debe hacerse sino muy raramente y como por necesidad. Esto nos quiere hacer entender san Pablo, cuando nos dice que no debemos vivir banqueteando: quiere también que los festines no sean ni espléndidos ni disolutos; es decir, que no supongan demasiada abundancia y variedad de viandas y que no se cometan excesos: en lo cual las reglas de la urbanidad se ponen de acuerdo con las de la moral cristiana, de la que nunca nos está permitido alejarnos, ni siquiera por complacencia o condescendencia con el prójimo, ya que sería caridad mal ordenada y puro respeto humano.

 

Artículo 1

 

Cosas que deben hacerse antes de comer: lavarse las manos, bendición de la mesa y modo de sentarse a ella

 

Las buenas costumbres piden que, un poco antes de tomar las comidas, uno se lave las manos, se bendigan los alimentos y se siente a la mesa. Indican también cómo realizar bien estas acciones.

Aunque, como dice Nuestro Señor en el Evangelio, el comer sin lavarse las manos no mancha al hombre, es decoroso no sentarse nunca a comer sin haberlo hecho. Es incluso una práctica que ha estado siempre en uso; y si Nuestro Señor lo critica en los judíos, es porque se aferraban a ella tan escrupulosamente que creían cometer una falta considerable si no se lavaban 4 veces las manos antes de comer e incluso las lavaban varias veces, por temor de estar sucios, si tocaban algún alimento con manos por poco impuras que fueran, mientras que no temían ensuciarse con los numerosos crímenes que cometían; por lo tanto Jesucristo no ha censurado en absoluto esta práctica, no ha condenado más que el exceso.

El orden que se debe observar para el lavado de las manos es el hacerlo según el rango que se tiene en la familia; o si se come en compañía, según el rango que se tenga entre los invitados.

El uso más común, cuando se está con personas más o menos iguales, es de hacerse algunas deferencias mutuas, antes de lavárselas manos, pero sin hacer demasiadas ceremonias para esto, y lavárselas casi todos a la vez.

Si hay una o varias personas distinguidas en el grupo, no hay que acercarse en absoluto al lavabo para lavarse las manos, hasta que ellas hayan lavado las suyas; si, con todo, una persona superior nos toma la mano y nos pide lavarnos con ella, sería descortesía oponerle resistencia.

Al lavarse las manos hay que abajarse al menos un poco, para no ensuciarse los vestidos y procurar no salpicar a nadie con el agua.

Es descortés hacer mucho ruido con las manos, frotándose enérgicamente, sobre todo cuando se está en compañía; y si se llegase a tener las manos muy sucias, sería conveniente tomar la precaución de lavarlas a solas en otra parte, antes de lavarlas con los demás.

Si la persona que ofrece el agua merece algún honor, hay que hacerle alguna reverencia; y no se debe omitir, después de haber tomado el agua, indicar que lo servido es suficiente.

Cuando no hay nadie para usar la toalla, está bien tomarla apenas se ha lavado uno; es fino, antes de secarse, ofrecerla a los que se han lavado antes que nosotros o con nosotros, anticipándose a ellos en esto; no debe permitirse que la toalla quede en las manos de una persona de calidad, o simplemente superior; más bien hay que aguantársela teniéndola por un extremo, hasta que esta persona esté servida.

Hay que poner cuidado, al enjugarse las manos, de no molestar a nadie y de no mojar tanto la toalla que los demás ya no puedan encontrar una parte limpia donde secar sus manos. Por esto es educado no usar más que una parte de la toalla o paño puesto al efecto.

Una vez se hayan lavado todos las manos, deben ponerse alrededor de la mesa y esperar en pie y descubiertos, con gran modestia, hasta que hayan bendecido los manjares.

Es muy deseducado entre cristianos ponerse a la mesa para comer, antes que los alimentos están bendecidos por alguno del grupo. Jesucristo, que debe ser nuestro modelo en todas las cosas, tuvo por práctica en sus comidas, según cuenta el santo Evangelio, bendecir lo que estaba preparado para su comida y la de los que le acompañaban; hacerlo de otro modo es hacerlo como los animales.

Cuando hay algún eclesiástico en la reunión, es deber suyo dar la bendición; y sería una injuria a su carácter si un laico, cualquiera que fuese su categoría, osara tratar de bendecir los alimentos en su presencia: sería también infringir los antiguos cánones, que prohíben incluso a un diácono, y con mayor razón a un laico, el bendecir en presencia de un sacerdote.

Si no hay eclesiástico entre los invitados, corresponde al jefe de la familia, o al dueño de la casa, o a la persona que tenga alguna importancia por encima de las demás; no sentaría bien con todo que una mujer lo hiciera en presencia de uno o varios hombres. Cuando hay algún niño presente, sucede a menudo que se le confía el ejercicio de esta función; otras veces incluso, cuando nadie quiere bendecir las viandas en alta voz, cada invitado lo hace en particular y en voz baja, cosa que no debería suceder nunca.

Una vez terminada la bendición, la cortesía quiere que se observe lo que Nuestro Señor ordena en el santo Evangelio, que es el ponerse en la última plaza y en el último extremo de la mesa, o esperar a que nos den un puesto; y es muy descortés en personas que no sean distinguidas por su categoría, el colocarse los primeros, o coger los primeros puestos. En cuanto a los niños, no deben sentarse hasta que todos los demás estén colocados. Al sentarse, debe tenerse la cabeza descubierta y no cubrirse hasta que se esté ya sentado, y las personas de mayor consideración se hayan cubierto.

Quiere la cortesía que al estar sentado a la mesa se mantenga uno derecho sobre su asiento, y que cuide uno de no recostarse sobre la mesa, ni apoyarse en ella deseducadamente: no es cortés alejarse tanto de la mesa que no se la pueda alcanzar, o acercarse tanto que se la toque: sobre todo, no hay que poner nunca los codos sobre la mesa, pero hay que estar colocado de modo que no se ponga encima más que los puños.

Uno de los principales cuidados que se deben tener en la mesa es el de no molestar a nadie, con los brazos o con los pies; por tal motivo no se deben extender ni separar los brazos ni las piernas, ni empujar con el codo a los que estén próximos: y si acontece que se esté demasiado apretado, es bueno retirarse un poco hacia atrás, para estar más libre; debe uno incluso apretujarse y molestarse para favorecer a los otros.

 

Artículo 2

Cosas que deben utilizarse cuando se está en la mesa

 

En la mesa debe uno servirse de una servilleta, un plato, el cuchillo, la cuchara y el tenedor, y sería deseducado prescindir de alguna de tales cosas al comer.

La persona más calificada del grupo despliega la primera su servilleta, las otras deben esperarle para desplegar la suya. Cuando las personas son más o menos iguales, la despliegan al mismo tiempo, sin ceremonia.

Al desplegar la servilleta hay que extenderla bien sobre los vestidos, para no estropearlos al comer, y es conveniente que cubra los vestidos hasta el pecho.

Es descortés usar la servilleta para secarse la cara; lo es más todavía frotarse los dientes con ella; y sería una de las mayores groserías servirse de ella para sonarse. También es una vulgaridad limpiar los platos y fuentes con la servilleta.

El uso que se puede y se debe hacer de la servilleta es el limpiarse la boca, los labios y los dedos.

Cuando están grasientos, para limpiar el cuchillo antes de cortar el pan, y la cuchara y el tenedor después de haberse servido de ellos.

Cuando los dedos están muy grasientos es conveniente pasarles primero un trocito de pan, que se dejará enseguida en el plato, antes de enjugarlos con la servilleta, para no ensuciarla demasiado y no dejarla asquerosa.

Es propio de maleducados lamer la cuchara, el tenedor o el cuchillo cuando están sucios; no es nada cortés limpiarlos, lo mismo que cualquier otra cosa, con el mantel; en éstas y otras ocasiones se debe utilizar la servilleta. Y en cuanto al mantel, hay que procurar tenerlo siempre muy limpio y no dejar caer sobre él ni agua, ni vino, ni salsa, ni carne, ni nada que pueda ensuciarlo.

Después de desplegar la servilleta, se debe procurar tener el plato delante de sí; y que el cuchillo, el tenedor y la cuchara estén a mano derecha, a fin de que puedan ser tomados fácil y cómodamente.

Cuando el plato está sucio, hay que guardarse de rebañarlo con la cuchara o el tenedor para limpiarlo, y menos de pasar los dedos por el plato o por el fondo de alguna fuente, lo que es muy feo; se deberá, o no tocarlo, o, si existe la posibilidad, hacer que lo retiren y traigan otro.

Cuando se retiran o cambian los platos, hay que dejar hacer a la persona que se ocupa de estos menesteres, sin discutir con ella y sin enviarla a otra persona de más categoría: hay que dejar que retiren los platos, sin decir nada, y recibir el que nos presenten.

Si sucede, sin embargo, que al cambiar los platos, le sirvan a uno antes que a una persona que le es superior, o si no se da bastante pronto un plato a dicha persona, hay que presentarles entonces el propio y dárselo, con tal de que no haya sido usado aún.

No se debe, estando en la mesa, tener continuamente el cuchillo en la mano; basta tomarlo en el momento de usarlo.

Es muy descortés llevar un trozo de pan a la boca teniendo el cuchillo en la mano; lo es más llevarlo con la punta del cuchillo: lo mismo debe observarse al comer manzanas, peras u otras frutas.

Va contra la buena crianza coger el tenedor o la cuchara con toda la mano, como se agarra un bastón; al revés, hay que sostenerlos entre el pulgar y el índice.

No se deben tomar nunca con la mano izquierda cuando se los lleva a la boca.

No está permitido lamerlos después de comer su contenido; debe tomarse limpiamente lo que haya en ellos, dejando lo menos posible.

Cuando se toma la sopa u otra cosa, con la cuchara, no hay que llenarla demasiado, por temor de que caiga algo sobre la ropa o sobre el mantel, y por ser de glotones; al retirar la cuchara de la escudilla, de la fuente o del plato, hay que hacerla deslizar ligeramente sobre el borde para que caigan las gotas de caldo que pudieran quedar debajo de la misma.

No ha de utilizarse el tenedor para llevar a la boca cosas líquidas o que puedan derramarse; para esto está la cuchara.

Es correcto servirse del tenedor para llevar la carne a la boca; pues la cortesía no permite tocar algo grasiento con los dedos, ni las salsas, ni el jarabe; y si alguien lo hiciera, no podría evitar el cometer enseguida otras varias descortesías, como por ejemplo, enjugar repetidas veces sus dedos con la servilleta ensuciándola mucho, o limpiarlos con pan, lo que sería deseducado, o lamerse los dedos, lo cual no puede estar permitido a una persona bien nacida y educada.

Si se desea devolver una cuchara, tenedor o cuchillo a alguien que nos lo hubiese prestado por alguna necesidad, es conveniente limpiarlos bien con la servilleta, a menos que se den a un sirviente para lavarlos al aparador: luego hay que disponerlos sobre un plato limpio, para presentarlos a la persona de quien se habían recibido.

 

Artículo 3

Manera como se debe invitar, pedir, dar, recibir o tomar, estando en la mesa

 

No es conveniente que cada uno se meta a instar a los demás a comer, estando en la mesa; le toca al dueño o a la señora de la casa hacerlo, los otros no deben tomarse esta libertad. Puede hacerse de dos modos: 1º Por palabras, con toda naturalidad. 2º Presentando alimentos que se sabe son o pueden ser del gusto de las personas a las que se sirve.

Cuando se sirve de comer a ciertas personas, hay que cuidase de invitarlas y animarlas de cuando en cuando a comer, y hacerlo con rostro y aire alegres, que persuadan a los invitados de que se les atiende muy a gusto; no se debe con todo, hacerlo demasiadas veces, ni con demasiada insistencia, lo que sería inoportuno y molesto a los otros.

También se puede invitar a beber, con tal que sea sincera y moderadamente, y sin forzar. Hay que guardarse mucho, dice el Sabio, de incitar a los aficionados a la bebida, porque el vino ha perdido a muchos; es vergonzoso y bochornoso a un mismo tiempo, ver a una persona que se haya dejado arrastrar por la intemperancia y el exceso del vino.

Parece que sería mejor y más conforme a las buenas maneras cristianas, el no invitar a nadie a comer más que sirviéndole los manjares en su plato, y no incitar a nadie a beber, procurando solamente que se sirva de cuando en cuando a los que están en la mesa, caso de que se abstengan de pedir.

Es señal de glotonería pedir en la mesa lo que más agrada; y es descortesía grosera pedir el trozo mejor.

Si el que sirve las viandas pide qué se desea, ordinariamente se responderá: lo que le parezca, sin pedir nunca nada en particular. Se puede, con todo, pedir un alimento con preferencia a otros, con tal de que no sea exquisito o extraordinario, ni se trate de una golosina; con todo es mucho mejor no pedir absolutamente nada, ya sirviéndose uno mismo, ya esperando que nos sirvan.

Cuando otro presenta comida y ya no se quiere tomar más, hay que agradecerle sencillamente dándole a entender que no se tiene ya necesidad de nada más.

