102. SOBRE SAN IGNACIO, MÁRTIR

(1 de febrero)

San Ignacio fue uno de los primeros discípulos y más dignos sucesores de los Apóstoles. Predicó el Evangelio y contribuyó en gran manera a difundir la religión, con celo y valentía sorprendentes. Se animaba a ello en proporción a la resistencia que le oponían, sin consideración ni miedo a hombre alguno; ni siquiera al emperador, a quien resistió enérgicamente, menospreciando sus amenazas y promesas.

Con la misma firmeza, y decisión verdaderamente cristiana hay que defender los derechos de Dios, y a ello estáis obligados vosotros en vuestro empleo. Desempeñáis por él una de las más importantes funciones que ejercieron los Apóstoles, educando en la fe y religión a los nuevos fieles, esto es, a los niños que, hace aún poco tiempo, fueron henchidos del Espíritu Santo en el bautismo.

Haceos dignos de ministerio tan santo, por el retiro y la aplicación a la oración, imitando el ejemplo de los santos Apóstoles.

Estaba tan lleno san Ignacio del espíritu de Jesucristo y de su santo amor, que tenía con mucha frecuencia su sagrado Nombre en los labios, y de él se servía como medio para comunicar su amor a quienes instruía y con quienes conversaba.

Como pertenecía por entero a Jesucristo y se había consagrado a El para predicar el Evangelio, quería que también los cristianos a quienes enseñaba la doctrina se aficionasen únicamente a Jesús, y sólo por Él trabajaran.

Si amáis de veras a Jesucristo, os dedicaréis también vosotros con todo el empeño posible, a imprimir su santo amor en los corazones de los niños que educáis para ser sus discípulos.

Procurad, pues, que piensen con frecuencia en Jesús, su bueno y único Dueño; que hablen a menudo de Jesús; que no aspiren sino a Jesús, ni respiren sino por Jesús.

Cuando se le condenó a ser devorado por los leones, confesó este Santo que entonces empezaba a ser discípulo de Jesucristo, porque ya nada de este mundo apetecía, ni temía para nada los suplicios que pudieran imaginar los tiranos con el fin de torturar su cuerpo. Anhelaba, incluso, ser entregado cuanto antes a los más atroces tormentos, para hallar medio de gozar lo antes posible de Jesucristo.

Admirad el ardor con que deseaba este Santo los padecimientos y la muerte, para conseguir ser inmolado a Dios como víctima santa y agradable a sus ojos (1).

Pensad, como él, que no llegaréis verdaderamente a contar entre los discípulos de Jesucristo hasta que le améis, y os decidáis a padecer por su santo amor.

103. SOBRE LA VIDA DE SAN SEVERO, OBISPO (*)

1 de febrero

Refiere el evangelio de san Lucas, cap. 7, que se presentaron al Señor los discípulos de Juan para preguntarle si era Él el Cristo, o si debían esperar a otro; que Jesucristo les contestó obrando en presencia de los enviados algunos prodigios para demostrar su condición de Mesías, y que, para concluir su discurso, añadió: El Evangelio se anuncia a los pobres (1).

Esto debe animar mucho a todos los fieles para que trabajen con denuedo en el decisivo negocio de su salvación; pero muy especialmente, a los que por su nacimiento están sujetos a vivir en la pobreza y escasez de los bienes temporales.

San Severo aprovechó de manera excelente esta situación ventajosa; pues, obligado para poder subsistir a ponerse al servicio de un amo infiel, alimentaba su espíritu con el pan de la divina palabra y del santo ejercicio de la oración; al que se aplicaba con fervor extraordinario, no obstante los increíbles obstáculos que se lo estorbaban, dadas las ocupaciones de su laborioso empleo.

Y Dios, que se complace en escuchar a los mansos y humildes de corazón, le concedió la entera conversión de su amo a la fe de la Iglesia católica.

¿No es, ciertamente, extraña locura amar las grandezas y bienes del mundo, puesto que nada hay en él que sea grande ni digno de estima, sino lo que es glorioso y estimable en el acatamiento de Dios?

¡Ilumina nuestros ojos, oh divino Jesús, para que veamos las cosas tal como Tú las consideras, y para que todos nuestros afectos e inclinaciones sean en absoluto conformes a los tuyos!

Las virtudes de san Severo, junto con los muchos milagros que Dios obraba por su mediación, le dieron a conocer en su derredor, y el aprecio que se hacía de su persona, fue causa de que le arrancaran del grupo de discípulos - por él formado, y encaminado por él a la perfección, en cierto lugar solitario - para consagrarle obispo de Avranches.

Mas, luego de haber trabajado en su Iglesia, conforme a la amplitud de su celo; obligado por su profunda humildad, renunció a su dignidad de obispo y a todos los bienes de la tierra, para volver a su querida soledad, donde murió la muerte de los elegidos, en brazos de los que había edificado con los ejemplos de su santa vida.

Así debemos ocuparnos nosotros en los menesteres exteriores; es, a saber, con el único motivo de cumplir puramente la voluntad de Dios, que se nos descubre por la obediencia. Pero, inmediatamente después de desempeñar nuestro cometido, volvamos a la soledad, para vacar en ella a los ejercicios espirituales, por miedo a que nuestra conciencia se mancille con algún pecado.

Pidamos a Dios por intercesión de este gran Santo, amor ardiente a la vida interior; a fin de que todos los instantes de nuestra existencia nos sirvan de peldaños por los que lleguemos a unirnos con Él.

Como la muerte de san Severo no fue menos preciosa delante Dios, que edificante había sido su vida a los ojos de los hombres; para impedir que su sagrado cuerpo fuera profanado por los enemigos de la Iglesia, se le trasladó del lugar en que yacía a un campo, donde se le inhumó por segunda vez.

Pero su extraordinaria santidad brilló tanto por los milagros que allí se obraban, que se juzgó oportuno llevar sus santas reliquias a la iglesia catedralicia de Nuestra Señora de Ruán. Y quiso Dios, para acrecentar la gloria de este Santo que, en cada lugar donde se detenían con el glorioso depósito para pasar la noche, fuera imposible al día siguiente moverlo de allí, hasta tanto que hiciesen voto de construir en aquel mismo sitio una iglesia en su honor.

¡Oh, cuán útil es servir al Señor! ¡Con qué esplendidez sabe recompensar a quienes le aman, y colmarlos de excelsa gloria! ¡Haz, Señor y Creador mío, que, de una vez, ayudado con tu santa gracia, me afane de veras en tributarte los homenajes que te debo; concédeme tu bendición para tan generosa y gananciosa empresa, por intercesión de san Severo, patrono y protector de esta parroquia (**).

104. PARA EL DÍA DE LA PURIFICACION DE LA SANTISIMA VIRGEN

(2 de febrero)

La Virgen María, pasado el tiempo que ordenaba la Ley, se dirigió al Templo a fin de purificarse. Quiso someterse a tal prescripción, y no eximirse de ella, aun cuando no le obligaba por ser Madre del Hijo de Dios y por haberle concebido y dado a luz sin detrimento de su virginidad.

Admirad la humildad de María en este misterio: se presenta en lo exterior como una de tantas, entre las otras mujeres, Ella que, por sus dos condiciones de virgen y de madre, estaba tan por encima de las demás.

Aprended de María a no querer distinguiros en nada de los otros, y a no pedir ni desear exención alguna en la práctica de las Reglas. En la medida de vuestra fidelidad y exactitud en observarlas, os colmará Dios de sus dones y os hará felices en vuestro estado.

Al mismo tiempo que se purificaba, la Santísima Virgen ofreció a Dios su Hijo, por ser primogénito, y a fin de conformarse a la Ley en toda su perfección.

Mas, el Padre Eterno, deseoso de que este Hijo suyo querido se inmolara a su tiempo en la cruz para satisfacer por nuestros pecados; lo devolvió durante algún tiempo a la potestad de su santa Madre, después que Ella lo rescató, según prescribía la Ley.

Así, la ofrenda que el Hijo de Dios hizo de Sí mismo al Padre era por entonces únicamente interior; aunque fuese exterior por parte de la Virgen Santísima. Jesús se reservaba el ofrecerse exteriormente y a vista de todos, en el árbol de la cruz.

Vosotros os ofrecisteis a Dios cuando dejasteis el mundo; ¿no os quedasteis entonces con algo de vosotros mismos? ¿Os habéis entregado ya del todo a Él? ¿No habéis revocado la ofrenda que entonces hicisteis a Dios?

Ni podéis contentaros con haberos ofrecido a Dios una sola vez: sino que debéis renovar cada día esa ofrenda, y consagrarle todas vuestras obras, haciéndolas única mente por Él.

En pago del ofrecimiento que se hizo de Jesús en este misterio, del que efectuó Él mismo de Sí, y de la humildad que en él demostró la Santísima Virgen; inspiró Dios al santo viejo Simeón que, por un lado, publicara a voces las grandezas de Jesús, diciendo de Él que había venido para ser luz que alumbrase a los gentiles, y la gloria del pueblo de Israel (1); y, por otro, que deseara toda clase de bendiciones a su santa Madre.

¡Ah! ¡Qué ventura supone el darse a Dios! Desde esta vida, recompensa Él y colma de dulcísimos consuelos sensibles al alma que se le consagra. Y hace que sean estimados y honrados de los hombres quienes se complacen en la humillación.

Cuanto más generosamente os deis a Dios, tanto más os colmará Él de sus bienes; cuanto más despreciados seáis ante los hombres, tanto más grandes seréis delante de Dios.

105. SOBRE SAN ROMUALDO

(7 de febrero)

San Romualdo vivió veinte años en el mundo, los cuales le parecieron larguísimos, porque no descubrió en él más que miserias y motivos para dejarlo. Vivió después cien años en la soledad, que se le hicieron brevísimos, por las consolaciones que le dio el Señor a gustar durante todo ese tiempo.

Si el mundo conociera los deleites que se gozan en el retiro las ciudades se convertirían en desiertos, y los desiertos se verían poblados muy pronto: asegura san Lorenzo Justiniano.

Si queréis vivir felices, amad el retiro: cuanto más os alejéis de los enredos del mundo, tanto mayor será vuestro sosiego de espíritu y de conciencia. ¡Cuán feliz es quien consigue tener desasido el corazón de todas las cosas, y la conciencia pura y limpia! Esa felicidad será tanto mayor, cuanto menor sea el trato con los seglares.

Es verdaderamente admirable que san Romualdo llegase a vivir ciento veinte años, de los cuales ciento entre durísimas penitencias: cubierto de cilicio, sin comer más de tres veces por semana algunas habas y un poco de pan, y sin beber otra cosa que agua.

Visto lo cual, y supuesto que tantos hombres de vida asperísima han tenido existencia más larga que el común de los mortales; ¿quién se atreverá a decir que las austeridades abrevian la vida?

Mas, aun suponiendo que efectivamente nos acortasen los días las austeridades; procuran, por otro lado, bienes muy valiosos, purificando a un tiempo el cuerpo y el alma, ya que debilitan las pasiones, y liberan el cuerpo de toda corrupción.

Este Santo, no obstante haber vivido cien años en la soledad, y llevar vida tan penitente en ella; decía que cuanto más pensaba en la muerte, más temía no morir bien. Es que no ignoraba lo cabal que ha de ser la cuenta exigida por Dios en el día del juicio; de modo que apenas los justos se salvarán (1), puesto que Dios juzgará las mismas justicias, según expresión del Profeta (2).

