Tercera palabra. Como hemos de inclinar nuestras orejas y
de
las malas revelaciones del demonio
Es
tanta la alteza de las cosas de Dios y tan baja nuestra razón, y fácil de ser
engañada, que para seguridad y salvación nuestra, ordenó Dios salvarnos por
fe, y no por nuestro saber. Lo cual no hizo sin muy justa causa, porque, pues el
mundo, como dice San Pablo, no conoció a Dios en sabiduría,
antes desatinaron los hombres en diversos errores, atribuyendo la gloria de Dios
al sol y luna y otras criaturas. Y otros ya que conocieron a Dios por rastro de
las criaturas, tomaron tanta soberbia de su rastrear y conocer
cosa tan alta, que les fue quitada esta luz por su soberbia, que el Señor por
su bondad les había dado; y así cayeron en tinieblas de idolatría y de
muchedumbre de otros pecados, como habían caído los que no conocieron a Dios,
por lo cual así como los ángeles malos, después que pecaron, no consitió
Dios, como quien queda escarmentado, que hobiese en el cielo criatura que
pudiese pecar, así viendo cuán mal las se aprovecharon los hombres de su
razón, no quiso dejar en manos de ella el conocimiento de él y salvación de
ellos, mas antes, como dice San Pablo, quiso que por la predicación de lo que
la razón no alcanza, hacer salvos no a los escudriñadores, mas a los sencillos
creyentes, por lo cual después de habernos el Espíritu Santo amonestado las
dos ya dichas palabras, oye y ve, luego nos amonesta la tercera que
dice: Inclina tu oreja.
A) Positivamente
1.
A la palabra de Dios: «toda la Sagrada Escritura»
En
la cual nos da a entender que debemos profundamente sujetar nuestra razón, y no
estar yertos en ella, si queremos que el oír y ver no nos sea ocasión
de perdición. Porque es cierto que muchos han oído palabras de Dios, y han
tenido claros entendimientos de cosas sutiles y altas, y porque se arrimaron
más a la vista que a inclinar la oreja, tornóseles la luz en ceguedad
y tropezaron en luz de mediodía como si fuera tinieblas. Por eso, ánima, que
no queréis errar en el camino del cielo, inclinad vuestra oreja, quiero
decir, vuestra razón, y no tengáis temor de ser engañada. Inclinada a la
palabra de Dios, que está dicha en toda la sagrada Escriptura, y, si no la
entendiérdes, y os pareciere que va contra vuestra razón, no penséis que
erró el Espíritu Santo que la dijo; mas sujetadle vuestro entendimiento, y
creed que por la grandeza de ella vos no la podéis alcanzar. Y mirad que manda
Dios por el profeta Esaías que nuestro recurso sea a su santa Escriptura; y que
a los que no hallaren según ella, no les nacerá la luz de la mañana. Porque
aunque en otras cosas puedan ser sabios sin tener ciencia de ella, mas tener
conocimiento de Dios y de lo que cumple a nuestra salud, no se alcanza sino por
sabiduría de la palabra de Dios.
Y
habéis de mirar que la exposición de esta Escriptura no ha de ser por seso o
ingenio de cada cual, que de esta manera qué cosa habría más incierta que
ella, pues comúnmente suele haber tantos sentidos cuantas cabezas, mas ha de
ser por la determinación de la Iglesia católica, a interpretación de los
santos de ella, en los cuales habló el mismo Espíritu Santo, declarando la
Escriptura que habló en los mismos que la escribieron. Porque de otra manera,
¿cómo se puede bien declarar con espíritu humano lo que habló el Espíritu
divino? Pues que cada Escriptura se ha de leer y declarar con el mismo espíritu
con que fue hecha. Y aunque a toda la Escriptura de Dios hayáis de inclinar
vuestra oreja con muy gran reverencia, mas inclinalda con muy mayor y particular
devoción y humildad a las benditas palabras del Verbo de Dios hecho carne,
abriendo vuestras orejas del cuerpo y del ánima a cualquier palabra de este
Señor, particularmente dado a nosotros por maestro, por voz del eterno Padre
que dijo: Este es mi amado Hijo en el cual me he aplacido, a él oíd. Sed
estudiosa de leer y oír con atención y deseo de aprovechar estas palabras de
Jesucristo. E sin duda hallaréis en ellas una excelente eficacia que obre en
vuestra ánima, la cual no la hallaréis en todas, las otras que desde el
principio del mundo Dios ha hablado ni ha de hablar hasta el fin de él.
2.