Así como es descortés pedir algo en la mesa, es educado recibir todo lo que se presente, aunque se tuviera repugnancia en comerlo: tampoco hay que mostrar nunca que cuesta mucho comer alguna cosa que esté sobre la mesa, y es contrario a la buena crianza decirlo. Esta clase de repugnancias, no siendo a menudo sino imaginarias, pueden corregirse fácilmente, si quiere uno esforzarse un poco, sobre todo cuando se es joven; y un modo, sin duda bastante fácil, de hacerlo sería pasar hambre unos días; ya que el hambre lo hace encontrar todo bueno, y a menudo cosas que una persona no puede resolverse a comer cuando no tiene hambre, las encuentra deliciosas cuando la tiene. Hay que procurar asimismo no rebuscar tanto las propias apetencias; es más, tanto como sea posible, hay que acostumbrarse a comer de todo y para esto hacerse servir alimentos a los que se tenga repugnancia, sobre todo después de haber pasado algún tiempo sin comer. A menos de tomar esta clase de precauciones, se pone uno, cuando está en la mesa, en estado de ser bien molesto a los otros, sobre todo a los que dan de comer.

Si la repugnancia por las cosas servidas es tan grande que no se pueda vencer, no debe rehusarse por esto lo que se presenta; pero después de haberlo recibido con sencillez, sin aparentar nada, hay que dejarlo en el plato, y cuando los demás no presten atención, hacer retirar lo que no se habrá podido comer.

Si lo que se sirve en la mesa es algo líquido o grasiento, no hay que recibirlo en la mano; pero es decoroso presentar el plato con la mano izquierda, teniendo el cuchillo o el tenedor en la derecha para apoyar lo servido en caso de necesidad: hay que recibir entonces con agradecimiento lo presentado acercando el plato a la boca como para besarlo, haciendo al mismo tiempo una pequeña inclinación.

Cuando alguien distribuye carne cortada, es descortés tender el plato con precipitación, para ser servido de los primeros; es señal y efecto de gran glotonería; hay que esperar que el que sirve ofrezca, y entonces tender el plato para recibir lo presentado. Si, con todo, el que sirve pasa el turno de alguien que está por encima de nosotros, es bueno excusarnos de tomar lo que se ofrece; pero si uno es apremiado a tomarlo, deberá presentarlo inmediatamente por sí mismo a la persona que ha sido pasada, o a la persona más importante a no ser que fuera ella misma la que presentó.

Si la persona que presenta es superior, o más calificada, hay que descubrirse sólo la primera vez que presenta algo, y no hacerlo ya más.

El pan, la fruta, las grageas, los huevos frescos y las ostras en su concha pueden recibirse en la mano; y no se deben tomar entonces estas cosas más que besando la mano, y tenderla para comodidad de la persona que las presenta.

 

Artículo 4

Manera de cortar y servir las carnes y de servirse a sí mismo

 

Es muy descortés tomarse el trabajo de cortar la carne y servirla, cuando se está en la mesa de una persona superior, a menos que lo pida ella, aun cuando sea uno perfectamente capaz de hacerlo. Esta tarea incumbe al dueño o a la dueña de la casa, o a las personas de la reunión a quienes ellos piden hacer este trabajo.

Si se pide cortar la carne a alguien que no sabe hacerlo, no ha de tener vergüenza, ni preocuparse de excusarse. Pero si es alguien que sabe, después de haber cortado la carne, la dejará en la fuente, para que cada uno tome, o bien podrá servirla si el dueño lo pide; o bien pondrá la fuente ante el dueño o la dueña de la casa, para que distribuyan ellos según su deseo.

Si la mesa es muy grande y no es fácil a una misma persona servir a todos los convidados, se podrá servir tan sólo a los que estén cerca.

Los jóvenes y los de menos consideración no deben entrometerse a servir a los demás, sino que deben solamente servirse de lo que está delante de ellos, o recibir lo que se les presenta, con sencillez y muestras de gratitud.

Cuando se sirve a los demás en la mesa, es conveniente darles todo lo que puedan necesitar, incluso los alimentos que se encuentran junto a ellos.

Además, hay que darles los trozos mejores, que no está permitido nunca tomar para sí, y preferir a las personas de más rango a las que lo son menos, sirviéndoles las primeras y dándoles lo mejor, sin tocar nada más que con el tenedor; si alguien pide a otro algún alimento que está delante de él, debe hacer lo mismo.

Con el fin de no poder tomar para sí los mejores trozos, lo que podría suceder alguna vez por error o ignorancia, y para que se puedan servir con oportunidad a los que corresponde, ha parecido bien darlos a conocer aquí, de modo que se evite la ocasión de equivocarse.

En cuanto a la carne cocida, la pechuga del capón o de la gallina es considerada mejor, y se aprecian los muslos más que las alas; en una porción de vacuno es mejor siempre lo que tiene magro y graso bien entreverado.

Los pichones asados se sirven enteros y se cortan de través por el medio. En las aves que escarban la tierra con las patas, las alas son lo más delicado, pero en las que vuelan por el aire los muslos valen más. En el pavo, oca y pato lo mejor es la parte alta del pecho, que se corta a lo largo; en los lechones se aprecia más la piel y las orejas; lo más rebuscado en las liebres, lebratos y conejos es el lomo, los muslos, lo que está cerca de la cola y luego los brazuelos.

En un lomo de ternera, lo mejor es lo más carnoso, pero el riñón es lo más excelente.

En los pescados, lo más estimado es la cabeza y la parte más próxima. En cuanto a los peces que sólo tienen una espina dorsal a lo largo, como el pez araña y el lenguado, la parte media es incontestablemente lo mejor.

Si se presenta algo que hay que tomar con la cuchara, es muy descortés tomarlo con la propia, si ya ha sido utilizada; pero si todavía no, hay que tomar con ella lo que debe presentarse y luego ponerla en el plato de aquel a quien se presenta algo, y luego pedir otra para sí.

Si sucede que el que pidió el servicio haya puesto su cuchara sobre su plato al enviarlo o al presentarlo, entonces hay que utilizarla, y no la propia.

Cuando alguien que está alejado pide alguna cosa, se le debe presentar lo pedido en un plato limpio, y nunca sólo con el cuchillo, el tenedor o la cuchara.

Cuando se presenta alguna cosa que contenga ceniza, no hay que soplar encima para quitarla, pero es más conveniente limpiarla con el cuchillo antes de servirla; porque soplar puede dar asco a las personas y, al soplar, se expone uno a echar la ceniza sobre el mantel o sobre los platos.

No es cortés, cuando se está invitado en casa de otro, servirse a sí mismo, a menos que el dueño del festín no lo diga, o que sea uno muy íntimo o familiar con él.

Al servirse a sí mismo, es descortés hacer ruido con el cuchillo, la cuchara o el tenedor; antes debe hacerse con tanta moderación y prudencia que no pueda apenas ser visto y menos aún oído por los demás.

Hay que servirse siempre del cuchillo para cortar la carne, y al cortarla sujetarla con el tenedor, con el cual se llevará al plato el trozo cortado; evítese tomar la carne con los dedos y no se tome un trozo demasiado grande.

La buena educación no permite revolver en la fuente, buscando los trozos preferidos; tampoco permite tomar los últimos trozos, ni los que están más alejados; quiere que se tomen los que están delante de sí; puesto que es de mal gusto girar la fuente para alcanzar el trozo apetecido; esto sólo lo pueden hacer los que sirven a otros, aunque raras veces y con discreción.

Es también gran descortesía pasar el brazo por encima de la fuente que está delante para alcanzar otra cosa. Hay que pedir, pero es mejor esperar a que sirvan.

Hay que tomar de una sola vez lo que se quiera comer, y no es conveniente meter la mano dos veces seguidas en la fuente; lo es mucho menos tomar trozo a trozo, o sacar la carne a pedazos con el tenedor.

Cuando quiera tomarse algo en la fuente, hay que enjugar de antemano la cuchara o el tenedor con que se quiere coger, caso de haberse servido ya del mismo.

Es muy descortés e incluso vergonzoso, rebañar las fuentes con pan, o dejarlas tan limpias, sea con la cuchara o con cualquier otra cosa, que no quede en ellas nada, ni carne, ni salsa; no es menos deshonroso mojar el pan en la salsa, o tomar el resto de la salsa con la cuchara; es muy feo tomarla con los dedos.

Si cada uno se sirve de la fuente, hay que guardarse bien de meter la mano en ella antes que las personas más consideradas del grupo lo hayan hecho, y no tomar en parte distinta de la que está delante de sí.

No está bien tocar el pescado con el cuchillo, a menos que esté en forma de paté; se coge ordinariamente con el tenedor y se sirve del mismo modo en un plato.

Las aceitunas no se toman con el tenedor sino con la cuchara; toda clase de tartas, confituras y pasteles, una vez cortados en la fuente o recipiente en el que han sido presentados, se toman con la hoja del cuchillo, introducida por debajo, y se presentan luego en un plato.

Las nueces verdes se toman de la fuente con la mano, lo mismo que las demás frutas verdes y las frutas secas; y es fino mondar casi todas las frutas antes de presentarlas y enseguida cubrirlas limpiamente con su propia peladura; se puede, con todo, presentarlas sin pelar.

Los limones y las naranjas se cortan transversalmente; manzanas y peras longitudinalmente.

Cuando se está en la mesa no hay que hablar mucho de la calidad de los manjares, de si son buenos o malos, ni dar espontáneamente su opinión en cuanto a los condimentos y salsas; pues ello denotaría que se complace uno mucho en el buen comer y le gusta ser bien tratado; señal de alma sensual y de bajísima educación.

Pero sí es cortés manifestar siempre que está uno satisfecho y contento con lo que se le sirve, y que lo encuentra excelente; y si el amo del festín pide a alguno su opinión sobre los platos servidos, y sobre la carne presentada, se debe responder siempre lo más sincera y favorablemente que se pueda, a fin de no darle motivo de pena, como sucedería si alguno mostrase que las carnes no son de su agrado, o están mal preparadas.

Es propio de gente mal educada quejarse de que la carne no es buena, o que está mal sazonada, como, por ejemplo, demasiado salada, o pimentada en exceso, o que está demasiado caliente o fría; estas apreciaciones no son capaces más que de causar pena al que sirve de comer, quien ordinariamente no tiene la culpa de estos accidentes y a veces ni siquiera los nota; no es menos mal visto proferir grandes alabanzas a la carne y a todo lo que se sirve, y mostrar, con tales razonamientos, que uno se complace en comer bien y que conoce los mejores bocados; lo cual demuestra que uno es glotón y esclavo de su vientre.

 

Artículo 5

Modo de comer, para hacerlo dignamente

 

El Sabio da varios consejos importantes sobre el modo de comportarse en la mesa, para comer con cordura y cortesía. Advierte que, tan pronto está uno en la mesa, no hay que dejarse arrastrar por la intemperancia en el comer, mirando las viandas con avidez, como si se debiese comer todo lo que está sobre la mesa, sin dejar nada para los demás.

2º Dice que no se debe ser el primero en servirse los alimentos; que se debe dejar este honor y señal de preeminencia a la persona más calificada del grupo.

3º Prohíbe apresurarse al comer; siendo además descortés comer con precipitación, lo que denotaría avidez.

4º Quiere que cada uno use sobriamente de lo servido, comiendo con mucho comedimiento y moderación, aunque se puede tomar cuanto se necesite.

Exhorta a dar mucha preferencia a los demás, en la mesa, y a no servirse de la fuente al mismo tiempo que ellos, lo cual también es una exigencia de la cortesía.

Ordena acabar de comer el primero por modestia; así debe conducirse una persona sobria, que tiene a gala seguir las reglas de la templanza en el comer; y la razón que da el Sabio es que no hay que excederse en el comer, para no caer en falta.

Añade el Sabio, para inducir a todas estas prácticas de finura y sobriedad, que el que come poco disfruta de sueño saludable, mientras que el intemperante tendrá que disponerse a sufrir el insomnio, el cólico y los retortijones.

La cortesía no nos pide otras cosas más precisas en el comer, aparte de estas reglas del Sabio, para conducirnos dignamente en esta acción que, efectivamente, tantas y tan grandes precauciones exige para realizarla bien.

Al comer, no se debe llevar a la boca un trozo antes que el anterior esté ingerido; tampoco debe uno precipitarse tanto al comer, que trague los bocados sin haber tenido apenas tiempo de masticarlos: se tiene que comer siempre con mucha moderación, sin apresurarse, y no permitirse seguir comiendo hasta provocar el hipo, por ser señal de intemperancia excesiva. Como norma práctica no se debe empezar el primero a comer, ni tampoco a probar un nuevo alimento, o servirse de nuevo, a menos de ser la persona de más consideración de los comensales, y no se debe nunca quedar el último en la mesa, cuando están presentes personas a las que se debe mucho respeto: en efecto, es gran descortesía seguir comiendo cuando dichas personas ya han terminado; y nada sienta tan mal como comer solo, y hacer esperar a los demás para levantarse de la mesa.

Los niños, sobre todo, han de tomar como norma empezar a comer los últimos y acabar los primeros.

Hay algunas prácticas más de cortesía, respecto a la comida, que es preciso observar exactamente.

