Epistolario espiritual

San Juan de Ávila


I

 

Carta que escrivió el Padre maestro Juan de Avila á un predicador. Trata de la alteza á que los tales son levantados y de cómo se han de aver con Dios y con las ánimas y de lo mucho que le han de costar y del ánimo que para ello han de tener

 

Charissime:

Dos cartas de Vuestra Reverencia he recebido, en las quales me haze saber del nuevo llamamiento con que Nuestro Señor lo ha llamado para engendrarle hijos á gloria suya. Sit ipse benedictus in saecula, que no se desprecia de tomar por instrumento de tan gloriosa cosa á una cosa tan baxa, y hablar, siendo Dios, por una lengua de carne, y levantar al hombre á que sea órgano de la divina voz y oráculo del Spíritu Sancto. Cristo hombre fué el primero en quien este spíritu lleno y vivificativo de los oyentes se aposentó, engendrando por la palabra hijos de Dios, y muriendo por ellos, por lo qual mereció ser llamado Pater futuri saeculi. Y porque dél y de sus bienes ay comunicación con nosotros, assí como nos hizo hijos, siendo él Hijo, y sacerdotes, siendo él Sacerdote, hízonos él, siendo gracioso, graciosos; él, amado y bendito, semejables á él, y, siendo heredero del reino del Padre, sómoslo nosotros también en él y por él, si estamos en gracia. Assí porque no quedase en el tesoro de su riqueza cosa de la qual no nos diesse parte, teniendo él spíritu para ganar los perdidos, compasión para ganar las ánimas enagenadas de su Criador, palabra viva y efficaz para dar vida á los que la oyeren, consoladora para los contritos de coraçón, linguam eruditam, ut sciam sustentare eum qui lapsus est verbo, quiso poner deste spíritu y desta lengua en algunos, para que á gloria suya puedan gozar de título de padres del spiritual ser, como él es llamado, según que S. Pablo osadamente affirma: Per evangelium ego vos genui. Quiere el amado sant Juan que veamos qualem charitatem dedit nobis Pater, ut filii Dei nominemur et simus. Razón es que con ella agradezcamos y seamos padres de los hijos de Dios, y por la una y la otra sea conocido Dios en ser largo y bueno sobre los hijos de los hombres.

Deve, pues, Vuestra Reverencia, para el officio á que ha sido llamado, atender mucho que no se amortigüe en el spíritu de hijo para con Dios, Padre común, y en el spíritu de padre, para con los que Dios le diere por hijos. Por lo primero será reverenciadísima aquella altíssima Magestad, adorándola con humildad muy profunda, no haziendo cuenta de su proprio ser, metiéndolo en el inefable abismo del suyo, y serle fiel, buscando en todo y por todo la gloria dél, renunciando y abjurando ex toto corde la propria, diziendo con Josef: «Todas las cosas que mi Señor tiene me dió en las manos, salvo á ti, que eres su mujer.» La gloria de Dios sea para Dios, pues que son para en uno, que si á otro la queremos dar, ¿qué cosa más mal casada, ni mayor adulterio que la gloria del Criador con la criatura!: esposa buscamos; no nos alcemos con ella: ánimas, en las quales [sea] Cristo aposentado y nosotros olvidados, porque más se acuerden dél, salvo en quanto él vee que es necessario para que por nuestra memoria y estima le estimen y amen á él. Este deseo de la honra de Dios ha de mover al buen hijo para nunca cansarse á con palabras y obras publicar la fama y renombre deste gran padre, y no tener aquí otro descanso, sino quando le uviere hallado algún lugar, en el qual como en templo sea adorado y reve[re]nciado y amado como el único y natural hijo que al cabo desta jornada notificó á lo que avía sido embiado, y lo que avía hecho en toda su vida: Pater manifestavi nomen tuum hominibus. Y no dió sueño á sus ojos, ni entró en el descanso hasta que halló descanso para el Señor y morada para el Dios de Jacob. Esta reverencia y zelo de la honra del Padre, y esta obra hasta la muerte de cruz no se aparte de la memoria del que es llamado para el officio de publicar la gloria de Dios como fiel hijo, teniendo pues el spíritu de su hijo para con Dios, con el cual clamamus ¡abba! (¡pater!), teniendo en nuestras entrañas reverencia, confiança y amor puro para con Dios, como un hijo fiel para con su padre.