Si tanto miedo inspiraba a este Santo el juicio de Dios, ¿con qué temor debéis vivir vosotros que, tal vez, pasáis la vida en el descuido de los deberes de estado?

Si, en cambio, queréis evitar los rigores del juicio de Dios, y morir con sosiego del alma, " constituíos de antemano en jueces de vuestras propias acciones " (3) durante la vida: condenad y castigad todo cuanto en vosotros pueda ofender a Dios.

106. PARA LA FIESTA DE LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO EN ANTIOQUÍA

(22 de febrero)

De la sumisión debida a la Iglesia

Éste es el día en que san Pedro, una vez dispersados los Apóstoles, fijó su morada en Antioquía, y fue reconocido por los fieles como vicario de Jesucristo; lo cual dio ocasión en esta ciudad a que empezaran a llamarse cristianos quienes habían abrazado la fe. (1)

La circunstancia de haber instituido la Iglesia fiesta especial para recordar y honrar la memoria de este suceso, nos da pie para que fijemos nuestra atención, de modo muy particular, en la sumisión que debemos a la Iglesia y a su cabeza visible.

La Iglesia es nuestra madre, a la que hemos de vivir unidos sin reserva, y estarle sujetos en todo lo que mira a la religión. Tenemos que acatar con sumisión todas sus decisiones, y escucharlas como oráculos. Es a ella a quien corresponde, efectivamente, darnos a conocer la verdad y, a nosotros, recibirla de su boca sin titubeos ni examen. A cuanto la Iglesia nos propone, lo único que nos es lícito responder, sin dudas ni sombra de vacilación, es: creo.

Debemos también recibir de buen grado y con suma docilidad todo lo que se nos propone de parte de la Iglesia. Es Jesucristo mismo quien le ha comunicado parte de su poder y autoridad sobre nosotros, y el que nos dice: Tened por gentil y publicano a quien no escuchare a la Iglesia (2). Por eso llega a afirmar san Agustín que no creería en el Evangelio si no le empeñara a ello la autoridad de la Iglesia.

Obligados a enseñar a los niños las verdades de nuestra santa religión, en virtud de vuestro estado; debéis, necesariamente, distinguiros vosotros en la sumisión sencilla y humilde a todas las decisiones de la Iglesia. ¿Os halláis en tal disposición?

El papa, por ser vicario de Jesucristo, sucesor de san Pedro y cabeza visible de la Iglesia, tiene autoridad que se extiende a toda ella; los fieles todos, que son sus miembros, deben considerar al papa como padre y como la voz que Dios utiliza para declararles sus órdenes.

El es quien ostenta el poder universal de atar y desatar (3), que otorgó Jesucristo a san Pedro, y a él, en la persona de este santo Apóstol, encomendó el cuidado de apacentar su rebaño (4).

Como quiera que vuestra función se encamina a procurar extender y cuidar esa grey, debéis honrar a nuestro santo padre el papa como al sagrado pastor del rebaño y sumo sacerdote de la Iglesia, y respetar todas sus palabras: ha de bastaros que alguna cosa proceda de él para prestarle atención sin límites.

¿Habéis procedido así hasta el presente?

Adorad en este supremo pastor de las almas la autoridad misma de Dios, y consideradle en lo venidero como el doctor máximo de la Iglesia.

Los obispos, establecidos por Dios defensores de la Iglesia, son también, dice san Pablo, los primeros ministros de Jesucristo y los dispensadores de los misterios de Dios (5); por tanto, es preciso que honréis sus personas, respetéis sus palabras y les estéis sujetos en todo lo concerniente al cuidado de las almas que tenéis a vuestro cargo.

Diputados por Dios para velar por la doctrina y las costumbres de los que trabajan sujetos a su ministerio, y encargados de todo el gobierno espiritual de su diócesis; cuantos en ésta se dedican a procurar la salvación de las almas, deben realizarlo en total dependencia respecto de ellos. Procediendo de ese modo, atraerán sobre sí y sobre sus trabajos las bendiciones divinas.

Reconoced que es Dios quien ha establecido tal subordinación, y someteos a ella.

107. PARA LA FIESTA DE SAN MATÍAS, APÓSTOL

24 de febrero

Después de la Ascensión de Jesucristo al cielo, reunidos los Apóstoles en cierta mansión para orar y disponerse a recibir el Espíritu Santo; decidieron, a propuesta de san Pedro, elegir a san Matías para que ocupase el lugar de Judas; quien tras de vender y poner en manos de los judíos a Jesucristo, su Maestro y su Dios, para que le dieran muerte, se entregó a sí mismo al demonio y murió como desesperado.

No fue incluido en el número de los Apóstoles el santo discípulo san Matías, sino con posterioridad a la plegaria común y pública, verificada por san Pedro en nombre de todos los Apóstoles y discípulos, los cuales rezaban juntos en el mismo lugar.

Con ello ponían de manifiesto que nada de cuanto se emprende en relación con la gloria divina y la salvación de las almas ha de intentarse, si no es contando con la oración, ordenada a impetrar de Dios las luces y gracias que se han menester. Porque, en este sagrado ministerio, nada puede lograr resultado feliz sino en la medida en que ayude Dios con su asistencia y todo lo dirija el Espíritu Santo.

No se contentaron los Apóstoles con orar, al elegir a san Matías en sustitución de Judas. Confirieron, además, entre sí para no determinar cosa alguna sin consejo en este asunto; persuadidos como estaban de que, juntando a la oración el consejo, Dios les manifestaría su voluntad sobre la elección que habían de hacer de uno, entre los allí presentes, que hubiera acompañado a Jesucristo; el cual participaría con ellos en las funciones del apostolado.

Así quiere Dios que procedáis vosotros en lo que mira a vuestra conducta y ministerio. Nada debéis emprender, y en ningún asunto habéis de tomar parte, sino aconsejados por los superiores; pues a ellos corresponde descubriros y ordenaros lo que Dios quiere de vosotros; ya respecto de vuestras personas, ya en lo tocante al bien de aquellos que tenéis a vuestro cargo.

Convenceos de que, empleando esos dos medios, realizaréis muchos progresos, y no permitirá Dios que seáis engañados.

En la elección de san Matías para sustituir a Judas, los Apóstoles no se dejaron guiar por consideración alguna humana, ya que prefirieron el elegido a un pariente de Jesucristo.

Sólo dos cosas tuvieron en cuenta: primera, que hubiese acompañado de continuo a Jesucristo, desde su bautismo hasta su ascensión a los cielos (1); a fin de que se hallara perfectamente informado de su doctrina, y pudiese predicarla con seguridad. Segunda, que " estuviera en condiciones de dar testimonio de la resurrección del Señor " (2); la cual, para poderse anunciar con fundamento, exigía testigos oculares e inconcusos.

Todo lo cual debe persuadiros que, si pretendéis desempeñar fielmente el ministerio, habéis de hacer caso omiso de toda consideración humana, y no prestar atención sino a aquello que pueda contribuir a facilitar y conseguir la salvación de las almas que tenéis encomendadas; lo cual constituye el fin de vuestro estado y empleo. ¿Lo hacéis así?

108. SOBRE SANTO TOMÁS DE AQUINO

(7 de marzo)

Santo Tomás cuenta entre los más ilustres doctores de la Iglesia, esclarecida por él con la ciencia asombrosa que Dios le otorgó, de modo casi milagroso.

Este Santo estudió, no menos al pie del crucifijo que utilizando los libros; por eso consiguió descollar de tal modo en la ciencia teológica, que es considerado como el ángel de esa escuela sagrada, y el más aventajado de todos los teólogos.

Acudía a la oración en todas las dificultades que se le presentaban, tanto al estudiar como al componer.

Y, cuando la oración no le bastaba para conseguir la inteligencia de lo que pretendía descubrir, agregaba el ayuno.

Gracias a esos dos medios adquirió luces tan extraordinarias, que llegó a ser un portento de ciencia.

Lo que vosotros estáis obligados a enseñar, que es lo relativo a la religión y salvación eterna, no pasa, es cierto, de lo común. Con todo, os resultará difícil llegar a saberlo con perfección, si no utilizáis los tres me dios de que se valió santo Tomás para llegar a sabio; quiero decir: los libros, la oración y la mortificación. Por ellos quiere Dios que, en vuestro estado, aprendáis lo que debéis saber y enseñar a otros.

En todos sus estudios y en todos sus escritos, ninguna otra cosa pretendió santo Tomás sino la gloria de Dios, y la edificación de la Iglesia. Lo cual le mereció el siguiente elogio de Jesucristo: Bien has escrito de Mí, Tomás; ¿qué recompensa quieres por tanto bien como has producido en la Iglesia: Pero, con tal desinterés había trabajado el Santo en provecho de los fieles y, particularmente de quienes han de enseñar a otros, que no dio sino esta respuesta: Ninguna otra cosa quiero más que a Ti, oh Dios.

Vuestra profesión os obliga a enseñar a los niños la ciencia de la salvación, y a realizarlo con absoluto desinterés. ¿Os dedicáis a ello con la sola mira de procurar la gloria de Dios y la salvación eterna del prójimo? Protestad ante Dios que no tendréis nunca más intención que ésa.

Enriquecido este Santo con ciencia tan eminente, descolló de tal modo, no obstante, en la virtud de humildad, que rehusó todas las dignidades eclesiásticas que le ofrecieron, y se tenía por el último entre sus hermanos. De ahí que, si se presentaba ocasión, les servía de acompañante, a pesar de sus excesivas ocupaciones. Y, aunque el brillo de su ciencia le granjeara la estima y veneración universales, se guardó siempre bien de hacer en público ostentación de ella.

Su único blanco al estudiar fue utilizar el saber para el fin que le es propio, y por el que Dios quería que el Santo trabajase y estudiase. Y lo admirable es que, poseyendo tales conocimientos, nunca pretendió ser es timado de los hombres; por lo cual daba con frecuencia gracias a Dios de no haber tenido nunca pensamiento alguno de vanidad que pudiese gravar su con ciencia.

¡Ah! ¡Cuán raro es encontrar un hombre que descuelle en algo, y no se tenga en más por ello!

Tratad de asemejaros a este Santo en la humildad, pues nada hay en vosotros que no sea sencillo y modesto. Y para adquirir esta virtud, amad mucho las humillaciones, que son los medios más adecuados para alcanzarla.

109. SOBRE SAN GREGORIO, PAPA

(12 de marzo)

El padre de san Gregorio había dispuesto que, a su muerte, le sucediera su hijo en el cargo de senador de Roma; mas siendo aún joven el Santo al fallecer su padre, se retiró a uno de los varios monasterios que había mandado edificar, renunciando al mundo y a toda su fortuna, para vivir sujeto a la obediencia.

San Gregorio consideraba la sumisión como el mayor bien de la vida, porque es lo más conforme a su condición de criatura, lo que hace al hombre más agradable a Dios y le atrae mayor número de gracias. Ésa es la razón de que se considerase más feliz viviendo escondido a los ojos de los hombres y sujeto a un superior, que poseyendo todas las riquezas y todos los honores del mundo.

¿Estimáis vosotros así el estado en que Dios os ha puesto? ¿Os tenéis por felices de vivir en él? ¿Lo preferís a cuanto pudierais poseer y desear en esta vida?

No sois dignos de estado tan santo, si no vivís en esa disposición. En caso de no sentirla en vosotros, haced lo posible, al menos, por iros poniendo en ella.