Las buenas maneras piden no inclinarse demasiado sobre el plato al comer; hay que juntar siempre los labios cuando se come, para no lamer como los puercos; no se tolera comer con las dos manos, sino que se deben llevar los trozos a la boca con la mano derecha sola, y servirse de la cuchara o del tenedor para tomar lo que sea tierno, grasiento o líquido, o que pueda manchar las manos; y es enteramente descortés tocar los alimentos, y peor, la sopa, con los dedos.

Al comer, evítese mirar a los que están cerca, para ver lo que comen, o si se les sirven porciones que son mejores o que nos gustan más que las que nos sirven a nosotros.

Es muy grosero, estando a la mesa, olfatear los manjares o darlos a oler a los demás, y no está nunca permitido, si se percibe algún mal olor en los alimentos, darlo a conocer a los demás; sería una descortesía mucho mayor devolver a la fuente alimentos que se han llevado a las narices para olfatearlos.

Si sucediera que se encuentra algo repugnante en la comida, como un pelo, carbonilla u otra cosa, no hay que mostrarlo a los demás, sino que se debe quitar con tal habilidad que nadie se dé cuenta de ello.

Cuando por distracción se ha metido en la boca algo extraordinariamente caliente, o que puede hacernos daño, hay que procurar tragarlo sin hacer demostración alguna, si es posible, del dolor sentido; pero si es absolutamente imposible retenerlo en la boca e imposible ingerirlo, rápidamente y sin que los demás se den cuenta, hay que tomar el plato con una mano, acercarlo a la boca y, volviéndose al menos un poco y cubriéndose con la otra mano, devolver al plato lo que se tiene en la boca, y dar enseguida el plato a alguien por detrás, o llevarlo uno mismo fuera (porque la decencia no permite echar nada al suelo). En cuanto a lo que no se come, como son los huesos, las cáscaras de los huevos, las mondaduras de las frutas, las pepitas, etc., hay que ponerlas siempre al borde del plato.

Es totalmente descortés sacar de la boca con los dedos lo que no se puede comer, como los huesos, las pepitas, las espinas, etc., y lo es aún más dejarlos caer de la boca de arriba a abajo, o al suelo, o en el plato, como si se vomitase; también está mal escupirlos en el plato o en la mano; conviene, al contrario, recibirlos discretamente con la mano izquierda medio cerrada, y depositarlos luego en el plato, sin que se vea.

 

Artículo 6

Modo de tomar la sopa

 

La sopa se sirve de dos maneras: cuando se sirve en común, se pone en una sopera y cuando se sirve a una persona en particular, se sirve en una escudilla; esto se usa también en las familias, especialmente con los niños y las personas indispuestas.

Sería grosero servir la sopa en escudillas, al dar de comer a alguien; en tal caso hay que ponerla en una sopera, poniendo en ella varias cucharas, según el número de invitados, los cuales no las utilizarán más que para sacar la sopa de la sopera y ponerla enseguida en su plato.

Es descortés servirse la sopa de la sopera para tomarla, y servirse cada vez con la cuchara lo que se lleva a la boca; hay que servir la sopa con alguna de las cucharas que están en la sopera, ponerla enseguida en el plato propio, y luego devolver la cuchara a la sopera sin llevarla a la boca, y luego comer la sopa del plato con la cuchara propia.

Si no hay cuchara en la sopera, hay que utilizar la propia para tomar la sopa, después de haberla secado bien.

En cuanto al modo de comer la sopa en la escudilla, es descortés sorberla directamente de la escudilla como haría un enfermo, sino que se debe tomar poco a poco con la cuchara; también es muy descortés coger la escudilla por un asa y verter en la cuchara lo que queda de caldo, después de haber comido el resto.

Es también bastante vulgar agarrar la escudilla por el asa con la mano izquierda, como si se tuviese miedo de que alguien se la quitase.

Los buenos modales quieren también que no se haga ruido con la escudilla y la cuchara, al tomar la sopa; y que no se raspe fuertemente de un lado a otro, para juntar los restos de pan pegados en el fondo de la escudilla.

Aunque no esté bien dejar la escudilla tan limpia que no queda ya nada, sin embargo es correcto no dejar restos en ella: se debe comer todo lo que se halla en la escudilla, y todo cuanto se haya puesto en el plato; no es lo mismo respecto de la sopera, que sería descortés vaciarla enteramente; y no hay que servirse el resto cuando hay poco.

Después de haber comido todo lo que había en la escudilla, hay que devolverla al que sirvió, o ponerla en algún sitio sobre la mesa, donde no sea estorbo para nadie; pero nunca se la pondrá en el suelo.

Al tomar la sopa hay que tener cortésmente el tenedor en la mano izquierda y servirse del mismo para colocar limpiamente en la cuchara lo que está en la sopa, para que no caiga al llevarla a la boca.

Es gran descortesía hacer ruido con los labios echando el aire, cuando se mete la cuchara en la boca, o hacerlo al tragar; hay que poner la sopa en la boca e ingerirla con gran circunspección, de modo que no se oiga el menor ruido.

Es preciso tomar la sopa muy despacio, de modo que no se den muestras en tal ocasión, de avidez alguna, ni apresuramiento; puesto que ello ordinariamente es señal de que se pasa hambre, o se tiene mucho apetito. En una palabra, sería poner en evidencia la glotonería.

Es muy descortés comer en dos veces el contenido de la cuchara, dejando aún algo al retirarla de la boca; pero es peor tomar sopa de nuevo en el plato o en la escudilla quedando aún en la cuchara restos de la cucharada precedente: se debe comer en una sola vez lo que está en la cuchara que se lleva a la boca y no en varias veces.

Para ello es bueno no llenar demasiado la cuchara, al tomar la sopa, lo que es una falta considerable de urbanidad en el comer; puesto que si se la llenase tanto, se vería uno obligado a cometer dos grandes faltas: la una, abrir extraordinariamente la boca para poder meter la cuchara; la otra, tomar en varias veces lo que se debe tomar en una sola vez, aparte de correr el peligro de que caiga algo sobre el mantel, la servilleta o los vestidos, al llevar la cuchara a la boca, lo cual sería muy inconveniente.

La modestia que se debe observar en la mesa no puede permitir el inclinar deseducadamente todo el cuerpo hacia la cuchara, al llevarla a la boca tomando la sopa; mucho menos permite sacar demasiado la lengua, al acercar la cuchara a la boca, se puede con todo inclinarse al menos un poco, a fin de no dejar caer nada de la cuchara y no mancharse los vestidos; pero se debe procurar no abajarse más que un poco.

Cuando la sopa o lo que se come está demasiado caliente, hay que guardarse mucho de soplar encima, en el plato, en la escudilla o en la cuchara, al llevarla a la boca, todo lo cual es descortés: es mejor esperar a que se enfríe un poco; se puede, con todo, removerlo suave y discretamente con la cuchara.

 

Artículo 7

Modo de servir, tomar y comer el pan y la sal

 

El trozo de pan que se tiene para comer debe colocarse al lado izquierdo, junto al plato o sobre la servilleta; es descortés ponerlo a la derecha, o delante, o detrás del plato, o más aún junto al pan de otro.

Se pueden cometer diversas descortesías al cortar el pan, de las que deben guardarse particularmente los niños: por ejemplo: es muy mal educado ahuecar el pan para tomar sólo la miga; o separar ambas cortezas cortándolo a lo largo; o desollarlo -por decirlo así- quitándole toda la corteza alrededor; o cortarlo en pedacitos como se hace con el pan bendito, y dejarlo así sobre la mesa; o dejar caer muchas migas sobre el mantel cuando se corta; también es chabacano agarrarlo con toda la mano para cortarlo, o apoyarlo en el pecho, o cortar para sí un trozo sobre el mantel o sobre el plato; más grosero es aún partirlo con la mano, pues el pan debe cortarse siempre con el cuchillo.

Todos estos modos de cortar el pan son tan ridículos que sólo las personas mal enseñadas y de baja educación son capaces de ello.

Cuando quiere ofrecerse pan a alguien, no debe hacerse con la mano sino sobre un plato limpio, o sobre una servilleta; y se debe recibir en la mano como si se la besase.

Cuando se quiere cortar un poco de pan, de uno puesto en común, se debe limpiar de antemano el cuchillo, y no cortar un trozo demasiado grande; se debe evitar cortar la corteza sólo por un lado, más bien débese cortar siempre derecho en longitud, hasta hacia la mitad del pan, sin tomar más del lado de una corteza que de la otra, pues no es educado ni prudente escoger en el pan lo que se desea tomar: sería dejar para los demás el resto y lo que no es del gusto propio, y poner bien en evidencia la propia sensualidad.

Si se tienen los dientes tan dañados que no se pueda comer la corteza del pan, es mejor quitarle la corteza sólo por trozos pequeños, a medida que se come, que no toda de una vez; porque no es conveniente poner sobre la mesa un trozo grande de pan que sea solamente miga.

Produciría muy mal efecto, al comer el pan, tener un trozo grande asido con la mano; normalmente hay que dejarlo sobre la mesa, y cortar cada vez con el cuchillo el trozo que quiere llevarse a la boca; es conveniente que los pedazos sean pequeños, y hay que llevarlos a la boca siempre con la mano sola, e introducirlos en ella teniéndolos con el pulgar y el índice.

Los huevos pasados por agua se comen ordinariamente mojando el pan en el huevo; por esto, cuando se quieran comer así, antes de romperlos se debe preparar el pan necesario para comer; pero no está nunca permitido mojar el pan en el vino, como para hacer sopa; esto apenas se permite a las personas indispuestas y éstas no deben hacerlo sin necesidad evidente y sin que les esté prescrito como auténtico y casi único remedio.

La sal, dice el Evangelio, es el condimento de los alimentos; hay que tomarla del salero con la punta del cuchillo, y nunca con los dedos, y luego ponerla en el plato.

Antes de meter el cuchillo en el salero para tomar sal, hay que procurar limpiarlo con la servilleta; pues es grosero tomarla con un cuchillo grasiento o sucio; y no hay que tomar más que la cantidad necesaria.

No deben meterse nunca en el salero los trozos de carne que se desea comer, sino que se deben salar con la sal que se haya puesto en el propio plato.

No hay que dejarse influir por la idea tonta de ciertas personas que tienen escrúpulos de ofrecer sal a los demás: y cuando se quiera ofrecerla a los que están alejados, se debe o bien ponerla en un plato para ofrecerla a los que tienen necesidad, o bien ofrecerles el salero, si es posible, para que se sirvan ellos mismos.

En cuanto a la mostaza, cuando se utiliza en la mesa, se procederá, poco más o menos, como para la sal.

 

Artículo 8

Modo de comportarse respecto a los huesos, la salsa y la fruta

 

Es muy descortés servir los huesos con la mano, tomándolos como se toma un bastón; es bueno tocarlos lo menos posible; y si es necesario, hay que hacerlo con sólo dos dedos, sosteniéndolos por alguna parte que no pueda dejar grasa.

Es mucho más feo roerlos alrededor con los dientes, teniéndolos con las dos manos, como hacen los perros con sus patas; es también muy grosero chuparlos haciendo ruido, de modo que sea oído por otros. No hay que llevarlos siquiera a la boca; hay que contentarse con sacar poco a poco la carne con el cuchillo, lo más limpiamente posible, y ponerlos luego sobre el plato, sin echarlos nunca al suelo, lo que sería una gran descortesía.

Es muestra de sensualidad, que nunca está permitida, romper los huesos con el cuchillo, o con cualquier otra cosa, golpeándolos sobre la mesa o sobre el plato, o sacudiéndolos para sacarles la médula; hay que sacarla con el tenedor, o con la punta del cuchillo, o con el mango de la cuchara, si se puede hacer fácilmente, si no, no hay que intentarlo siquiera; con todo es mucho mejor, y más educado no tomarse la molestia de sacar la médula de los huesos.

Es mucho mejor no tomar salsa de la fuente, pues esto indica siempre alguna sensualidad en la persona que lo hace; pero cuando se toma, hay que hacerlo con la cuchara, después de limpiarla con la servilleta, y verter enseguida la salsa en el plato.

Es muy descortés poner salsa en todos los trozos de carne en la fuente, a medida que se comen; lo es aún más mojar el pan en la salsa, pero es muy grosero mojar en ella el pan o la carne ya mordidos, después de haber sido metidos en la boca.

En cuanto a las frutas, confituras y otras cosas que se dan en los postres, la educación quiere que se sea muy comedido en tomarlas, y que se coman con moderación. Usarlas de otro modo sería dar a conocer que se tiene afición a esta clase de golosinas.

Es preciso, en particular, que los niños se guarden mucho de hacer signo alguno con los ojos o con los hombros, que indique sus deseos; deben esperar que se las den.

Una cosa que no está nunca permitida, sobre todo estando a la mesa de una persona a la que se debe respeto, es el meterse en el bolsillo, o poner en la servilleta, frutas para guardarlas, como sería, por ejemplo, una manzana, una pera, una naranja, etc.