Resta pedirle el spíritu del padre para con sus hijos que uviéremos de engendrar, porque no basta para un buen padre engendrar él y dar la carga de educación á otro, mas con perseverante amor suffrir todos los trabajos que en criarlos se passan hasta verlos presentados en las manos de Dios, sacándolos deste lugar de peligro, como el padre suele tener gran cuidado del bien de la hija hasta que la vee casada. Y este cuidado tan perseverante es una particular dádiva de Dios y una expressa imagen del paternal y cuidadoso amor que nos tiene. De arte que yo no sé libro, ni palabra, ni pintura, ni semejança que assí lleve alconoscimiento del amor de Dios con los hombres, como este cuidadoso y fuerte amor que él pone en un hijo suyo con otros hombres, por estraños que sean: y ¡qué digo estraños!; ámalos aunque sea desamado; búscales la vida, aunque ellos le busquen la muerte, y ámalos más fuertemente enel bien que ningún hombre, por obstinado y endurecido que estuviesse con otros, los desama en el mal. Más fuerte es Dios que el peccado, y por esso mayor amor pone á los espirituales padres, que el peccado puede poner desamor á los hijos malos. Y de aquí [es también] que amamos más á los que por el Evangelio engendramos, que á los que naturaleza y carne engendra, porque es más fuerte que ella y la gracia que la carne. Y también este cuidadoso amor del bien de los otros pone muy gran confiança al que lo tiene, que Dios lo tiene dél mismo: porque siendo él en su coraçón, tan pequeño y miserable, y tan inclinado al proprio provecho, arder un fuego vivíssimo y muy más fuerte que todas las aguas, aunque sean de la muerte para con los otros, parécele que más arderá el fuego de amor en el coraçón bueno de Dios, quanto va de bondad á maldad, y de fuego á frialdad. Y muy necessario es que quien á este officio se ciñe que tenga este amor, porque assí como los trabajos de criar los hijos, assí chicos como quando son grandes no se podrían llevar como se deven llevar, sino de coraçón de padre ó madre, assí tan poco, los sinsabores, peligros y cargas desta criança no se podrían llevar, si este spíritu faltasse.

Con atención y casi sonriéndome leí la palabra que Vuestra Reverencia en su carta dize, que le parece dulce cosa engendrar hijos y traer ánimas al conocimiento de su Criador; y respondí entre mí: Dulce bellum in expertis. El engendrar no más confiesso que no tiene mucho trabajo, aunque no caresce dél, porque si bien hecho ha de ir este negocio, los hijos que hemos por la palabra de engendrar, no tanto han de ser hijos de voz quanto hijos de lágrimas, porque, si uno llora por las ánimas y otro predicando las convierte, no dudaría yo de llamar padre de los assí ganados al que con dolores y con gemidos de parto lo alcançó del Señor, antes que al que con palabra pomposa y compuesta los llamó por defuera.

