Seis tratados muy devotos

y útiles para cualquier fiel cristiano

Por San Francisco de Borja

 

 

Tratado primero

Sermón sobre San Lucas, 19, 41-42

 

UT APPROPINQUAVIT IESUS, VIDENS CIVITATEM, FLEVIT SUPER ILLAM. DICENS: «SI COGNOVISSES ET TU». LUCAE 19 [41, 42]

 

     Si todos nuestros cabellos están contados en el divino acatamiento, según leemos en el evangelio, ¡cuánto más contadas estarán las palabras de la sabiduría de Dios, y cuán alabadas deben ser de los ángeles! Por lo cual, ¿quién dirá cuán estimadas deben ser de los hombres, por cuyo provecho se dijeron? Y así, parece seríamos muy dignos de reprensión, si con toda atención no las considerásemos. Pues, todo lo que hizo y dijo Cristo nuestro Señor fue instrucción para nosotros. Y como para esto las fuerzas humanas sean muy pequeñas, haremos lo que suelen hacer los que desean aprender bien un oficio, que es buscar el mejor maestro de aquella arte, para que la sabiduría del maestro supla los defectos del discípulo. Y así, habiendo ahora de tratar de cuatro cosas que nos propone el tema, buscaremos quien más entienda de ellas, para que con su favor se puedan suplir las faltas de nuestra ignorancia.

     Hallaremos, pues, por las palabras del tema, que se llegó el Señor y vio la ciudad y lloró sobre ella y habló. Por estas cuatro cosas que hizo nuestro Redentor para nuestro conocimiento y para decirnos: si cognovisses et tu, podríamos hallar nuestro verdadero conocimiento, si bien le buscásemos. Y por esto, primero es menester ut appropinquet Christus, porque estando lejos de su gracia y de su lumbre, ni podemos conocernos ni conocerle. No menos conviene lo segundo, que es el ver, según nos lo enseña el profeta Isaías, diciendo: Caeci intuemini, et videte. Tras esto dice el Señor por el Profeta: Expergiscimini ebrii et flete, dando a entender cuán necesarias son las lágrimas a los que están como beúdos en las cosas temporales y transitorias. En lo cuarto vemos que habló el Señor, para que entendamos que lo mismo nos conviene, como se ve en la experiencia que en ello alcanzó el profeta David diciendo: Quoniam tacui, inveteraverunt ossa mea.

     Pues, volviendo a lo primero, ¿a quién podríamos ahora hallar que mas supiese de llegarse a Dios que a su Madre bendita, que le concibió en su mente por fe, en su corazón por amor, y en sus entrañas vistiéndole de ellas para nuestra redención? ¿Quién así supo mirar, como la que hizo que mirase el Señor la humildad de su sierva? Y ¿quién así supo llorar, como la que fue atravesada de tantos cuchillos de dolor; y quién así supo hablar, como la que dijo: engrandece mi alma al Señor por las grandezas que de Él he recibido? Y, finalmente, ¿quién así supo hablar, que con decir: fiat mihi secundum verbum tuum, se hizo hija del Padre y madre del Hijo y esposa del Espíritu Santo? No busquemos otro maestro, pues otro tal entre las puras criaturas no le podemos hallar, sino que con humildad le supliquemos nos favorezca para entender y obrar las palabras del tema, diciéndole mente pía: Ave María.

Ut appropinquavit Iesus, videns civitatem, ut supra.

     Es tan necesario, al que desea conocer, llegarse primero a Dios, como es necesario, al que quiere ver, llegarse primero a la luz; y como la luz verdadera sea Cristo nuestro Señor, en la cual se ven los santos en el cielo y los justos en la tierra, conviene ante todas cosas que trabajemos ut appropinquet Christus. Por donde podemos sospechar, cuando no tenemos el conocimiento que deseamos, quod adhuc non appropinquavit Christus, o, si ha llegado por gracia, no estamos tan llegados que en Él nos podamos ver; y como en esto nos va tanto, cumple que nos lleguemos a Él, porque se llegue a nosotros. Que así está escrito: Appropinquate et appropinquabit vobis. Cuán importante sea esto para cobrar la falta de nuestro conocimiento, se ve muy bien por lo que está figurado en José, porque estando en Egipto y no conociéndole sus hermanos, les dijo: Accedite ad me; et cum accessissent prope: -ego sum, ait, frater vester, quem vendidistis in Ægyptum-, es a saber: Allegaos a mí; y como se allegaron, díjoles: -Yo soy vuestro hermano, el cual vendistes en Egypto-. ¡Oh, cómo nos muestran estas palabras quién somos! Pues nuestro José, nuestro hermano y nuestro bien, no conociéndole nosotros en los beneficios recibidos, manda que nos lleguemos, y cuando estamos cerca nos dice: -Yo soy vuestro hermano, el que vendisteis en Egipto-. De manera que para darse a conocer manda primero que nos lleguemos, y después de llegados nos dice quién es, y dice que es el que vendimos en Egipto, para mostrar nuestra maldad y la traición contra Él cometida. Esto conocen mejor los que más llegados están, porque participan mas de la lumbre para mejor descubrir su miseria, y así en esto primero nos conviene mucho tomar el consejo del Profeta que nos dice: Accedite ad eum et illuminamini que quiere decir, Allegaos a Él y alumbraros ha.

     Viniendo a lo segundo, se dice que miró nuestro Redentor la ciudad, para mostrarnos que habemos de mirar la ciudad de nuestra alma con sus obras, que son los moradores en ella. Para lo cual no hallaremos otra tal medicina como la que el Señor usó para sanar al ciego. Porque según se escribe en el evangelio, escupió en la tierra e hizo lodo y púsole sobre los ojos. Lo mismo debemos hacer los que deseamos esta vista espiritual, y esto es, tomar el lodo de nuestras miserias y ponerlo en nuestros ojos, mirando cuán nada somos, y así alcanzaremos la lumbre espiritual del propio conocimiento que buscamos. Y porque más fácilmente le hallemos, oiremos con atención lo que el rey David nos dice; porque parece que miró tan particularmente los trabajos de esta ciudad, que, por lo que de ella siente, conocemos mucho de lo que en ella hay.

     Dice, pues, el Profeta: Vidi iniquitatem et contradictionem in civitate, que quiere decir: Vi la iniquidad y contradicción en la ciudad. ¡Oh, cuán clara se ve la iniquidad de la ciudad de nuestra alma! Porque, si la miramos en su principio, en iniquidad fue concebida. ¿Qué cosa es la iniquidad y el pecado sino el nada? Pues en este nada tiene su origen la ciudad, y la misma nada es también en los medios. Porque dice el mismo Profeta: mi substancia es como nada delante de ti. Y lo mismo se muestra en el fin, en aquello que está escrito: saldrá su espíritu y volverse ha en su tierra; en aquel día perescerán todos sus pensamientos. ¡Oh, cuán nada somos! ¿Quién se tendrá en algo, viendo que aun no sabe cómo fue criado, ni cómo se le da el ser, ni sabe cuándo le perderá, ni ha visto qué cosa es su alma ni lo que hay en ella, ni entiende cómo está? ¿Quién dejará de conocer su nada, si mira las miserias corporales, la corrupción de la carne, la sujeción a la hambre, al frío y a las enfermedades?

     Pues, de la contradicción ¿qué diremos? ¿Quién osará presumir de sí mismo, si pone los ojos en sus obras, si mira la resistencia a las santas inspiraciones, la dificultad en el obrar, la rebelión a la lumbre de la verdad que el Señor envía, otras veces a buen librar, el diferir el bien, buscando invenciones para dejarle, unas veces su color de prudencia, otras temiendo donde no hay que temer; de manera que no hacemos sino deshacer el bien que se edifica en nosotros, contradecir nuestra salud y cautivar nuestra libertad. Ésta es la contradicción que halló el Apóstol escribiendo a los romanos: Video, inquit, aliam legem in membris meis. Que quiere decir: Veo otra ley en mis miembros que contradice a la ley de mi entendimiento y me vuelve cautivo de la ley del pecado. De manera que esta contradicción llega a términos, que aun el bien que querríamos no hacemos, y el mal que no querríamos obramos. ¡Oh, qué gran miseria es la de esta ciudad, pues más hay en ella, según prosigue el mismo Profeta, diciendo: die ac nocte circundabit eam super muros eius iniquitas, et in medio eius labor et iniustitia. Por muy apretadas que estén otras ciudades, por maravilla dejan de tener algunos ratos de huelgo, porque la noche, el tiempo y la continuación de las armas suelen dar muchos ratos de tregua; mas en esta nuestra ciudad, dice el Profeta, como soldado viejo en la milicia espiritual, que de día y de noche está cercada, para mostrar su gran trabajo y también su gran peligro. Porque sus enemigos, que son el mundo, el demonio y la carne, ni por los trabajos de la guerra, ni por el tiempo, dejan de minar o de combatir la triste ciudad, y de tal manera, que no solamente la cercan por de fuera, más aún sobre los muros está la iniquidad. Esto es cuando por no mortificar las viejas y malas costumbres dejamos que sobre ellas se ponga la iniquidad, y entonces nos hacen más daño, como lo hacen los enemigos cuando están sobre los muros, que cuasi tienen rendida la ciudad por tener tan gran entrada en ella. Y sobre todo esto se dice que en medio de ella está el trabajo y la injusticia.

     Si bien miramos lo que hasta aquí se ha dicho, bien se puede decir que en medio de ella está el trabajo. Mas quizá hallaremos otro mayor, y es que, como le convenga a la ciudad estar siempre con las armas en la mano para su defensa, y como sean sus armas la oración, por cuanto destas armas armó Cristo a sus discípulos en el huerto diciendo: vigilate et orate, que quiere decir: velad y orad, como sean las mejores y más excelentes que se pueden hallar en la tierra, como se ve en la misma noche, que de dos cuchillos dijo el Señor que había harto, y para armar de las armas de la oración se levantó tres veces de la suya, diciendo que se armasen de estas armas, y para mostrar cuán necesarias y cuán excelentes son, porque en ellas está nuestra defensa; y siendo esto así, viene a ser uno de los mayores trabajos de la ciudad el dejar estas armas a cada paso, porque ahora con el sueño, ahora con la pereza y otras veces por flojedad, luego dejamos las armas, y así queda la ciudad en medio del trabajo, porque está cercada ella y sin defensión.

     Pues de la injusticia ¿qué diremos? sino que está llena de ella; porque, entre otras injusticias, los cinco sentidos y las dos potencias piden justicia de la voluntad, diciendo la memoria: -Yo soy agraviada de ti, voluntad. Porque siendo mi oficio deleitarme en la memoria de mi Dios, por haberte cegado con tus propias pasiones, me haces olvidar de Dios, que es todo bien infinito, y pónesme en otras miserias con las cuales estoy llena de amargura, y así pido justicia de ti. Dice también el entendimiento su agravio, porque le quita el entender en las cosas celestiales y eternas, por las transitorias y terrenas. Y así dicen los ojos que se quejan porque les hace mirar con la concupiscencia lo que después han de pagar por la justicia, y así prosiguen los otros sentidos contando sus agravios. De manera que muy bien se muestra la injusticia.

     Pues no acaba aquí el Profeta, que aún dice: Et non defecit de plateis eius usura et dolus, es a saber: No faltará en su plaza logro y engaño. Sobre todo lo dicho no es menos de sentir lo que ahora se muestra, pues en las plazas de esta ciudad dice que no falta la usura y el engaño. ¡Oh qué triste ciudad, pues el mal y el engaño no faltan en ella y del bien está tan mal proveída! Y para mejor entender lo que se escribe, es de notar que usura es dar a interés el dinero, y así también será usura espiritual dar a interés su trabajo. ¿Quién contradirá las usuras y los cambios y recambios de esta ciudad, dando unos limosna por vanagloria y otros orando por sólo el gusto de la oración, ayunando por sólo el temor del infierno?; en lo cual, como falte que el principal intento sea el mismo Dios, conviértese todo en usura. Y a tales dice el Señor: Quod receperunt mercedem suam, es a saber: que recibieron su pago. Mira ahora a qué llega la miseria de esta ciudad, pues trabajan y no gozan, siembran y no cogen.

