Epistolario espiritual

San Juan de Ávila


XIII

 

Carta del autor á un señor destos reinos, en que le escrive cómo se ha de aprovechar de la quaresma, para que venga á saber sentir la semana sancta lo que nuestro Señor padeció. Trátase de la gravedad del peccado y del remedio de la penitencia

 

Muy illustre Señor:

Vuestra Señoría sea venido enorabuena á su casa, que assí lo creo yo que será, porque lo menos-bien del proprio rincón es más bien que lo mejor de la corte. No quisiera que tiempo tan sancto como entre manos tenemos se celebrara donde tan mal se podía celebrar: y por esso Nuestro Señor le traxo á su reposo, para que con Él piense de espacio los grandes misterios que en estos días acaescieron. Alímpiese V. S., para con limpio coraçón comer del cordero, no ya en figura, mas en verdad, no ya temporal, mas eterno, no hijo de oveja, mas hijo de Dios en el cielo, y de virgen en la tierra. Razón es que este cordero, aunque es dulce, se coma con lechugas amargas, porque nuestra es la culpa del sinsabor que tenemos, que no dél. Nosotros hizimos cosas para que sea menester arrepentir y llorar; que Dios todo es dulce, y fuente de agua muy sabrosa: mas ya que no tuvimos seso para mirar que no nos ha hecho Dios obras para le enojar, tengámoslo para tener enojo nosotros de lo que dimos á Él.

¡O Señor, y qué amarga cosa es aver peccado, y quán presto se haze llaga en el ánima, y quánto tarda en ella el arrepentimiento!: ¡quántas lágrimas haze derramar!: ¡quánto quebrantamiento del coraçón!: ¡quán terribles tormentos, viendo que el offendido es omnipotente para castigar, y que todo se haze delante de sus ojos para no ignorar cosa, y que aborrece tanto el peccado, que ninguna amistad ay tan firme con Dios, que si el peccado entra en medio, no basta á la deshazer! Gran dolor es, señor, aver peccado, y espina es que nunca sale mientras en esta vida un hombre viviere; porque si no sabe que le está perdonado, ¿qué lugar tendrá el coraçón de alegría, que sabe estar sentenciado para el infierno por los peccados que ha hecho, y no sabe estarle rebocada la sentencia? ¿Cómo se alegrará quien no sabe si la misericordia que ha pedido se le ha concedido por falta dél, no sabiendo pedir como Dios quiere, y no por falta de Dios, que á los que verdaderamente se convierten á Él muy de verdad los perdona?

En pecando Adán y Eva, luego se escondieron y temieron la voz de Dios: Y en pecando un hombre, luego viene en temor, que quiera ó no. Y si alguna vez quiere la bondad de Dios quitar este temor, y con secretas inspiraciones y con caricias alegrar al hombre, dándole a entender por algunas señales que está perdonado, diziéndole «tus peccados te son perdonados, vete en paz», que es lo que más desseava, diziendo, «á mi oído dará[s] gozo y alegría, y gozarse han los huessos humillados», quitarse ha entonces el temor, mas no el dolor: y no sólo no se quita, mas acreciéntase; porque, viendo la bondad del Señor que con él usa en le perdonar, mereciendo castigo eterno, enciéndese todo en amor el que tanto conoce dever. Y deste mayor amor nace mayor dolor; porque assí como la sombra sigue al cuerpo, assí el dolor de la offensa viene del amor del offendido, y crece con él y descrece con él; porque viéndose uno más amado, más ama, y mientras más ama más le desplaze aver offendido á quien ama. De aí es que aunque sepamos ser perdonados, no devemos dexar de tener dolor, si del todo no queremos ser tan muertos al amor que Dios nos tiene, que con ninguna cosa le respondamos.