A llorar aprenda quien toma officio de padre para que le responda la palabra y respuesta divina que fué dicha á la madre de Sant Augustín por boca de Sant Ambrosio: «Hijo de tantas lágrimas no se perderá.» A peso de gemidos y offrecimiento de vida da Dios los hijos á los que son verdaderos padres, y no una, sino muchas vezes ofrecen su vida porque Dios dé vida á sus hijos, como suelen hazer los padres carnales. Y si esta agonía se passa en engendrar ¿qué piensa, padre, que se passa en los criar? ¿Quién contará el callar que es menester para los niños, que de cada cosita se quexan, el mirar no nazca invidia por ver ser otro más amado, ó que parece serlo, que ellos? ¿El cuidado de darles de comer aunque sea quitándose el padre el bocado de la boca, y aun dexar de estar entre los coros angelicales por descender á dar sopitas al niño? Es menester estar siempre templado, porque no halle el niño alguna respuesta menos amorosa. Y está algunas veces el coraçón del padre atormentado con mil cuidados y ternía por gran descanso soltar las riendas de su tristeza y hartarse de llorar, y si viene el hijito ha de jugar con él y reir, como si ninguna otra cosa tuviesse que hazer. Pues las ten[t]aciones, sequedades, peligros, engaños, escrúpulos, con otros mil cuentos de siniestros que toman, ¿quien los contará?, ¿qué vigilancia, para estorvar no vengan á ellos?, ¿qué sabiduría para saberlos sacar después de entrados?, ¿paciencia para no cansarse de una, y otra, y mil vezes, oirlos preguntar lo que ya les han respondido, y tornarles á dezir lo que ya se les dixo? ¡Qué oración tan continua y valerosa es menester para con Dios, rogando por ellos porque no se mueran!, porque si se mueren, créame, padre, que no ay dolor que á este se iguale, ni creo que dexó Dios otro género de martirio tan lastimero en este mundo como el tormento de la muerte del hijo en el coraçón del que es verdadero padre: ¿qué le diré?; no se quita este dolor con consuelo temporal ninguno, no con ver que si unos mueren otros nacen, no con dezir lo que suele ser sufficiente en todos los otros males: «El Señor lo dió, el Señor lo quitó; su nombre sea bendito.» Porque como sea el mal del ánima, y pérdida en que pierde el ánima á Dios, y sea deshonra de Dios, y acrecentamiento del reino del pecado nuestro contrario vando, no ay quien á tantos dolores tan justos consuele. Y si algún remedio ay es olvido de la muerte del hijo; mas dura poco, que el amor haze que cada cosita que veamos y oyamos luego nos acordemos del muerto, y tenemos por traición no llorar al que los ángeles lloran en su manera, y el Señor de los ángeles lloraría, y moriría si posible fuesse. Cierto, la muerte del uno excede en dolor al gozo de su nascimiento y bien de todos los otros. Por tanto, á quien quisiere ser padre conviénele un coraçón tierno y muy de carne para aver compasión de los hijos, lo qual es muy gran martirio, y otro de hierro para sufrir los golpes que la muerte de ellos da, porque no derriben al padre ó le hagan del todo dexar el officio, ó desmayar, ó passar algunos días que no entienda sino en llorar, lo qual es inconveniente para los negocios de Dios, en los quales ha de estar siempre solícito y vigilante; y aunque esté el coracón traspassado destos dolores, no ha de afloxar, ni descansar, sino aviendo gana de llorar con unos, ha de reir con otros, y no hazer como hizo Aarón, que aviéndole Dios muerto dos hijos y siendo reprehendido de Moisén, porque no avía hecho su officio sacerdotal, dixo él: «¿Cómo podía yo agradar á Dios en las cerimonias con coraçón lloroso?» Acá, padre, mándannos siempre busquemos el agradamiento de Dios, y postpongamos lo que nuestro coraçón querría; porque por llorar la muerte de uno no corran por nuestra negligencia peligro los otros. De arte que, si son buenos los hijos, dan un muy cuidadoso cuidado, y, si salen malos, dan una tristeza muy triste: y assí no es el coraçón del padre sino un recelo continuo y una atalaya desde alto, que de sí lo tienen sacado, y una continua oración, encomendando al verdadero padre la salud de sus hijos, teniendo colgada la vida dél de la vida dellos, como S. Pablo dezía: «Yo vivo, si vosotros estáis en el Señor.» Razón es que diga á V. R. algunos avisos que deve guardar con ellos, los quales no son sino sacados de la experiencia de yerros que yo he hecho: querría que bastasse aver yo errado para que ninguno errasse, y con esto daría yo por bien empleados mis yerros. Sea el primero que no se dé á ellos quanto ellos quisieren, porque á cabo de poco tiempo hallará su ánima seca, como la madre que se le han secado los pechos con que amamantava sus hijos; no los enseñe á estar del todo colgados de la boca del padre, mas si vinieren muchas vezes mándeles ir á hablar con Dios en la oración aquel tiempo que allí avían de estar; y tenga por cierto que muchos destos que freqüentan la presencia de sus spirituales padres no tienen más raíz en el bien de quanto están allí oyendo, y más es un deleite humano que toman en estar con quien aman y oyen hablar, que en estar tomando cebo con que crezcan en la vida spiritual. Y de aquí es que no crecen más un día que otro, porque piensan que todo lo ha de hazer el padre hablando, y assí hazen perder el aprovechamiento á su padre, y no crecen ellos cosa alguna. Tienen también esta condición, que en qualquier tribulación que les venga luego corren á sus padres todos turbados, porque ninguna fuerça tienen en sí, y aunque el padre no deva faltar en tales tiempos, mas dezirles que vayan delante Nuestro Señor, y se le representen con aquella pena, porque no pierdan tal tiempo de comunicación con Él, que es el mejor de los tiempos: y para que le oyan con atención les embía Dios la pena, no para que se vayan á consolar con los hombres y pierdan las grandes lumbres y aprovechamientos que Dios suele dar al que acorre á Él en el tiempo de las tribulaciones. La summa desto es, que les enseñe á andar poco á poco sin ayo, para que no estén siempre floxos y regalados, mas tengan algún nervio de virtud y no se dé él tanto á otros que pierda su recogimiento y pesebre de Dios; porque más provecho hará con hablar un poco, si sale de coraçón encendido, que con derramar palabras frías acá y acullá: el medio en esto pídalo á su conciencia, mirando que no se enfríe, y lo que mejor es, pídalo al soberano Maestro, que se lo enseñe por el spíritu suyo.