     Vengamos ya a los engaños, pues en esto el tiempo faltaría antes que la materia. ¿Quién dirá los engaños de esta ciudad, y las veces que nos engañamos con nuestras propias pasiones, y las que somos engañados por las tentaciones? Mas, sin esto, un engaño, muy común hay entre los mortales, y es que pensamos ser algo y así estribamos en nuestras fuerzas y en nuestra vida, como si estuviese en nuestra mano. Por donde, si muchas veces caemos, es por estar muy engañados en esto. Pensando poder resistir, y no mirando nuestra flaqueza, pensando poder hacer y no echando cuenta con nuestras fuerzas; y así estamos rodeados de engaños, no sólo con nosotros, más con nuestros prójimos. ¿Qué cosa es de ver los engaños que con ellos usamos? Honrando a unos porque nos honren, alabando a otros por temor, sirviendo a otros por diversos respetos, de manera que estamos llenos de mil maneras de dobladuras. Por lo cual nos dice el Profeta: vae duplici corde; que quiere decir: guay de los doblados de corazón. No paran aquí los engaños, que aun llegan a pensar algunos de engañar a Dios. Porque los malos así están de asiento en los pecados, que parece que dicen lo que está escrito en el salmo: Non videbit Dominus neque intelliget Deus Iacob; que quiere decir: No lo verá el Señor, ni lo entenderó el Dios de Jacob. ¡Oh, malaventurado! ¿Aun a Dios piensas engañar? ¿No ves lo que se escribe más adelante: qui fingit oculum non videt, et qui plantavit aurem no audiet? Que quiere decir: ¿el que formó los ojos no mirará, y el que plantó las orejas no oirá?. Pues, aun los buenos se suelen engañar en esto, porque no obstante que hallan algunas cosas ser de mayor perfección, dejando por satisfacer a su sensualidad o por otros tristes respetos, también dicen: -Esto no es nada, no es pecado mortal; et non videbit Dominus, nec intelliget Deus Iacob. Quiero preguntaros ahora. Decidme: si nuestro Dios se quiso llamar Dios de Jacob, que es Dios del luchador ¿no os parece que mirara por los que luchan y que mirará si os derriba vuestro enemigo con esos engaños que os pone delante, o si le derribáis no consintiendo en sus falsas ilusiones?

     Otro engaño notable tienen también los espirituales con su Dios y es que, cuando se ven en deseo de pobreza y obediencia y de otras virtudes, gózanse en sí mismos y cuasi lo quieren vender a Dios, pidiéndole que los favorezca, pues quieren ser pobres y obedientes por Él, y dejan de ver cuánto deben ellos a Dios por aquellos deseos que les ha dado. Y olvidándose los medios por donde el Señor los trujo en aquel fin, dejando de considerar cuánto más obligados son por aquellos beneficios, y cómo en lugar de pedir mercedes por ellos, deben nuevos servicios. Si un príncipe pidiese un hijo a un pobre para darle el reino en su vida, este tal no osaría decir que había hecho mucho por el rey dejándole su hijo. Pues ¿quién osaría pensar que hace algo por Dios cuando nos pide nuestro hijo, que es nuestra voluntad, para hacerla pobre, que es hacerla reina? Porque servir a Dios es reinar, y ser pobre de espíritu es ser señor de todo, y ser obediente y manso es ser poseedor de la tierra, según está escrito: mansueti autem haereditabunt terram, que quiere decir; los mansos poseerán la tierra. Dime, pecador, ¿a quién solías obedecer en el pecado para que ahora te tengas en mucho ser obediente a la ley de Dios? Pues mira qué vida te daban tus propios afectos cuando eras rico, y verás cuán obligado quedas al que te libró de ellos.

     Éstos y otros muchos son los engaños de esta ciudad, entre los cuales no es el menor que, como las obras que el Señor obra en nosotros habían de ser causa de nuestra humillación, son muchas veces cansa de nuestra estimación. Porque cuando vemos que las hacemos con alguna facilidad, suélese pegar alguna propiedad no atribuyéndolo a nuestra flaqueza, porque si el Señor nos da aquel favor en el obrar, es viendo nuestra mayor flaqueza, haciendo lo que usan los diestros capitanes con los soldados más flacos, porque a los tales suelen regalar y guardar, temiendo perderlos si de otra manera los tratasen.

     Viendo esto, con razón lloraba Jeremías considerando esta ciudad y diciendo: Quomodo sedet sola civitas plena populo; como está asentada sola la ciudad llena de pueblo. ¡Oh, cómo llora con razón este profeta, pues viendo la ciudad llena de pueblo, llora su soledad! Quiérenos decir que aun por eso la llora, porque está llena, que si estuviera vacía no estuviera sola.

     Mas dejemos estas lágrimas del Profeta por ir a la contemplación de las que derramó Cristo nuestro Dios, según se sigue en el tema. Porque viendo la ciudad flevit super illam. Suelen los médicos no mostrar tristeza en el rostro cuando hallan al enfermo el pulso flaco y la enfermedad peligrosa, por no ponerle en cuidado, ni piense que, pues el médico está triste, está todo sin remedio, y con esta cautela piensa aprovechar a su salud. Mas no de esta manera lo hizo nuestro médico soberano. Antes por el contrario, porque viendo cuánto le conviene al doliente que conozca su enfermedad y el peligro de su flaqueza, entristece su sagrado rostro, y mirando al enfermo llora sobre él para que de esto saque la graveza de su dolencia. Porque si el médico, teniendo en su mano la salud, llora sobre su mal, mucho más debe él de llorar sobre sí mismo. Por lo cual decía a las hijas de Jerusalén: nolite flere super me, sed super vos ipsas flete, es a saber: no lloréis sobre mí, sino sobre vosotros mismos; para mostrar que algunos lloran, y por no llorar sobre sí valen poco sus lágrimas. Vemos que lloró Esaú, mas no lloró sobre sí, sino por sí mismo. Así también lloramos muchas veces movidos de nuestro propio amor, compadeciéndonos de nuestros trabajos por lo mucho que nos queremos. Y para enjugar nuestros ojos de sus miserables lágrimas, lloró sobre la ciudad y manda que lloremos sobre nosotros mismos, porque en la verdad las lágrimas ni han de ser por nosotros ni tampoco sobre Cristo, en cuanto sobre Él no habemos de llorar la culpa, quia peccatum non fecit, nec est inventus dolus in ore eius, porque no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca? Bien podemos llorar y sentir su nena, mas sobre nosotros solos habemos de llorar la culpa.

     Y así, aunque sea muy bueno llorar lo que padeció Cristo, puesto en manos de sus enemigos, maravillosa cosa es llorar sobre nosotros viéndonos causa de aquel dolor, considerando que, si le tuvieron preso los judíos, también le tengo cuasi preso en mi alma, no dejándole mandar en ella por los impedimentos de mis imperfecciones. Y si a Cristo llevaron de juez en juez, en la misma manera le llevo, cuando de casa en casa llevo a mis prójimos en juicios. Y si a Cristo hirieron en el costado después de muerto, yo le hiero en el corazón cuando voy contra su voluntad, reinando y viviendo en la eternidad; de lo cual se quejaba a san Pablo diciendo: Saule, Saule, cur me persequeris? De manera que aún somos más crueles que los mismos que le crucificaron, en cuanto ellos aun le dieron quien le ayudase a llevar la cruz, y nosotros le dejamos en los trabajos, sin querer ayudarle en ellos. Bueno es llorar viendo a Cristo opprobrium hominum et abiectio plebis, mas buenísimo es llorar cuán poco deseamos ser menospreciados y cuán de buena gana recibimos las honras. Excelente cosa es llorar, ver a Cristo tan desamparado de los suyos, que dice: considerabam ad dexteram et non erat qui cognosceret me, mas excelentísima cosa es sentir cuán poco le imitamos en esto, pues no queremos vernos en parte que no veamos nuestros conocidos y amados. justo es sentir la pobreza de Cristo, mas muy justo es llorar cuán poco la queremos gustar. Finalmente, piadoso es llorar la muerte de Cristo, mas muy piadoso es gemir viéndonos cómo aun no somos muertos por Él, y lo peor es que, viéndole muerto, no deseamos la muerte, ni se nos hace larga la vida. ¡Oh, cuánto tenemos que llorar sobre esto y sobre nosotros los mortales!

     Mas vengamos a lo postrero del tema, que es hablar, para ver cuán necesario es el entrar en nosotros para hablar con nosotros. Oigamos a Isaías que dice: Tacui semper, silui, patiens fui, sicut parturiens loquar, dissipabo et absorbebo simul. De estas palabras se puede sacar cómo el callar y disimular con nuestra sensualidad no conviene, antes debemos hablar como la que anda de parto, que habla con fuerza y con dolor: con fuerza para disipar los pecados, y con dolor por haberlos cometido. Pues, ya que habemos de hablar ¿qué palabras diremos que tal autoridad tengan, ni así aprovechen como las mismas que Cristo nuestro Señor nos pone ahora delante diciendo: si cognovisses et tu? ¡oh, si conocieses, memoria, lo que vales, cuando con amor piensas en Dios, cómo, no andarías derramada ni olvidada! ¡Oh, entendimiento, si conocieses lo que has perdido dejando de entender in his quae patris caelestis sunt, cómo entenderías en el remedio de esta ciudad destruida! Si conocieses, voluntad, qué eres cuando amas la tierra, y qué eres cuando amas a Dios, ¡cómo echarías todo temor de ti para henchirte del divino amor! ¡Oh, si conociésedes, ojos, cuál inútiles habéis sido mirando las cosas sin consideración y pareciendo en esto a los brutos animales, cómo derramaríades lágrimas sin medida, y mucho más si viésedes el fruto que pudiérades sacar de la vista de las criaturas, sacando de todas el amor con que se os dan, por lo cual fuérades unas continuas fuelles para encender a las potencias en el fuego de la divina caridad! ¡Oh, si conociésedes, oídos, qué cosa es daros a las vanas fábulas, o a entender a lo que habla Dios por los hombres y a la voz interior del esposo, de la cual está escrito: liquefacta est, ut sponsus locutus est. Cómo sentiríades la dureza de vuestra sordez; y si cuando andabas perdida, alma mía, tras delicados olores, te dieras a rastrear ia suavidad de Dios en todas las cosas -pues en el sol se rastrea su claridad y en el fuego su fortaleza y en la miel su dulcedumbre- ¡oh, qué fruto sacarías, de esto y cómo ninguno sacaste de lo otro! ¡Oh, cómo has sido ingrata dando a tu Dios pro suavi odore foetorem, habiéndole de dar, como mirra escogida, suavidad de olor! Pues del gusto ¿qué te diré, sino lo que dice Job: potest aliquis gustare quod gustatum affert mortem? ¡Oh, si vieses cómo recibes gusto en lo que amarga y tienes por amargo lo que da el verdadero gusto, cómo dirás con el mismo Job: quae prius nolebat tangere anima mea, nunc prae angustia cibi mei sunt! ¡Oh, si conociésedes, manos, con el trabajo y peligro que hacíades las obras muertas del pecado, cómo veríades que muy bien está escrito de vosotros que tenéis manos y no tocáis; y si supiésedes las consolaciones que da el Señor a los que trabajan en su viña, y cómo diríades con el Profeta: Deum exquisivi manibus meis, et non sum deceptus. Al fin, alma mía, si cognovisses et tu, como no puedes estar parada sin obrar el bien o el mal o estando indiferente, y si considerases el triste y peligroso tiempo de las obras del pecado y el tiempo perdido cuando estás indiferente, y la ganancia del tiempo, acepto de la gracia, cómo nunca cesarías en las obras de caridad y no darías sueño a tus ojos por acrecentarlas. ¡Oh, si cognovisses et tu!; oh, si conociésemos, oh, si hallásemos algún nombre por el cual conociésemos algo de lo que somos.

     Pues ¿qué diré, pecador, que soy, sino un clavo, un azote, una cruz, una lanza y finalmente la misma muerte de Cristo nuestro redentor? Porque el clavo ni la cruz no tuvieron culpa, ni fueron la causa de su dolor, antes las criaturas mostraron sentimiento de su muerte. Yo soy, pues, el clavo que le atravesé las manos con la abominación de mis obras, y soy el azote que le hiere su carne por la flaqueza de la mía, y soy la lanza que abrí su costado por no conformarme con su voluntad, soy el vinagre para su gusto con mis murmuraciones, y al fin la muerte para su vida. O, filii hominum usquequo gravi corde? Mira lo que eres, y desharás la rueda de tu vanidad. O si cognovisses et tu. Cuán justo es que, pues eres duro clavo para Cristo, seas amargo para ti, hablando con amargura a tu ánima, y pues eres cruz para Cristo, seas cruz para ti mismo, negando tu voluntad, castigándola como traidora que se levantó contra tu Señor; y pues eres muerte para Cristo, seas a lo menos mortificación para ti corriéndote de la vida que recibes de Aquel cuya muerte has causado.