San Gregorio padeció mucho durante su vida, con extremada paciencia: primeramente, por las austeridades de la religión, cuya práctica llevó hasta el exceso. En segundo lugar, por los dolores de gota, enfermedad que fue extenuando hasta tal punto su cuerpo que apenas podía reconocérsele. Finalmente, por las persecuciones: el emperador Mauricio, de íntimo amigo, se trocó en enemigo encarnizado, hasta intentar despojarle de su condición de patriarca universal de la Iglesia.

En soportar todos estos dolores, imitó san Gregorio al santo varón Job, cuyo espíritu se fue apropiando perfectísimamente al comentar su libro.

El único remedio de que echaba mano en todos sus padecimientos era acudir a la oración, donde halló siempre ayuda; pues Dios mismo se constituía protector suyo, en todas las amarguras y contrariedades que le salían al paso.

¿Amáis las penas peculiares a vuestro estado? ¿Las soportáis con tanta paciencia como san Gregorio amó y sobrellevó las suyas? Si poseéis plenamente el espíritu de vuestro estado, Dios hará que encontréis en él todo género de consolaciones, aun en medio de las dificultades.

Elegido papa, huyó este Santo inmediata mente de Roma, y sólo a su pesar aceptó el cargo de cabeza de la Iglesia.

Con todo, se dedicó en seguida, movido de celo infatigable, y no obstante sus muchas dolencias, a procurar el bien de la Iglesia, tanto por sus predicaciones y escritos, como por sus constantes cuidados.

No habiendo podido, antes de su elevación al sumo pontificado, dedicarse personalmente a la conversión de los infieles, según a ello su celo le inclinaba; les envió, siendo papa, operarios evangélicos que les predicasen la fe y los adoctrinasen en nuestra religión.

Con este modo de proceder demostró el Santo que, sólo por humildad había rehuído el sumo pontificado; puesto que, a penas lo aceptó, le movió su celo a realizar importantes empresas en la Iglesia.

Vosotros, a decir verdad, no tenéis infieles que convertir; en cambio, estáis, por vuestro estado, en la obligación de enseñar a los niños los misterios de la religión, y de infundirles el espíritu del cristianismo; lo cual no es menos valioso que convertir a los infieles.

Aplicaos, pues, a ello con toda la atención y todo el empeño de que seáis capaces.

110. PARA EL DÍA DE LA FIESTA DE SAN JOSÉ

(19 de marzo)

Encargado por Dios san José de cuidar y conducir en lo externo a Jesucristo; convenía grande mente que tuviera las cualidades y virtudes necesarias para desempeñar dignamente tan santo y relevante ministerio.

El Evangelio nos señala tres, que le cuadraban admirablemente para el cargo de que estaba investido: Fue justo, muy dócil en obedecer las órdenes de Dios (1), y diligentísimo en cuidar de cuanto concernía a la educación y conservación de Jesucristo (2).

La primera cualidad que el Evangelio atribuye a san José es que era justo; y ésa es también la que más necesitaba para poder tutelar a Jesucristo; pues, siendo Dios y la santidad misma, no hubiera resultado decoroso que quien estaba encargado de su custodia, careciese de santidad y justicia delante de Dios.

Era incluso de todo punto conveniente que, después de la Virgen María, fuera san José uno de los mayores santos que entonces vivían en el mundo; a fin de que tuviese cierta proporción con Jesucristo, que le estaba encomendado y debía ser objeto de sus atenciones.

El Evangelio afirma también de él que era justo " en la presencia de Dios "; esto es, del todo santo. Hasta hay motivo para creer que, en virtud de particular privilegio, fue exento en absoluto san José de pecado.

No menos que san José, desempeñáis vosotros un empleo santo, que tiene mucho parecido con el suyo, y exige, por consiguiente, que vuestra piedad y virtud no sean corrientes. Tomad, pues, por modelo a san José, ya que le tenéis por patrono y, para haceros dignos de vuestro ministerio, no descanséis hasta conseguir descollar en virtud, a ejemplo de este gran Santo.

La segunda virtud que, según el Evangelio, resalta en san José, es su santa y total sumisión a las disposiciones divinas. Dios le amonestó por un ángel que siguiera viviendo con la Virgen María, cuando dudaba si debía dejarla; e inmediatamente cesó de pensar en ello.

Nacido el Niño Jesús, le avisó Dios, de noche, que le condujera a Egipto, para ponerle a salvo de la persecución de Herodes; y san José se levantó al instante, partió para llevarle allá con la Virgen María su Madre (3).

Muerto Herodes, le comunicó Dios que debía regresar a Judea, y él lo puso en práctica sin demora.

¡Ah! ¡Cuán digna de admiración es la pronta y sencilla obediencia de este ilustre Santo, que no difirió ni un solo instante la ejecución de cuanto Dios quería de él.

¿Tomáis tan a pechos vosotros el cumplir la voluntad de Dios como San José? Si queréis que os colme Dios de gracias, tanto en vuestro favor como para educar cristianamente a los niños cuya tutela y formación os está encomendada, debéis imitarle en su amor y fidelidad a la obediencia; la cual os conviene más que ninguna otra virtud en vuestro estado y empleo, y e la que mayor caudal de gracias os merecerá.

El Evangelio propone también a nuestra admiración la diligencia con que san José cuidó del Santísimo Niño Jesús, manifestada en la celeridad con que le condujo a Egipto, así que recibió tal aviso de parte de Dios; en las precauciones que tomó, al regreso, para no ir a Judea, por causa del temor que le inspiraba Arquelao, que allí reinaba en sustitución de su padre Herodes (4); y en la pena que experimentó de haberle perdido en Jerusalén, como lo demuestran aquellas palabras de la Virgen Santísima: Tu padre y yo, llenos de aflicción, y grandemente preocupados por Ti, te hemos andado buscando (5).

Dos cosas suscitaban en san José solicitud tan singular para con Jesucristo: el encargo recibido del Padre Eterno, y el tierno amor que profesaba a Jesús.

Vosotros debéis poner en procurar que los niños con fiados a vuestros desvelos conserven o recobren la inocencia, y en apartar de ellos cuanto pudiere dificultar su educación o impedir que alcancen la piedad; la misma diligencia y amor que puso san José en llevar a efecto cuanto podía contribuir al bienestar del Niño Jesús.

Y la razón de ello es que estáis encargados de esos niños por orden de Dios, como san José lo estaba del Salvador del mundo. Ésa ha de ser también vuestra primera preocupación en el desempeño del cargo, si de seáis ser imitadores de san José: a él ninguna cosa podía llegarle tanto al alma como el remediar las necesidades del Niño Jesús.

111. SOBRE SAN BENITO

(21 de marzo)

San Benito era estudiante en Roma. Mas, a fin de ponerse a salvo de los malos ejemplos que veía en sus compañeros de estudios, se alejó de allí, para refugiarse en una espantosa soledad, donde vivió en el ejercicio de la oración continua, y entregado a durísimas austeridades.

Así se disponía para ser padre de incontables religiosos, a los que dio reglas sapientísimas, que favorecen mucho el retiro y conducen a elevada perfección.

Gracias a esa regla santa, y a su prudentísima y observantísima conducta, ganó para Dios a muchas almas, que consiguió apartar del mundo y de toda conversación humana, para ponerlas en condiciones de no hablar más que con Dios.

Ambas cosas cuentan entre las mayores ventajas que pueden apetecerse en esta vida, y entre los principales medios para poder vivir entregado del todo a Dios. Cuanto más os esmeréis en la observancia regular, tanto mejor conseguiréis la perfección de vuestro estado; y, cuanto menos tratéis con los hombres, tanto más se comunicará Dios a vosotros.

Mantuvo san Benito tanta vigilancia sobre sí, y guardó tal recato para conservar la pureza que, cuando sentía el acoso de la tentación, practicaba extraordinarias austeridades, que le ayudasen a vencerla. Y así, en cierta ocasión, cuando esas tentaciones le asaltaron con más ímpetu que de ordinario, se revolcó desnudo entre zarzas y espinas, con tal violencia, que su cuerpo quedó todo él ensangrentado.

Evitaba con tanta precaución las conversaciones con mujeres, que, por santa que fuese su hermana Escolástica, no la visitaba sino una sola vez al año y por muy breve tiempo, tratando con ella exclusivamente sobre cosas de Dios.

Si queréis manteneros tan puros como vuestro estado reclama, mortificad el espíritu y los sentidos, y no les permitáis el uso de los objetos a que naturalmente tienden, sino en la medida en que sea necesario. Aborreced, especialmente, toda familiaridad con mujeres, y no les habléis sino cuando la necesidad os lo imponga.

La educación de los niños pareció de tal importancia a este Santo, que ordenó se alimentara y educara en sus monasterios a muchos de ellos, y se los instruyese con toda diligencia en ciencia y piedad. Hasta consignó en sus Reglas ciertas normas que deseaba se observasen al admitirlos y educarlos.

Recibió a san Mauro, cuando sólo contaba aún ocho años, y a varios otros, en edad temprana. Educábanse estos niños con tal solicitud y esmero, que no se les permitía ir solos a ninguna parte, sino que siempre los acompañaba algún religioso; de forma que se acercaban tanto a la pureza de los ángeles, cuanto menos conocían la malicia de los hombres.

¿Tenéis cuidado en alejar también vosotros a los alumnos de todo cuanto pueda corromper sus costumbres, particularmente las malas compañías, y en inspirarles horror hacia ellas? ¿Ejercéis tal vigilancia sobre su conducta que les impidáis cometer la menor falta en vuestra presencia, y les suministréis los medios de evitar todas las ocasiones, cuando no los tengáis a la vista?

Aprended de san Benito a educar bien los niños que os están encomendados, y procurad obtener de él, por vuestras plegarias, la gracia de gobernarlos según con viene.

112. PARA LA FIESTA DE LA ANUNCIACION DE LA SANTISIMA VIRGEN.

(25 de marzo)

Reconozcamos con toda la Iglesia la honra que hoy recibe la Virgen Santísima, al verse convertida en Madre de Dios: la más eminente que pueda jamás recaer sobre ninguna mera criatura.

Según testifica san Ambrosio, la grandeza y excelencia de su fe es lo que atrajo sobre María este honor, que la hace acreedora al respeto de los ángeles mismos; pues, si éstos la aventajan mucho por su naturaleza; están, con todo, por debajo de Ella, habida cuenta de la condición a que es encumbrada en el día de hoy.

Eso no obstante, de su exaltación toma María motivo para humillarse; porque, en el momento mismo en que el ángel la proclama Madre de Dios y la honra como a tal; aquella incomparable Virgen no halla otra respuesta que darle sino que es la esclava del Señor (1). Contestación que, pronunciada por los labios de la Virgen María, en el momento mismo en que es designada Madre de Dios, no puede menos de dejar consternado a san Ambrosio.

Aprovechemos hoy ejemplo tan admirable; y de todas las gracias que Dios nos conceda, por extraordinarias que puedan ser, tomemos ocasión para posponernos a todos.

No brilla menos, en este misterio, la bondad de Dios que la humildad de la Virgen Santísima. El Hijo de Dios, enseña san Pablo, teniendo la naturaleza divina, sin usurpar nada a Dios por considerarse igual a El; se anonadó, no obstante, a Sí mismo en este día, tomando la naturaleza de esclavo y haciéndose semejante a los hombres, excepto en la culpa (2); y eso - según dijo el ángel a la Virgen María, y en conformidad con el compromiso que contrajo al revestir la naturaleza humana - para librar a su pueblo de los pecados (3).

