Epistolario espiritual

San Juan de Ávila


VI

 

Carta del auctor á un sacerdote. Enséñale quál será el mejor aparejo y quál consideración más provechosa para llegarse a celebrar

 

Muy Reverendo Padre mío:

Plega á Nuestro Señor que la tardança de mi respuesta sea recompensada con que sea verdadera y provechosa á Vuestra Merced; porque según la pregunta es de mucha importancia, también lo será la respuesta si fuesse tal como he dicho.

Pregunta Vuestra Merced qué aparejo será el mejor, ó qué consideración más provechosa para celebrar el Sancto Sacramento del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesu Cristo, porque teme no le sea tornado en daño (por falta de aparejo) lo que de sí es tan provechoso.

Ya Vuestra Merced sabe ser diversas complexiones de los cuerpos, y assí ser diversas las inclinaciones de las ánimas, y también diversos los dones que reparte Dios, y á unos lleva por unos medios y á otros por otros; y assí no se puede dar regla cierta que á todos quadre, de qué consideración le sea más provechosa para lo dicho: esto es cierto, que aquello le será á uno mejor que Nuestro Señor le diere y con que más le moviere. Yquien tiene noticia (como en estas cosas se puede tener, que ni son de fe, ni ay evidencia de que su aparejo ó consideración es impulso de Dios), no ay que buscar otra hasta que Nuestro Señor la mude; y esto se ha de averiguar dando cuenta á persona que tenga de ello experiencia y prudencia; y assentar en aquello. Mas ay otros que no se sienten particularmente movidos á esta ó á aquella consideración, y para éstos también es necessario que den parte de su disposición interior, para ver si han menester ser llevados par consideración de amor ó de temor, tristes ó alegres, y conforme á lo que uvieren menester, aplicarles el remedio. Y porque creo, según la relación que de Vuestra Merced tengo, que la disposición de Vuestra Merced es de persona aprovechada en la virtud, y que le está mejor exercitarse en consideración que le provoque á fervor de amor con reverencia, que á otras, digo que para este intento yo no sé otra mejor que aquella que nos dá á entender que aquel Señor con quien imos á tratar es Dios y hombre, y la causa por que al altar viene. Cierto, señor, efficacíssimo golpe es para despertar á un hombre considerar de verdad: á Dios voy a consagrar, y á tenerlo en mis manos, y á hablar con Él, y á recebirlo en mi pecho. Miremos esto, y si con espíritu del Señor esto se siente, basta y sobra para que de allí nos resulte lo que hemos menester para, según nuestra flaqueza, hazer lo que en este officio devemos. ¿Quién no se enciende en amor con pensar: al Bien infinito voy á recebir? ¿Quién no tiembla de amorosa reverencia de Aquel de quien tiemblan los poderes del cielo, y no de offenderle, sino de alabarle y servirle? ¿Quien no se confunde y gime por aver offendido á aquel Señor que presente tiene? ¿Quien no confía con tal prenda? ¿Quien no se esfuerça á haz[e]r penitencia por el desierto con tal viático? Y finalmente esta consideración, quando anda en ella la mano de Dios, totalmente muda y absorbe al hombre y le saca de sí, ya con reverencia, ya con amor, ya con otros affectos poderosíssimos causados de la consideración de su presencia, los quales, aunque no se sigan necessariamente de la consideración, nos son fortísima ayuda para ello, si el hombre no quiere ser piedra, como dizen. Assí que, señor, exercítese Vuestra Merced en esta consideración, haga cuenta que oye aquella voz: «Ecce sponsus venit», Deus vester venit; y enciérrese dentro de su coraçón, y ábralo para recebir aquello que de tal relámpago suele venir; y pida al mismo Señor que por aquella bondad misma que tal merced le hizo de ponerse en sus manos, por aquella misma le dé sentido para saber estimarlo, reverenciarlo y amarlo como es razón. Importúnele que no permita el que esté Vuestra Merced en presencia de tal Magestad sin reverencia, temor y amor. Acostúmbrese á sentir lo que deve de la presencia del Señor, aunque otra consideración no tenga. Mire á los que están delante los reyes, aunque nodigan nada, aquella mesura, reverencia y amor con que están, si están como deben. Mas mejor es pensar cómo están en la corte del cielo aquellos tan grandes en presencia de la infinita Grandeza, temblando de su pequeñez, y ardiendo en fuego de amor, como abrasados en el horno dél. Haga cuenta que entra él entre aquellos grandes y tan bien vestidos, tan bien criados, tan diligentes en el servicio de su Señor; y puesto en tal compañía, y en presencia de tal Rey, sienta lo que deve sentir, aunque, como digo, no tenga entonces otra consideración; quiero dezir que una cosa es saber hablar al rey y otra saber, aunque callando, estar delante del rey, para estar como deve estar. Y esta unión de su alma con Nuestro Señor es la que deve tener en la missa, colgado dél, como quando está en la celda en lo más íntimo de su coraçón unido con Dios, y de tal manera que las palabras que lee no le distraigan de esta unión; porque hallará en ella más fructo que en las palabras, aunque se ha de tener cuenta con ellas; mas hase de acostumbrar, teniendo el coraçón unido y presente á Dios, tener la atención que conviene á lo que haze y dize.