Tampoco está permitido, estando en un jardín, a menos que pertenezca a un amigo íntimo, coger flores o frutas, o pedirlas para llevárselas; la buena educación quiere que no se toque nunca nada.

Es descortesía presentar a alguien parte de una fruta o de otra cosa que uno ha empezado ya a comer; también es descortés tragar los huesos de las frutas, o romperlos con los dientes o con cualquier otra cosa, para sacarles la almendra; tampoco está bien escupirlos sobre el plato, o echarlos al suelo o al fuego; sino que se deben tomar con la mano izquierda medio abierta, y ponerlos enseguida discretamente en el plato.

 

Artículo 9

Modo de pedir algo para beber, de recibirlo y modo de beber cuando se está en la mesa

 

Es totalmente descortés pedir el primero de beber, a menos de ser el más considerable del grupo, si no, se debe esperar a que los que sean de más categoría hayan bebido.

Es faltar al respeto debido a aquéllos con quienes se está, el pedir de beber en alta voz; hay que pedirlo en voz baja; y es todavía mejor hacerlo por gestos.

También se falta al respeto pidiendo de beber mientras se lo dan a alguno de los del grupo. Si hay sólo una persona que sirve, no se debe pedir de beber a menos que se crea que ninguno lo pedirá, hasta que todos hayan bebido; y es mejor, si es posible, esperar su turno para beber, a no ser que el dueño de la casa ordene que se os sirva.

Es descortés recibir bebida, o hacérsela servir del lado de una persona a la que se debe respeto; en tal caso se debe tomar el vaso y hacerse servir del otro lado.

Cuando se ofrece de beber a alguien, éste debe secar sus dedos con la servilleta, y tomar el vaso por la base, no por el medio; estar atento para que el que le sirve no ponga en el vaso más de lo que puede beber de un trago, y para que no esté tan lleno que pueda verterse sobre el mantel o sobre el vestido.

Hay que secarse siempre la boca con la servilleta antes de beber, y no beber nunca antes de haber tomado la sopa; está mucho menos permitido hacerlo mientras se la toma; ni siquiera es conveniente beber apenas se haya terminado, se debe esperar a haber comido algo de otros manjares.

Es conveniente secarse bien la boca con la servilleta y vaciarla enteramente antes de beber, con el fin de no dejar grasa en el vaso, lo que sería muy grosero; y es muy descortés beber con la boca llena, o antes de haber terminado de comer; tampoco hay que ponerse a perorar con el vaso en la mano, y es mucho mejor no hablar desde que le sirven la bebida hasta que la haya consumido; no es menos descortés mirar atentamente lo que se va a beber; y lo es aún más probar el vino antes de beberlo, y ponerse a decir sus apreciaciones.

Es mucho mejor beber con sencillez sin amaneramiento; ya que no es señal de urbanidad presumir de que uno es entendido en vinos.

Se puede, al beber, abajar un poco la cabeza a fin de no derramar nada sobre sí; pero hay que enderezarla enseguida. Con todo, es mejor mantener siempre la cabeza derecha mientras se bebe.

No hay que beber ni demasiado lentamente, como si se chupara y se saborease con placer lo que se traga, ni demasiado rápidamente, como hacen los sensuales; antes, hay que beber despacio y con calma, aunque todo de un trago, sin respirar, y no en varios sorbos. Al beber hay que mirar al vaso y cada vez beber todo lo que hay en él, sin dejar nada.

La cortesía no permite beber con la cabeza descubierta; hay que estar cubierto mientras se bebe; tampoco quiere que se tenga la vista como perdida ni que se mire de un lado para otro durante este tiempo: no se debe, pues, mirar sino al vaso; tampoco se debe, al beber, hacer ruido con la garganta, de modo que se puedan contar los sorbos que se tragan.

Es deseducado, después de haber bebido, dar un gran suspiro para recobrar el aliento; hay que terminar de beber sin hacer ruido alguno, ni siquiera con los labios; y en seguida, después de haber bebido, se debe secar la boca, como se debió hacer antes de beber.

Es muy descortés escurrir las jarras, o chupar el vaso al beber; hay que guardarse también de beber muy a menudo o de beber vino puro. La cortesía pide que se mezcle siempre mucha agua con el vino.

No es cortés beber cuando alguien lo hace a su lado, y mucho menos hacerlo cuando tenga el vaso en la mano el que es más importante de la reunión; hay que esperar a que haya bebido.

Si, durante el tiempo en que está uno obligado a responder a una persona superior, ésta lleva el vaso a la boca, se debe esperar a que haya bebido, para continuar la conversación; lo mismo hay que observar, sea quien sea el que beba, y no hablarle nunca mientras bebe.

Presentar a una persona un vaso de vino, del que ya se ha bebido, es algo muy vergonzoso. Brindar por unos y por otros, para obligarles a beber de nuevo, es práctica que huele a taberna y que nunca se hace entre las personas educadas; ni siquiera hay que brindar fácilmente a la salud de unos y de otros, a menos que se esté con los amigos más cercanos y que se haga como señal de amistad o de reconciliación. Los niños, sobre todo, no deben brindar por nadie, a menos que se les ordene.

Nadie debe brindar por una persona que sea de rango muy superior al suyo, y si alguna vez está permitido hacerlo, no será dirigiéndose directamente a la persona misma, a la salud de la cual se bebe, diciendo por ejemplo: Excelencia, a su salud: sino dirigiéndose a otro, diciendo así: Señor, a la salud de su Excelencia; todavía es más descortés añadir el apellido de la persona de rango, o el nombre de su cargo, hablando con ella misma, o bebiendo a la salud de su mujer, o de alguno de sus parientes, y decir: Excelencia, a la salud de su Señora esposa, su hermana, de su Señor hermano. Hay que nombrar a la mujer por el cargo o el apellido de su marido y a los demás por el apellido, o por algún cargo, si lo tienen, diciendo por ejemplo: A la salud de la Señora Cortés, del Señor Presidente, o Consejero.

El que brinda por otro que está presente, debe inclinarse muy educadamente hacia él; y aquel, a la salud del cual se bebe, debe agradecer el brindis inclinándose tanto como lo pida el rango del que le tributa este honor, y brindar luego por aquel que ha bebido a su salud, inclinándose un poco sin descubrirse.

Si es una persona de rango importante la que bebe a la salud de otra de menos consideración, aquella a quien se dirige debe mantenerse descubierta, inclinándose un poco sobre la mesa, hasta que esta persona haya acabado de beber, y no debe de ningún modo cubrirse a menos que ella se lo ordene; sin embargo esto no debe hacerse si la persona que bebe no es de rango muy superior a la otra.

 

Artículo 10

Levantarse de la mesa y modo de servir la mesa y de quitarla

 

No hay que esperar a tener el estómago lleno de comida para cesar de comer: y así como es educado comer con moderación, también lo es no comer hasta la total saciedad.

Los niños deben levantarse siempre los primeros de la mesa, descubriéndose y haciendo la reverencia.

Cuando se está obligado a levantarse de la mesa antes que los demás, debe hacerse con la cabeza descubierta: y en caso de ser empleado o criado, no hay que levantarse sin quitar uno mismo, o sin que haya alguien para quitar su plato, objeto que es poco educado.

Si sucede que alguna persona a la cual se debe consideración, come y está todavía en la mesa al final de la comida, y que se esté solo con quien tenga o pueda tener consideración a esta persona, especialmente si no es inferior suyo, ni su criado dependiente suyo, ni su criado, se debe por educación y por respeto permanecer en la mesa, para hacerle compañía, hasta que se levante.

Es necesario que los que sirven a la mesa tengan las manos muy limpias, y estén siempre descubiertos. Lo que deben hacer es extender limpiamente el mantel sobre la mesa, poner encima el salero y luego colocar los platos, sobre los cuales pondrán el pan, cubriéndolo discretamente con la servilleta, a menos que se utilicen escudillas para la sopa, pues entonces hay que poner las escudillas en los platos y disponer el cuchillo, la cuchara y el tenedor a la derecha, debajo del pan, y la servilleta encima.

Luego hay que lavar los vasos y disponerlos de tal modo sobre el mostrador, o sobre una mesita cubierta con un paño blanco que no se puedan cambiar fácilmente. Para cuando sea necesario presentarlos, es necesario cuidar de tener todo lo necesario, como sal, pan, y que, sobre la mesa o en un mostrador bien limpio y ordenado, haya platos para servir el pan.

Después hay que dar a lavar, elevando un poco el aguamanil con ceremonia, teniendo la toalla plegada longitudinalmente sobre el hombro izquierdo, y teniendo el lebrillo por debajo, puesto sobre la mano y brazo izquierdos, a menos que no esté puesto ya sobre alguna cosa. Debe empezarse a verter agua sobre las manos de la persona de mayor consideración del grupo compañía; luego hay que verter sobre las manos de los demás, según su rango y su calidad, y a veces sin ningún orden ni distinción entre ellos; que es lo que debe hacerse siempre, cuando las personas no son de rango muy distinguido.

Uno de los primeros cuidados que se deben tener cuando se sirve a la mesa es el de secar cuidadosamente las fuentes por debajo, particularmente la sopera, para que no manchen el mantel, y disponerlas de tal modo que cada uno pueda meter fácilmente en ellas la cuchara, o el tenedor, cuando lo necesite.

El pan debe presentarse siempre en un plato o en una servilleta, si no hay ningún plato limpio en el mostrador; y nunca se debe llevar en la mano, ni servirlo del lado de la persona más honorable.

Los que sirven, deben estar siempre dispuestos a servir lo que se pida, y para esto deben estar atentos a la mesa, y no alejarse de ella.

Hay que estar descubierto para servir a la mesa: y esto es particularmente necesario para servir de beber; y cuando se ofrezca a alguien, se debe tener el vaso por la base con la mano izquierda, o la taza por el asa, y no con toda la mano, o tocando el borde con los dedos; además siempre hay que poner vino en el vaso antes de presentarlo y luego, habiéndolo presentado como besándolo, verter suavemente agua con el aguamanil, o la jarra, que se tendrá con la mano derecha, y no dejar de verter hasta que el que quiere beber levante el vaso, para indicar que no quiere más.

Es bueno no ofrecer bebida a nadie que no haya comido alimento por algún tiempo, después de haber retirado la sopera, y empezar siempre por dar a la persona principal del grupo. Débese observar también el presentar la bebida siempre del lado de la persona que se sirve; si, sin embargo, hay varias personas en la mesa, no hay que presentar nada del lado de la persona de más rango a menos que no se pueda absolutamente hacer de otro modo.

Cuando al servir el vino se haya vertido demasiado en el vaso, no hay que devolverlo a la jarra o a la botella, sino pasarlo a otro vaso; y si, por el contrario, no se había servido bastante, habrá que añadir tanto como desee el que es servido.

Cuando se sirve de beber a alguien fuera de las comidas, después de darle el vaso hay que tener debajo una servilleta o un plato, a fin de impedir que alguna gota caiga sobre sus vestidos; y una vez que haya bebido, se debe recibir el vaso, como besándolo, y ofrecerle al mismo tiempo una servilleta plegada para secarse la boca; se pone asimismo un plato limpio debajo del vaso, cuando las personas muy distinguidas beben durante las comidas.

Las personas que quieren comer con limpieza, cambian de platos al menos dos veces durante el almuerzo; una vez, después de tomar la sopa, y otra para el postre; y en la cena, sólo para el postre. En casa de los grandes y en los festines, se cambian ordinariamente a todos y en cada servicio, y hay siempre platos limpios en el mostrador, para cambiar a los que puedan necesitarlo; también es conveniente cambiarlo cuando se tiene el plato demasiado cargado.

Los que sirven y cambian los platos deben empezar a hacerlo por la persona principal del grupo y hacerlo a todos seguidamente, dando a cada uno un plato limpio, a medida que los quitan de la mesa.

En la mesa hay que mantener mucho recato, y no mirar fijamente ni a los comensales ni a los manjares. Hay que cuidar también de que nunca falte nada a los que están en la mesa, y que no se vean obligados a solicitar bebida repetidas veces: por eso los sirvientes deben estar muy atentos para observar si les falta algo, y diligentes para servírselo.

Es contrario al decoro quitar las fuentes mientras alguno come aún; se debe esperar a que se haga signo de retirarlas, ya alejándolas, ya de otro modo. Tampoco hay que quitar nunca una fuente si no se pone otra en su lugar; pues no está bien que la mesa quede vacía, salvo al final de las comidas.

Tampoco se deben poner las fuentes una encima de otra para quitarlas más fácilmente, especialmente cuando quedan aún alimentos en ellas, y si no están totalmente vacías; tampoco se puede juntar en una fuente los restos de varias, para poderlas llevar todas a la vez; sino que se deben retirar todas las fuentes una tras otra, de modo que no se lleven más de dos a la vez.

Cuando se retiran las fuentes de la mesa, hay que empezar siempre por las que están delante de la persona que ostenta el primer rango del grupo y empezar también por ella a quitar los platos, que deben cambiarse tan pronto como las fuentes hayan sido retiradas.