Item, no se meta en remediar necessidades corporales, salvo ordenando en general como se remedie, assí como ordenando essa cofradría ó cosas semejantes, y con eso cumpla, y sépanlo assí sus hijos, que no han de llegarse á él, ni esperen dél favor temporal alguno, porque si en esto no mira ser le ha grande estorvo para el camino que quiere caminar. Y esto está mandado en el Concilio Cartaginense IV, donde se dize: «El Obispo no haga por sí mismo los negocios de las viudas y huérfanos y peregrinos, sino por el arcipreste ó arcidiano»: y dijo abaxo: «Que solamente entienda en la lección y oración y palabra de predicación: ruegos de juezes ó de personas á quien se deve algo, porque suelten ó esperen, huya de ello; y, si mucho le importunaren, cumpla con darles una breve carta en que lo ruegue con toda modestia. Finalmente de todo esto temporal huya, acordándose como el Señor dava en rostro, diciendo: «Buscáisme, no por las señales que vistes, mas porque comistes y os hartastes.» Esta regla tiene excepción: si supiere de alguna particular necessidad corporal, de la qual pende cosa del ánima, entonces puede entender en ella, lo qual acaesce pocas vezes en la verdad, aunque quien la padece diga que muchas.

No descubra á hijos secretos particulares de la comunicación de Dios consigo ni con otra persona; porque hallará por experiencia tan poco secreto en ellos que no lo pudiera creer si no lo provara, si no fuere cosa particular de persona secreta que se le pueda fiar.

No les suelte la rienda á comulgar quantas vezes quisieren; que muchos comulgan más por liviandad, que no por profunda devoción y reverencia: y acaesce á estos venir á estado que ninguna mejoría ni sentimiento sacan de la comunión, y esto es grande daño y se deve evitar. Téngalos siempre debaxo de una profunda reverencia á este misterio, y al que sin ella viere reprehéndale, y quítele el pan hasta que mucho lo desee y se conozca muy indigno dél. Al vulgo basta comulgar tres ó quatro vezes en el año, ó los medianos nueve ó diez vezes; á las personas religiosas de quinze á quinze días, y si son casadas se pueden esperar á tres semanas ó un mes, y á los que muy particularmente viere tocados de Dios, y se conosciere casi á los ojos el provecho, comulguen de ocho á ocho dias, como aconsejó Sant Augustín. Y más freqüencia desta no aya, si no se viese tan grande hambre y reverencia, ó alguna extrema tentación ó necessidad que otra cosa aconsejasse, en lo qual tenga miramiento de algunas personas cerca desto. Y creo que ay muy pocos que les convenga freqüentar este misterio más de ocho á ocho días. Y Sant Buenaventura dize que en todos los que él conosció, no halló quien más á menudo de aqueste término lo pudiesse recibir. Sant Francisco de [Paula] primero confessava quatro ó cinco vezes en el año; después de muy sancto, cada domingo. Aprendan en pago de aquella celestial comida hazer algún servicio á Nuestro Señor, ó en ir quitando alguna passión cada día, ó en otra cosa alguna que corresponda á cada vez que comulgare; que allegarse á los pies del confesor y luego al altar, tornarse ha en tanta costumbre á algunos, que casi ninguna cosa ay más para aquello que aquel ratico que están allí.