Comamos pues, señor, lechugas amargas agora, para que en la semana del Cordero por nós amargado podamos tomar parte de sus amarguras, y, recibiéndole en nuestras entrañas, sentir alguna cosica de sus dolores; porque quien no llora sus propias amarguras que á Dios dió peccando, ¿cómo llorará las que los otros le dieron quando le crucificaron? Y por esso la sancta Iglesia nos da esta quaresma de término para deshazer con penitencia los malos tratos que entre año emos hecho, llorando de lo que nos reímos, contradiziendo lo que abraçamos, pareciéndonos mal lo que antes nos agradó, para que assí, quitados los peccados de en medio, vengamos á tomar parte de las penas que Nuestro Señor passó, lo qual es de amigos y no de enemigos. Y si V. S. pregunta, ¿qué pensaré para que me dé gana de llorar mis peccados?, dígole yo que lo principal sea que por lo que él hizo mataron á su Padre, que es Cristo. No sé yo qué hijo avría que por una cosa que uviesse hecho viniesse tanto mal á su padre que le quitassen la hazienda y casa, y la ropa, dexándole desnudo en camisa, después le deshonrassen, difamassen con extremo abatimiento, y no parasse en esto el negocio, mas le açotassen y atormentassen, y después matassen, y todo esto por lo que el hijo hizo, no sería el hijo tan malo, por malo que fuesse, que no le penase en el coraçón lo que avía hecho, pues pudiera ligeramente excusar donde tanto mal le vino á su padre.

Dígame, señor, ¿quién empobreció á Cristo, quién lo cansó, quién lo deshonró, quién lo açotó, quién lo corrió y crucificó?: ¿por ventura hízolo otro que nuestro peccado? Yo le afligí y entristecí con mis malos plazeres, yo le deshonré por ensallarme malamente: los deleites que yo en mi cuerpo tomé le pararon tal á Él su cuerpo atado á una dura columna, y porque yo quise bivir vida mala, perdió Él su vida buena. Pues ¿cómo ternemos alegría aviéndose hecho tan mala obra á quien tantas buenas nos hizo?: ¿por qué toda criatura no avía de vengar los males que contra el Criador hizimos? No se puede echar, señor, más carga ni mayor sobre nuestros ombros para hazernos llorar y aborrecer los peccados, que dezirnos que padeció Cristo por ellos lo que padeció: no ay cosa que assí nos humille y nos haga estimarnos en poco, como saber que fuimos causa de la muerte de Nuestro Señor. ¡O quién lo supiera antes que oviera peccado, para morir antes que peccar! Pensávase el hijuelo que no hazía nada en lo que hazía: después vino á pesar tanto que el mismo Dios se puso en la cruz por el contrapeso que el peccado hazía; ¿cómo podemos mirar al Padre que nosotros pusimos por nuestras locuras en tan grandes trabajos?; ¿y cómo este Padre nos quiere mirar y no nos aborrece, desonradores de Él y verdaderos patricidas, y que merecen no qualesquier tormentos, mas muy crueles? ¡O divinal bondad, y hasta dónde llegas! Esp[an]támonos que estando en la cruz rogaste por quien en ella te puso, y desseaste el bien de quien tantos males te hazía. Yo digo que no sólo con aquéllos te mostraste benigno, mas con todos los del mundo hiziste lo que con aquéllos: porque si por los que te crucificaron rogaste, todos te crucificamos; y aquellos pocos y todos te devemos aquella oración, y quiçá algunos más que los ignorantes sayones que presentes allí estavan crucificándote. Todos, Señor, conspiramos en tu muerte, y á todos conviene lo que dizes «que no saben lo que hazen». ¿Quién, Señor, tan mal te quisiera que si supiera que el fructo de sus malos plazeres tan caro avían de costar á tu Real Magestad, no rebentara antes que ponerte en aprieto tan grande? Perdona, Señor, perdona, que no supimos lo que hizimos; y agora que nos lo has declarado, enseñándonos en tu sancta Iglesia que por peccados moriste, y que lo que burlando yo hize, Tú lo pagas tan de veras, ¿qué será si á sabiendas reiteramos la causa de tu muerte penosa? No es razón, Señor, que queramos bien á quien á nuestro Padre mató; y pues los peccados le mataron, aborrecellos tenemos, si te amamos á Ti. David dize: «Los que amáis al Señor, aborreced la maldad»; y tiene razón, porque peccado y Dios bandos son contrarios, que es impossible contentar á entrambos. Escoja el hombre de quál quiere ser, que es impossible al hombre ser de entrambos, porque qualquiera dellos quiere servidores leales y que mueran por ellos. ¿Qué escogeremos, Señor, el cieno de los algibes rotos, ó la vena de las aguas vivas?: Señor ¿qué escogeremos, ser malos con el mundo ó buenos con Dios?: ¿qué escogeremos, de buscar privanças de criaturas, ó de Criador?: ¿qué, en fin, arder con los demonios en el infierno, ó reinar con Dios en el cielo? O hijos de Adán, ¿hasta quándo seréis de coraçón pesado?: y convidándoos con la verdad que para siempre ha de durar, y haze durar á los de su bando, ¿queréis seguir la vanidad, que haze parar en nada á los de su bando?: ¿hasta quándo coxquearéis á una parte y á otra, ya siendo de un bando, ya siendo de otro? Seguid el uno, y sea el de Dios, porque Él solo basta á hazer dichosos á los que le sirven. Ya Cristo ha muerto al peccado, ¿por qué seguís vando de muerto, y queréis dar vida á vuestro capital enemigo?