No se debe levantar totalmente la mesa sino después de haber dado gracias a Dios, y al recoger, es conveniente poner los cuchillos, los tenedores y las cucharas en un cesto, lo mismo que los trozos de pan que puedan quedar. Es vergonzoso guardar carne, vino u otra cosa, para comerlo o beberlo a escondidas.

Hay que quitar por último la sal, y después de haber quitado el mantel, cubrir la mesa con un tapete, a menos que no se deba quitar al mismo tiempo la mesa.

Cuando se haya quitado todo, se barrerán cuidadosamente las migas y demás cosas caídas de la mesa; se deberá atizar luego el fuego, si es invierno, y retirarse haciendo la reverencia.

Si se está encargado de llevar la vela para guiar al grupo, no se la tomará sola sino con el candelero, que se llevará con la mano derecha, teniendo el sombrero en la izquierda y alumbrando a todos caminando el primero.

Es descortés apagar la vela en presencia del grupo. La urbanidad pide que no se haga nunca en presencia y a la vista de los demás, y que se tenga cuidado de que no humee.

Es aún mucho más deseducado despabilar las velas con los dedos: hay que hacerlo siempre con la despabiladera, quitando el candelero de encima de la mesa.

 

Capitulo 5

Las diversiones

 

Las diversiones son ejercicios a los cuales se puede dedicar algún tiempo del día, para liberar el espíritu de las ocupaciones serias, y el cuerpo de los trabajos fatigosos que se le dan durante el día.

Es muy razonable descansar de vez en cuando; lo necesitan tanto el cuerpo como el espíritu, y Dios nos ha dado ejemplo de ello, desde el comienzo del mundo, cuando descansó un día entero, según la Escritura, después de haber trabajado sin interrupción seis días enteros en la gran obra de la creación del mundo. Nuestro Señor invitó también a los Apóstoles a descansar con él, al regresar de los lugares donde les había mandado para predicar el Evangelio.

Sin embargo, como a menudo sucede que se divierte uno en contra de su conciencia, o a expensas de otros, o violando en algo las reglas de la urbanidad, ya dándose a diversiones que la decencia no permite, ya tomándolas de modo poco honesto, o mezclando con ellas algo descortés o de mal gusto: parece necesario exponer aquí las diferentes clases de diversiones que se pueden tener, y mostrar luego el modo cómo utilizar el tiempo en ellas, para obrar con cordura.

Las diversiones que se pueden tener son: el recreo, el juego, el canto y el paseo. Se tratará aquí de estas cuatro cosas una tras otra, y del modo de hacerlas bien.

 

Artículo 1

El recreo y la risa

 

Es conveniente y honesto tomar todos los días algún recreo después de las comidas, con las personas con quienes se vive y con quienes se come, y no es educado separarse de ellas apenas se ha levantado uno de la mesa.

El recreo discurre normalmente conversando de manera desahogada, contando historias agradables y graciosas que provoquen la risa y la diversión del grupo; hay que cuidar, con todo, que esta clase de discursos no tenga nada de rastrero o que acuse baja educación, sino que estén sostenidos por un modo de expresión que dé brillo, lustre y encanto a su sencillez.

Dice el Sabio que hay un tiempo para reír, que es propiamente el tiempo que sigue a la comida; puesto que además de que no puede uno dedicarse a ocupaciones serias a continuación de las comidas, estar alegre y libre durante el tiempo que las sigue inmediatamente, es algo que ayuda mucho a la digestión de los alimentos.

Nunca está permitido recrearse a expensas de otros; el respeto que debe tenerse al prójimo pide no alegrarse nunca de nada que pueda ofender a quien sea.

Hay tres cosas principalmente de las que nunca se debe reír. Las cosas tocante a la religión, las palabras o acciones deshonestas, los defectos de los demás y algún accidente molesto que les haya ocurrido.

En cuanto a la religión sería libertinaje e impiedad tomarla a chacota y diversión. En toda ocasión un cristiano debe dar muestras de estima y veneración por todo lo que mira al culto de Dios. Por tanto hay que guardarse bien de tomar a risa las palabras de la Sagrada Escritura, como hacen algunos.

No se deben traer nunca a la boca más que por sentimiento cristiano, y para animarse a la práctica del bien y de la virtud.

La decencia quiere que se tenga tal horror por todo lo que se acerca, por poco que sea, a la impureza que, bien lejos de permitir reírse o divertirse con ello, no consiente siquiera que se reconozca como agradable nada de lo que la concierne.

Los que ríen de tales cosas muestran que viven más según el cuerpo que según es espíritu, y que tienen el corazón enteramente corrompido.

Respecto de los defectos del prójimo, o son naturales o son viciosos; si son naturales, es indigno de un hombre de sentido común y de conducta prudente reírse o divertirse con ellos, puesto que quien los sufre no tiene culpa de ellos, y no depende de él no tenerlos, y no hay nadie a quien no pueda sucederle lo mismo; si son defectos viciosos y se toman como ocasión de diversión, es totalmente contrario a la caridad y al espíritu cristiano, el cual inspira más bien tener compasión y ayudar a los demás a corregirse de ellos, que tomarlos como objetos de recreo.

No es menos contrario a la cortesía reírse y divertirse por algún accidente penoso que le haya acontecido a alguien; pues sería dar muestras sensibles de que se alegra uno, cuando la caridad, así como la urbanidad debe llevarnos a participar en lo que pueda causar pena a los otros, como también en lo que les es agradable.

Es descortesía reír después de haber dicho una ocurrencia y mirar a ver si los demás ríen de lo que se ha dicho; pues se manifiesta así que uno cree haber dicho maravillas. Tampoco se debe reír cuando alguien dice alguna inconveniencia o despropósito; reír de todo lo que se ve u oye es asemejarse a los insensatos.

No hay que permitirse reír en todo momento y en toda ocasión; no no hay que reír, por ejemplo, cuando se habla o cuando se tiene motivo de aflicción. La buena educación tampoco lo permite en ciertas ocasiones en las que se debe por lo menos mostrarse serio, como cuando muere algún pariente del cual es uno heredero, pues parecería que está uno contento de que haya muerto.

La educación no quiere, pues, que se ría si no hay algún motivo razonable para ello; y da también reglas tocante el modo de reír, y no permite que se ría nunca con estrépito, y mucho menos que se haga de modo tan disoluto y poco prudente que se pierda la respiración y se llegue a gesticular indecentemente. Sólo las personas de poco juicio y mal educadas pueden permitírselo. Pues es propio del insensato, dice el Eclesiastés, levantar la voz al reír, mas el hombre prudente apenas sonríe.

 

Artículo 2

El paseo

 

El paseo es un ejercicio conveniente que contribuye grandemente a la salud del cuerpo y hace al espíritu mejor dispuesto a las actividades que le son propias; se transforma en distracción si se le añade conversaciones agradables.

Ordinariamente se hace algún cumplido al ocupar el sitio, y el lugar más honroso es debido a la persona más respetable del grupo.

Aquel a quien se hace el honor de ofrecérsela no debe, sin embargo, aceptarla, a menos que esté muy por encima de los demás, y no debe hacerlo sino después de saludar al grupo, como para agradecer el honor que se le tributa.

Es muy descortés tomar uno mismo el lugar de honor, a menos de ser de rango muy superior a los demás; y cuando se trata de personas más o menos iguales que pasean juntas, deben ordinariamente colocarse sin distinción, a medida que se encuentran.

Cuando son tres o más en el paseo, el lugar que se da a la persona de más consideración es el del medio; la derecha es la segunda y la izquierda la tercera; y si los que se pasean son iguales, pueden cederse el medio alternativamente a cada recorrido de la trayectoria, retirándose el que estaba en medio, al lado, para dejar tomar el centro a uno de los que estaban a su lado.

En un jardín, y en los demás lugares en los que el uso no haya determinado nada, el segundo lugar es la derecha de la persona a quien se honra; así, si está a solas con ella, se pondrá uno a su izquierda, y se procurará ponerse a la izquierda cada vez que se giren, sin que haya en ello amaneramiento.

En una habitación, el lugar donde está la cama indica el puesto superior, si la disposición del cuarto lo permite, si no, hay que regularse según la puerta, que marca el inferior.

En la calle, el lugar de honor es el lado del muro; pero si son tres, el centro es el primer lugar, el lado del muro es el segundo y el otro el tercero.

Los que pasean deben andar siempre pausadamente, todos alineados, especialmente si los paseantes no son numerosos y si todos son de rango más o menos igual; si entre ellos hay alguna persona de mucha consideración respecto a las demás, es educado caminar algo más adelante por respeto, de modo, sin embargo que sea posible oírle y hablarle fácilmente.

Al pasear con alguien no está bien acercársele tanto que se le toque, y peor darle golpes con el codo; tampoco debe uno volverse tanto delante de aquél a quien se quiere hablar, que se le impida andar, o se haga uno incómodo a los otros.

Al final de cada trayecto corresponde a la persona de mayor consideración volverse la primera: y debe hacerlo volviendo la cara hacia la persona de su lado que sea la más considerada, o hacia el que habla, o alternativamente, ya a derecha, ya a izquierda; su educación lo exige así, si las personas que están a su lado son poco más o menos de la misma condición; todos los demás deben volverse del lado del que está en el centro.

Si sólo son dos los que se pasean, cada uno debe volverse hacia el interior, del lado de la persona con quien se pasea, y nunca hacia fuera, puesto que no podría hacerlo sin volver la espalda a aquel con quien está, lo cual sería totalmente contrario a la educación.

Si dos personas de condición muy superior ponen en medio de ellas a otra que les sea inferior, a fin de poder oír más fácilmente algún relato que tuviera que hacerles, a cada extremo del paseo el inferior cuidará de volverse del lado de la más importante de las dos, y si las dos son de condición más o menos igual, procurará volverse en un extremo del recorrido hacia una y en el otro extremo hacia la otra; y en cuanto haya acabado el relato que debía hacer, dejará el centro y se pondrá a un lado, algo más atrás.

Si se pasa por algún lugar en el que se debe andar de uno en uno, cada uno debe seguir según el rango que tiene en el grupo haciéndose cumplidos unos a otros, pero si las personas no tienen rango especial que las distinga, andarán una tras otra, según se encuentren.

Sin embargo, si el lugar es incómodo o peligroso, uno de los de rango más inferior puede pasar el primero, para mostrar o probar el camino, sin hacer en esto nada que sea contrario a las reglas de la convivencia.

Es gran descortesía, al encontrar otro grupo, dejar el propio; pues es dar a entender que se tiene muy poca consideración y no se estima mucho a las personas con quienes se está.

Cuando se pasea con una persona de mucha consideración, o incluso con una persona igual, ordinariamente no es conveniente pararse; porque aparte de que esto denota superioridad, a veces es molesto a los demás. Si, con todo, la persona con quien se habla se para, hay que pararse también, y cuidar de no avanzar durante todo el tiempo que esta persona permanezca así.

 

Artículo 3

El juego

 

El juego es una diversión que se autoriza a veces, aunque ha de tomarse con muchas precauciones; se puede dedicar cierto tiempo a esa ocupación, pero hay que poner en ello no poca discreción; son necesarias muchas cautelas para no dejarse arrastrar por alguna pasión desordenada; y se requiere la discreción para no entregarse del todo al juego, ni dedicarle excesivo tiempo.

Siendo imposible comportarse dignamente en el juego sin estas dos condiciones, no está permitido jugar sin ellas.

Hay especialmente dos pasiones que es preciso vigilar para no dejarse llevar por ellas en el juego: la primera es la avaricia, la cual ordinariamente es fuente de la segunda, a saber, la impaciencia y los arrebatos.

Los que juegan deben cuidar mucho de no hacerlo por avaricia, puesto que el juego no ha sido inventado para ganar dinero, sino sólo para relajar un poco el espíritu y el cuerpo después del trabajo.

Por eso no es conveniente jugar sumas importantes, sino sencillamente unos dinerillos, de modo que no puedan enriquecer al que gana ni empobrecer al que pierde, sino que ayuden a entretener el juego y a despertar mayor interés por ganar, que es lo que más contribuye al placer del juego.

Es gran descortesía impacientarse en el juego, cuando no se consigue el éxito deseado; es vergonzoso dejarse arrebatar y mucho más jurar durante el mismo. Hay que comportarse de modo moderado y pacífico, para no perturbar la diversión.

Es totalmente contrario a la honradez engañar en el juego, incluso es hurto; y si se gana, se está obligado a la devolución, incluso si se ha ganado en parte por destreza propia.

No se debe exigir con prisas el dinero ganado, pero si alguien no ha apostado en el juego y ha perdido, no hay que pedirle o invitarle a poner en el juego la cantidad que debe más que de modo razonable recordándole solamente que no ha hecho la apuesta; de este modo:

Aparentemente se ha olvidado usted de apostar en el juego; o, si ha perdido y el juego continúa: tenga la bondad de apostar doble en el juego; o: falta tal cantidad de lo que debería haber, ya que usted no ha apostado la última vez. En tales ocasiones, evítese bien el usar modos de hablar como: Pague, apueste en el juego.