     ¡Oh, cómo te conviene, pecador, no olvidar esto para conocerte en aquel espejo del Crucificado; y en sus manos verás tu crueldad y en su cabeza tus soberbias y en sus tormentos y dolores conocerás la graveza de tu pecado. Pues la satisfacción fue tan grande ¿qué hiciera en ti la justicia del eterno Padre, pues en su Hijo unigénito mostró tan gran rigor? ¡Oh si entrases a contemplar lo que tu Dios hace contigo, hallarías que ninguno amó con tan excesivo amor, ni halló tan, tas invenciones en el amar, ni se halló esposo que así amase a su esposa, como amó Cristo al alma, su esposa espiritual! Porque, si los esposos suelen regalar y hacer fiestas a sus esposas, mucho más hace Cristo con las suyas. Porque, si bien miras, en mil maneras le verás que disfrazado se te pone delante para hallarte y regalarte; porque, si sales a la plaza, verás que se hace pobre para que le des, o por mejor decir para poderte dar; otras veces, como enfermo, te pide salud para poderte sanar; otras se pone en la cárcel para que le saques y te saque de tus prisiones. ¿Qué más diré?, pues llega a disfrazarse como rudo ignorante a pedirte consejo, para que, dándoselo, te pueda pagar con el don de su eterna sabiduría. Pues, sí los esposos envían presentes algunas veces a sus esposas, mira lo que de continuo hace Cristo, dando al servicio de las criaturas, el ser, la vida y los dones espirituales. Si hacen alguna fiesta los esposos, mira Cristo siete veces cada día llama a sus esposas representándoles las fiestas celestiales, porque las fiestas de la iglesia militante son una representación de la iglesia triunfante. Si los esposos se precian de estar la mayor parte del tiempo con sus esposas, mira este bendito Esposo y verás que ningún momento se parte de la esposa, quia in eo vivimus, movemur et sumus, quiere decir: en él vivimos y nos movemos y en Él somos. Si algunos traen sus nombres en medallas, Cristo en sus propias manos los trae escritos, según leemos: in manibus meis scripsi te, en mis manos te traigo escrita. Si los esposos hacen banquetes, mira cuánto excede Cristo, que se da a sí mismo en manjar en el sacramento; y todo esto por amor a la esposa, quia delitiae eius esse cum filiis hominum, su deleite y placer es estar con los hijos de los hombres. Finalmente mira los trajes que halló para que le amases, porque para mover tu dureza, en la oración oró sudando sangre, y para que te dolieses de sus trabajos teniendo de ellos compasión, quiso ser atado y azotado en la columna, y para que tú te humillases se dejó coronar de espinas, y porque le amases quiso morir.

     O si cognovisses et tu del estremado amor que esto procedió, cómo conocerías ser poco el morir una sola vez por Él, y ternías por muy justo que todas las criaturas juntas hiciesen venganza de tu ingratitud, y cómo dirías a los montes cadite super me et collibus cooperite me y cómo no habría cosa que te pareciese áspera ni trabajo duro, antes amarías a los que te persiguiesen, pues tú y ellos en tu persecución estábades concertados; y de las piedras te aprovecharías, tomando su dureza por almohada para. tu cabeza, de las ropas tornarías lo áspero para tus vestidos, y de los manjares tomarías los amargos para tu mantenimiento.

     Quede, pues, ahora, que nos esforcemos a estas cuatro cosas sobredichas, pues, sobre ser necesarias, son muy fáciles; y ¿qué puede ser más fácil que llegarse a Dios estando tan cerca? Que el apartarnos dél es tan difícil, que no podemos ir a parte que no le hallemos en ella. Y así nos debemos de espantar de los que le osan tener por enemigo no pudiendo apartarse de Él, ni poder dormir ni velar sin tener presente su juicio. Conforme a esto decía el profeta David: quo ibo a spiritu tuo et quo a facie tua fugiam? Cuánto más se dejará hallar a los que le buscan; según vemos que volviendo el hijo pródigo a la casa del padre, dice el evangelio que cum adhuc longe esset, vidit illum pater ipsius et misericordia motus est, et accurrens cecidit super collum eius, et osculatus est eum; quiere decir que, aun antes que llegase, viéndole su padre desde lejos, movido su padre de misericordia, corrió hacia él, y le echó los brazos al cuello y le besó; cosa digna de notar, para mostrar la infinita bondad del Señor y la facilidad en dejarse hallar. Y ¿qué cosa puede ser más fácil que hallarle? Si él mismo dice: inventus sum a non quaerentibus me; quiere decir: he sido hallado aun por los que no me buscan; pues luego mejor se dejará hallar a los que le buscan.

     Pues ¿a quién se le hará de mal lo segundo, que es el ver, siendo los mortales tan amigos de ello que suelen andar muchas leguas por ver una vanidad, y ahora, sin andar y sin peligros, no querrán ver a sí mismo, en lo que hay más que ver que en todo el mundo, pues todo él fue criado para el hombre? Anímense para esto todos, porque está escrito: videbunt recti et laetabuntur, verán los rectos y alegrarse han. Y para movernos a lágrimas, oigamos la gran confianza que nos da la suma verdad diciendo: Beati qui nunc fletis, quia ridebitis, bienaventurados los que ahora lloráis, porque después podréis reíros.

     Pues, para hablar interiormente, miremos lo que nos dice Job: loquar in tribulatione spiritus [mei], confabulabor cum amaritudine anime meae, et relevabor loquens mecum in strato meo; que quiere decir: hablaré en la tribulación de mi espíritu y confabularé con la amargura de mi ánima, y aliviarme he hablado conmigo solo en mi estrado. Pues este santo, entre tantas tribulaciones, se descantaba con los diálogos de su alma ¿quién dejará de usar tan gran remedio? Cuanto más que de esto se nos sigue gran gozo, por lo que está escrito: exultabunt renes mei cum loquuta fuerint rectum labia tua, saltarán de placer mis renes cuando hablarán bien los labios.

     Busquemos, pues, el tesoro de nuestro conocimiento por los medios que sacamos de estas palabras del santo evangelio, porque, si le hallamos, venderemos toda nuestra hacienda por comprar este campo; porque, quien le alcanza, posee un tesoro que con oro ni plata no se puede comprar. Por cuanto los que verdaderamente se conocen, suelen estar llenos de gozo y alegría muy mayor de lo que estaría uno que se viese sacar de una cárcel muy oscurísima para ser monarca del mundo. Porque, conociendo el hombre que por sus culpas merece estar debajo la tierra y se ve encima ¿no os parece que será alegre? Si coteja las tinieblas del infierno que mereció con la claridad del Señor y la hermosura de las criaturas que ve, ¿no os parece que estará ufano? Si mira el tratamiento que le hicieran los demonios ¿no tendrá por bueno cualquier maltratamiento de los hombres? Y cuando se viere maltratado ¿no veis la razón que tiene para su contentamiento? Pues, si mira el ser que tuviera en los tormentos, del cual está dicho: bonum erat ei si natus non esset homo ille, bueno fuera si no hubiera nacido aquel hombre; y si ve en el ser dispuesto para amar y agradar a Dios, haciendo el oficio de los ángeles cuando le alaba ¿no veis que hay causa para estar lleno de gozo? De manera que el que diese cuanto tiene por comprar el campo a do está el tesoro del conocimiento, cierto emplearía bien su hacienda; mas hay algunos que, habiéndola dejado toda en lo exterior, no hallan este campo tan preciado. La causa puede ser ésta, que no han bien mirado si les queda algo en la posada, digo algún afecto o propiedad escondida, que le quite la lumbre de este tesoro. Para lo cual conviene hacer toda diligencia; y la regla común para conocer si le tenemos o nos falta este conocimiento, es mirar cómo nos aborrecemos; porque, si poco nos conocemos, poco nos aborrecemos; y si medianamente también nos conocemos, medianamente; y si mucho nos aborrecemos, es señal que mucho nos conocemos. Y para esto supliquemos al Señor se llegue a nosotros con la lumbre de su sabiduría para que, viendo la ciudad de nuestra alma, lloremos sobre ella diciéndole cómo ha de cobrar la lumbre del conocimiento, do nos merezcamos conocer a nuestro Dios, aquí por gracia y allá por gloria. Amen.

Tratado segundo

Llamado «Espejo de las obras del cristiano»

     Carta del autor a la muy Reverenda Madre, Sor Francisca, Abadesa de Santa Clara de Gandía, su tía y señora.

 

     Deseando satisfacer a Vuestra Reverencia los desabrimientos que con mis pecados y malas obras he sido causa de haber Vuestra Reverencia recibido, me parece estar obligado a pagar siquiera el diezmo con algunas buenas; mas, como hallo en mí tantos impedimentos para poner los deseos en efecto, he conocido no haber otro más seguro ni mejor remedio que trabajar de llegarme con la meditación a las obras de Cristo nuestro Señor, para que después, por los méritos de ellas, merezca ejercitar las mías, siguiendo el ejemplar y dechado que nos envió el eterno Padre. Y así con su gracia he recogido en este tratadico, llamado, Espejo de las obras del cristiano, algunas cosas que para la dicha satisfacción se han ofrecido. A Vuestra Reverencia lo envío, suplicando humildemente me ayude con sus oraciones, pues mi flaqueza es tan grande, que aun a Vuestra Reverencia no me atrevo a satisfacer sin su mismo favor y ayuda. Esto debe Vuestra Reverencia de hacer, por imitar a su Maestro y Señor, el cual no sólo nos ayudó a nuestra satisfacción, mas aún Él mismo la hizo del todo por nosotros en la cruz.

     Como esté escrito en el salmo, que tal ha de ser la paga que Dios nos ha de hacer, cuales habrán sido nuestras obras, conviene tomar el consejo del Apóstol, por el cual nos enseña nos ejercitemos en hacer buenas obras a todos mientras tenemos tiempo, porque si le perdemos, vendrá la noche, en la cual ninguno puede obrar, según leemos en San Juan. Por donde, luego que en el pensamiento se ha tratado de la buena obra, y después por el entendimiento se ha llevado a la razón, y la razón ha examinado ser buena, y la voluntad la ha aceptado por tal, y la quiere por ser para gloria de Dios o bien del prójimo, y por ser conforme a la sagrada Escritura, en tal caso debemos ser diligentes en ejecutar estas santas obras; porque si ellas no se hacen pudiéndose hacer y estando en nuestra mano, piérdese mucho, y valiera más no se haber tratado de ello, porque daña a sí mismo el que bien puede hacer y no le hace. Por lo cual, es común hablar que el infierno está lleno de buenos deseos. No se halla semejante medicina para los hombres, como son las buenas obras, porque si están en el pecado, y tienen necesidad de satisfacción, con las buenas obras se hace; y si están en gracia y quieren perseverar, con las buenas obras se alcanza, porque no pecarán los que obran en mí, según se escribe en el Eclesiástico.

     Pues, no queda ahora sino que, imitando al profeta Isaías, que dice: mi obra con mi Dios, pongamos todas nuestras obras en Dios y por Dios, porque, si queremos que permanezcan, no tenemos otro remedio; y por cuanto nuestros hechos de por si ninguna cosa valen, para que sean agradables y entren delante el divino acatamiento, ofreceremos cada una de ellas a una de las que Jesucristo nuestro Señor quiso obrar por su caridad en la tierra por los hombres; y por los méritos de las suyas, merecerán las nuestras, si con humildad van ofrecidas, ser aceptas delante el consistorio divino; que para esto fue servido de vestirse de nuestras miserias, para que nos pudiésemos vestir de sus riquezas. Y así quiso ayunar, comer, ayunar, dormir, velar y hacer diferentes y maravillosas cosas, para que de todas nos pudiésemos aprovechar, ofreciéndolas al eterno Padre. Y aunque cada uno podría sacar el fruto según el talento que el Señor le ha dado, se tocará aquí algo de este ejercicio, para que, entendida la intención, cada cual se aproveche según sus buenos deseos y diligencias.

ARGUMENTO Y PRÓLOGO DEL EJERCICIO

     Tres consideraciones te han de mover, ánima devota, para que tus obras inútiles sean de peso y purificadas, merezcan subir como sacrificio delante la divina Majestad. Y para esto, comenzando un ejercicio de cada día por las cosas más ordinarias dél, podrás sacar para todas las otras, según el Espíritu te lo diere a gustar; y tomando del principio de la mañana AL VESTIR: la primera consideración será de confusión. La segunda de hacimiento de gracias. La tercera será petición. Y comienza así.

     La confusión. Porque te vistes estando Cristo en la cruz desnudo por ti.

     Las gracias. Porque se vistió de nuestra humanidad, sabiendo cuán ingratos habíamos de ser a este beneficio; y tras esto nos viste, habiendo rasgado la vestidura de su gracia.

     La petición. Suplicaremos que, pues en vestirte vistes al desnudo, sea servido de esta obra de misericordia por aquella vestidura de ignominia que le vistieron en casa de Herodes.

CUANDO VAS A LA IGLESIA A LA MISA

     La confusión. Conociendo con la imperfección que vas a alabar a Dios a su casa, siendo alabado de los angeles con tanta pureza.

     Las gracias. Porque habiéndote despedido de su casa tantas veces por los pecados, te vuelve a recibir y está a la puerta y te llama.

     La petición. Que por aquella caridad con que la Virgen y Madre presentó su bendito Hijo en el templo, por aquella misma seas tú presentado y hecho un templo santo suyo, en el cual more el Espíritu Santo.

CUANDO HACES ORACIÓN

     La confusión será diciendo con el publicano: «Deus propitius esto mihi peccatori», considerando la muchedumbre de tus pecados.

     Las gracias. Porque quiso Jesucristo orar por ti, para que merecieses por su oración ser oída la tuya.

     La petición. Que por la oración que hizo en el desierto por los pecadores, sea servido de concedernos las gracias que nos mandó que pidiésemos en la oración del Pater noster, diciéndola una vez.