No améis al peccado, y no vivirá, mas trabajad de lo deshacer con dolor y penitencia, para que se deshaga el que heciste amándole. Sacaldo afuera para que sea juzgado y reprehendido y condenado, lo qual se haze quando lo confessamos: y de aí adelante teneldo por capital enemigo, trabajando por le contradezir, estorbándolo doquiera que pudiéredes, que no ose parecer delante vosotros; porque el amador de Dios, si tiene entrañable aborrecimiento al peccado, trabaja por lo alançar de sí y de los otros, desseando que la honra de Dios vaya siempre delante, y que en todos reinase Él, pues á todos crió y por todos murió.

Esto, muy illustre señor, he acordado á V[u]estra Señoría para cumplir con la fidelidad que le devo, y por esso le aviso se guarde deste traidor enemigo de Dios; haciéndole saber que si con Dios quiere privar, otro medio ni remedio no ay sino hazerse muy entrañable enemigo de todo peccado: y porque este aborrecimiento es dádiva de Nuestro Señor, hásele de pedir muy de coraçón, y con mucha humildad y fee, y hase de buscar con buenas obras, y ayunando y rezando, y dando limosnas, y satisfaziendo lo que devemos, porque quitemos los estorbos al Espiritusancto, mirando por la justicia de sus vassallos, sin inclinarse á una parte ni á otra; mas assí como es lugarteniente de Dios para con ellos, assí sea semejable á Dios en el tratamiento, en aparejarse á suffrir más que á ser suffrido, y no torcer por passión alguna, como Dios no tuerce. Que razón es que quien está en la silla de uno sea semejable á él, y pues en la honra tiene lugar de Nuestro Señor, téngalo en la carga, téngalo en el zelo del bien común.

Ninguno ay[a] por chico que sea que no sienta provecho y consuelo de tener tal señor, como ninguno ay en el mundo que no sienta provecho de Dios. Es el señor con el pueblo como el ánima con el cuerpo: halo de consolar, avivar, calentar, substentar, y entrañablemente amar, y sentir mucho lo que al pueblo acaesce, como siente el ánima lo que al cuerpo se haze: para que siendo semejable al Señor Jesu Cristo, que buscó el bien de los suyos, aunque con trabajo y pérdida propria, vaya á reinar con él para siempre adonde dé por bien empleados los trabajos que acá uviere passado.