Aunque se deba jugar con cara alegre, puesto que no se juega más que por divertirse, es sin embargo, contrario a la buena educación dar muestras de alegría extraordinaria cuando se gana; lo mismo que turbarse, entristecerse o enfadarse cuando se pierde; pues demuestra que no se juega más que por el dinero. Uno de los mejores medios que pueden utilizarse para no caer en estos desórdenes es jugar tan poco dinero que ni la ganancia ni la pérdida sean capaces de excitar ninguna pasión en los jugadores.

También es descortés cantar o silbar durante el juego, aunque fuera suavemente y entre dientes; lo es más tamborilear con los dedos o con los pies, que es lo que a veces acontece a los que se entregan mucho al juego.

Si sobreviene alguna discrepancia en el juego, hay que guardarse bien de gritar, disputar u obstinarse; pero si se ve uno obligado a mantener una jugada, debe ser con mucha moderación y honradez, exponiendo simplemente y con pocas palabras el derecho que cree uno tener, sin elevar siquiera ni cambiar ni pizca la voz; cuando se pierde, el honor exige pagar antes que se lo pidan; pues es señal de un espíritu generoso y de una persona bien nacida el pagar correctamente lo que se adeuda en el juego, sin mostrar contrariedad alguna.

No se debe empezar nunca a jugar con una persona de rango muy superior sin que ella lo mande; pero cuando una persona de rango obliga a alguien de condición muy inferior a la suya, a jugar con ella, debe tener cuidado de no mostrar ni apresuramiento en el juego, ni ganas de ganar, pues es muestra de pequeñez de espíritu y de bajeza de condición.

Si se sabe incluso que la persona con quien se juega y a la cual se debe respeto, sufre al perder, no se debe, si uno gana, dejar el juego, a menos que esto no venga de ella, o que no haya ganado de nuevo lo que había perdido. Pero si se pierde, puede uno retirarse discretamente, lo cual siempre está permitido, fuere quien fuere la persona con quien se está jugando.

Las buenas maneras piden que se muestre satisfacción cuando una persona a la que se debe respeto, gana en el juego, sobre todo cuando uno mismo no juega y se es sólo espectador.

Es importante abstenerse totalmente de jugar si no se es de humor cómodo en el juego, pues podrían producirse muchos inconvenientes que es necesario prevenir; pero si la persona con la cual se juega es de carácter irascible, no hay que mostrar disgusto ni de sus palabras, ni de su modo de obrar; menos se deben tener en cuenta sus arrebatos; débese procurar continuar tranquilamente el juego, como si nada hubiese sucedido; la prudencia y la cordura piden que se eche todo a buena parte y que no se salga uno nunca del respeto que se debe a esta persona, ni de la calma que se debe conservar siempre en el espíritu.

Es muy descortés mofarse de alguien que no haya tenido habilidad en el juego; si llegan personas más expertas al juego y ocupa uno el lugar, es fino cedérselo, y si se juega con una persona de rango superior, dos contra dos, y que esta persona haya ganado la partida, su compañero debe abstenerse de decir: hemos ganado; sino: usted ha ganado, señor; o bien: el señor ha ganado.

Es totalmente contrario a la conveniencia acalorarse en el juego; no se debe con todo jugar con negligencia ni dejarse ganar por complacer, a fin de no dejar creer a la persona con quien se juega, que se esfuerza uno muy poco en contribuir a su distracción.

Se puede jugar a muchas clases de juegos, de los cuales unos ejercitan más el espíritu y otros, sobre todo, el cuerpo.

Los juegos que ejercitan el cuerpo, como el frontón, el croquet, la bocha, los bolos, el volante, son preferibles a los demás e incluso a los que ejercitan y aplican demasiado el espíritu, como son el ajedrez y las damas: cuando se juega a estos juegos, que ejercitan el cuerpo, hay que abstenerse de hacer contorsiones con el cuerpo ridículas o indecentes; hay que procurar también no acalorarse demasiado, y abstenerse de desabrocharse, de quitarse vestidos, o incluso el sombrero, pues son cosas que la conveniencia no permiten. Cuando se juega al ajedrez o a las damas, es de buena educación ofrecer a la persona con quien se juega las piezas blancas de ajedrez o de damas, o colocárselas delante, o ayudarle al menos a ello, o disponerse a hacerlo, y no esperar que nos las den, ni que nos las coloquen delante de nosotros.

Hay ciertos juegos de naipes que pueden permitirse alguna vez, como el de los cientos, porque la destreza tiene su parte y no son de pura suerte; pero otros están tan subordinados al azar, como la berlanga, el sacanete, los dados y otros semejantes que no sólo los prohibe la Ley de Dios, sino que las normas de la urbanidad no autorizan a jugar a ellos. Deben, pues, ser considerados como indignos de una persona educada.

La conveniencia quiere también que el tiempo que se emplea en el juego sea moderado y que, lejos de jugar continuamente, como hacen algunos, no se juegue ni siquiera demasiado a menudo, ni varias horas seguidas; pues sería tomar como ocupación algo que no es propiamente más que un cese o interrupción del empleo por poco tiempo, y no puede estar de acuerdo con la cordura que debe tener una persona ordenada.

 

Artículo 4

El canto

 

El canto es un pasatiempo que no sólo está permitido, sino que es al mismo tiempo muy conveniente y puede ayudar mucho a divertir el espíritu de modo muy agradable e inocente a un tiempo.

Sin embargo, el buen sentir, lo mismo que la religión, quieren que un cristiano no se deje llevar por toda suerte de canciones; y que se guarde en particular de cantar cosas deshonestas, ni otras cuyas palabras sean demasiado libres o de doble sentido. En una palabra, es muy indecente en un cristiano entonar aires que conducen a la impiedad, o en los cuales se glorifica el comer bien, o cuyas expresiones y palabras manifiestan que uno se gloría y experimenta un gran placer dándose a los excesos del vino; pues, aparte de que hace muy poca gracia tener tales palabras en la boca, podrían contribuir mucho a favorecer el caer en esta clase de desórdenes, aunque no se tuviesen al presente; ya que las canciones inspiran su contenido en el espíritu más fácilmente que las palabras solas.

San Pablo nos indica precisamente en dos lugares diferentes de sus epístolas que lo que los cristianos deben cantar son los salmos, los himnos y los cánticos espirituales, y que deben cantarlo desde el fondo de sus corazones y con afecto, porque contienen las alabanzas de Dios. Estos son, efectivamente, los únicos aires que se deberían oír en las casas de los cristianos, en las que el vicio y todo lo que a él conduce no es menos contrario al buen gusto que a las normas del Evangelio; y en las cuales no se debe oír cantar nada que no dé ocasión de alabar a Dios y que no induzca a la práctica del bien y al ejercicio de la virtud.

Esta era también la práctica de los antiguos Patriarcas, los cuales no componían cánticos que no fuesen para alabar a Dios, o para agradecerle algún beneficio de él recibido. David, que compuso muchos, los hizo todos en alabanza de Dios. La Iglesia, que se los ha apropiado y los canta todos los días, y que los pone en boca de los cristianos, los días en que se reúnen solemnemente para honrar a Dios, parece invitarles a cantarlos también y a repetirlos a menudo en particular, y a los padres que los enseñen a sus hijos.

Como estos cánticos sagrados han sido traducidos a nuestra lengua y se les ha puesto música, todos tienen la comodidad y la facilidad de poderlos cantar y oír, y de llenarse el espíritu y el corazón de los sentimientos santos de que están repletos. Debería además ser un gran placer y un verdadero solaz para los cristianos, bendecir y alabar a menudo al Dios de su corazón.

Lo que la modestia pide a los que saben cantar, o tocar algún instrumento, es el no manifestarlo nunca, ni dar ninguna señal, ni hablar de ello con el fin de procurarse estima por este medio; pero si la cosa llega a conocerse y en la reunión, alguien a quien se debe respeto o deferencia, le pide tocar o cantar algún aire, ya para dar a conocer lo que se sabe, ya para solaz del grupo, puede uno excusarse razonablemente y, ordinariamente conviene hacerlo; pero si esta persona persiste e insta, no sería cuerdo si aún se dudase en cantar o tocar el instrumento, como se pide; puesto que si sucediese que no se cantase muy bien, o que no se fuera hábil en tocar el instrumento, los del grupo tendrían de qué hablar, que no merecía la pena hacerse rogar tanto, mientras que aceptando con sencillez y sin hacerse esperar mucho, se pone uno a cubierto de todo reproche, o al menos no se da ocasión para ello.

Cuando se ve así uno obligado a cantar, es preciso evitar el toser o escupir; y es necesario guardarse bien de alabarse a sí mismo y de decir, por ejemplo: qué buen lugar es éste, o he aquí uno aún más hermoso, o cuidado con esta cadencia, etc.; todo esto indica vanidad y estima de sí mismo, y es señal de que se quiere presumir. Tampoco es conveniente hacer ciertos gestos que indican complacencia; de igual modo tampoco se deben hacer cuando se toca algún instrumento.

Cuando ha sido uno solicitado para cantar o para tocar un instrumento, no hay que hacer lo uno o lo otro durante demasiado tiempo, pues se debe evitar el aburrimiento; y se debe acabar suficientemente pronto, para no dar ocasión a nadie de decir o pensar que ya es bastante.

Sería descortesía decirlo, si la persona que canta merece alguna consideración; y es también una gran descortesía interrumpir al que canta.

Hay que cuidar de no cantar nunca solo, y entre dientes, lo cual es grosero en toda ocasión; no lo es menos el remedar a una persona que se haya oído cantar, ya porque canta de nariz, o porque hace inflexiones de voz o canta de forma inconveniente y desagradable; esto huele a farsante y a cómico de teatro. También tiene poca gracia cantar de modo grosero, afectado o extravagante.

La manera de cantar bien y con agrado es hacerlo de modo enteramente natural.

 

Artículo 5

Las diversiones no permitidas

 

Existen otras diversiones, de las que no se tratará aquí con mucha amplitud, porque no están permitidas al cristiano en modo alguno, ni por las leyes de la religión ni por las reglas de la cortesía.

Hay unas que sólo frecuentan los ricos, como los bailes, las danzas y el teatro. Otras son más corrientes para los artesanos y los pobres, como los espectáculos de charlatanes, bufones, volatineros, títeres, etc.

Respecto a los bailes basta decir que son asambleas cuyo comportamiento no es cristiano ni honesto: se tienen de noche, como queriendo esconder a sí mismo las indecencias que se cometen en estas asambleas, y buscando las tinieblas para tener más libertad para cometer el crimen. Las personas en cuyas casas se tienen, están obligadas a abrir su puerta indistintamente a todo el mundo, lo que trae consigo que sus casas sean como lugares infames y públicos, donde los padres y madres exponen a sus propias hijas a toda clase de muchachos, que tienen la libertad de entrar en estas asambleas y se toman también la de examinar a todas las personas que las componen y de ligarse con aquellas que más les gustan; divertirlas, sacarlas a bailar, acariciarlas y tomarse con ellas libertades que padres y madres se avergonzarían de permitirles en sus propias casas. Y las chicas, por el lujo y la vanidad que muestran en la forma de sus vestidos, por la falta de modestia de sus miradas, de sus gestos y de toda su persona, se prostituyen a la vista y a los deseos de todos los que entran en estos bailes; y son ocasión para los más moderados de tener sentimientos bien alejados de los que el pudor y la modestia cristianos deberían inspirarles.

Respecto de las danzas que se hacen en las casas particulares con menos excesos, no son menos inconvenientes que las que se hacen con más fasto en los bailes: pues si un antiguo pagano dijo que no hay persona sobria que baile, si no ha perdido el juicio: qué será lo que el espíritu cristiano podrá decirnos tocante a esta diversión, que no sirve más, dice san Ambrosio, que para excitar las pasiones vergonzosas, y en las que el pudor pierde todo su brillo en medio del ruido que se hace saltando, y entregándose a la disolución; son las madres impúdicas y adúlteras, dice este santo Padre, las que permiten que sus hijas bailen, y no las madres castas y fieles a sus maridos, que deben enseñar a sus hijas a amar la virtud y no la danza, a la cual, dice san Crisóstomo, el cuerpo es deshonrado por movimientos vergonzosos, indecentes; y mucho más el alma, pues los bailes son los juegos de los demonios, y los que hacen de ellos sus diversiones y placeres, son los ministros y esclavos de los diablos, y se comportan como bestias, más que como hombres, puesto que se entregan en ellos a placeres brutales.

Por más que el teatro se considere en el mundo como diversión honesta, constituye, no obstante, la vergüenza y confusión del cristianismo. En efecto, los que se dedican a ese empleo como su propia profesión, ¿no están calificados públicamente de infames? ¿Se puede amar una profesión mientras se cubre de confusión a los que la ejercen? ¿No es infame y vergonzoso este arte, en el que toda la destreza del actor tiende a excitar en sí mismo y en los demás las pasiones vergonzosas, que una persona bien nacida sólo puede aborrecer? Si se canta en él, no se oyen más que aires propios a fortalecer estas mismas pasiones. ¿Hay honestidad y sensatez en la forma de los vestidos, en la desnudez y en la libertad de los comediantes? ¿Y hay algo en sus gestos, en sus palabras, en sus posturas que no sea, para un cristiano, indecente, no ya el hacerlo sino incluso el verlo? Es pues, totalmente contrario a la honestidad tomarlo como placer y diversión.