EN LA MISA

     La confusión. Viendo el poco fervor y los tibios aparejos que has hecho para ver y adorar a tu Dios, conociendo que la continuación de este beneficio te hace no tenerle en tanto, habiendo de ser esto causa para tenerse en más, porque procedió de aquella gran caridad de Dios.

     Las gracias serán porque te hace ángel, si con viva fe confiesas al que adoras, como el oficio de los ángeles sea asistir delante el divino trono, alabando y glorificando al Señor.

     La petición. Que pues este sacrificio es en memoria de aquel que se hizo en el monte Calvario, sea servido que por él merezcas tú coger de los méritos de la bendita sangre para lavar tus pecados, derramando lágri1 mas por ellos, y muriendo en ti el viejo hombre, resucites con Cristo.

A LA MESA

     La confusión. Porque comiendo su pan, le has sido traidor e ingrato a sus beneficios.

     Las gracias. Porque te ha mantenido siendo su enemigo.

     La petición. Que por aquel amor con que dio a comer a las compañas en el desierto, sea servido de nos dar el pan de su gracia, y que ella nos sea nuestro pan cotidiano.

 

EN LOS NEGOCIOS QUE TOCAN A NUESTRA SUSTENTACIÓN O AL BIEN DEL PRÓJIMO

     Confusión. Porque habiendo sido perseguidores delante de Dios con el mal ejemplo, nos vuelve a recibir por hacedores de ellos, siendo de tanta importancia en su acatamiento que, para negociarlos en la tierra, envío a su Hijo desde el cielo.

     Gracias. Porque no teniendo necesidad en su casa de estos negocios, los recibe corno si estuviese necesitado de ellos.

     Petición. Que por aquella caridad con que dijo que en los negocios de su Padre le convenía estar, sea servido, nos dé gracia, estemos siempre ocupados en éstos, y en ellos se sirva de nosotros sólo por su honra y gloria.

EN LA ORACIÓN EN LA HORA DE VÍSPERAS

     La confusión. Viendo que ha de hablar con aquel que temblando le adoran las dominaciones y potestades.

     Las gracias. Porque esforzándonos para la oración, nos manda que le pidamos.

     La petición. Que por aquella conformidad con que en el huerto sudando gotas de sangre dijo: «non quod ego volo, sed quod tu», por esta misma merezcamos estar conformes en la vida y muerte a su santa voluntad.

A LA CENA

     Confusión. Viendo las negligencias del día pasado, cómase el pan con dolor, diciendo con el Profeta: «mis lágrimas me fueron panes el día y la noche».

     Las gracias. Admirándose de los dones del Señor, porque habiéndole tan mal agradecido y servido la comida, nos da la cena.

     Petición. Que por aquel amor con que se dio a sí mismo en manjar en la última cena, nos apareje para que con humildad le recibamos, y por caridad estemos unidos con Él, estando en Él y Él en nosotros.

EN LA ORACIÓN ANTES DE ACOSTAR

     La confusión. Contemplando a Cristo en la cruz, orando por los hombres con tanto amor y dolor, y viéndonos tan sin amor y dolor.

     Gracias porque muere porque vivas tú.

     Petición. Que por el dolor que tuvo cuando expiró y por el que recibió su Madre viéndole expirar, sea servido que en nuestra muerte tengamos memoria de la suya, y por ella sea acepta la nuestra al eterno Padre.

AL DESNUDAR A LA NOCHE

     La confusión. Porque te desnudas, dormiendo Cristo por ti vestido, no teniendo do reclinar su cabeza».

     Las gracias. Porque esos trabajos que por ti pasó, te desnudaron el vicio hombre.

     Petición. Que por el dolor que sintió cuando le desnudaron para crucificarle, por estar pegadas las llagas con los vestidos, sea servido de desnudarnos de nuestros malos hábitos y costumbres, para que, desnudos de las cosas terrenas, nos abracemos con su cruz, y muriendo en ella merezcamos la vestidura de las bodas, la cual tiene aparejada el Padre eterno para los que le aman.

Fin del primer ejercicio.

[SEGUNDO EJERCICIO]

     Porque sería larga escritura poner ejercicio a todas las cosas que hacemos, bastarán éstas para dar la forma; pues son las más ordinarias. Si a mayor cumplimiento quisiere usar de estos bienes extraordinarios que se siguen en todo será Dios servido.

     Cuando esté en pie. Ofrecerle ha Señor en pie delante los jueces.

     Cuando está asentado. Ofrézcase a cuando estando Cristo asentado se burlaban diciendo: «Ave rex Iudeorum».

     Cuando anda. A los caminos de Samaría y del monte Calvario.

     Cuando está cansado. A cuando el Señor fatigado del camino se asentó sobre la piedra.

     Cuando va a caballo. Cuando el Señor entró en Jerusalén asentado en el asna.

     Cuando visita a los enfermos. A cuando el Señor visitaba y sanaba.

     Cuando son contradichas nuestras buenas palabras. Ofrézcase a cuando le contradecían sus santos hechos, murmurando porque curaba en sábado.

     Cuando somos mal respondidos. A cuando le dijeron: ¿así respondes al Pontífice? dándole una bofetada, hiriendo en aquel sacratísimo rostro, espejo de los ángeles y consolación de los santos.

     Cuando padecemos hambre. A la que quiso padecer en el desierto.

     Cuando sentimos frío. Al que pasó en el pesebre cuando nació.

     Cuando habemos sed. A la que tuvo en la cruz cuando dijo: «Sitio».

     Cuando nos despiertan estando con sueño. A cuando le despertaron en la nave estando durmiendo.

     Cuando nos dejan nuestros amigos en las necesidades. A cuando fue dejado de sus discípulos.

     Cuando nos apartamos de nuestros amados. A cuando se despidió de su bendita Madre.

     Cuando son murmuradas nuestras buenas obras. A cuando, lanzando los demonios, decían que en virtud de Belcebúch echaba los demonios.

     Cuando suceden cosas de afrentas públicas. A cuando le sacó Pilato al pueblo diciendo: Ecce Homo.

     Cuando falsamente somos acusados o reprendidos. A las informaciones falsas que recibieron en casa de Caifás.

     Cuando nos hacen agravio e injusticia. A la sentencia injusta que le dieron.

     Cuando padecemos graves enfermedades o dolores. A los que padeció en los azotes, en la coronación de las espinas y en la cruz, y así desde la cabeza a los pies fue herido para que, en cualquier parte de nuestro cuerpo que sintamos dolor, tengamos a qué ofrecerle.

     Finalmente, cuando nos viéremos en el artículo de la muerte, ofrezcamos nuestro espíritu a cuando dijo a su Padre: en tus manos encomiendo mi espíritu, y ofreciendo nuestra vida por su muerte mereceremos vivir con él en su gloria. Amen.

[TERCER EJERCICIO]

     De estos y de otros semejantes actos se podrá mejor aprovechar el que con caridad y diligencia se ejercitare; mas, por cuanto los más de ellos son de cosas exteriores, se pondrán algunos interiores, que no son de menos provecho, por cuanto los que se dan al espíritu no sienten tanto la hambre del cuerpo, o como la del alma, antes sienten mucho más los trabajos espirituales que los corporales; y porque haya para todos, se prosigue la materia.

     Cuando el prójimo no recibe el consejo que con caridad se le da. Ofrézcase a lo que el Señor sentía lo poco que se aprovechaban de su sagrada doctrina.

     Cuando se ven ofensas públicas de Dios y nos duelen. Ofrézcase al sentimiento que mostró cuando echó del templo públicamente a los que compraban y vendían.

     Cuando algún amigo espiritual va dejando el camino de la virtud. A lo que sintió el Señor de ver a Judas cómo dejaba el camino verdadero.

     Cuando vemos o consideramos cuán pocos pastores hay en la casa de Dios. A lo que el Señor sintió de verlo y lo que pasó llorando, especialmente cuando dijo: la mies es mucha mas los obreros son pocos.

     Cuando sentimos dolor de nuestros propios defectos. Sintamos lo que al Señor le dolieron cuando los vio en nosotros antes que fuesen, y ofrezcamos la pena que le causaron y alabémosle dándole gracias porque quiso pagar adelantado por nosotros.

     Cuando veis caer a alguno que está adelante en el camino de la perfección. Lo que sintió la caída de san Pedro, habiéndole ya confesado por hijo de Dios y habiéndole visto transfigurado en el monte.

     Cuando fatigan las tentaciones. A las que pasó en el desierto.

     Cuando da pena ver cómo los malos no quieren la compañía de los buenos. A lo que sintió cuando en la región de los geracenos salieron a pedirle que se fuese de sus términos, viniendo a ellos su bondad con tanto amor y caridad.

     Cuando se consideran con dolor los pecados de algún pueblo particular. Al dolor que tuvo cuando lloró viendo la ciudad de Jerusalén.

     Cuando se conoce falta de fe en el prójimo. A lo que sintió cuando los discípulos dejaron de lanzar los demonios por falta de fe por lo cual dijo: ¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo os tengo que sufrir?

     Cuando los malos se burlan de los buenos. A lo que padeció en la cruz cuando decían: a otros hizo salvos, mas a sí mismo no puede salvar.

     Cuando se mueren los que no bien vivieron. A lo que sintió el Señor viendo los pocos que se habían de aprovechar de su sangre preciosa.

     Cuando falta el espíritu en la devoción interior.

A lo que sintió viendo lo que había de ser blasfemado, siendo tan digno de ser santificado.

     Cuando siente el alma el apartamiento de su Dios y desea llorando, la unión por caridad y verso fuera de los peligros de la vida. A lo que sintió el corazón del Señor cuando, movido de su divina caridad, pidió al Padre eterno esta unión con el alma diciendo: Padre por ellos ruego que todos sean en uno, así como tú Padre en mí y yo en ti, porque ellos sean una cosa con nosotros».

     ¿Quién será, pues, el perezoso que, ofreciéndosele este maná y este tesoro tan grande, deje de aprovecharse dél? ¿Cuál será el ingrato que deje de satisfacer a Cristo, siquiera en algo, estos sus actos tan excelentes, hechos con tan gran amor y tan sin necesidad? Oh alma devota, no pierdas tanto bien, considera cuán poco te pide tu Dios y cuánto te quiere dar, porque Él no te pide sino que las cosas ordinarias, que así como así las ha de pensar, que no las pierdas; porque, cierto, no te puedes excusar de andar, de comer, de trabajar y de enfermar, y al fin has de morir. Todo esto, si por ti solo o por el mundo lo pasas, con mayor trabajo lo pasarás, porque será sin consolación alguna, y después de pasado, ningún fruto sacarás, antes mucha pena, porque no te aprovechas de ello. Pues mira que, si por Cristo lo quieres pasar, será con más alivio, porque el Señor está con los atribulados, y después de pasado te lo pagará en cosa que ni el ojo vio ni la oreja oyó, ni la lengua puede decir lo que el Señor tiene aparejado para los suyos. Pues no es cosa esta para dejarse así perder, antes nos debemos de doler del tiempo perdido sin aprovecharnos dello; y tengamos por cierto que, si como arriba es dicho, nos ejercitamos con nuestros sentidos y potencias, siguiendo las pisadas de Cristo nuestro Redentor en todos nuestros hechos, que nuestra misma conciencia nos dirá lo que nos dijo en el evangelio: quien me sigue a mí, no anda en tinieblas, porque es la verdadera luz que alumbra a los que vienen en el mundo, con la cual fueron guiados los que llegaron al puerto de la vida eterna; a la cual nos lleve su gracia para gozarnos alabando al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo in saecula saeculorum. Amen.

Tratado tercero

Llamado «Colirio espiritual»

PRÓLOGO DE LA OBRA

     Por los daños que recibimos de la soberbia se conoce el fruto que se saca de la humildad. Esta virtud es tanto más alabada en la Sagrada Escritura, cuanto es más necesaria para la vida espiritual, por ser el fundamento de todo el edificio. Porque cierto es que haría poco al caso haber alcanzado muchas virtudes de ciencia, fortaleza y liberalidad, si con humildad no fuesen conservadas. ¿Qué aprovecha la limosna si le falta la humildad y se le pega la vanagloria? ¿Qué fruto sacan de sus hazañas los que se tienen por muy fuertes, si con la humildad no las hacen? Lo mismo se puede decir discurriendo por las otras virtudes. Los daños de la soberbia claro se muestran por los efectos que hicieron, pues con ella fue echado, Lucifer del cielo, y el hombre, hallándose en honra, se volvió insensible. Por donde, no pretendiendo de persuadir la humildad, sin la cual aun lo que parece bueno delante los hombres es abominable en el divino acatamiento, trataremos solamente el cómo nos ejercitemos para alcanzar esta tan excelente virtud. Porque nuestros enemigos están tan diestros en quitarnos esta arma, que si con gran diligencia no la guardamos, pasaremos peligro de perderla. Conviene, pues, amado lector, que notes bien las cosas siguientes, teniendo por cierto que, si esta virtud guardares en tu pecho, ella te librará de todo mal. Porque está escrito que a los humildes da el Señor la gracia y a los soberbios resiste. Y así, para animarte más en el alcance de esta joya preciosa, mira que, siendo tan complida de todas las virtudes la Virgen y Madre de Dios, ella misma dice engrandece al Señor porque miró la humildad de su sierva. Y que por esto la llamarán bienaventurada todas las generaciones. Considera bien que entre todas las virtudes te dice el Señor que aprendas de la humildad y la mansedumbre. Y esto baste para que más principalmente nos ejercitemos en ella y en el cómo la poseeremos.  