Como los holocaustos, a pesar de ser los sacrificios más excelentes de la antigua ley, no fueran tan agradables a Dios que pudiesen borrar los pecados de los hombres (4); se ofrece Él mismo en sacrificio, y dice a su Eterno Padre: Heme aquí que vengo hoy al mundo, para cumplir tu santa voluntad y toda justicia (5). Por esta razón, conforme asegura el profeta Isaías: Tomó sobre Sí todos nuestros pecados, y cargó con todas nuestras enfermedades (6).

Pongámonos en condiciones, observando conducta irreprochable, de que el Hijo de Dios realice en nosotros lo que se propuso en este misterio respecto de todos los hombres, a saber: la total extirpación del pecado.

Si Dios da en este día tantas muestras de su bondad con nosotros, también nos cabe en él la suerte de recibir muchas gracias.

En efecto: el mismo Jesucristo afirma en su Evangelio que no ha venido al mundo sino para darnos la vida, y dárnosla en abundancia (7). Y san Pablo añade que por El y en El se han reconciliado todas las cosas con Dios, y que por la sangre que derramó en la cruz, se ha devuelto la paz a lo que esta en el cielo y en la tierra (8).

Él es también, según el mismo Apóstol, quien, a pesar de que antes nos habíamos extrañado de Dios y éramos enemigos suyos; nos ha rehabilitado en su gracia, a fin de presentarnos santos e irreprensibles delante de Dios. Él es asimismo, continúa san Pablo, quien nos ha hecho dignos de participar en la suerte de los santos (9).

Hoy es, por consiguiente, día de júbilo y de bendición para nosotros, porque en él, Dios, que es rico en misericordia, según el mismo san Pablo, movido del infinito amor con que nos amó, envió a su propio Hijo, aun cuando estábamos muertos por nuestros pecados y crímenes, y nos dio nueva vida en Jesucristo, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia, usada con nosotros, por el amor que nos profesó en Jesucristo (10).

Si, pues, contamos con gracias sobradas para salvar nos y para ser santos y perfectos (11); somos de ello deudores, como enseña también san Pablo, a lo obrado por Jesucristo este día, en que se encarnó por amor nuestro. Démosle señales de nuestra gratitud por el santo uso que de esas gracias hagamos.

113. SOBRE SAN FRANCISCO DE PAULA

(2 de abril)

San Francisco de Paula practicó la humildad de forma absolutamente extraordinaria: ella fue causa de que se negara durante toda su vida a recibir las órdenes sagradas, por juzgarse de todo punto indigno. Ella le movió también a dar el nombre de " mínimos " a los religiosos de su orden, pues quería que se considerasen inferiores a todos, y que nadie les disputara el último lugar.

Todo eso acertó él a cumplirlo perfectamente: así, servía a sus hermanos a la mesa y les lavaba los pies, sin exceptuar a los novicios.

Mas, como Dios ensalza ordinariamente a quienes se humillan, le honró con el don de profecía y de milagros; en forma que su reputación se extendió por el mundo entero.

Vosotros tenéis la suerte de trabajar en la educación de los pobres, y de ejercer un empleo que sólo es estimado y honrado por quienes poseen el espíritu del cristianismo. Dad gracias a Dios de que os haya puesto en estado tan santificante para vosotros, y que tanto facilita la santificación de los demás; aun cuando carezca de brillo humano y hasta, en algunas ocasiones, sea motivo de humillación para quienes lo profesan.

Sentía este Santo amor muy tierno hacia todos sus hermanos, y los animaba de tal modo a la práctica de esta virtud, que quiso fuera característica de su orden la caridad, y que a sus religiosos, sobre cualquiera otra cosa, se les enseñara a hacerlo todo por amor. ¡Felices los que se aplican a obrar así, con todo el empeño posible!

La virtud que, con la obediencia, más debe resplandecer en las comunidades es la caridad y unión de los corazones. Como no ha de permanecerse en ellas, sino para ayudarse unos a otros a ser de Dios; todo el esmero ha de ponerse en vivir todos unidos en Dios, y no tener más que un sentir y un pensar. Y lo que a ello más debe mover es que, según enseña san Juan: El que permanece en caridad, en Dios permanece, y Dios en él (1).

¿Sois una sola cosa con vuestros hermanos? ¿Los habláis y tratáis con amor? ¿No hacéis caso de repugnancias y antipatías?

Convenceos de que han de revivir en las comunidades los sentimientos de los primitivos cristianos, quienes no tenían más que un corazón y un alma (2).

Este Santo, si es lícito hablar así, llevó hasta el exceso la austeridad en su orden. Él, por su cuenta, desde los trece años, se retiró al desierto, donde se dio al ayuno, las vigilias, la oración incesante y a abstinencias casi increíbles, durante seis años.

Este era su proceder ordinario: andaba con los pies descalzos, dormía siempre en el suelo, no comía más que un poco de pan, ni bebía más que agua en poca cantidad, una sola vez al día, después de ponerse el sol.

Y obligó a sus religiosos por voto a no comer nunca otra cosa que lo permitido en cuaresma, excepto en caso de enfermedad.

¡Hay que odiar de veras el cuerpo para tratarlo con tal rigor!

¿Nos lamentaremos nosotros de llevar vida pobre, a vista de los ejemplos que nos dio Jesucristo, y de tan extremadas austeridades como se impusieron tan grandes santos? Cuantas leemos en sus vidas, y aquellas que vemos practicar a quienes ellos dejaron tras de si, nos animen a imitarlos, en consonancia con el espíritu de nuestro Instituto.

114. SOBRE SAN LEÓN

(11 de abril)

La mansedumbre y prudencia fueron admirables en san León; ellas le merecieron la estima y acatamiento de los infieles, aun los más bárbaros.

En atención a esas dos cualidades, el papa y el emperador acudieron a este Santo para que ayudara a componer las diferencias existentes entre dos generales de los ejércitos del imperio romano; intervención que llevó él a efecto con satisfactorio resultado.

Siendo papa, fue rogado del emperador para que se entrevistase con Atila, rey de los Hunos (*), que se hallaba a las puertas de Roma con intención de sitiarla, para inducirle a cambiar de propósito. Hízolo el Santo con tal discreción, elocuencia y eficacia, que aquel príncipe bárbaro se vio obligado a retirarse y a respetar la paz de Italia.

¿Conseguís también vosotros, con vuestra mansedumbre y moderación, que huyan del vicio y la liviandad, y se den a vida piadosa quienes os están confiados? Esos dos medios, junto con la oración, producen ordinaria mente más fruto en las almas que cualesquiera otros que pudieran imaginarse.

El celo por consolidar la Iglesia, y acabar con sus enemigos y con las herejías que surgieron por entonces, brilló de manera sorprendente en san León. Y consiguió tan felices resultados que, tras de convocar varios concilios y, particularmente el cuarto general, logró establecer en toda la Iglesia la fe sobre el misterio de la Encarnación.

Cuando, en los ministerios apostólicos, no se sabe unir el celo a la acción, produce escasos frutos todo cuanto se emprende en bien de los prójimos.

Como desempeñáis vosotros un empleo en el que habéis de poner toda diligencia para oponeros a los enemigos exteriores e interiores que intentan impedir el progreso de vuestros discípulos en la piedad - y que son, especialmente, los compañeros disolutos y las propias inclinaciones viciosas -; no debéis perdonar medio alguno para impedir que se dejen corromper por los unos y por las otras.

¿Os aplicáis particularmente a ello con el fin de procurar el bien de las almas? Ponderad a menudo que esa tarea os ha encomendado Dios.

Este Santo prohibió a los religiosos mezclar se en negocios seculares. Persuadíos de que tal decisión os atañe a vosotros más que a ninguno:

Primero. porque a penas tenéis tiempo suficiente para ocuparos en los ejercicios que se ordenan a vuestra personal santificación y al cumplimiento de los deberes que os impone el ministerio de la educación de los niños. Y sería vergonzoso perder en menesteres que no dicen con vosotros, el tiempo o parte del tiempo que Dios os obliga a consagrarle a Él por entero.

En segundo lugar, porque los negocios temporales distraen mucho el espíritu, e imposibilitarían, por tanto, que el vuestro se ocupara en lo que mira al servicio de Dios, al cuidado de las almas y a su dirección por el camino del cielo: todo lo cual exige que el espíritu se halle totalmente henchido de Dios.

115. SOBRE SAN ANSELMO

(21 de abril)

San Anselmo resolvió darse a Dios desde la edad de quince años y pidió para ello el hábito religioso. Pero el abad del monasterio a cuyas puertas llamó, temiendo la oposición paterna, no juzgó oportuno admitirle. Esto, de tal modo exasperó al joven, que se dejó arrastrar del espíritu mundano y se dio al desenfreno.

¡Ah, qué poco basta para mudar las buenas disposiciones en los niños y muchachos! Este ejemplo debe enseñar a los jóvenes que no han de perder aliento por cuantas dificultades y amarguras les salgan al paso, cuando intentan consagrarse a Dios y seguir el camino de la virtud, después de haberse comprometido a ello.

Y a los encargados de su educación, les advierte que deben proceder con tal prudencia respecto de ellos que, ni en su persona ni en su comportamiento, hallen cosa alguna capaz de enfriarles en su deseo de servir a Dios, o de apartarles lo más mínimo de sus deberes.

¿Es ésa una de vuestras primordiales preocupaciones al ejercer el empleo? De ello depende en mucha parte el adelanto que los discípulos puedan conseguir en la piedad, y el fruto que personalmente lograréis vosotros al educarlos.

Con todo, llegado san Anselmo a mayor edad, renunció a su manera de vivir y, secundando una clara inspiración divina, se hizo religioso; progresó tanto en la práctica de la virtud y en la mortificación de sus pasiones que, al cabo de solos tres años, fue elegido prior y, más tarde, abad de su monasterio.

Comprendamos por aquí que Dios nunca desampara de todo punto a los de recto corazón y que, a sus tiempos, cuida de prevenirlos con sus gracias. Pero importa mucho que ellos sean fieles en corresponder, y en seguir las divinas insinuaciones luego de haberlas recibido; si bien, como hizo san Anselmo, después de haber consultado a los superiores, y en consonancia con el parecer de éstos; pues de tal fidelidad depende con frecuencia la salvación de muchos.

¿Sois fieles en seguir las inspiraciones con que Dios nos favorece? ¿Consultáis a los superiores, antes de ponerlas por obra, para que se cercioren de si proceden de Dios, y os ayuden a tomar las precauciones necesarias, de modo que os resulten provechosas?

Llegado este Santo a superior, se esmeró en dirigir a sus religiosos con tal mansedumbre y caridad, que se ganaba todos los corazones. Así, con tanta diligencia asistió a un joven religioso enfermo, el cual a desgana se sometía a su gobierno, y tenía dificultad en reconocerle por superior; que le conmovió con su caridad, y le redujo a su deber.

Observando en otra ocasión que un abad trataba con dureza a ciertos jóvenes nobles, le dijo que la excesiva severidad con los muchachos, impide trabajar con fruto en su educación.

Por estado, tenéis vosotros misión de educar a los niños; aprovechad las palabras y la prudente conducta de este Santo; puesto que todo el interés debéis ponerlo en infundirles el espíritu del cristianismo.

Considerad la obligación que tenéis de ganaros el corazón de los discípulos, como uno de los principales me dios para moverles a vivir cristianamente. Ponderad a menudo que, si no acudís a este recurso, los alejaréis de Dios, en vez de conducirlos a Él.