También me parece cerca desto que Vuestra Reverencia no curasse de confessar ordinariamente, porque ay algunos peligros en ello, que quiçá le turbarán, y porque será tan combatido que no terná tiempo para entender en lección ni oración, lo qual conviene que nunca se dexe, porque luego es todo casi perdido. Si alguna cosa quisieren dél, dígales que le digan aquello particularmente y respóndales á ello. Y muchos ay que para contar sus necessidades corporales piden confessión, y no cae hombre en ello hasta que ha perdido el tiempo; y dígolo assí porque por maravilla se saca provecho de los que assí viven. Otros para contar una cosa ó escrúpulo piden confessión; deve dezir á estos: «Mirad si alguna cosa particular me quereis dezir que no lo fiais de otro, ó os parece que yo la podré remediar; dezídmela, que la confessión no faltará con quien se haga.» Y es buen proveimiento tener hablado á algunos confessores y platicado con ellos el arte de confessar, para que entrambos sean á una, y embiar á aquellos los que vinieren á pedir confessión, diziéndoles: «Yo os daré quien os confiesse meyor que yo.» Y es bien tener tassa en el negociar; porque si á cada hora que vienen les ha de responder, no le dexarán rato de quietud. Señáleles á la mañana y tarde ciertas horas, y si en otras vinieren, avise al portero que les diga que vengan á sus horas. Item, conviene mucho á los hijos que de nuevo nacen encomendar el silencio, porque, como sienten un poco de vino nuevo en el coraçón, luego querrían hablar de lo que sienten, y quedan por esto vazíos, porque, como dixo Sant Bernardo, el más apto instrumento para vaziar el coraçón es la lengua. Callen y obren, y dissimulen todo lo possible el don que Nuestro Señor les ha dado, porque ya sabe el proverbio que dize: «Hablar como muchos y sentir como pocos.» Y de no guardar este proverbio se sigue, ó que los otros persiguen al nuevo cavallero de Jesu Cristo y derríbanlo por impaciencia, ó alábanlo por sancto y derríbanlo con mayor caída. Y por tanto, mientras el árbol está en flor, bien es guardarlo de todo inconveniente, no se hagan luego maestros, queriendo predicar á los otros; no piensen que los que no siguen lo que ellos van perdidos, mas pongan los ojos sobre su salud solamente, y óbrenla como dize S. Pablo, con temor y con temblor, dexando el negocio ajeno al Señor, que sabe lo que cada uno tiene y en qué parará.

Finalmente los haga vivir in timore Domini; y coman su pan en silencio; y si algún poquito de liviandad de soberbia viere en ellos, reprehéndaselo gravemente, conforme al soberano Maestro, quando á los discípulos que se gloriavan dixo: Videbam Sathanam.

Las receptas generales que se deven dar á los que quieren servir al Señor, de más de las dichas, son quatro. La primera que freqüenten los sacramentos de la confessión y comunión, como es dicho: y para bien se confessar hanse de examinar cada noche lo que han passado aquel día, y de allí tomar lo principal, y encomendarlo al papel por cifras, y principalmente á la memoria, para brevemente confessar.

La segunda que sean muy amigos de la lección, porque según la gente está duríssima esle muy provechoso leer libros de romance. Libros que son más acomodados para esto: Passio duorum, Contemptus mundi, los abecedarios spirituales (la segunda parte y la quinta, que es de la oración; la tercera parte no la dexen leer comúnmente, que les hará mal, en que va por vía de quitar todo pensamiento, y esto no conviene á todos); Los Cartujanos son muy buenos. Opera Bernardi, Confessiones de S. Augustín.