ARGUMENTO

     Como nuestra propia estimación sea causa de nuestro levantamiento, y soberbia, conviene que con su contrario sea curada esta grande lesión que el ánima recibe por la falta de su verdadero conocimiento. Por donde, así como el enemigo le representa imaginaciones que le desvanecen y le sacan de su verdad, así ha menester ejercitarse en tener otras representaciones y consideraciones, por las cuales se sostenga en su verdadera humildad; y porque en todo lugar se pueda defender, pues en cualquier parte puede ser combatida, trataremos de cómo se ha de confundir en las cosas corporales y espirituales, y asimismo en las exteriores y en las interiores, repartiéndolo en tres partes y comenzando por la más baja. La primera será cómo se confundirá cuando piense en lo que está debajo de la tierra. La segunda en lo que está en la tierra, como son sensitivas y en las criaturas inanimadas, vegetativas y sensitivas y en los prójimos y en sí misma cómo estará humillada. La tercera en lo que está en el cielo, y sobre el cielo, como son los ángeles y santos. Y finalmente delante el divino acatamiento. Y desta manera en toda parte podrá estar humillada y agradable a su Dios y Señor.

 

COMIENZA LA PRIMERA PARTE, EN LA CUAL SE TRATA DE CÓMO NOS HABEMOS DE CONFUNDIR CUANDO CONSIDERAMOS LO QUE ESTÁ DEBAJO LA TIERRA

[El infierno]

     En la consideración del infierno hallaremos muchas cosas dignas de nuestra gran confusión, por las cuales nos debemos abatir de nuestra estimación y tenernos en lo nada que somos. Considerando primero, cómo por un solo pecado fueron condenados los demonios y tú, miserable pecador, habiendo cometido tantos, aún no eres condenado. Razón tendrás de confundirte viendo en ti la gran paciencia del Señor, siendo tan grande el rigor de la justicia en el demonio. Al cual, si le fuera dado lugar de penitencia como a ti, hiciera hechos señalados, y déjaslos tú de hacer en el bien, habiéndolos hecho más abominables en el mal. Porque no se lee que Lucifer, cuando pecó, hiciese las diligencias en persuadir a los otros ángeles, que suelen hacer los pecadores cuando incitan al pecado a los otros hombres. Pues, no sólo lo representan, como hizo Lucifer, mas ruéganlo con instancia, y dan para ello sus dineros, su honra y su vida, y finalmente, por temor o por amor, no dejan cosa por hacer. De manera que en esto parece que excede la malicia del hombre a la de Lucifer, y de este exceso debe quedar el pecador tan confundido, que con esta confusión excuse la que se pasa en los tormentos infernales, que para librarle de ella se trata de ésta.

     En otra cosa se conoce también este horrible exceso en la malicia humana, y es, cuando el hombre por sus malos aparejos y por el desorden de la concupiscencia en el pecado, en cierta manera mueve a la malicia del demonio para que venga a tentarle, ayudándole al efecto del delito; aunque algunos viven engañados echándole la culpa, siendo ellos la causa del daño. Y por eso son más culpados como delincuentes promovedores; y así como estos suelen estar mal contentos entre sus compañeros delante el juez, así lo debe estar el pecador delante el juez soberano entre sus compañeros los demonios, como aquel que los incitó a la divina ofensa. Considerando esto, justa causa tiene el pecador de confundirse en su propia malicia llegándose al conocimiento de su maldad, hasta que venga a conocer que por sus grandes pecados es merecedor de graves tormentos, no sólo en esta vida mas aún en la eternidad. Y así le parecerá poco todo lo que en este siglo puede padecer, cotejando las deshonras que aquí puede recibir con las que en el infierno le hicieran y los tratamientos de acá con los de allá. De manera que lleno de confusión comience a confesar su miseria, pidiendo la misericordia aunque se tenga por indigno, de ella.

     Y porque habrá algunos que, hallándose libres de los casos sobredichos, pensarán quizá que les falta causa de confusión, por librarles de este engaño es bien que sepan que ninguno de los mortales se escapa de esta santa confusión. Por eso confúndanse más los que por más santos se tienen y son tenidos. Porque en cada momento son librados de las penas infernales por la conservación de la gracia que el Señor les da, sin la cual luego serían caídos en el pecado. Y de justicia merecerían ser condenados en los tormentos eternos, y de esto quedan deudores de infinitas gracias por este gran beneficio. Confúndanse, pues, de cuán pequeños son en lo que hacen, siendo la misericordia tan continua. Y tanto más se deben humillar, cuanto menos hallaren en sí ser merecedores de este bien. Porque por sola la bondad de Dios se les da esta gracia preveniente.

     Pues mire bien cada uno lo que haría si entonces le sacasen del infierno y sepa que está obligado a lo mismo. Y viendo la gran deuda y la pequeña paga, hallará que no tiene con qué pagar, y si con esta confusión estuviere, no le faltara quien le saque de ella. Porque el Señor de los confundidos quiere ser alabado, diciendo por el Profeta: ne avertatur humilis factus confusus, pauper et inops laudabunt nomen tuum, que quiere decir: no se aparte el humilde confundido y el pobre necesitado, porque éstos alabarán el nombre del Señor.

     Finalmente, si delante los demonios tiene el hombre causa para hallarse confuso, no menor la debe tener delante las ánimas de los dañados. Porque si del ángel se dice que por ser espíritu no hubo en él lugar de misericordia por el primer pecado ¿qué diremos del hombre, que no le bastó ser de tierra y de carne tan flaca para ser librado, sino que hay algunos que por un solo pecado están en el infierno. Pues ¿qué dirá de sí mismo el pecador, conociendo la gravedad de sus pecados y su facilidad en cometerlos, viendo otros advertidos en no pecar por un solo delito estar condenados? Es cierto que, si bien lo quiere considerar, que así como excede al dañado en los pecados, así le debe exceder, si puede, en la confusión, pues si deja de estar en mayores tormentos es sólo por la bondad de Dios.

[El limbo]

     En el limbo te confundirás considerando cómo te guardó Dios nuestro Señor a ti y a tu madre desde la hora de tu concepción hasta la del santo bautismo, siendo tan grandes los peligros de la vida. Llora, pues, cuán mal agradeciste este beneficio y mira que estas ánimas nunca pecaron mortalmente. Y cuando caíste en el pecado te pusiste en el infierno, que está más bajo que el limbo. Y si ellas sin tener pecado mortal están debajo la tierra ¿cómo osas estar tú sobre ella, habiendo ofendido mortalmente tantas veces? Y si ellas han perdido la visión divina ¿con qué ojos piensas tú de contemplarla sobre tantos pecados? Coteja pues tus culpas con las suyas, y de confundido no osarás mirarlas en el rostro.  

[El purgatorio]

     En el purgatorio nos podemos más confundir delante de las almas de los fieles que en él están por estar ya en estado seguro, libres de los engaños del mundo, ciertas de jamás ofender a Dios, y al fin han llegado al puerto, y nosotros andamos en la tormenta inciertos de la salvación, entre enemigos más sabios y poderosos. Y si ellas estando en salvo están con pena, mira tú, pecador, la que debes de tener viéndote en tal peligro. Y si por verlas pagar sus imperfecciones te dejas de confundir, piensa bien y hallarás que quizá algunas están allí por tu mal ejemplo, otras por tus malos consejos, otras por haberles sido causa de escándalo, otras por no haber querido darles ayuda para sacarlas de sus pecados. Y al fin están muchas por tu negligencia y falta de caridad, por no socorrerlas con oraciones y sufragios. Confúndete ahora de cuanto hiciste para su entrada y de cuán poco haces para su salida, y así entre sus culpas tendrás las tuyas por mayores, las cuales aún no sabes si merecerás pagarlas en purgatorio.

 

PROSIGUE LA SEGUNDA PARTE CÓMO NOS CONFUNDIREMOS EN LO QUE VEMOS EN LA TIERRA  

[Las criaturas inanimadas]

     Si entre los prisioneros y culpados se halla el hombre más culpado ¿qué hará ante los que no tienen culpa, como son las criaturas inanimadas y las sólo vegetativas y las sensitivas irracionales, en las cuales nunca faltó ni faltará la obediencia del Criador? ¡Oh, con cuánta razón se puede confundir el hombre por su inobediencia, pues él solo deja de guardar su naturaleza! Y para esto, confúndase en la tierra, viendo cómo ella produce frutos y él está seco, infructuoso. Confúndase en el agua, pues, dándosela el Criador vara regar sus campos, y para satisfacer su sed, se alza con ella y la niega al mismo Criador cuando la deja de dar al pobre que se la pide en su nombre. Mire cómo el fuego le vuelve sabrosa la carne cruda, tratando él con crueldad la carne del prójimo. Considere que con el aire en cada momento es sustentada su vida, por lo cual queda obligado de la emplear continuamente en el servicio del que se la da, y confúndase de verla tan poco empleada en este fin. Contemple entre las criaturas insensibles las piedras, porque se hicieron pedazos en la pasión de su Criador, y él está más duro que ellas en este sentimiento. Vuélvasele en amargura la dulcedumbre de la miel, considerando cuan amargo es para con su Dios. Confúndase con la olor de las flores, viendo la hediondez de sus pecados.

[Los vegetales]

     Entre las criaturas vegetativas, mire las plantas y hallará que creciendo suben por lo alto; sólo el hombre pecador crece para lo bajo, abatiéndose en las cosas viles. Debería siquiera hacer como el árbol que, si pone muchas raíces en la tierra, es para echar más virtud en las ramas. Y así el hombre, echando más raíces de humildad, sacaría grandes ramas de virtudes. Confúndase también en las criaturas sensitivas, como son los animales, viendo el servicio que de ellos reciben habiéndose vuelto por el pecado uno de ellos. Mira, cuando les hace mal tratamiento, cuánto peor le meresce; espántese de cómo le obedecen, desobedeciendo él al Criador. Y entre ellos, contemple cómo el carnero le calza con su cuero y le viste con su lana y mantiene con su carne. Y de esto saque la confusión, según la curiosidad excesiva que hay entre los mundanos en estas cosas, y hallará ser un disipador de las criaturas de Dios abusando de ellas en su vestir, correr y calzar en grandes ofensas del que lo crió, habiéndolo criado para que más le amasen y le alabasen. Finalmente, cuando está cansado, considere el descanso que le dan las bestias, llevándole a caballo, y cómo todas fueron criadas para el fin de su descanso.

     Y tras esto confúndase en ver cuán mal guardó el fin de su criación, pues era justo que, si descanso recibía de las criaturas, que también fuese descanso del mismo Dios. No porque haya falta de descanso en su divina Majestad, mas dícese en cuanto por su gran bondad tiene por su descanso y asiento el ánima del justo, y su deleite es con los hijos de los hombres,' los cuales en pago del descanso que reciben le dan trabajo y de tal manera que se queja el Señor por Isaías diciendo laboravi sustinens, que quiere decir: trabajé sufriéndolo. ¡Oh, qué palabra para nuestra confusión, pues con trabajo sufre Dios nuestras obras, habiendo ellas de ser para su descanso! Y así, no dijo de los animales que le pesaba haberlos criado y dijo que le pesaba haber hecho, el hombre.

     Oh, polvo y ceniza, humíllate y llora con estas palabras, y así mismo cuando ves el servicio y descanso que te dan las criaturas. Confúndete, pues no haces la paga en la misma moneda; y cuando das de comer a tus bestias, piensa que con más justicia les sirves tú a ellas, pues no fueron ingratas ni rebeldes a su Criador. Si quieres bien entender tu ignorancia, considera la prudencia de las serpientes, porque de ellas se dice que ponen el un oído en la tierra y con la cola se cierran el otro por no oír las voces de los encantadores. Confúndete, pues, con la prudencia de este animal. viendo que aun eso no sabes tú hacer, cerrando tus oídos a las ilusiones y tentaciones del encantador, que es el demonio. Si quieres conocer tu pereza, la hormiga te la mostrará en la provisión que hace en el verano del grano del trigo para mantenerse en el invierno en el tiempo de su necesidad. Mira tú, pecador, cómo se te pasa el tiempo sin proveerte de obras meritorias para el día de tu muerte, y hallarás que la hormiga te reprende y de ella puedes ser enseñado y con ella te puedes justamente confundir. Y si más quisieras dilatar la materia, discurre por las abejas y por los gusanos de la seda y por las otras criaturas, y descubrirás cosas admirables y muy dignas de tu confusión, las cuales se dejan de escribir por excusar prolijidad y porque no se tiene fin sino a señalar las materias, dejando lo demás a los mejores y más claros entendimientos. Solamente te queda la confusión cuando ves las criaturas, teniendo por cierto que todas las veces que ofendiste al Criador mereciste no sólo perder el servicio que te hacen, mas aún que se levantaran contra ti, haciendo la venganza de tu pecado. Por donde como ves que no han ejecutado la sentencia y que aún te sirven, debes con gran humildad hacer infinitas alabanzas a la divina misericordia y con nuevos propósitos ofrecerte a su divino beneplácito.