116. SOBRE SAN MARCOS

(25 de abril)

San Marcos fue discípulo de san Pedro, a quien acompañó en sus viajes y en la predicación del santo Evangelio. Mostróse a él tan adicto y fue de él tan amado, que el Príncipe de los Apóstoles le asocia a sí en los saludos que dirige a los fieles en su primera epístola, donde le llama hijo suyo (1), por haberle engendrado en Jesucristo y haberle educado en la fe y en la práctica del cristianismo.

¡Feliz este Santo por haber tenido tan hábil maestro! ¡Y cuán bien demostró en su conducta salir discípulo aprovechado, pues siempre se mostró perfecto cumplidor de la doctrina del santo Apóstol, la cual no era otra que la de Jesucristo!

Vosotros podéis tener la suerte de ser enseñados por el mismo maestro que tuvo san Marcos, si leéis a me nudo las epístolas de san Pedro y sois fieles en llevar a la práctica las santas máximas, tan consoladoras como instructivas, que en ellas se contienen.

San Marcos compuso su evangelio en Roma, a petición e instancias de los convertidos por san Pedro, quienes deseaban tener por escrito cuanto el santo Apóstol les había predicado de viva voz. Leído por san Pedro, lo aprobó, y ordenó su lectura en las asambleas públicas de la Iglesia; lo cual fue ocasión de muchísimo fruto.

Como obligados que estáis a enseñar diariamente la doctrina de los santos Apóstoles y de Jesucristo mismo, debéis estudiarla con aplicación, a fin de conocerla perfectamente y conseguir por ese medio que los alumnos sean discípulos verdaderos de Jesucristo.

¿Ponéis aplicación en conocer bien las sagradas máximas contenidas en el Evangelio de san Marcos, y en meditarlas con frecuencia, de modo que podáis inspirárselas a aquellos de quienes estáis encargados?

Vuestra principal diligencia para con ellos ha de consistir en procurar que conozcan a la perfección toda la doctrina de los santos Apóstoles, infundirles el espíritu de religión y ayudarles a practicar cuanto Jesucristo nos ha dejado en su sagrado Evangelio.

Formado por san Pedro en el ministerio apostólico y una vez compuesto su evangelio según lo aprendido del Príncipe de los Apóstoles, san Marcos fue enviado por éste a Egipto para predicarlo.

Como unía el ejemplo a la palabra, y su conducta era edificantísima, hubo allí en poco tiempo muchos que, animados primero por la santa vida que en él observaban, le escucharon después y abrazaron la religión de Jesucristo.

Los condujo inclusive a tan elevada perfección, que llegó a conseguir de ellos imitaran de cerca a los primeros cristianos de Jerusalén; quienes, según refieren los Hechos de los Apóstoles, renunciaban a sus bienes; ponían todas las cosas en común, para que fuesen distribuidas según las necesidades de cada uno; no tenían más que un corazón y una alma (2), y se reunían diariamente para orar en un mismo espíritu, recibir el Cuerpo del Señor y excitarse a la práctica del bien " (3).

Todo lo cual era motivo de admiración para los infieles y para los paganos mismos. En ellos tenemos también nosotros el modelo de nuestra perfección.

¿Intentaríamos darnos por satisfechos con hacer me nos que los primeros fieles; los cuales vivían en el siglo con mucho mayor desprendimiento y perfección que tantos religiosos, no obstante morar éstos en el retiro y estar obligados por su profesión a renunciar al mundo?

117. SOBRE EL MÁRTIR SAN PEDRO

(29 de abril)

Nunca se admirará bastante la fe de san Pedro mártir (*), ya que poseyó esta virtud a la perfección desde su niñez y, más tarde, murió por mantenerla.

Aunque nacido de padres maniqueos, nunca se pudo recabar de este Santo, con promesas ni amenazas, que siguiera aquella falsa religión ni frecuentase la compañía de otros muchachuelos que fueran herejes.

A la edad de solos siete años, como le preguntase un tío suyo qué había aprendido en la escuela; le contestó que allí le habían enseñado cuanto debía creer sobre Dios, y recitó al punto la profesión de fe de los católicos. Y al replicarle su tío que no debía creer tales cosas, respondió: " Las creeré hasta la muerte, y por nada del mundo dejaré de creerlas. "

¿No es para producir sorpresa hallar fe tan arraigada en un niño de siete años? ¿Es tal la vuestra, que nada pueda impediros confesar con las obras las verdades y máximas del Evangelio?

La extraordinaria fe de san Pedro le indujo a hacerse religioso de santo Domingo, porque había fundado su orden este Santo para dar a la Iglesia predicadores que se opusieran a los herejes, los cuales por aquel entonces perturbaban gravemente la Iglesia.

Tuvo la suerte de recibir el hábito de las manos mismas de santo Domingo. Y, dentro ya del convento, de mostró su fe y confianza en Dios cuando, visitado por dos Santas del cielo, fue acusado de haber permitido entrar en su celda a mujeres mundanas, por lo que el prior le mandó encarcelar.

Soportó el Santo esta calumnia, fundada en juicio falso y temerario, sin decir una sola palabra para justificarse; pero Dios, que se declara protector de los injustamente perseguidos, dio a conocer su inocencia a los religiosos.

¿Guardáis vosotros silencio semejante cuando os reprenden por faltas en que no habéis incurrido? Lo que en tales casos debéis hacer, y que tal vez olvidáis, es no decir palabra para defenderos, sino sacar provecho de la humillación.

La fe de este Santo estalló públicamente al predicar contra los herejes, entre los cuales obró admirables y numerosísimas conversiones. Sus palabras, vivificadas por la fe, eran bendecidas visiblemente de Dios; y la afluencia del pueblo a sus sermones era tal que, por el mucho gentío, se hacía necesario llevarle a hombros hasta el templo en una litera.

Tantas conversiones y predicaciones, aparte el hecho de haber sido nombrado inquisidor de la fe por el Papa, le hicieron tan odioso a los seguidores de la herejía que, hallándole en un camino algunos de ellos que le espiaban, le asestaron con la espada golpe tan recio en la cabeza, que únicamente le dejó el espacio indispensable para rezar la profesión de fe, y escribir con el dedo tinto en sangre: Creo en Dios; después de lo cual expiró.

¿Tenéis fe tan viva como este Santo, vosotros, que estáis obligados a descollar en el espíritu de fe, ya que debéis enseñar a los niños las máximas del santo Evangelio y los misterios de nuestra religión?

Decid frecuentemente a Dios, como los Apóstoles: Señor, auméntanos la fe (1).

118. SOBRE SANTA CATALINA DE SENA

30 de abril

Santa Catalina tuvo afecto tan singular a la pureza que, a los siete años, hizo ya voto de virginidad: ¡prueba de singular prevención por parte de la gracia, y de disposición extraordinaria para los actos heroicos de virtud desde la niñez!

Creció tanto en ella con la edad esta virtud que, habiéndole propuesto sus padres un partido muy ventajoso para casarla, se negó a aceptarlo, y no permitió que jamás en lo sucesivo se volviera a hablar del asunto. Esto irritó de tal modo a sus padres contra ella, que la ocuparon en los servicios domésticos más duros y humillantes.

Pero la Santa se alegró en extremo, y soportó con admirable paciencia todos los malos tratos recibidos de sus padres por tal causa, contentándose con levantar en su corazón un a modo de reducido oratorio, al que se retiraba para consolarse con Dios.

Si por decidiros a practicar el bien y atender a la perfección, os sobrevinieren toda clase de injurias y menosprecios, ¿estaríais decididos a soportarlos con paciencia?

En esas ocasiones se descubre si la virtud es sólida.

Santa Catalina acudió a las austeridades para que la sirviesen de ayuda en la guarda del tesoro de su pureza. Fueron tan extraordinarias, que puede afirmarse las llevó hasta el exceso.

Pasó tres años sin hablar con nadie, fuera de su confesor. Tomaba diariamente la disciplina por espacio de hora y media. Llevaba a raíz de las carnes una cadena de hierro. No dormía sino sobre sillas. No comía carne, y sólo bebía agua.

En cierta ocasión, se hizo tanta violencia, que llegó a chupar el pus que manaba de la herida cancerosa de una enferma. Soportó pacientemente la calumnia que le levantó otra mujer, a la que había asistido en sus enfermedades. Y, al darle Jesucristo a elegir entre dos coronas, una de oro y otra de espinas, prefirió la de espinas.

¿Habríais hecho vosotros parecida elección? ¡Cuándo tendréis tal amor a los padecimientos y mortificaciones, que se parezca al de esta Santa!

En recompensa de tantos dolores y mortificación, derramó Dios sobre ella tales consuelos que, puede decirse, mereció ya desde este mundo tener alguna parte en la vida gloriosa de Jesucristo, como paga de su participación en los padecimientos del Salvador.

Cuando sus padres la maltrataban y tenían sujeta a tanta humillación, gozaba ella la dicha de conversar interiormente con Dios y consolarse con Él.

Durante su prolongado silencio, Jesucristo la visitaba con frecuencia y departía con ella familiarmente.

Cuando sorbió el pus de la úlcera que antes dijimos, Jesucristo le dio a beber un dulce licor que manaba de la herida de su costado y, desde aquel entonces, vivió casi siempre arrobada y fuera de sí. Dios devuelve centuplicado, aun en esta vida, como se ve, cuanto por El se hace! ¡Oh, cómo debe animaros todo esto a padecer gustosos por el amor de Dios!

119. PARA LA FIESTA DE SANTIAGO Y SAN FELIPE

1 de mayo (*)

Dábase Santiago tan asiduamente a la oración que, según afirma de él san Juan Crisóstomo, se le había endurecido la frente como un guijarro, de tanto pegarla al suelo siempre que oraba.

Su extraordinaria entrega a este ejercicio se pone muy de manifiesto en la carta escrita por él a todos los fieles, en la que, desde el comienzo enseña:

- que debemos pedir a Dios la " verdadera sabiduría " y la piedad (1); - que la liberalidad de Dios con nosotros es muy grande;
- que debemos orar con fe, y
- que son varias la razones principales de no recibir lo que pedimos a Dios.

Aprended, tanto por los ejemplos como por las enseñanzas de este santo Apóstol, el amor que debéis profesar a la oración, los muchos frutos que ésta produce en vosotros, y la asiduidad con que habéis de acudir a tan santo ejercicio.

Elegido Santiago primer obispo de Jerusalén, trabajó allí incansablemente por implantar la Iglesia, y contribuyó a convertir en grandísimo número a judíos y paganos, con sus enseñanzas y la santidad de su vida.

Eso le ocasionó la muerte, que los judíos le dieron arrojándole desde lo alto del Templo abajo.

¡Feliz quien tiene la suerte de padecer y morir, como este Santo, por haber trabajado en ganar las almas para Dios!

Es lo que debéis esperar vosotros, como recompensa por los desvelos y fatigas en el ministerio.

Estudiad con aplicación las admirables enseñanzas que difunde Santiago en su epístola, las cuales os ayudarán mucho a santificaros, y a educar en el espíritu del cristianismo a aquellos que tenéis a vuestra custodia; por que es imposible que no hagan santos a los que se deciden a ponerlas en práctica.

San Felipe, tan pronto como fue elegido para el apostolado por Jesucristo, mostró celo tan ardiente de conducir las almas a Dios, que llevó ante la presencia de Jesucristo a Natanael (2), con el fin de que éste le conociera y se animase por ese medio a emprender el verdadero camino de la salvación.

Hasta parece que Jesucristo concedió como gracia particular a san Felipe la de sentir afecto e inclinación a procurar que otros le conociesen y amasen, puesto que se dirigió a él cuando pensaba alimentar aquella ingente multitud de pueblo que le seguía (3). Y en ocasión en que ciertos gentiles, venidos a Jerusalén, deseaban ardientemente entrevistarse con Jesucristo, acudieron a este Santo para que se lo mostrase (4).