¡O Señor, y qué siente una ánima quando vee que tiene en sus manos al que tuvo Nuestra Señora elegida, enriquescida en celestiales gracias para tratar a Dios humanado, y coteja los braços de ella, y sus manos, y sus ojos con los proprios! ¡Qué confusión le cae! ¡Por cuán obligado se tiene con tal beneficio! ¡Quanta cautela deve tener en guardarse todo para Aquél que tanto le honra en ponerse en sus manos, y venir á ellas por las palabras de la consacración! Estas cosas, señor, no son palabras secas, no consideraciones muertas, sino saetas arrojadas del poderoso arco de Dios, que hieren y trasmudan el coraçón y le hazen dessear que en acabando la missa se fuesse el hombre á considerar aquella palabra del Señor: «Scitis quid fecerim vobis»? ¡O Señor, quien supiesse quid fecerit nobis Dominus en esta hora! ¡Quien lo gustasse con el paladar del ánima! ¡Quien tuviesse balanças no mentirosas para lo pesar! ¡Quán bienaventurado sería en la tierra! ¡Y cómo en acabando la missa le es gran asco ver las criaturas y gran tormento tratar con ellas, y su descanso sería estar pensando quid fecerit ei Dominus hasta otro día que tornasse á dezir missa.

Y si alguna vez diere Dios á Vuestra Merced esta luz, entonces conoscerá quanta confusión y dolor deve tener quando se llega al altar sin ella; que quien nunca lo ha sentido no sabe la miseria que tiene quando le falta. Junte Vuestra Merced á esta consideración de quién es el que al altar viene, el por qué viene, y verá una semejança del amor de la encarnación del Señor, del nascimiento, de su vida y de su muerte, que le renueve lo passado: y si entrare en lo íntimo del coraçón del Señor y le enseñare que la causa de su venida es un amor impaciente, violento, que no consiente al que ama estar absente de su amado, desfallecerá su ánimacon tal consideración.

Mucho se mueve el ánima considerando: á Dios tengo aquí; mas quando considera que del grande amor que nos tiene, como desposado que no puede estar sin ver yhablar á su esposa ni un solo día, viene á nosotros, querría el hombre que lo siente tener mil coraçones para responder á tal amor, y dezir como Sancto Augustín: Domine, quid tibi sum, quia jubes me diligere te? Quid tibi sum? ¡Que tanto deseo tienes de verme y abraçarme, que estando en el cielo con los que tan bien te saben servir y amar, vienes á este que sabe muy bien offenderte, y muy mal servirte? ¿Que no te puedes hallar, Señor, sin mí? ¿Que mi amor te trae? ¡O, bendito seas, que siendo quien eres pusiste tu amor en un tal como yo! ¡Y que vengas aquí con tu Real Persona, y te pongas en mis manos, como quien dize: «Yo morí por ti una vez, y vengo á ti para que sepas que no estoy arrepentido de ello; mas si fuesse menester moriré por ti otra vez»! ¿Qué lança quedará enhiesta á tal requesta de amor? ¿Quien, Señor, se absconderá del calor de su coraçón, que calienta el nuestro con su presencia, y como de horno muy grande saltan centellas á lo que está cerca? Tal, padre mío, viene el Señor de los cielos á nuestras manos, y nosotros tales lo tratamos y recebimos.

Concluyamos ya esta plática tan buena y tan propria de ser obrada y sentida, y suppliquemos al mismo Señor que nos haze una merced, que nos haga otra, pues dádivas suyas sin ser estimadas, agradecidas y servidas, no nos serán provechosas. Immo, como Sant Bernardo dize, que el ingrato eo ipso pessimus quo optimus. Miremos todo el día cómo vivimos, para que no nos castigue el Señor en aquel rato que en el altar estamos, y traigamos todo el día este pensamiento: al Señor recebí, á su mesa me assiento, y mañana estaré con Él; y con esto huiremos todo mal, y esforcémonos al bien, que lo que se haze fuera del altar suele el Señor galardonarlo allí.

Y para concluir digo que se acuerde Vuestra Merced que se quexó el Señor de Simón, porque entrando en su casa no le dió agua para sus pies, ni beso en su faz; para que sepamos que quiere de la casa do entra que le den lágrimas por los peccados á los pies dél, y amor que haze dar beso de paz.

Esta dé á V. Merced Nuestro Señor con el mismo Señor y con sus próximos, que nazca del perfecto amor, el qual aquí le atormente por las offensas que él y otros hazen al Señor, y en el cielo le haga gozar teniendo el bien de Dios por proprio y más que proprio, amando á Él más que [á sí] mismo: por cuyo amor pido á Vuestra Merced que si algo ó mucho va en esta carta que aya menester emienda, me la envíe, y por lo bueno dé gracias á Nuestro Señor, y se acuerde de mi quando en el altar estuviere.