[Los animales]

     De una sola cosa te advertiré en la consideración de los brutos animales, la cual podría dañar para perder la confusión. Y es que, cuando se ve el puerco metido en el lodo, podría pensar alguno que no es tan sucio como él, y asimismo cuando ve el perro que se vuelve a lo que vomitó, podría decir lo mismo. Y para que cada uno sepa en esto juzgar de las cosas, hase de entender que ninguna cosa es en sí mala sino en cuanto es tenida por mala delante de Dios, y como aquellas cosas en los brutos animales sean naturales, en sí no son malas, ni delante el Criador son tenidas por malas. Mas guay de ti, pecador, que siguiendo el puerco su naturaleza, tú dejes de seguir la tuya cuando dejas de amar y servir a tu Dios. Y guay de ti que cuando estás en el pecado te revuelves en el más hediondo cieno que el puerco, y cuando vuelves al pecado que dejaste, vuelves corno el perro a su vómito. Confúndete, pues, de esto que es abominable a tu Dios, y no pares en lo que hacen los animales irracionales, sino en lo que tú haces, teniendo juicio de razón y libertad para ejercitarte en el bien.

[Los racionales]

     Viniendo ahora a tratar de cómo te has de confundir con las criaturas racionales, que son tus prójimos, hallarás en ellos tres maneras: unos superiores, otros iguales y otros inferiores. De los superiores poco diré, pues por su autoridad y por el poderío que en ti tienen, debes delante de ellos estar jan humillado, que a no estarlo te faltaría el uso de la razón, viendo lo que representan; y así te confundirás con temor. Porque siendo ministros de-Dios, no han hecho justicia de ti, habiendo sido traidor a su divina Majestad. Por lo cual, cuando te mandan hacer algún servicio o te reprendieren o castigaren, aunque a otros parezca duro el castigo, a ti debe parecer muy blando, cotejando con lo que mereces y con el servicio que te mandaba hacer el demonio tu príncipe tirano cuando andabas debajo de su bandera por el pecado, pues entonces se servía de ti en cosas no sufrideras por ser abominables hasta hacerte ser verdugo, Y esto era cuando te hacía homicida o por la obra o por el consentimiento, y finalmente te hacía un carretero del infierno de cuerpos y almas hediondos, cuando, o por tu mal ejemplo, o por tus persuasiones, les hacías caer en el pecado. Cierto es, pues, que si te consideras puesto en esta miserable servidumbre del príncipe tirano, te parecerá muy dulce el superior, que no te manda sino que vivas en paz y en quietud y amor de tu prójimo. Y así te debes de confundir delante de los ministros del príncipe de la paz, conociéndote indigno de tales superiores, como verdaderamente seas de ellos indigno, pues por estar en su obediencia mereces la vida eterna; y esto baste para con los superiores.

     Con los iguales te confundirás, no teniéndote por merecedor de llamarte igual aunque lo seas en el estado o en el oficio, sino que has de pensar que como él sea delante de Dios mayor en virtudes, no te puedes tener por su igual. Y para que con toda verdad tengas esta humildad en tu corazón, entra bien en él y hallarás que de ninguno sabes de cierta ciencia lo que de ti sabes en los malos pensamientos y desordenados deseos y otros géneros de pecados interiores. Pues luego síguese, como tú seas cierto de tus pecados y que los del prójimo o no los sabes o los entiendes por sospechas que suelen ser falsas, harías temerario y falso juicio si no te tuvieses por más pecador; por donde, si eres mayor en los pecados, en el divino acatamiento no eres su igual, por lo cual andarás así confundido delante tus iguales y juzgando con tal medida que, si vieres al prójimo enfermo estando tú sano, no oses levantarte con vanos pensamientos, mas con mayor confusión consideres que, si está enfermo, es tratado del Padre celestial como hijo regalado. Y que si tú estás sano, no mereces la corrección paterna y llena de amor. Y por el contrario, cuando te vieres enfermo, piensa que por tus pecados lo estás, y si él está sano, es por estar ya purificado y tener poco que satisfacer. Asimismo, si te vieres rico, terne aquella palabra del Señor que dice: ¡Oh, con cuánta dificultad entran los ricos en el cielo! Y si tu prójimo lo estuviere, puedes pensar que por ser fiel despensero de la hacienda del Señor le es acrecentado el talento. Y si tú te vieres pobre, échalo al justo juicio de Dios, que es por haber tú disipado los bienes espirituales que Dios puso en tu ánima, o por no haber socorrido según tu facultad a la necesidad de los pobres, o en oraciones o en limosnas. Así también, si vieres que tu vecino está pobre, piensa que el Señor le cumple sus deseos por conformarle con la pobreza de su unigénito Hijo. Y habiéndote de esta manera con el prójimo, teniéndole en la cuenta que debes, vendrás a conocer en la que te debes de tener, para lo cual andarás lleno de confusión.

     No menos la tendrás con tus inferiores, los cuales, por bajos oficios que tengan, por eso no sólo [no] deben de ser menospreciados, mas aún tenidos en más, por cuanto de la providencia del Señor puedes creer que por ser más fuertes se sirve de ellos en mayores trabajos. Y si tú no estás en semejante estado, piensa que por tu flaqueza se apiada el Señor de ti tratándote regaladamente, y porque no sabrías vivir de aquella manera, por cuanto te ahogas en poca agua y no es bastante tu ánimo para las tales tribulaciones, m para trabajar de día y de noche con mal dormir y peor comer. Pues mira cómo muchos de ellos lo pasan con alegre ánimo, contentándose de como quiera pasar la vida, y mide su fortaleza con tu flaqueza, y quedarás humillado tras esto. Y si fueren tus criados y te acompañan, confúndete de ver que habiendo dejado tú a Cristo, te acompañan ellos, y confúndete cuando te honran, considerando las veces que dejaste de dar la honra que se debía al Rey de gloria. Mira que te sirven los que son criados para reinar en el cielo. Mira que estando tú en pecado y ellos en gracia, aun no mereces servirlos. Confúndete viendo, el ejemplo que te dejó el Redentor lavando los pies a sus discípulos, y diciendo que no viene a ser servido sino a servir.

     Pues, confúndete, al fin, con todos tus prójimos, contemplando su alta creación, por ser a imagen y semejanza de Dios, tan amados del eterno Padre, que dio por su rescate a su bendito Hijo. Y por esta causa debes estar confundido delante los infieles, pues por todos murió. Y la misma imagen lleva por la creación, entre los cuales aun te puedes confundir viendo que, faltándoles lumbre de fe y no: gozando de las consolaciones de los siervos del Señor, padecen ayunos terribles y trabajan llevando sus pesadas ceremonias y tú, cristiano, alumbrado con la gracia del Espíritu Santo, socorrido con el don de su fortaleza y regalado con su amor, te cansas. De manera que una poca de penitencia te parece que no la puedes llevar, o piensas que haces mucho en llevarla. Pues, muevan tu confusión los infieles, trata con tu ánima esta materia, diciéndole: -Alma mía, sí en Tiro, y Sidón fuesen hechas las maravillas que en ti han sido hechas, con ceniza y cilicios hubieran ya hecho penitencia. Quiero decir que, si a los infieles fuera dada la lumbre de fe que te dio el Señor, no, fuera en ellos tan inútil. Llora tu desaprovechamiento, y mira hasta dónde llega tu confusión, porque aun delante los judíos te has de confundir, que si ellos crucificaron una vez a Cristo, no le conociendo, tú le has crucificado muchas veces espiritualmente, sabiendo que está asentado a la diestra del Padre. Pues ¿qué diré de la confusión delante del cristiano, viendo que al ángel de madera, por lo que representa, se le hace con razón reverencia? Pues ¿qué acatamiento se deberá al que lleva la imagen viva de Cristo en su ánima por gracia, el cual, no sólo es ángel en espíritu, mas es servido de ellos en su guarda? Y, finalmente, al que es dios por participación, conforme a lo que está escrito en el salmo: yo dije que vosotros sois dioses, y todos hijos del muy alto.

     Para acabar lo que toca a los prójimos, será bien notar una cosa harto provechosa para la conservación de la confusión, y es que el demonio da batería por tantas partes en esta materia, que si no se trae gran cuidado, será maravilla no hacer daño notable. Por lo cual conviene en la comunicación de los prójimos alcanzar un hábito, siquiera por ejercicio, para luego después tener un tal respeto a los prójimos, como si todos fuesen nuestros señores y maestros, oyéndolos con atención, como que habla Dios en ellos. Y así guardando sus buenos consejos y sabios avisos, como si el Señor los enviase por un profeta, guardándonos de preferir nuestro ingenio al del prójimo. Porque en esto hay gran engaño por dos cosas: la una, porque ninguno es buen juez en causa propia; y la otra, porque así por la lisonja como por falta de lumbre, pocos juzgan con verdad las cosas, alabando a los maliciosos de avisados y a los mofadores de sabios, siendo todo al revés. Por esto es lo más seguro en los dones, así de gracia como, de naturaleza, tener el engaño en nosotros y dar gloria a Dios en todo lo que viéremos nuestros prójimos, sintiendo siempre lo mejor. Y si por caso dicen o hacen alguna cosa que no parezca buena, nunca jamás se juzgue, pues no somos jueces sino de nosotros mismos, mas antes la debemos echar siempre a la mejor parte, excusándola, o no mirar en ella, sino volver a considerar otras buenas palabras que ha dicho o que ha hecho, y poniendo delante sus virtudes y por otra parte nuestros vicios por no perder ningún grado de la confusión, en tanto que, aunque los viésemos pecar mortalmente, habríamos luego de pensar, o que lo hacen con ignorancia, o que luego se arrepintieron y están ya en gracia, y que aquello les será causa para que haciendo más penitencia tengan más grado de gloria. Y aun para más guardar la dicha confusión, téngase cuenta en la conversación, donde los peligros suelen ser mayores. Cuando se trata de mansedumbre, acuérdate de tus iras. Cuando hablan de cosas hermosas, acuérdate de la fealdad de tus pecados. Cuando tratan de la gran potencia de los grandes, mira tu nada y lo poco que puedes aunque algunas veces lo determinas de hacer. Cuando hablan de avaricia, de tus desordenados deseos. Cuando hablan de humildad, de tus soberbias. De manera que por los vicios, acordándonos de nuestros defectos, y por las virtudes, viendo las que nos faltan podemos tener memoria de nuestra confusión para más guardarla, especialmente donde ella más riesgo corre, como es en las humanas conversaciones.

[Diversos estados y condiciones de Personas]

     Comenzando ahora a entrar en nuestra propia confusión, pasaremos por algunos puntos, y dejando la profunda consideración al lector que quisiere aprovechar el cual, si fuere prelado, se debe confundir en lo poco que hace por sus ovejas, viendo decir a Cristo yo pongo mi ánima por las mías. Mire, no sabiéndoles aún los nombres, cómo dará cuenta particular de sus pecados. Y si es sacerdote, confúndase oyendo decir al Señor en el evangelio: qui mihi ministrat me sequatur. Y considerando las pisadas que te mandan seguir y mirando a quien tienes en las manos en el sacrificio, y después lo que pasó por ellas, confúndase. El predicador se confunda de ejercitar el oficio de Cristo, mírele en el desierto dándole ejemplo y mostrándole los aparejos que ha de hacer, y si sus obras no son conformes con sus palabras, tanto más se confunda. Mire que siendo eloquia Domini eloquia casta, cuando no pasan por vasos limpios son dignos de gran confusión. Póngale temor que en el salmo: peccatori dixit Deus ¿quare tu enarras iustitias meas et assumis testamentum meum per os tuum? Que quiere decir: al pecador dijo Dios: ¿Por qué osas poner en tu boca mi testamento? Pues, si el Apóstol, predicando a otros, temía ser reprobado, confúndase cualquier otro con gran temor y humildad. Confúndanse los maestros o doctores como más necesitados de esta santa confusión. Porque dice el Apostol quod scientia inflat. Pues el que con ella se tiene en más, sepa que sabe más de lo que ha menester, y que le confunde el Apóstol diciendo: non plus sapere quam oportet sapere, que quiere decir: no sepáis más de lo que conviene.

     Confúndanse los discípulos, allende de la causa de confusión que les da su ignorancia, pues, si no los enseñasen, serían como bestias fieras; confúndanse en lo poco que aprovechan a sí y a los otros con la ciencia, pues cuanto más saben, tanto más obligados están al trabajo, según está escrito: qui addidit scientiam addidit et dolorem que quiere decir quien añade en ciencia, añade en dolor y trabajo.