En vuestro oficio, tenéis particular necesidad del celo por la salvación de las almas. Pedídselo instantemente a Dios por intercesión de san Felipe, quien os ayudará mucho para alcanzarlo.

120. SOBRE SAN ATANASIO

2 de mayo

San Atanasio fue uno de los más valerosos defensores de la Iglesia contra Arrio y sus secuaces, que negaban la divinidad de Jesucristo. Se opuso siempre a tales herejes, y los confundió por doquier con la santidad de su vida, la prudencia de su conducta y sus excelentes escritos.

Asistió al primer concilio de Nicea, antes aún de ser obispo, y allí demostró la profundidad de su ciencia, combatiendo tan esforzadamente a Arrio, que logró persuadirle - como a todos los allí presentes - de que su doctrina era falsa y herética. Con la misma firmeza si guió oponiéndose siempre, durante todo el tiempo de su episcopado, a los seguidores de este heresiarca.

Si no requerís vosotros la ciencia que se necesita para defender a la Iglesia contra los herejes; estáis obliga dos por vuestro ministerio a conocerla lo bastante para poder enseñar a los niños que están a vuestro cargo la buena y sana doctrina de la Iglesia.

¿Incluís entre vuestros más apremiantes cuidados el de instruiros hasta conocerla perfectamente?

Dios os exigirá cuentas de esa obligación, cuyo incumplimiento os haría indignos de vuestro estado.

Los arrianos tuvieron siempre por su enemigo a san Atanasio y, en consecuencia, se le opusieron constantemente.

En primer lugar, hicieron todo cuanto les fue posible para impedir su elección como obispo, porque no podían tolerar que, quien había hecho frente con tanto vigor al que figuraba como cabeza de su secta, se situara en condiciones de atajar el progreso de la herejía; y eso podría realizarlo muy fácilmente, investido de la autoridad de obispo y, más aún, de patriarca de Alejandría.

No es posible trabajar en destruir las malas doctrinas sin atraerse la enemistad de quienes las profesan.

Si vosotros no encontráis herejes que se os opongan, porque quizá no haya ninguno allí donde enseñáis; tened por seguro que, si profesáis virtud sólida y vivís alejados del siglo, los libertinos y mundanos se declararán contra vosotros.

Mas, así como siempre se mostró Dios propicio a san Atanasio; no os quepa duda de que también se pondrá de vuestra parte, y se constituirá en defensor vuestro.

Causa asombro considerar hasta qué punto llegó el furor de los enemigos de san Atanasio contra su persona. No hubo calumnias, injurias, imposturas, persecuciones, ofensas y tribulaciones que los arrianos no intentaran para perderle.

Acusáronle de toda clase de crímenes, homicidios, violencias e injusticias; de los cuales, con todo, fue plena y públicamente justificado en presencia de sus mismos acusadores, que quedaron corridos al desenmascararse todas sus imposturas.

En pago del bien que hayáis pretendido hacer al prójimo, disponeos a padecer improperios, ultrajes y calumnias.

Ésa es la principal recompensa que Dios promete en este mundo, y la única que con frecuencia se recibe de los pobres, por todo el bien que se les hace.

Disponed vuestros corazones a recibir esas pruebas con amor.

121. PARA LA FIESTA DE LA INVENCION DE LA SANTA CRUZ

3 de mayo

Santa Elena, madre del emperador Constantino, mostró celo tan ardoroso por la religión, y tan profundo respeto a la Cruz en que Jesucristo fue enclavado, que se dirigió a Jerusalén para intentar descubrir el sagrado madero.

Su extraordinaria fe alentó a santa Elena para que arrostrase los inconvenientes que le salieron al paso en la ejecución de su designio; y se impuso tales molestias que, al fin, logró encontrarla, y consiguió que, más tarde, fuese expuesta a la veneración de los fieles.

No basta adorar la cruz, dice un padre de la Iglesia; es necesario también llevarla. Y no es preciso ir muy lejos en su busca: " La cruz siempre está preparada, y te espera en cualquier lugar; no la puedes evitar donde quiera que estuvieres. Vuélvete arriba, vuélvete abajo; vuélvete fuera, vuélvete dentro, y en todo esto hallarás cruz ", dice el autor de la Imitación (1).

Disponeos hoy, pues, a amar la cruz; puesto que ya la habéis encontrado del todo.

Se hallaron las cruces de los dos ladrones junto con la de Jesucristo; pero la del Señor fue reconocida gracias a los distintos milagros que de tocarla se siguieron, particularmente la resurrección de un difunto, el cual, según atestigua san Paulino, no había dado señal alguna de vida cuando le aplicaron las otras dos cruces.

En este mundo, hay cruces de ladrón y cruces de Jesús. Son " de ladrón " las que no traen consigo ninguna gracia, ni comunican movimiento alguno de vida a quienes las padecen, porque las llevan con malas disposiciones.

" De Jesucristo " son las cruces que operan frecuentes milagros, y sugieren sentimientos de abnegación o ejercicios virtuosos; a veces, hasta resucitan muertos, inspirando la huida y el horror del pecado.

La cruz que vosotros lleváis ¿es cruz " de Jesucristo "? ¿En qué lo conocéis? Las dificultades que debéis soportar ¿suscitan en vosotros deseos de practicar muchas virtudes?

Andad con cautela: si os desalientan y hacen prorrumpir en murmuraciones, son cruces " de ladrón".

Una vez hallada y reconocida la cruz de Jesús, distribuyó santa Elena partecitas de ella por muchas iglesias, a fin de que fuese expuesta a la gratitud y veneración de los fieles de todo el mundo.

El emperador Constantino, por su parte, prohibió mediante edicto imperial que, en lo futuro, se aplicara el suplicio de la cruz, como pena capital a ningún malhechor; cosa que se ha venido observando sin excepción después, en los países cristianos.

La fiesta que hoy se celebra ha sido instituida, precisamente, para conmemorar ese descubrimiento de la Cruz y la honra que le tributa la Iglesia.

¿Honráis la cruz cuando tenéis la suerte de llevar alguna? ¿Dais gracias a Dios del honor que con ello os dispensa? ¿Manifestáis en esas ocasiones que no os gloriáis sino en la Cruz de Jesucristo? (2). ¿No os sirve la cruz, más de suplicio que como distintivo de honor, por no ver en ella sino lo que tortura y crucifica; en vez de recibirla con amor y respeto, como don de Dios y como honra que con ella Dios os dispensa?

Si queréis padecer como cristianos, de este último modo tenéis que abrazar la cruz.

122. SOBRE SANTA MÓNICA

4 de mayo

Santa Mónica tuvo ya desde niña afecto particular a la oración; de modo que su mayor placer era vacar a ella día y noche, y huir la compañía de aquellas que la distrajesen de ocuparse en Dios. No se cansaba tampoco de rezar algunas oraciones que le había enseñado su madre.

¡Felices los que han tenido la fortuna de ser educados piadosamente desde la infancia! Es facilísimo para ellos conservarse virtuosos durante toda la vida. Tal suerte le cupo a santa Mónica, y ello contribuyó en mucha parte a que se convirtieran su esposo y su hijo.

¿Ponéis, a su ejemplo, toda vuestra diligencia en educar cristianamente a los niños que os confían? ¿Os aplicáis, ante todas cosas, a inspirarles el recato durante la oración y el amor a este santo ejercicio?

Debéis rezar mucho por ellos vosotros mismos, a fin de que Dios les otorgue el don de piedad, que nadie puede conceder fuera de Dios.

Tuvo santa Mónica por marido a un hombre de carácter asperísimo e iracundo. Como sus vecinas se admirasen de que pudiera vivir con él, les respondió que no lo extrañaran, pues desde el instante en que lo tomó por esposo, se había sujetado a él y le respetaba cuanto le era posible.

Tales fueron, con todo, sus oraciones y lágrimas, que le convirtió, le hizo católico y le mudó de temple.

Esta Santa nos enseña que, cuando se ha de vivir o tratar con personas de humor agrio, deben practicarse dos cosas: primera, armarse de paciencia y de mansedumbre; segunda, pedir a Dios con plegarias insistentes que suavice la índole de tales personas y nos conceda gracia para soportarlas.

¿Obráis de ese modo vosotros cuando os halláis en circunstancias semejantes?

Santa Mónica fue madre de san Agustín; el cual, de mozo, se enredó en vicios y liviandades, y hasta cayó en la herejía de los maniqueos. No hubo recurso que omitiera la Santa para sacarle de este error y engendrarle en Jesucristo (1).

El mismo san Agustín cuenta de su santa madre que hubo de soportar más molestias para reengendrarle según el espíritu, con incesantes oraciones y lágrimas, hasta lograr su conversión, que para darle a luz según el cuerpo. Aun atravesó los mares y emprendió largas correrías para impedir que su hijo se perdiera sin remedio. Mas, por fin, después de tantas penalidades, tuvo el gozo de verle cambiar por completo de vida.

¿Os desvivís igualmente vosotros por ganar para Dios los que tenéis encomendados, cuando veis que se inclinan a la liviandad? ¿No omitís nada entonces de cuanto está en vuestras manos, para extirpar en ellos los vicios a que se ven propensos? ¿Acudís instantemente a Dios para alcanzarles esa mudanza de vida?

Como encargados que estáis de sus almas, no debéis escatimar medio alguno para encaminarlos al cielo.

123. SOBRE LA CONVERSION DE SAN AGUSTIN

5 de mayo

Durante mucho tiempo y de muy diversos modos, anduvo el buenísimo y misericordiosísimo Dios apremiando a san Agustín para que se convirtiera, y de todo punto cambiase de vida.

Mas el Santo, que de tiempo atrás vivía hundido en graves desórdenes; aunque no siempre resistía a la gracia, tampoco secundaba sus impulsos, sino que titubeaba de continuo al intentar ponerlos por obra, y tan pronto quería como se volvía atrás.

Perduró mucho tiempo en tales vacilaciones, y él mismo se maravillaba de su poca decisión. Por un lado sus disoluciones y, por otro, los urgentes requerimientos de la gracia, le hacían derramar lágrimas abundantes, cuyo efecto era tornarle inquieto e irresoluto; porque, como él mismo afirma, las vanidades y bagatelas le ataban, e impedían que se entregara totalmente a Dios.

¿No os insta la gracia a que viváis conforme a la perfección de vuestro estado? ¿No tenéis, de vez en vez, apremiantes inspiraciones para que os hagáis violencia y os decidáis a ciertos actos de virtud que salgan de lo corriente? ¿No sentís dificultades en corresponder a ellas? ¿No resistís incluso en alguna ocasión a la gracia?

Llegó, por fin, el tiempo en que, después de ablandar insensiblemente el corazón de san Agustín, le dejó Dios oír una voz que inteligiblemente le decía: Toma y lee. Abrió el libro de las epístolas de san Pablo, y la lectura de un solo pasaje bastó para trocarle el corazón y convertirle.

" Al punto que di fin a la sentencia, dice el mismo san Agustín, como si se hubiera infiltrado una luz de seguridad en mi corazón, se disiparon todas las tinieblas de mis dudas ".

Desde aquel instante, renunció para siempre a todas las esperanzas del siglo; halló de improviso dulzuras y consuelos inconcebibles, hasta en renunciar a los placeres mundanales y a todos sus vanos pasatiempos.