La tercera cosa es la oración, en la qual es menester mucho tiento, porque no se [torne] en daño lo que Nuestro Señor nos dexó para provecho nuestro. In primis les ha de aconsejar se desocupen un poco por la mañana, y otro á la tarde ó noche, y rezen algunas oraciones vocales á las cinco plagas, ó algunas horas. Después de rezar, lean un poquito en cosa que sea conforme á lo que quieren meditar, assí como si tienen los passos de la Passión repartidos para cada día de la semana, lo qual es buen orden. Y si quisieren oy pensar en el Huerto lean en aquel passo, y aunque no lo lean todo no haze al caso, q'ue otra semana pasarán áotro poco, y assí á los otros passos; que con leer recógese el coraçón y caliéntase algo, y hallan alguna puerta los principiantes para entrar en la meditación, que de otra manera passan grave trabajo, si no haze el Señor merced particular. Y después de aver leído, mediten un poco por la mañana en un passo de la Passión con todo sosiego de ánima, contentándose con aquella vista senzilla y humilde, acatando á los pies del Señor y esperando su limosna y misericordia; y sobre esto oigan missa, pensando aquel passo que en casa pensava: en la tarde ó noche rezen otro tanto, y lean, y después piensen en la hora de su muerte, y cómo han de ser presentados ante el juizio del Señor; y acúsense, y avergüéncense, y afréntense delante del acatamiento de Dios, sintiéndose como si estuviessen presentes, y pongan á una parte los bienes que han recebido y á la otra los males que ellos han hecho, y pidan al Señor sentimiento de su propria maldad; y allí pueden pensar un poco en el infierno y reprehenderse de las faltas aquel día cometidas. Todo se ha de hazer con el más sosiego que pudieren, para que, si Dios los quisiere hablar, no los halle tan ocupados en hablarlo todo ellos, que calle Dios. Intellige quae dico, dabit enim tibi dominus in omnibus [intellectum]. Avísenles que guarden la cabeça, y que se contenten con estar un rato en la presencia del Señor, aunque otra limosna no reciban; y de aquel meditar, aunque sea seco, se saca algún bien. Algunos ay á quien Dios toma los coraçones y obra en ellos, que no es menester sino recogerse á Dios, y luego hallan tanta lluvia de pensamientos buenos y comunicación dél, que no han menester sino seguir tal guía; otros ay tan rudos que no es menester imponerlos en más que rezar y leer. Entre día encomiende que piensen ó en la presencia de Dios ó en aquel passo, que pasavan por la mañana; toda esta meditación se ha de hazer, no llevando la imaginación á partes lexos de sí, sino dentro de si ó á par de sus pies, porque es cosa más descansada y más provechosa para arraigarse en el coraçón.

La quarta cosa es que entiendan en obras de caridad, cada uno según pudiere; quien pudiere dar limosna, casa, consejo, no dexe nada por hazer, que aunque algún poco el ánima se destraiga no cure de ello; ni todo se ha de gastar en recogimiento, ni todo en acción exterior. Alguna penitencia especial si son moços. La unción del Spíritu Sancto le enseñará, etc.

En lo que me manda que le diga algo de los libros que agora se usan, no tengo cosa que me parezca digna de se la embiar. De lo que yo me he aprovechado, en essa parte es la Summa de vitiis et virtutibus de Guilliermo Parisién.

Esto es, caríssimo, lo que se me ha offrescido escrevir, y sabe el Señor entre quantas occupaciones, tomando y dexando la pluma. Bien creo que el Señor le ha mostrado otras cosas mejores que estas, sino yo atrevime á dezir los males en que yo he caído, para que aya compasión de mí, y ruegue al Señor perdone mis ignorancias que en este officio he hecho, y dé a Vuestra Reverencia gracia, que no caiga en ellas, como yo creo que no lo permitirá.

Olido he de su carta que el mundo le es contrario: no le pene ni poco ni mucho: tenga por averiguado que hallará á Dios tan favorable en este negocio que no lo podrá creer, sino quien lo prueva. Negocio es de Dios, y tan suyo que no ay cosa en la tierra, en la qual ponga Él sus sacratíssimos ojos con tanto cuidado y favor como en la vocación y justificación y guarda de sus escogidos. Quiera el mundo ó no, los que Dios tiene determinado que por instrumento del pobrezito predicador se salven, no los podrá escusar, aunque se junte todo el infernal poderío a contradezirlo.

Cobre, padre, un ánimo grande para mandar de parte de Dios al cielo si es menester. Todas las cosas crió Dios por causa de los escogidos, y la salud destos nos encomendó Él en nuestras manos, para que los llamemos, esforcemos y ayudemos á colocarlos en el cielo. No se ha de pensar que olvidará Dios á estos que ab [a]eterno para sí escogió y amó.

Ordene bien lo que ha de hazer, execute con toda osadía y no haga cobarde un officio y un lugar donde tantos tan osadamente han hablado; y aunque les aya costado la vida de acá, han salido con el bien de las ánimas, y de las suyas, que era la impressa que pretendían. Assiente en su coraçón las palabras de Crist: Dico autem bovis amicis meis: Ne terreamini ab his, qui occidunt corpus, etc. Y sepa que la diligencia que este Rey nuestro trae en el negocio de la salvación de nuestras ánimas es tan grande quanto no se puede hablar ni pensar. Christo gloria et imperium in saecula saeculorum. Amen.