     Y si fuere religioso, con mayor confusión se debe confundir delante el infiel, judío y cristiano secular, considerando la lumbre de fe, el dulce yugo, la vida sin cuidado que por especial privilegio le ha sido dada. Confúndase de ser escogido entre millares que fueran agradecidos, siendo él tan ingrato. Confúndale la compañía de los ángeles en el coro, al negligente y derramado. Confunda al perezoso el servicio que de sus hermanos recibe en la cocina y crifermeria, y sepa que ni de servir ni de ser servido es digno. Confundanle todos los manjares en el refectorio que le pone Dios delante, hecho su mayordono, sin ningún trabajo y solicitud suya, los hábitos que le visten y todas las alhajas que le sirven y con todas estas cosas los hombres que en ellas trabajaron, los campos que las dieron, los medios con que a su servicio vinieron. Y sobre todo le confunda el nombre de siervo de Dios, siendo muchas veces su enemigo; nombre es este de que se preció nuestra Reina y Señora por su humildad y es de gran confusión y condenación al soberbio.

     Confunda más y más al religioso la casa de Dios en que mora como hijo, estando tan lejos de las costumbres y perfección de su celestial Padre; todos los pasos que en ella da sean olas que le aneguen en la confusión. Porque si a la casa de Dios conviene la santimonia y santidad ¿cómo sufre Dios en ella al maligno? Y si su casa es casa de oración ¿por qué no es echado de ella el indevoto? Y si la casa de Dios es tal, que el gran Rey y Profeta hace elección y tiene por bienaventuranza ser en ella menospreciado, quien en ella estuviere forzado ¿cuán confuso debe andar? Y si no, está forzado, tanto más confuso cuanto de beneficio conocido más desagradecido. En fin, todas las ceremonias de la religión le confundan, pues o no las entiende, o no las advierte, o le son pesadas, o no saca de ellas fruto. Confúndase cuando pide por Dios, y mire que esta licencia es de gran privilegio. Considere que, sin tener Dios necesidad, se hace necesitado por él, haciéndose deudor de lo que le dan. Y confúndase de verse hecho tesorero de Dios; y si alguna vez en su nombre ha pedido cosa que no se haya empleado toda en el mismo efecto para que se pidió, confúndase como ladrón sacrílego, y mire que todos le dan para Dios y él sólo le quita lo que otros le han dado para él. Mire que le dan por pobre, y si en los deseos no lo es, pide con falso nombre. Mire que si pide con curiosidad, pide contra lo que Dios quiere, y entonces téngase por engañador, pues con buldas falsas saca el dinero del prójimo. Y al fin, confúndase porque si pide para Dios, ése es oficio de los ángeles, pues están pidiendo siempre a los hombres, a unos que den su hacienda a Dios, a otros que perdonen las injurias por amor de Él, y a otros que siempre le den gloria y honra. Confúndase también, después de haber recibido la limosna, de la ingratitud que usa con el Señor que se la envía y con el prójimo que se la da. Y de esta manera comenzará a confundirse cuando hubiere de pedir por Dios, viendo la obligación que le queda del beneficio recibido, no osará pedir sino lo necesario, pues cuanto más recibe más obligado queda. Y cuando anda de lugar en lugar o peregrinando, no se levante su pensamiento pareciéndole seguir la vida apostólica, mas antes piense que en penitencia de sus pecados le fue dada aquella vida como de gitano. Y si es religioso encerrado, advierta que como a bestia indómita le tiene su Dios y Señor apartado de la conversación de los hombres, porque por ventura entre ellos no se supiera salvar.

     Si fuere rey o príncipe en la tierra, confúndase de verse en estado del cual huyó Cristo, queriéndole hacer rey. Pues ¿cómo piensa emprender cargo que Cristo dejó, si no es teniendole por cruz y llevándole por el mismo Cristo? Si fuere señor de estado, confúndase en la diligencia de cobrar las rentas y en la negligencia de quitar los pecados públicos. Tema en gastar la hacienda como si fuese suya propia. Y confúndase cuando piensa hacer mucho en dar algo de limosna, considerando cuánto más hace Dios en recibirla que él en darla, en cuanto él paga con lo ajeno, y Dios queda pagado con lo suyo propio. Y de aquí sacará cuánto más se debe confundir si la gasta en su propia voluntad.

     Mire el caballero que, para defender el evangelio y para celar la honra de Dios, se pone él espada, y si por tocarle en su honra se olvida de esto, sepa que se vuelve perseguidor del evangelio. Pues, confúndase como traidor a su Dios, y mire que si en la tierra le llaman honrado, en el infierno le tienen por cativo y en el cielo por abatido y aleve. Si fuere comendador de algún Orden, confúndase del descuido que tiene de guardar al Señor su promesa de los votos que en su profesión hizo, no sufriendo él que nadie deje de cumplir lo que le promete sin notable venganza. El criado se confunda en la solicitud de medrar y privar con su señor, considerando que, si alguna hubiera puesto en el servicio del soberano Señor, ya estuviera medrado, porque sólo el servir a Dios es reinar. Mire el juez con el rigor que quiere sea ejecutada su sentencia, y confúndase en cuán poco teme el rigor de la justicia divina como está escrito: iudicium durissimum his qui praesunt fiet, es a saber: juicio durísimo se hará a los que presiden. El abogado se confunda de verse defensor de causas ajenas, dando tan mal recaudo en las propias de su conciencia. Mire en cuántos puntos le gana el demonio, y conozca la necesidad que tiene de abogados, y no se levante siéndolo de los otros, mas confúndase acordándose de esto. Si fuere médico, mire, cuando está enfermo, cómo quiere ser curado, y tras esto lo que él hace con los enfermos, que siempre hallara en que se confundir. Y cuando otra cosa no sea, entre bien en sí y mire sus llagas y confúndase del nombre de médico, pues sabe más de enfermar que de sanar. Los mercaderes miren la solicitud que tienen de comprar barato y vender caro, y confúndanse en su ignorancia, que dejan de comprar el reino del cielo que se vende sin precio y graciosamente, y vanse a comprar el infierno que se compra caro y se posee con dolor. Viniendo ahora a los oficiales de la república, confúndase el sastre en el cuidado de dar buen talle a la vestidura que corta, acordándose cuán mal talle ha dado a la vestidura de inocencia que se le dio en el bautismo. Y confúndase el zapatero que, aun en la suela dura del zapato entra con su aguja, no entrando en él las santas inspiraciones.

     Pues ¿qué diré del estado de las mujeres y de la confusión que en estos tiempos miserables pueden tener? Confúndanse las doncellas de las veces que han determinado tomar esposo, que, no obstante que sea lícito el casarse, serlo ha también el confundirse. Pues, si grande fuera el amor de Cristo, inclináranse mas a mayor perfección. Confúndanse las casadas en lo que gastan en aderezos de su persona. Miren cuán al revés se visten de la librea de Cristo. Cuando se ponen cadenas de oro, confúndanse, pues las del Redentor eran de hierro y llevadas por ignominia. Contemplen sus manos atadas y confúndanse con sus manillas. Considérenle vestido de blanco por afrenta, y confúndanse de vestirse de blanco por gala, y el marido que lo sufre no menos se confunda, pues pagan mal al Señor los vituperios de su pasión. Consideren, pues, las obras de sus manos y quitarán los anillos de ellas y hallarán que no merecen ser honradas, saliendo tales obras de ellas. La viuda que desordenadamente siente la muerte del marido confúndase, pues, quitándole Dios todos los impedimentos para que más le ame y para que ponga en él el amor que tenía repartido en el marido, no conociendo este beneficio del Señor, se queja y agravia, cuasi mostrando hallarse mejor con la criatura que con el Criador, con mayor razón se quejará Dios de ella, pues aun su viudez llora por otra compañía, no mostrando contentarse con el trueque. Por lo cual se deben confundir, oyendo quejarse al Señor por Jeremías diciendo: me dereliquerunt fontem aque vivae, et foderunt sibi cisternas dissipatas, quae continere non valent equas. Y mucho más se deben de confundir por lo que dice en el mismo capítulo, porque espantándose

el Señor de cómo le dejan dice: quid invenerunt in me iniquitatis quia elongaverunt se a me? Que quiere decir: ¿qué iniquidad hallan en mí para haber de apartarse y, para dejarme, que soy fuente de agua viva? Dejo ahora de tratar de la confusión de todos los estados, así por la brevedad, como por tener por cierto que, si cada uno hace diligencia en el suyo, hallará materia de confusión.

[Consideración de sí mismo]

     Entrando ya más en lo vivo de ella, diremos ahora como nos confundiremos en nosotros mismos. Tratando primero de las potencias. Comenzarás, alma humilde, de confundirte en tu memoria, acordándote que esta maravillosa potencia fue dada por el Criador para que con ella continua y dulcemente te acordases de, y tú has guardado en ella tan viles cosas y tiénesla tan ocupada en ellas, que apenas te acuerdas de quien te la dio. Por donde el que menos se sirve de ella es el mismo que la dio. Pues, confúndete de ver que la tienes usurpada a su verdadero Señor, y de cuantos avisos se da a la falta de tu memoria, porque no sólo la Iglesia te pone cada año la ceniza, acordándote quién eres y en qué te has de volver, mas aún hallarás que la Escritura está hecha un libro de memoria para despertar tu olvido. Porque, por una parte, te dice: memorare novissima tua, acordándote el fin de tu vida, y en otra te acuerda el fin que el Señor dio a la suya por ti, diciendo: recordare paupertatis meae et transgressionis meae, absynthii et fellis. Esto es: acuérdate de mi pobreza y de mi tránsito amargo. De manera que con razón llorarás considerando en qué la tienes empleada y en qué la has dejado de emplear. Y ayúdete para esto lo que sentía el Profeta cuando decía que su ánima no se quería consolar, y como se acordase de Dios, luego se deleitó. Confúndete ahora, cómo te deleitabas olvidándote de Dios.

     Y pasa al entendimiento, y hallarle has puesto en cosas vanas, inútiles y transitorias, y él te dirá cómo entiende que el ánima fue criada para entender al sumo bien. Y tras saber esto, entiende en muchedumbre de males. Y tornándole con el hurto en las manos, llorarás lo que entiendes de esta potencia, con toda la confusión que pudieres.

Pues ¿qué diremos de la voluntad, sino que, habiendo con ella de amar a Dios sobre todas las cosas, la has puesto en cosas tan bajas y tan hediondas que es vergüenza pensarlas, cuanto más decirlas? ¿Qué diré de ti, ciega voluntad, pues por la sensualidad dejaste la eternidad? Podrías estar por el dulce amor de Dios en el coro de los serafines, y paraste por el negro amor del mundo en el profundo del infierno. Con razón te debes confundir, ánima devota, mirando tus tres potencias, y viéndolas tan borradas de la imagen de Dios, dirás con dolor, reprendiéndolas: Ecce Adam quasi unus ex nobis factus est. ¡Oh potencias del hijo de Adán!, vosotras sois las que fuistes Criadas a imagen de Dios, decidme: ¿qué ha sido de vosotras, que no hay quien os conozca? Oh, memoria, dime: ¿quien te hizo olvidar a tu Dios? ¡Oh, entendimiento ¿quién te cegó? ¡Oh, voluntad ¿quién te engañó? Oh, cuán bien pueden decir de ti, alma miserable, facti sunt principes eius sicut arietes non invententes pascua. Por cuanto tus potencias, no hallando el pasto del Criador, se derramaron a comer manjares atosicados, y vinieron a desfallecer como los carneros cuando les falta el pasto. Por lo cual en tu propio conocimiento has de estar flaco, confundido de verte sin el manjar para el cual fuiste criado.

     Siguiendo la misma confusión, pasaremos a los sentidos y casos exteriores porque de todos te aproveches. Y considerando primero tus ojos, hallarás que te los dio el Señor para que, mirando la hermosura de sus criaturas, en todas le amases y con dulces alabanzas le hicieses gracias. El pago que haces a este beneficio recibido, es destruir lo que ves, quemándolo con tu ira y codiciándolo con tu avaricia. De manera que, habiendo de ser tus ojos delante de Dios como los de la esclava que mira a las manos de su señora, se han vuelto ojos de basilisco, que matan lo que alcanzan a ver. Razón tienes con esto de confundirte, pues la lumbre que te dieron vuelves en tinieblas. Otro abuso hallarás en los oídos, cuando los cierras a las inspiraciones y los abres a las murmuraciones. Lo mismo en la lengua, cuando, dejando de bendecir al que bendicen los ángeles, maldices a los hombres, criados para ser ángeles. En el cuidado que traes de no sufrir malos olores te puedes confundir cuando caes en el pecado, pues, siendo más hediondo, no lo sientes. En el tacto es lo mismo, cuando te parece áspero lo que has de pasar por Dios y pasándolo por el mundo lo hallas blando. Llora, pues, la destrucción de tus sentidos, y cada vez que de ellos te acordares sírvante de memoriales para mover tus lágrimas en humildad confundida.