¿Os habéis convertido vosotros de veras a Dios? ¿Y habéis renunciado al siglo en absoluto?

¡Cuántas veces os ha dejado oír Dios su palabra interior, con fuerza suficiente para conmoveros y, a pesar de todo, no la habéis escuchado! ¡Oh, cuántas son las personas consagradas a Dios que no se han dado totalmente a El y viven en la apatía y negligencia!

Decid, al menos, como David: Ahora empiezo a ser todo de Dios (1).

San Agustín mostró tanta fidelidad a la gracia desde el instante de su conversión, que se esforzaba en contrariar de continuo las inclinaciones de la naturaleza.

Se aplicó, primero, a abstenerse del placer que ocasionan los sentidos, puertas por donde entra el pecado en nuestra alma, y que fácilmente la mancillan, por poca comunicación que guarden con ella.

Por esta razón, tomó el Santo como tarea no conceder a sus sentidos más uso que el indispensable a las necesidades de la vida.

Se aplicó luego con tesón a dar de mano a las divagaciones de pura curiosidad, que se limitan a halagar el espíritu.

Se desligó de todo lo humano y natural, y descubrió por ese camino que la felicidad del hombre radica únicamente en el gozo verdadero, que se halla sólo en Dios.

¿Seguís vosotros el mismo procedimiento que el empleado por san Agustín para acercarse a Dios y poner se en condiciones de no vivir aficionado más que a El?

Convenceos de que no adquiriréis sólida piedad si no es utilizando esos medios.

124. PARA LA FIESTA DEL MARTIRIO DE SAN JUAN EVANGELISTA

6 de mayo

Cuando " la madre de Santiago y de san Juan pidió a Jesucristo que sus dos hijos se sentaran en el Reino, uno a la derecha y otro a la izquierda, preguntóles el Señor a ellos si estaban decididos a beber el cáliz que El mismo había de beber, y añadió, que, en efecto, lo beberían ", para significarles que uno y otro padecerían tormentos atroces y difíciles de soportar, por la confesión de su nombre (1).

Esto le acaeció a san Juan en diversas ocasiones, aun cuando no muriese a causa de la violencia de las torturas que padeció. La Iglesia honra en este día todos esos padecimientos, mediante una solemnidad bastante señalada.

Considerad a san Juan como Apóstol, tanto por sus padecimientos, como por sus palabras y la predicación del santo Evangelio. Dad gracias a Dios porque le hizo partícipe de su cáliz, como a discípulo predilecto suyo, y por haberle tratado en esto como a verdadero amigo.

San Juan comenzó a padecer por el honor de Jesucristo y de su religión muy poco después de la venida del Espíritu Santo; cuando, " juntamente con san Pedro, fue encarcelado " (2) y, al salir de la prisión, los judíos le hicieron flagelar cruelmente.

Andando el tiempo, como continuara en Éfeso la predicación evangélica, fue conducido san Juan a Roma, por orden del emperador Domiciano, quien le sometió al tormento de los azotes - según costumbre de los romanos, antes de dar muerte a los criminales -; y, seguidamente, a ser arrojado en una caldera de aceite hirviendo, de donde, según Tertuliano, salió más sano y robusto que antes de entrar en ella.

Todos esos padecimientos de san Juan son hoy venerados por la Iglesia; si bien, especialmente los sufridos por él en Roma, junto con el singular milagro que entonces se obró.

Las fiestas de los mártires, enseña san Cipriano, son exhortaciones al martirio; el celebrar nosotros ésta de san Juan, ha de servirnos de aliciente para padecer, a su imitación, con gusto y por amor de Dios.

Si permitió Dios que padeciera san Juan semejante martirio, y si le preservó milagrosamente de morir en él, es que quería purificarle por el fuego, a fin de ponerle, utilizando ese medio, en condiciones de recibir la abundancia de luces que necesitaba para escribir la profecía de su Apocalipsis, que " efectivamente compuso en la isla de Patmos ". (3), adonde fue proscrito por el mismo emperador.

No extrañéis que Dios os ponga con frecuencia en ocasiones de padecer. Cuantas más os proporciona, mejor os manifiesta Él su amor, y más contentos debéis mostraros vosotros; porque así os purifica con el dolor y os torna por él, más gratos a sus ojos.

Los padecimientos os ponen también fácilmente a cubierto de cometer el pecado, y en ocasiones de recibir con abundancia las gracias de Dios.

Obrad de modo que obtengáis esos frutos de las penas que padecéis.

125. SOBRE LA APARICIÓN DE SAN MIGUEL

8 de mayo

En este día conmemora la Iglesia la aparición de san Miguel en un monte de Italia para anunciar que tomaba debajo de su tutela aquel recinto, el cual quería Dios se consagrase en honor de san Miguel y de todos los santos Ángeles.

Esto hizo que acudiesen procesionalmente al lugar el obispo con todo su clero y pueblo. Y allí se consagró una iglesia con el nombre y advocación de san Miguel.

Ha aparecido así varias veces este santo Arcángel, de manera maravillosa, para declarar que se constituía protector, tanto de los lugares como de las personas que honraba con su presencia.

Nada mejor puede hacerse que encomendar a este Santo cuanto se relaciona con el negocio de la salvación. Él nos ayudará eficazmente a conseguirla, ya que, por orden de Dios y por celo de su gloria, venció una vez y precipitó a Satanás y a sus secuaces en los infiernos, y está siempre preparado para oponerse a él y prestar ayuda a los hombres, a fin de que luchen contra el demonio y resistan a las tentaciones que les sugiere.

Recurrid, pues, a este santo Arcángel para que os auxilie en los combates que habréis de sostener en vuestro estado, y para que os conduzca derechamente y con seguridad a Dios, por el camino que os señalan las Reglas. Sed fieles a ello, y experimentaréis la protección de este Santo.

Las inspiraciones que a veces tenéis de renunciar al siglo y daros de todo punto a Dios son a modo de apariciones de san Miguel, puesto que os invitan a sobreponeros a lo criado para vivir asidos a solo Dios.

Supuesto que el nombre de san Miguel significa: Nada es comparable a Dios, y que se le dio para indicar que este santo Arcángel fue elegido por Dios a fin de defender su gloria y asegurar su infinita excelencia sobre todas las criaturas; debemos creer que cuantas inspiraciones nos vienen de consagrarnos a Dios, despegándonos por completo de todas las cosas, nos las comunica el Señor por ministerio de san Miguel, cuya mi Sión respecto de los hombres se ordena a desasirlos de todo lo criado y moverlos a entregarse del todo a Dios.

Así pues, cuando os acosen pensamientos mundana les, o el hastío de vuestro estado y de los ejercicios de piedad: recurrid al auxilio de este santo Arcángel, para que os ayude a comprender que el Dios a quien servimos es superior a toda criatura y que nada, fuera de Él, merece nuestro amor.

Pidamos asimismo a san Miguel que nos inspire horror al mundo - el cual desearía suplantar a Dios en nuestro corazón - y que aparte de nuestra mente todas las ideas mundanas, utilizando aquellas palabras fulminantes que él pronunció en el combate sostenido contra Lucifer: ¿Quién como Dios?

El primer efecto que han de producir en nos otros las inspiraciones venidas de Dios por ministerio de san Miguel, es el desasimiento total de las cosas terrenas, nacido del menosprecio con que debemos mirar las, por estar íntimamente penetrados de su vanidad, y de la poca solidez y duración del deleite que producen, ya que ellas no son nada y Dios lo es todo.

Otro de los efectos que deben obrar en el alma esas inspiraciones, y que se sigue como consecuencia del precedente, es cierto gusto interno de Dios, que nos inclina a no buscar más que a Dios y a entregarnos a Él sin reserva, porque sólo Él merece ser adorado y querido. De modo que, si algo es amable en las criaturas, lo es por su relación a Dios y por resultar como emanación de Dios mismo y de sus perfecciones.

Determinaos, pues, en este día a poneros en condiciones de no querer sino a Dios y de ser exclusivamente suyos, porque, como dice san Agustín: " Nuestro corazón estará siempre inquieto hasta que descanse en Dios ".

¿Vivís desasidos de lo terreno, hasta poder decir que ninguna dificultad hallaréis en dejarlo todo? ¿No estimáis unas criaturas más que otras? Cuando os despojan de algo que tiene más lustre y os dan, en cambio, otra cosa de menos valor, ¿quedáis contentos?

Por esas señales se juzgará si vivís desprendidos de las criaturas y si las desestimáis todas.

¿Gustáis de la oración y los ejercicios de la vida espiritual, por ser ellos los que a Dios conducen? ¿Os ocupáis gustosos en pensar en Dios y hablar de Él? ¿Solo lo que a Dios atañe os interesa y complace? Un pecado, por ejemplo, aunque parezca mínimo, ¿os apena más que cuanto pudierais padecer? ¿Dais la preferencia en vuestro empleo al cuidado de inspirar la piedad a los niños, sobre cualquiera otra ocupación?

Por estas señales se conocerá si no buscáis más que a Dios, y si le buscáis de veras.

126. SOBRE SAN GREGORIO NACIANCENO

10 de mayo (*)

En Atenas donde estudiaba, aplicábase más san Gregorio a la perfección de su alma, que al cultivo de las buenas letras; y tal empeño ponía en evitar el pecado, que se alejaba con especial diligencia de las compañías peligrosas, mayormente del trato con mujeres, por entender que es ésta una de las ocasiones que más contribuyen a hacernos pecadores.

Se complacía, en cambio, grandemente ya entonces frecuentando la compañía de san Basilio, con quien trabó amistad tan estrecha que, habiéndose retirado este Santo a la soledad en una ermita del Ponto, san Gregorio fue en su busca, y llevó allí con él vida angelical.

¡Qué suerte vivir alejado de ocasiones de ofender a Dios! Nosotros la tenemos y debemos con frecuencia y aun todos los días, dar por ello gracias a Dios, ya que es uno de los medios mejores para conseguir la salvación eterna.

Siendo tan peligrosas las malas compañías, máxime en la juventud, nada debe procurarse con tanto empeño como impedir que frecuenten ninguna nuestros discípulos; y nada ha de recomendárseles con mayor diligencia que el contraer amistad con los compañeros más virtuosos, píos y recatados.

Puesto al frente este Santo de la iglesia de Constantinopla, tuvo mucho que padecer por parte de los arrianos, quienes le persiguieron indignamente y de distintas maneras, hasta hacerle pasar por idólatra que pretendía introducir varios dioses; por lo cual el pueblo intentó lapidarle.

Le obligaron a comparecer ante jueces mal dispuestos contra él, a fin de poderle condenar más a mansalva. Con todo, el Santo se mantuvo siempre entero e inconmovible en la defensa de la fe, y predicó con tanta solicitud y eficacia que, durante los tres años de su permanencia en la ciudad, convirtió a numerosísimos herejes y, al irse, la dejó purgada no sólo del arrianismo y demás errores que cuando en ella entró la infestaban; sino también de los muchos vicios que allí habían reinado anteriormente, según testimonio del mismo Santo.

Tal es el fruto ordinario de las persecuciones que padecen quienes laboran por la salvación de las almas. Cuanto más abrumados se ven de pesadumbres en sus tareas apostólicas, tantas más conversiones obra Dios por su ministerio, y con tanta mayor eficacia cooperan a la salvación del prójimo.

No os maraville, pues, si en el ejercicio de vuestro empleo llueven sobre vosotros dificultades y contradicciones: tanto más debéis alentaros a desempeñarle dignamente, cuanto más penéis en él; persuadíos de que entonces precisamente derramará Dios sobre vuestro trabajo la abundancia de sus bendiciones.