Los teatrillos de charlatanes y bufones que se elevan comúnmente en las plazas públicas, son mirados como indecentes por toda persona honrada; y de ordinario sólo los artesanos y los pobres se paran a verlos. Hasta parece que el demonio los ha organizado precisamente para ellos, pues, al no tener medios para gustar el veneno que utiliza para perder almas en los teatros, pueden así saciarse del mismo asistiendo a estos espectáculos públicos; con ese fin emplea los bufones, los ejercita y entrena, y se sirve de ellos, según expresión de san Juan Crisóstomo, como la peste que inficiona todas las villas a las que llegan. Apenas alguno de estos bufones ridículos - dice este santo Padre - profiere una blasfemia o palabras deshonestas, se ve a los más alocados prorrumpir en carcajadas; les aplauden por cosas que merecerían más bien la lapidación.

Es, pues, una diversión muy vergonzosa y un placer detestable, según la expresión de este Padre, la que se saca de esta clase de espectáculos, y los que los frecuentan muestran que tienen el corazón y el espíritu bien bajos, y muy poco cristianismo.

No sienta mejor a un cristiano asistir a representaciones de títeres, en las cuales no habría nada que pareciese agradable y divertido, si no se combinasen palabras impertinentes o deshonestas con posturas y movimientos enteramente indecentes; por este motivo, una persona sensata no debe mirar esta clase de espectáculos más que con desprecio, y los padres y madres no deben permitir nunca a sus hijos asistir, antes deben inspirarles mucho horror hacia ellos, por ser contrarios a lo que la urbanidad, así como la piedad cristiana, exige de ellos.

La honestidad no permite tampoco asistir a los espectáculos de los funámbulos, los cuales, exponiendo todos los días su vida, lo mismo que su alma, para divertir a los demás, no pueden ser admirados y ni siquiera contemplados por una persona razonable, puesto que hacen lo que todo el mundo debe condenar, según las solas luces de la razón.

 

Capítulo 6

Las visitas

 

Artículo 1

La obligación que la cortesía impone de hacer visitas y los preparativos necesarios al efecto

 

Viviendo en el mundo no puede uno dispensarse de hacer visitas de vez en cuando, o de recibirlas; es una obligación que la urbanidad impone a todos los seglares.

Incluso la Virgen santa, aunque vivía retirada, visitó a su prima santa Isabel, y se diría que el Evangelio lo relata con amplitud para que pudiera ser modelo de nuestras visitas. Jesucristo también hizo varias visitas impulsado sólo por la caridad, al no estar obligado a ellas.

Para saber bien y poder discernir en qué ocasiones se debe hacer visitas, hay que persuadirse de que la cortesía cristiana no debe regularse en esto más que según la justicia y la caridad; y que no puede exigir que se hagan visitas si no es por necesidad, o para dar a alguien muestras de respeto, o para cultivar la unión y la caridad.

Las ocasiones en las cuales la cortesía, fundada en la justicia, pide que se hagan visitas, son cuando el padre, por ejemplo, tiene a su hijo, o el hijo tiene a su padre enfermo, para cumplir los deberes que la piedad y la justicia cristianas, lo mismo que la cortesía, exigen de ellos.

Cuando alguien tiene odio o aversión hacia otra persona, una y otra están obligadas, según las reglas del Evangelio, a visitarse para reconciliarse mutuamente, y vivir perfectamente en paz.

La cortesía cristiana se regula según la caridad, en las visitas, cuando se hacen para contribuir a la salvación del prójimo, del modo que sea, o para rendirle un servicio temporal, o tributarle respeto cuando se es inferior al mismo, o para mantener con él una unión perfectamente cristiana. Fue siempre según alguno de estos puntos de vista y por alguno de estos motivos como Jesucristo

Nuestro Señor se condujo en todas las visitas que hizo; pues era para convertir las almas a Dios, como en la visita a Zaqueo, o para resucitar muertos, como cuando fue a casa de Marta, después de la muerte de Lázaro, o a casa del jefe de la sinagoga; o para curar enfermos, como cuando fue a casa de san Pedro, o del Centurión, si bien no hizo estos milagros sino con el fin de ganar los corazones para Dios; o por amistad y benevolencia, como en la última visita que hizo a las santas Marta y María Magdalena.

No está, pues, permitido a un hombre de conducta sensata y ordenada, hacer continuamente visitas a unos y a otros; pues es una vida desdichada, dice el Sabio, ir de casa en casa y hacer muchas visitas inútiles, como hacen algunos; se pierde así un tiempo preciosísimo que Dios nos da para ganar con él el cielo.

Débese procurar en las visitas que se hacen, que no sean demasiado largas; ordinariamente esto es fastidioso y molesto a los demás.

Respecto a las personas visitadas, se debe mirar que no vivan en el desenfreno y en el libertinaje, y que en sus discursos no muestren nada que indique impiedad o falta de religión; la cortesía no puede sufrir que se tenga trato con esta clase de personas.

Cuando se quiere visitar a una persona a la que se debe consideración y respeto, hay que ponerse ropa interior y vestidos limpios, pues es señal de respeto. Es preciso además, prever lo que se tendrá que decirle.

Si alguno tiene un encargo para la persona que se va a ver, se debe prestar particular atención a lo que dice; y si no se le oye bien o no se le entiende, hay que darlo a conocer con modestia y pidiendo excusa, para que lo repita o lo explique mejor; es conveniente, sin embargo, hacer de modo que no se obligue nunca a nadie a repetir lo que nos ha dicho.

 

Artículo 2

Modo de entrar en la casa de la persona que se visita

 

Cuando se visita a alguien, si la puerta está cerrada, es gran descortesía pegar fuerte y llamar más de una vez: hay que llamar suavemente y esperar con paciencia a que se abra la puerta.

A la puerta de una habitación, no es conocer muy bien a la gente el golpear, se debe llamar suavemente; y si la persona no sale, hay que alejarse de la puerta, a fin de no ser sorprendido como si se escuchase o espiase, lo que sería muy chocante y de muy mal efecto.

Cuando se abre la puerta y el que abre pide el nombre, hay que decirlo y no añadir nunca la palabra señor.

Si la persona que se va a visitar es de condición muy superior y no está en la casa, no está bien decir su nombre, sino que se volverá otra vez.

Si uno es completamente desconocido en la casa a la que se va, es una afrenta entrar por sí mismo sin ser introducido; se debe esperar a que le digan que entre, aunque la puerta esté abierta; si no hay nadie para introducir y si razonablemente cree uno tener la libertad de entrar, se debe hacer sin ruido y sin empujar fuertemente la puerta. Debe cuidarse también, al abrir y cerrar las puertas y al andar, hacerlo muy suavemente y sin ruido.

Es muy descortés, cuando se abre una puerta, dejarla abierta; se debe cuidar de cerrarla, si no hay nadie para hacerlo.

Cuando se espera en una sala o en la antecámara, no está bien pasearse, cosa que está incluso prohibida en casa de los príncipes, y es aún peor silbar o cantar.

Es conveniente estar descubierto en las salas y antecámaras, aunque no haya nadie; y cuando se está en casa de una persona de alta alcurnia, se debe tener cuidado de no cubrirse, y de no sentarse de espaldas a su retrato, o al de una persona a la que se debe respeto.

Sería descortesía entrar en lugares en los que hay personas meritorias y de consideración, con la cabeza cubierta; hay que descubrirse siempre antes de entrar.

Si la persona que se visita está escribiendo o haciendo cualquier otra cosa, no está bien distraerla, hay que esperar a que ella misma se vuelva; tampoco está bien entrar atrevidamente en un lugar en el que hay varias personas juntas ocupadas, a menos que un asunto importante y urgente obligue a ello, o que se pueda hacer sin ser percibido.

Cuando se entra en la habitación de una persona, estando ella ausente, no se debe recorrer de un lado al otro, ni inspeccionar lo que hay en ella, antes se debe salir inmediatamente y esperar en la antecámara. Si hay papeles, escritos, cartas o cosas parecidas sobre la mesa de la habitación, es descortés mirarlas con curiosidad; se debe, por el contrario, apartar la vista y alejarse de ellas.

 

Artículo 3

Modo de saludar a las personas que se visita

 

La primera cosa que se debe hacer al entrar en la habitación de la persona que se visita es saludarla, y hacerle la reverencia. Fue también la primera cosa que según nos dice el Evangelio, hizo la Virgen Santa, en la visita que hizo a santa Isabel.

Se puede saludar a alguien de tres modos distintos: hay una manera que es muy ordinaria, se hace primero descubriéndose con la mano derecha, llevando el sombrero hasta abajo, extendiendo enteramente el brazo, colocándolo vuelto hacia el exterior sobre el muslo derecho y dejando libre la mano izquierda. Segundo, mirando suave y sencillamente a la persona que se saluda. Tercero, bajando la vista e inclinando el cuerpo. Cuarto, sacando el pie, si se quiere avanzar, poniéndolo derecho hacia adelante; si se quiere retroceder, echando el pie izquierdo hacia atrás; si se pasa de lado, deslizando el pie hacia adelante, del lado de la persona que se quiere saludar, e inclinándose y saludando unos pasos antes de llegar frente a ella.

Si se saluda a todo un grupo, hay que adelantar un pie para saludar a la persona principal, y poner el pie izquierdo hacia atrás para saludar de un lado y otro a todo el grupo.

No se debe entrar nunca en ningún lugar sin saludar a los que están allí; y corresponde al que entra saludar el primero a los que están dentro.

Esto mismo debe hacer el que visita, incluso si la persona visitada le es inferior, que es lo que hizo la Santa Virgen respecto de Santa Isabel. Además, el que recibe la visita debe procurar prevenir y adelantarse, para saludar el primero; incluso si la persona que hace la visita es importante, o si se le debe mucho respeto, es educado ir a recibirla a la puerta, o incluso más lejos, cuando se ha recibido el anuncio de su visita, para darle mayores muestras de respeto. Esto hicieron las santas Marta y María Magdalena, según el relato del Evangelio, cuando Jesucristo fue a visitarlas para resucitar a Lázaro. Es también la honra que le tributó el Centurión, cuando fue a su casa para curar a su siervo, que estaba enfermo.

El segundo modo de saludar es hacerlo dentro de las conversaciones, lo que se suele llamar un cumplido, lo cual se hace simplemente descubriéndose, inclinándose al menos un poco y deslizando el pie de modo imperceptible, cuando se está de pie.

El tercer modo, que es extraordinario, se hace cuando alguien viene de fuera, o cuando se despide al partir de viaje. Este modo de saludar se hace como el primero, pero hay que quitarse el guante de la mano derecha, inclinarse humildemente y, después de haber bajado la mano hasta el suelo, llevarla suavemente cerca de la boca, como para besarla; enseguida hay que enderezarse poco a poco, para evitar que la persona que se saluda, inclinándose o queriendo sin duda abrazar por cortesía, no reciba un cabezazo.

El que así saluda debe inclinarse tanto más profundamente cuanto la persona a quien saluda sea más importante.

Otro modo extraordinario de saludar es el abrazo a la persona que se aborda, lo que se hace poniendo la mano derecha encima de la espalda y la izquierda debajo, y presentándose uno a otro la mejilla izquierda, sin tocársela ni besarla.

El beso es aún otro modo de saludar, y no se hace ordinariamente más que entre personas que tienen alguna unión o amistad particular. Era muy usado en la primitiva Iglesia, entre los fieles, que lo tomaban como señal sensible de unión muy íntima entre ellos, y de caridad perfecta; san Pablo exhorta a saludarse así a los Romanos y a todos los demás a quienes escribe.

La reverencia que se hace al saludar no debe ser corta, sino profunda y grave; debe hacerse asimismo sin afectación y sin tomar posturas ridículas como sería volver la cabeza sin gracia, hacer contorsiones del cuerpo desagradables, abajarse de modo excesivo, o permanecer demasiado erguido. Es descortés hacer la reverencia a cada palabra que se dice al hablar.

Es contrario a la urbanidad preguntar a las personas superiores, e indistintamente a todas las personas cuando se les saluda: ¿Qué tal se encuentra? Puesto que, a menos que las personas saludadas estén enfermas, no está permitido preguntar esto más que a los amigos y a personas de la misma condición.

Con todo, puede hacerlo una persona de calidad superior respecto a otra de calidad inferior, o que le sea subalterna.

Es muy descortés que las mujeres y muchachas que llevan antifaz saluden a alguien llevándolo sobre el rostro; se debe quitar siempre. También es gran descortesía entrar en el cuarto de una persona a la que se debe respeto, con la falda arremangada, el antifaz en el rostro o la toca sobre la cabeza, a menos que sea transparente.

 

Artículo 4

Manera de abordar a la persona que se visita y cómo sentarse o levantarse

 

Cuando se entra en la habitación de una persona habiendo otras que hablen con ella, no hay que acercarse sino quedarse junto a la puerta, hasta que estas personas hayan terminado de hablar, o que la persona con la que se quiere tratar se adelante o dé señales de avanzar.