     Y si por tu dureza aun esto no basta, mira tu cabeza, y como la veas sin espinas confúndete. Y asimismo viendo tus barbas y cabellos sin remesones, y tus manos y pies sin clavos, y, finalmente, mira que, no moviéndose ninguno de tus miembros sin la virtud de Dios que los mueve, hallarás que tus pies se han movido con diligencia persiguiendo a Cristo, con tus manos y obras le has herido y con tu lengua le has lastimado. Pues, síguese que para tu confusión no has menester sino mirarte, que cuasi no hallarás cosa en ti que no te confunda en cuantas alcances a entender, si bien lo quisieres escudriñar. Y de las que no entiendes ¿qué mayor confusión quieres sino el no conocerte? Pregunta a tu ánima qué cosa es o qué cosa tiene Y cómo está unida con el cuerpo y desto te confundirás, no sabiendo quién eres ni cómo eres ni cómo dejas de ser. Pues si en tu casa sabes tan poco ¿qué harás en las ajenas? De manera que en lo que tú ves y en lo que dejas de ver puedes quedar confundido.

[Las buenas obras]

     En esta materia podría ser preguntado de una cosa a la cual conviene satisfacer, y es que no en todo lo que vemos nos debemos confundir, sino en las malas obras, porque las buenas no son dignas de confusión. A esto responderé que no menos se debe la dicha confusión en las buenas obras, porque, si bien conocemos en nosotros la falta para el bien obrar y la indignación para el mal, por la corrupción de la naturaleza, hallaremos ser mayor maravilla nacer de nosotros una buena obra, que salir del rosal una rosa. Porque del rosal es cosa natural y del pecador ha de ser sobrenatural por sola gracia del Señor, sin la cual ninguna obra puede ser agradable a Dios. Pues el hombre que se maravilla de la rosa que nace de las espinas y zarzas del rosal más se debe maravillar que de su flaqueza nazca la buena obra. Y como de cosa de mayor admiración se debe más de confundir viendo lo que Dios obra en tierra tan llena de espinas, que no merecía sino estar cubierta de sal por las traiciones que de ella han salido. Por donde, si confundidos quedamos en nuestras malas obras, no menos humillados habemos de quedar en las buenas. Pues, si las hicimos, el Señor las movió y acabó en nosotros y aun no de la primera vez ni aun quizá de la tercera, lo que es más digno de confusión. Pues él criado que luego no obedece, antes es castigado que no privado.

 

PROSIGUE LA TERCERA PARTE, CÓMO QUEDAREMOS CONFUNDIDOS CUANDO CONTEMPLAMOS LO QUE ESTÁ EN EL CIELO

     No sé con qué palabras trate las cosas celestiales, faltándome en las terrenales para decir la confusión que en ellas se halla. Porque, cierto, en sola la consideración de los movimientos de las estrellas hallaremos tanta orden, que basta para confundir nuestros movimientos desordenados. Pues ¿qué diré de las planetas, en las cuales se ve que ninguna deja de dar y de recibir sus influencias, y sólo el hombre deja de recibir y de dar las que el Señor le envía? Vemos también que todo el cielo con sus estrellas se visten de la claridad del sol; sólo el hombre se deja de vestir de la claridad del sol de justicia. Y así se dice que quiso más las tinieblas que la luz. Pues, si venimos a los ángeles, qué confusión debemos a su pureza, y qué corrimiento ala poca cuenta en sus consejos, siendo tan sabios y necesarios, y dichos con tanta caridad. Sin duda faltan palabras para encarecer nuestra confusión, cotejando el continuo y grande amor de los serafines con las tibiezas humanas. Y así también la excelencia del entendimiento de los querubines con nuestra ceguedad y falta de conocimiento. Mas si, por ventura, por ser estos espíritus muy altos parece que no es mucho que el polvo y la ceniza deje de cotejarse con ellos, pasemos adelante a los santos que tuvieron carne y sangre, y en sus grandes hazañas no parecía que recibían impedimento de la frágil naturaleza. Confúndete, pues, hombre terrenal, del hombre celestial. Y mirando tu inconstancia, confúndete con la naturaleza de los mártires, y considerando tu delicadez, humíllate con la penitencia y autoridad de los confesores. Y contemplando la limpieza de las vírgenes, ten vergüenza de tus flaquezas, y mucho más acordándote de la Virgen y Madre de Dios. Y, especialmente, confúndete mirando lo que le debes por haber criado a su bendito Hijo para ofrecerle en la cruz por tus pecados. Mira con cuánta ingratitud respondes a este gran beneficio, y de vergüenza apenas osarás pedirle misericordia.

     Finalmente, confúndete con toda profundidad de confusión con todo tu corazón y fuerzas considerando a Cristo nuestro Redentor, y mira que no teniendo otro amparo ni remedio sino a Él, le tienes tan mal tratado, que puedes decir con el salmo: proiectus sum a facie oculorum tuorum, que quiere decir: echado estoy del acatamiento de tus ojos. Porque las llagas de sus pies tus perezas las hicieron, y su costado tu inobediencia le abrió, sus manos tus obras las enclavaron, y la amargura de la hiel tu lengua se la causó y, al fin, tu soberbia le coronó de espinas. Pues, mira bien, que no verás cosa en Él que no te confunda, y con razón pues está escrito en el salmo: confundantur superbi qui iniuste iniquitatem fecerunt in me. Es a saber, confúndanse los soberbios que injustamente obraron maldad en mí.

     Pues ¿qué diré de la confusión que has de tener delante el consistorio de la santísima Trinidad? ¿Si delante el demonio hallabas causas para confundirte, qué tales las hallarás delante el divino acatamiento? ¿Cómo osarás mirar, pecador, al eterno Padre, pues habiendo enviado su unigénito Hijo para cobrar la heredad que le tenías destruida, en lugar de ponerle sobre tu cabeza, le pusiste sobre la cruz? ¿Qué cuenta darás de la heredad que te encomendé? ¿Qué razón darás de los bienes espirituales y temporales que puso en tu ánima? Tras esto ¿qué dirás a su Hijo eterno, siendo Él mismo el que lo padeció? Cierto, con gran razón puede confundir a los hombres, diciendo: «Confúndanse los hombres, que yo, Dios y Hombre, abajé del cielo a la tierra y dejé mi tierra propia para salvar al hombre, y tú, hombre, no quieres dejar la tuya propia, que es el pecado, por servirme. Confúndete, que primero te amé yo a ti que tú a mí. Confúndete, que primero te serví yo a ti que tú a mí. ¡Oh, confusión grande para el hombre, que me ve atado a la columna con las reliquias de los azotes y con las heridas de amor, y tú no te desatas de la columna del pecado por las reliquias del amor que has dado al demonio, que delante de mí te acusa! ¡Oh, qué azotes lleva el ánima pecadora que está atada a la columna que es el demonio, y él con la cola de la serpiente la azota! Confúndete, hombre que te he dado una columna para que con ella te abraces, que son mis entrañas, y tú las menosprecias y buscas las que delante de mí te condenan. ¡Oh, hombre, cómo no te confundes y tiemblas delante los animales que a mí alaban, y delante las hierbas de los campos que a mí obedecen, y para los hombres las doy por ejemplo! Tú, hombre, no te confundes y debajo de la tierra no te entras que, como perro herido de rabia que a su amo se vuelve, así tú, con la furia del pecado me desobedeces. Confúndete, hombre, que por ti fui hecho cordero manso, y tú por mí no dejas de ser león que a mí por el pecado me muerdes y con la codicia me azotas y yo, por la que tengo de tu alma, te abrazo. Confúndete, que con la soberbia me coronas y yo con la humildad te pongo mitra de piedras preciosas. Miren y conozcan los hombres que yo bienes les he dado para los pobres, y ellos en las cajas de la avaricia los encierran. Mira que a mí en la cárcel me encierran y yo con mi caridad los saco de la cárcel del infierno. Confúndete, hombre ingrato, que no dejas cada día de levantarme en la cruz, y yo con mi amor no dejo de encaminarte por el camino del amor que como padre no puedo negarte. Confúndete, hombre, que los ángeles te miran y los demonios contigo con pelota juegan y delante de mí te acusan. Confúndete, y de mi juicio tiembla, mira qué confusión tan amarga se te espera si aquí en esta vida no te confundes, y en ella no lloras tus pecados. ¡Oh, qué confusión tan grande ha de tener el hombre de verme a mí, su Dios y Señor, y que, como cazador, de continuo le voy detrás por no perderle, que tanto me cuesta, que por él he puesto la vida! Y tú como de serpiente venenosa vas buscando cómo huirme. ¿No temes a mí ni al cruel juicio que esperas? Confúndete y no tardes, que no sabes el día ni la hora. Pues, al Espíritu Santo ¿con qué rostro le hablarás, habiéndole cerrado tantas veces la puerta de tu casa y aun, lo que peor es, habiéndole otras veces echado de ella por hospedar al demonio?

     Confundíos hombres miserables, por haber sido criados ut sitis filii Patris vestri qui in caelis est. Es a saber, para que seais hijos de vuestro Padre celestial. Y mirad las obras de vuestro Padre en vosotros y las vuestras en Él, que con esto nunca saldrá de vosotros la santa confusión. Porque, si bien lo miráis, hallaréis en vuestro eterno Padre infinita mansedumbre y misericordia para perdonar vuestros yertos, y por vuestra parte una gran malicia, no sólo en vengar las injurias que recibís, mas en hacerlas de nuevo a los que no las merecen. Hallaréis también en el sumo bien que con su inmensa bondad da el ser cada momento, aun a sus enemigos, y veréis en vosotros que aun los amigos le quitáis, en cuanto podéis. Veréis en la eterna sabiduría una admirable providencia para gobernar y sustentar el universo, y hallaréis en vosotros una sobrada solicitud para destruirlo todo, sólo que quedéis por señores universales. Tanto, que os reprende el mismo Dios por el profeta Isaías diciendo: numquid habitabitis vos soli in terra? esto quiere decir: ¿por ventura habitaréis vosotros solos en la tierra?

CONCLUSIÓN DE LA OBRA

     El tiempo me falta y no la materia; baste esto para el sabio lector, que de estas y de semejantes consideraciones podrá sacar el fruto de la confusión con la continuación del ejercicio, en el cual se debe ejercitar con todas sus fuerzas, teniendo por cierto que la mayor fuerza que tenemos está en el conocimiento de nuestra flaqueza y miseria. Los que sobre este fundamento edificaren pueden subir el edificio, que a los otros no les sería seguro, por cuanto pasarían peligro que, cuando más alta estuviese la obra, de caérseles encima. Porque, no obstante que son buenos los gustos en la oración y nos mueven para llegarnos a las virtudes, si con los algodones de la humildad no se guardan, suelen volverse en gustos falsos y engañosos. Así también son muy excelentes los buenos deseos, y si pensamos que proceden de nosotros sin atribuirlos al Señor, de cuya mano se reciben por su sola bondad, engañados viviríamos, y sobre tan falso fundamento nada se podría fundar. De manera que, el que desea que sus obras vayan fundadas con perfección, comiéncelas todas por la confusión, y consérvese en ella en todo lo que hace; tómela por compañera, y mientras no la dejare no le dejará nuestro Señor Dios. Porque no suele menospreciar el corazón contrito y humillado, antes está escrito que con los humildes es su conversación. Ésta es la vestidura de las bodas, de las cuales nadie que de ella estuviere vestido será lanzado. Ésta es la librea de los hijos de Dios, de ésta se han de vestir todos los que le quieren seguir. Pues su sacratísima Humanidad se vistió tanto de ella, que decía: tota die verecundia mea contra me est, et confusio faciei meae cooperuit me, que quiere decir: cada día estaba delante de mí mi ignominia, y la confusión de mi rostro me cubría. Y no harás mucho, pecador, de cubrir tu cara de tu propia confusión, pues es tan grande, que llega al rostro que es espejo de los ángeles y gloria de los santos. Y si no estás vestido de su librea ¿cómo osarás parecer delante su acatamiento, siendo escrito en el salmo: induantur qui detrahunt mihi pudore, et operiantur sicut diploide confusione sua?, que quiere decir: sean vestidos de vergüenza los que de mí murmuran, y sean cubiertos de confusión como con vestidura doblada. Y mira que nuestro Señor te dice: ¿sobre quién reposará mi espíritu sino sobre el humilde y menospreciado y el temeroso de mis palabras? Pues, si al justo viste el Señor de esta vestidura, ¿cómo piensa el pecador vivir sin ella? Cuanto más que, no sólo los justos en la tierra, sino los santos en el cielo están vestidos de esta santa humildad, como se ve en aquellas palabras que dirán el día del juicio, preguntando al Señor que cuándo le vieron tener hambre y le dieron de comer,» cuasi espantados que por obras tan pequeñas se les diese tanto premio; y así quiere sentir san Agustín que dirán: Domine, cur tantam et talem gloriam nobis praeparasti? Tunc et ipse eis respondebit: pro continentia et humilitate; que quiere decir: Señor, ¿por qué nos aparejaste tal y tan grande gloria? Entonces les responderá: por vuestra modestia y humildad; por donde si esta humildad es la que nos lleva allá, justo es no la dejemos acá, sino que abrazados con ella, caminemos por el mar de esta triste vida, hasta que lleguemos a la eterna, a la cual nos lleve la misericordia del Señor. Amen.