San Gregorio renunció a su obispado poco después de hacerse cargo de él, con el fin de apaciguar los alborotos promovidos por los arrianos, so pretexto de su elección. Se apartó de todo punto entonces del trato con el siglo, y entregóse de lleno a la oración, la cual vino a constituir su principal tarea.

Vivía en la estrechez y se mortificaba de continuo, principalmente, por la guarda del silencio, pues reconocía que es ésta una de las penitencias más necesarias. Confiesa humildemente de sí este Santo que le era muy difícil contener la lengua, por la facilidad con que ésta se le desmandaba; lo cual le obligó a velar sobre ella de continuo. En cierta ocasión, hasta se impuso como penitencia vivir callado durante cuarenta días, por creer que se había propasado en hablar.

La ocupación a que os dedicáis vosotros durante el día, no os impide vivir en el retiro. Amadlo y guardad lo de buena gana, a imitación de san Gregorio, que en él se santificó. Os ayudará mucho a adquirir la perfección de vuestro estado y a infundir la piedad en vuestros discípulos. Pero, si no os aficionáis al retiro, y si os aplicáis poco a la oración, careceréis de la unción que necesitáis para inspirar el espíritu del cristianismo.

Contened también la lengua: este recato os facilitará el recogimiento y la presencia de Dios, y se convertirá en medio excelente para vivir en el silencio y el orden, en el puntual ejercicio de las prácticas espirituales, en la moderación, tranquilidad y paz, y en la minuciosa observancia de las Reglas.

Tan excelentes provechos deben incitaros a no dar libertad a la lengua.

127. SOBRE SAN PEDRO CELESTINO

19 de mayo

San Pedro Celestino sintió desde su juventud el atractivo de la soledad: se retiró a un elevado monte, en el que vivió tres años cabales macerando su cuerpo, para ponerse en condición de resistir a las tentaciones que le atormentaban.

Llevó a tal exceso sus austeridades, que se servía de un guijarro como almohada para dormir; era el silencio su elemento; la disciplina diaria, su recreación; y el cinturón que usaba era una cadena de hierro. Se dedicó tan asiduamente a la oración, que ésta constituía su principal ejercicio.

Si el retiro, la mortificación y la oración fueron los medios que utilizaba este Santo para santificarse; vosotros tenéis también facilidad para serviros de ellos a fin de allegaros a Dios: ya que en vuestro Instituto se suceden a diario bastantes prácticas de tales ejercicios.

Sed fieles en seguirlas, y convenceos de que el fruto que produzcáis en las almas será proporcionado al amor que profeséis a esas tres cosas, y a la medida en que os ejercitéis en ellas.

La eminente santidad de este gran siervo de Dios hizo que, en ausencia suya, le eligieran los cardenales para ponerle al frente del gobierno de la Iglesia. El Santo huyó tan pronto como tuvo noticia de lo ocurrido; mas se vio forzado a asumir tan elevada dignidad, en la que conservó su humilde condición de religioso; así, no utilizó nunca otra cabalgadura que el jumento.

Tampoco aflojó lo más mínimo en sus austeridades después de su coronación como papa, y aun mantuvo el espíritu de retiro, después de su elevación. Ese ha de ser el modo de vivir en medio del siglo, si se quiere en él conseguir la salvación, y mantener la piedad.

En razón de vuestro empleo, os veis obligados vosotros a tener cierto trato con el mundo; vivid sobre aviso para preservaros de su espíritu, guardar recato en él, y cierto aire de modestia que os ayude a preservaros de su corrupción, a edificar al prójimo y a inspirar la virtud en aquellos cuya educación se os ha confiado.

Habiendo admitido muy a su pesar el sumo pontificado, se hallaba en él como fuera de su centro; no pensaba en otra cosa que en su soledad, y suspiraba de continuo por la vida retirada que en el desierto había llevado. En cambio, sólo hastío le inspiraba el fausto de la corte romana.

La obligación en que se veía, por su condición de sumo pontífice, de ocuparse sin descanso en asuntos de gobierno, le forzaba a vivir en situación diametral mente opuesta a la inclinación que por la soledad había sentido desde la infancia; por eso solicitó licencia de los cardenales para retirarse, y dimitió su dignidad de supremo pastor de la Iglesia.

Aunque ejerzáis por disposición divina las funciones externas del empleo, y contéis en ellas con medios para santificaros; no deben, con todo, entibiar en vosotros el espíritu y amor del retiro.

Entregaos, pues, a ellas de tal forma que, en cuanto deje de ser necesaria en el mundo vuestra presencia; volváis al lugar de vuestra morada, como a asilo seguro y no encontréis consuelo sino en la asiduidad y aplicación a los ejercicios espirituales.

128. SOBRE SAN BERNARDINO

20 de mayo

San Bernardino dio pruebas de tal cordura y modestia desde su primera juventud, que sus compañeros de escuela más libertinos se mostraban en su presencia prudentes y recatados, y no osaban hablar lo más mínimo de cosas menos convenientes: se decían unos a otros, cuando de lejos veíanle venir: " Cambiemos de conversación, que llega Bernardino ".

¿Sois también vosotros mesurados y modestos, no sólo en presencia de los hermanos, sino, además, delante de los discípulos?

¿Les dais ejemplo de gravedad semejante? Y la que observan en vosotros, ¿les impresiona de tal manera que sea capaz por sí sola de hacerles cuerdos? Tal es el benéfico influjo que debe producir en quienes os están en comendados, la calidad de maestro que ostentáis para con ellos.

No hay nadie a quien no podáis ni debáis pretender ser útiles por el ejemplo de vuestras virtudes. Ése fue el primer modo de ejercitar san Bernardino el celo, y es también el primero de que vosotros habéis de echar mano para predicar a todos sin excepción, y la principal tarea apostólica que debéis ejercer.

Formó este Santo el propósito de hacerse religioso; mas, no sabiendo qué orden elegir, pareció1e que el mejor medio para descubrirlo era acudir a la oración, y así lo hizo. Pidió, pues, a Dios muy fervorosamente ante el crucifijo que le otorgase la gracia de descubrir su vocación. Al punto, oyó una voz que le dijo: " Vesme en esta cruz desnudo del todo; si me amas y me buscas, aquí me hallarás; mas procura por tu cuenta desnudarte y crucificarte ". Eso le determinó a entrar en la orden de san Francisco.

Vendidos sus bienes y entregado su importe a los necesitados, ejerció en sí mismo el celo crucificándose, pues fue asaltado de violentas tentaciones: ayunaba de continuo, dormía en el duro suelo, velaba y trabajaba sin descanso. Cuando pedía limosna, los pequeñuelos le tiraban a veces piedras, y hubo de soportar enojosas calumnias.

¿Es la oración el primer medio a que vosotros acudís para conocer la voluntad de Dios? En la duda, ¿os determináis únicamente por aquello que más os puede crucificar y haceros morir a vosotros mismos? Son dos medios seguros para conocer la voluntad de Dios y llevarla a la práctica.

Destinado a la predicación, desempeñó san Bernardino esta función con tal celo, que predicaba todos los días, sin eximirse del coro ni demás ejercicios regulares, aun cuando continuase en tal apostolado durante veintiocho años consecutivos.

Inspirándoles la devoción al santísimo Nombre de Jesús, convirtió con sus sermones a muchísimas personas.

Dio tal esplendor a su orden por los muchos que atrajo a ella, tanto con el ejemplo de su santa vida, como por la eficacia de su palabra que, en lugar de veinte monasterios y trescientos religiosos que había en toda Italia cuando él tomó el hábito monástico, contábanse cuando murió doscientos cincuenta conventos, con más de cinco mil religiosos.

¿Ejercitáis vosotros de tal manera el celo con el prójimo, que nada de cuanto hacéis por contribuir a su santificación, os impide lo más mínimo asistir con exactitud y asiduidad a todos los actos comunes?

Persuadíos de que no bendecirá Dios las fatigas que os tomáis en provecho del prójimo, sino en proporción a como guardéis la observancia; pues las gracias para contribuir a la salvación ajena, se os darán únicamente en la medida en que seáis fieles a la gracia, y en que conservéis el espíritu de vuestra vocación.

129. SOBRE SAN FELIPE NERI

26 de mayo

San Felipe Neri tuvo tan esclarecido amor a la castidad, que resistió con singular denuedo la pro vocación de una mujer impúdica; la cual, fingiéndose enferma, le llamó a su estancia y a su lecho con achaque de pedirle algún alivio. En recompensa de su extraordinaria valentía, y del celo por conservar esta virtud, otorgóle el Señor la gracia de no sentir el menor movimiento carnal.

Uno de los mejores medios para adquirir y mantener la castidad es huir a las primeras acometidas del demonio de la impureza, y violentarse a si mismo con decisión, para alcanzar victoria en las ocasiones o tentaciones que salen de lo corriente. Este proceder atrajo sobre muchos santos gracias muy abundantes, y les mereció castidad eminente.

Por ser esta virtud una de las más necesarias y de la mayor trascendencia en vuestro estado, no hay me dio de que no debáis serviros para conservarla.

Os ayudarán mucho a ello el horror al mundo y la guarda fidelísima del recogimiento. Aplicaos a ambas cosas con el mayor empeño posible.

Se dio tan resueltamente este Santo a la oración, que pasaba algunas veces hasta cuarenta horas en ella, inflamado el corazón de tal modo, que le era preciso echarse por tierra y descubrirse el pecho, para apagar sus ardores.

Y, como Dios acostumbra colmar de consuelos a los que aman este santo ejercicio, sentíase a veces san Felipe tan henchido de dulzuras y consolaciones, que se veía forzado a exclamar: " ¡Basta, Señor, basta! ".

Cierto día experimentó tal avenida de amor divino, que el corazón se le abrasaba, de suerte que las costillas se le dislocaron para no volverse a juntar; de donde le vinieron palpitaciones de corazón que le duraron por el resto de sus días.

La obligación en que os veis de contar con gracias, no sólo para vosotros, sino también para los demás, y la de daros trazas para mover los corazones; os debe instar a aplicaros de modo especialísimo a la oración, ejercicio que Dios os ha deparado para haceros participes de sus dones.

¿Es ése, pues, el que tomáis más a pechos?

Procurad cumplir en espíritu de oración todas vuestras obras; es uno de los mejores medios para santificarlas.

Este Santo tuvo devoción particularísima a la Pasión de Jesucristo y a la Santísima Virgen.

No podía pensar en los padecimientos de Jesús ni hablar de ellos sin arrasarse en lágrimas, por creerse causa de los mismos; esto le obligaba a decir a veces que la llaga del Costado de Jesucristo era muy grande; pero, que si Dios no le tuviera de su mano, la haría él mucho mayor aún.

Pasaba también, de vez en cuando, noches enteras conversando con la Santísima Virgen.

Esos dos amores, el de Jesucristo y el de la Virgen María, han constituido de ordinario las devociones más culminantes en los mayores Santos: san Bernardo y san Francisco hallaban sus delicias en la contemplación de los dolores de Jesucristo, y profesaban tan hondo cariño a la Santísima Virgen, que la eligieron los dos como protectora y sostén de sus órdenes respectivas.

Miradla así vosotros también, respecto de vuestro Instituto.

Y ya que la santificación del mundo entero se consiguió gracias a la muerte y pasión de Jesucristo, pedid a menudo a Dios que aplique abundantemente los méritos de una y otra, tanto a vosotros personalmente como a los niños que se os han encomendado.