Es descortés al abordar a una persona, ya al visitarla, ya al encontrarse con ella, gritarle fuertemente, como hacen algunos: Buenos días, señor, a su servicio; se debe esperar a estar cerca de ella, y hacerlo con tono mediano.

Apenas se haya entrado, debe saludarse estando en pie, y permanecer así hasta que las personas superiores estén sentadas; pues no es conveniente sentarse o permanecer sentado mientras haya de pie personas a las que se debe respeto; tampoco lo es sentarse antes que la persona a la que se visita lo diga, o haga una señal.

Si la persona que se visita es de categoría eminente, o se debe tener con ella mucha consideración y respeto, no hay que sentarse ni cubrirse hasta que ella lo haya mandado expresamente; hay que hacerlo, sin embargo, cuando ella lo ordena, dando a entender de alguna manera sensible, que no se hace sino por la sumisión que se le debe. Y al sentarse hay que procurar ponerse más bajo que ella, tomar un asiento menos considerable que el suyo, y no colocarse ni a su lado, ni muy próximo, sino al otro extremo; no cara a cara, sino un poco de lado, por ser esta posición más repetuosa; tampoco se le debe mirar fijamente, ni acercarse demasiado, con peligro de tocarla, o de hacerle sentir el aliento, o de causarle molestia de cualquier otra manera que sea.

A fin de saber distinguir y escoger los asientos, conviene decir aquí que el más honroso es el sillón, y entre éstos, debe preferirse el más cómodo. Al sillón sigue la silla con respaldo, y a ésta la silla tijera.

En la propia casa debe darse el primer lugar a los iguales; en casa ajena no hay que aceptarla sino solamente después de haber sido ofrecida dos o tres veces.

Estando sentado junto al fuego para calentarse, o en un banco del jardín, el centro es el primer lugar, la derecha el segundo y la izquierda el tercero.

Estando sentado en una sala, ordinariamente el primer puesto es del lado de la ventana y el último del lado de la puerta.

En un cuarto, es muy indecente sentarse sobre la cama, sobre todo si es la cama de una mujer; y siempre es muy grosero y de una familiaridad intolerable, echarse sobre la cama y en esta posición seguir la conversación.

En las visitas y en la conversación es conveniente adaptarse a aquéllos que se visita, y no fingir singularidades; y sería enteramente contrario al respeto debido a las personas con quienes se está, permanecer sentado cuando ellas están de pie, andar cuando ellas se paran, leer o, peor aún, dormir cuando ellas hablan.

También es considerado condescender y acomodarse a los demás en todo lo que está permitido según la ley de Dios; pues nunca está permitido violarla por condescender con quien sea, ni aprobar el mal que se ve hacer a los libertinos.

En estas ocasiones se debe, o bien salir de la reunión, o mostrar la pena que se siente mediante la modestia y la gravedad del rostro.

 

Artículo 5

Manera de despedirse y de salir, en las visitas

 

Cuando se visita a alguien de rango superior, o cuando percibe uno que la persona con quien está tiene algún trabajo, no se debe alargar tanto que ella se vea obligada a despedirle: es siempre mejor retirarse uno mismo; y es a propósito tomarse el momento de partir cuando la persona con la que se está permanece en silencio, llama a alguien, o da algún que otro indicio de que tiene qué hacer en otra parte.

No se debe salir sin saludar y sin despedirse del grupo; sin embargo, si se está en casa de una persona de calidad eminente y otro le habla inmediatamente después de nosotros, o ella se ocupa de otra cosa inmediatamente después de habernos hablado, es bueno salir sin decir nada, e incluso sin que se note; y si se sale solo, hay que abrir y cerrar la puerta con cuidado, sin hacer ruido alguno, y no cubrirse hasta haberla cerrado.

Debe procurarse, cuando se sale de la casa de una persona que se ha visitado, que ella no se tome la molestia de acompañarnos; no se debe, sin embargo, rehusar este honor con demasiada insistencia, y en caso de que ella quiera hacerlo, débese tener durante este tiempo la cabeza descubierta, y dar luego a esta persona pruebas de agradecimiento, haciéndole profundamente la reverencia.

Si es una persona de rango muy superior la que hace este honor, no se le debe impedir, pues parecería que no está uno convencido de que ella sepa lo que hace; y pudiera suceder que se defendiera uno inoportunamente de alguna cosa que esta persona no hubiese hecho por nosotros; hay que dejarla venir hasta donde le plazca y, al dejarla, agradecer cortésmente haciéndole una profunda reverencia.

Se puede, con todo, en esta ocasión, mostrar por algún signo que, caso de que sea a nosotros al que se hace este honor, no nos lo atribuimos; y esto se debe hacer siguiendo el camino, sin mirar atrás, o incluso volviéndose y parándose, como para dejar pasar a la persona que nos acompaña, y mostrar así que cree uno que ella tiene algún asunto en otra parte: si se ve claramente que esta persona nos hace a nosotros esta cortesía de acompañarnos y dirigirnos, entonces hay que pararse en seco, retirarse al lado y no salir de su sitio hasta que ella haya vuelto a su habitación.

Cuando la persona que se ha visitado acompaña a alguien hasta la calle, no se debe montar a caballo ni subir a la carroza en su presencia, sino que antes de montar se le debe pedir que vuelva a su casa; pero si ella quiere permanecer, es preciso partir a pie y dejar que la carroza siga, o llevar el cabello por la brida, si se va a caballo, hasta que esta persona haya entrado, o ya no se la vea.

 

Artículo 6

Las visitas que se reciben y modo de comportarse en ellas

 

Nunca se debe hacer esperar a una persona que viene a visitarnos, a menos que se esté ocupado con personas de más categoría que aquélla, o en asuntos públicos; y es totalmente descortés dejar que le esperen a la puerta, en el patio, en una cocina o en una galería; y si se está obligado a hacer esperar algún tiempo, debe ser en un lugar limpio en el que la persona pueda sentarse, si lo desea; y es muy fino enviarle, si la cosa es posible, una persona educada para entretenerle durante el tiempo de la espera.

Es preciso dejarlo todo para recibir a la persona que nos visita; si se trata de una persona de rango superior, o con la cual no se tenga familiaridad alguna, debe uno quitarse la blusa, el gorro de dormir y dejar la comida, ceñirse la espada, en caso de que se use, y llevar el manto sobre los hombros.

En cuanto se recibe aviso de la visita de alguna persona a la que se debe mucho respeto, es preciso acudir a la puerta o, si ya ha entrado, ir lo más lejos posible para recibirla; se le debe el máximo honor posible, introducirla y hacerla sentar en la mejor habitación, concederle preferencia en todas partes y ofrecerle el lugar más honroso; éste es el honor que se debe tributar en casa propia, no sólo a las personas de calidad, sino también a toda persona que no sea un criado o inferior.

Sin embargo, cuando se recibe a una persona de gran calidad, o que es muy superior, si ella manifiesta desear que se supriman parte de las consideraciones que se tienen con ella, no hay que obstinarse en continuarlas: la cortesía pide que se manifieste entonces, por una sumisión total a esta persona, que ella tiene todo poder en nuestra casa.

Si la persona que visita nos sorprende en el cuarto, hay que levantarse si se está sentado, dejarlo todo para honrarla y abstenerse de toda actividad, hasta que haya salido; pero si uno está en la cama, debe permanecer en ella.

En casa propia débese ceder el lugar más honroso, incluso a los iguales: no hay que forzar a un inferior a tomar un lugar que no puede aceptar sin faltar a su deber.

Es descortés dejar de pie a personas que nos visitan; se les debe ofrecer los asientos más dignos y más cómodos; y si los hay de mayor y de menos honor y comodidad, los mejores deben ser ofrecidos a las personas más calificadas de la compañía; se les debe asimismo tributar más honor que a los demás; no debe sentarse uno hasta que las personas que le visitan estén sentadas, y hay que ponerse en un asiento inferior al de ellas.

Cuando llega alguien durante la comida y entra en la habitación, es cortés invitarle a comer; pero también es cortés en el que hace la visita, si la persona visitada está en la mesa, el agradecerlo muy decorosamente; y deben contentarse uno y otro con esto, y, así como el uno no debe insistir, tampoco el otro debe aceptar el ofrecimiento que se le hace.

En las visitas y en la conversación, y especialmente en las visitas que se recibe, nunca se debe dar a entender que se aburre uno con la conversación, preguntando, por ejemplo, la hora que es; si, con todo, se tiene algo urgente que hacer, se podría dejarlo caer con habilidad en la conversación.

La educación quiere que se adelante uno a las personas con las que se está, particularmente con las que nos visitan, en las cosas en las que se las pueda servir: se debe, por ejemplo, abrirles la puerta al salir, apartar lo que podría dificultar el paso, levantar un tapiz, tocar la campanilla, llamar a la puerta, recoger algo que haya caído, llevar la luz; y si se trata de una persona que anda con dificultad, es cortés darle la mano para ayudarle. Todo el mundo debe esforzarse en ayudar a los demás en esta clase de cosas y en otras semejantes: pero la persona que se visita tiene obligación particular de hacerlo respecto a la persona que le visita; sería considerada como muy descortés si no cumpliese con esta obligación.

Cuando las personas que vinieron de visita salen de la casa, se las debe acompañar hasta más allá de la puerta de la vivienda. Si la persona que se acompaña debe subir a una carroza, no hay que dejarla hasta que haya subido, y si se trata de una mujer hay que ayudarla a subir.

Con todo, si se es persona pública, como hombre de estado, magistrado, abogado o procurador, que esté talmente ocupado, puede uno dispensarse de acompañar a los que le visitan; incluso por discreción, los visitantes deben rogar al que van a visitar que no salga de su despacho o gabinete.

Si se está con varias personas, de las cuales unas se van y otras quedan, si la persona que se va es de más consideración que la que se queda, se la debe acompañar; si se es inferior, se la debe dejar partir y quedarse con las otras, pidiéndole, con todo, excusas; si es igual, se puede buenamente examinar cual o cuales, todo considerado, tienen más que los otros, o a quiénes debemos más, y acompañar o quedarse con los que son superiores.

La conveniencia pide también que si algún joven ha quedado en casa, no se le deje regresar solo a casa, particularmente por la noche y si está lejos; antes se le debe acompañar personalmente, o entregarlo a personas de confianza.

 

Artículo 7

Cómo comportarse cuando alguien llega a una reunión, o sale de ella

 

Cuando se está en una reunión y llega alguien al que se debe tener consideración, si es una persona superior a aquéllas con las que se está, se debe pedir humildemente permiso a la compañía para ir a cumplimentarla, y luego dejar el grupo para ir a recibirla. Si esta persona es inferior, se debe permanecer en el grupo y contentarse con levantarse cuando ella entre en el lugar en que se está, y hacer reverencia, o algún otro signo que muestre nuestra cortesía; en tal ocasión, cuando la persona que llega merece algún honor, se debe siempre interrumpir el discurso, el juego y todo lo demás, y todos deben levantarse, hacerle la reverencia y permanecer de pie y descubiertos, hasta que esta persona se haya sentado. La cortesía quiere también que se le ofrezca el lugar debido a su calidad, y que se le diga en pocas palabras lo que se decía y hacía antes de su llegada; cosa que debe hacer el dueño del lugar, o el que había comenzado la conversación.

Si el que llega es alguien que quiere hablar, se le puede hacer entrar; y cuando entra, la persona a quien quiere hablar debe levantarse y recibirle de pie y descubierto, aunque no sea más que un lacayo que quiere hablar de parte de una persona a la que se debe respeto.

Cuando alguna persona sale y deja el grupo, todos deben levantarse y hacerle sitio; una vez la haya saludado, el grupo como lo exija su categoría, el dueño del lugar debe pedir permiso al grupo para acompañarla, caso que esta persona sea de más rango que las que quedan, si no, debe simplemente pedir excusas al que sale, sin dejar el grupo. No siempre es cortesía acompañar preferentemente a los que salen, antes que a los que se quedan.

Cuando se entra o sale de un grupo, no hay que pasar por el medio del mismo y delante de los que lo componen; mas, una vez se haya saludado a todos, se debe pasar por detrás, si ello es posible; si no se puede hacer cómodamente, hay que pasar por el medio, pidiendo excusas e inclinándose un poco para saludar al grupo.

Cuando alguien entra en un lugar en el que hay un grupo, si sus miembros se levantan y lo cumplimentan, es deber suyo saludar al grupo y no tomar ni el primer lugar, ni el asiento de otro: no debe tolerar que ninguno del grupo le traiga un asiento; sino que debe ocupar el último lugar y escoger, si es posible, un asiento que esté por debajo de los otros. Si con todo se le obliga a ocupar un sitio más honroso, no debe rehusarlo obstinadamente, sobre todo cuando en el grupo no haya ninguna persona que sea de condición muy superior a la suya.

Cuando alguien sale de un grupo, debe hacerlo de manera muy conveniente, sin permitir que se interrumpa la conversación, ni lo que se haga, ni que se levanten los demás, ni que el dueño del lugar deje su sitio para acompañarle, a menos que razonable o absolutamente no lo pueda impedir.