A la enseñanza de la Iglesia católica, cuya cabeza es el Papa
Ítem,
inclinad vuestra oreja a la determinación y enseñanza de la Iglesia católica,
cuya cabeza en la tierra es el Pontífice romano. Y tened por cierto, como San
Hierónimo dice, que cualquiera persona que fuera de esta obediencia y creencia
comiere el cordero de Dios, profano es. Y quienquiera que fuere hallado fuera de
esta Iglesia, necesariamente ha de perecer, como los que no entraron en el arca
de Noé fueron ahogados en el diluvio. Y contra esta Iglesia no os mueva
revelación ni sentimiento de espíritu, ni otra cosa mayor o menor, aunque
viniese ángel del cielo a lo decir, porque como dice San Pablo, esta
Iglesia es columna y firmamento de la verdad, y mora en ella el
Espíritu Santo, que ni engaña ni puede ser engañado.
Por
tanto nos os muevan doctrinas de herejes pasados, o presentes, o por venir, los
cuales desamparados de las manos de Dios, en pena de su soberbia, siguen luz
falsa, creyendo que es verdadera, y, perdiéndose ellos, son causa de perdición
de cuantos los siguen. Mirad en lo que han parado los que se apartaron de la
creencia de esta Iglesia católica y cómo fueron semejables a un ruido de
viento que presto se pasa y presto se olvida; y cómo la firmeza de nuestra fe
ha quedado por vencedora, y aunque combatida, nunca vencida, por estar
firmada sobre firme piedra, contra la cual ni lluvias, ni vientos, ni
ríos, ni las puertas del infierno pueden prevalecer. Cerrad vuestras
orejas a toda la dotrina ajena de la Iglesia y según la creencia usada y
guardada de tanta muchedumbre de años, pues sabéis de cierto que en ella han
sido salvados y santos grandísima muchedumbre de gente. Porque no veo cosa de
mayor locura que dejar un camino, del cual está cierto que los que por él han
caminado han sido sabios, y han agradado a Dios, y han ido al cielo, por seguir
a unos menores que éstos sin comparación en todas estas cosas, y solamente
mayores en la soberbia y desvergüenza de querer ser más creídos, sin prueba
ninguna, que la muchedumbre de los pasados, que tuvieron divinal sabiduría, y
excelentísima vida, y muchedumbre de grandes milagros. Esperad un poco y
veréis el fin de los malos, y como los vomitará Dios con extrema
deshonra, declarando el error de ellos, como lo hizo de los pasados y pues esto
es así, para que estéis segura de estos engaños, tomad el consejo de esta
dicha palabra: Inclina tu oreja, y sabed que, aunque es grande la
obediencia que Dios nos pide en nuestra voluntad, pues quiere que ninguna cosa
amemos sino a Él, o por Él, mas muy mayor sin comparación es la que nos
demanda en nuestro entender mandándonos que, hollada nuestra razón, nos
sujetemos a creencia de lo que ella no alcanza. Y esto, para que merezcamos ver
claramente a Dios en el cielo como Él es, pues le creímos en sus palabras a la
Iglesia, aunque nuestra razón no le alcanzase acá en el suelo, y para esta
firme y bienaventurada creencia no hay cosa que tan contraria sea como tener
entendimiento escudriñador, inquieto, dado a argumentos y razones, y ajeno de
simplicidad y humildad, y que quiere tantear las inefables cosas de Dios y de su
camino con la poquedad de su rastrear. Y acaece a éstos lo que a los que miran
de hito al sol en su luz, los cuales no sólo no ven más que antes, mas menos.
Tornáseles la luz tinieblas, no en ella, mas en los ojos de ellos, por ser tan
flacos para mirar tan excesiva copia de luz, lo cual dice así la Escriptura: El
escudriñador de la Majestad será oprimido con la gloria, como si dijese:
«El que no se sujeta a creer las cosas de Dios, mas quiere por escudriño
entenderlas, será derribado como con peso incomportable, con la altísima
gloria que quiere decir claridad que tienen las cosas de Dios que él
escudriña; y será rechazado su entendimiento, y cegado, por el sumo exceso que
hay de él a la alteza de las cosas de Dios. Y así, en lugar de la luz que
buscaba, saca tinieblas, y en lugar de ir satisfecho y con sosiego del ánima,
saca inquietud, porque no se queriendo llegar a Dios con sencilleza y humildad
de niño, no se le comunica el Espíritu Santo, que a solos los humildes se
da. Y sin él por fuerza ha de quedar el ánima fría, inquieta, llena de
dudas, y en hambre continua, diciendo después que muchos trabajos aquella voz
de filósofos cansados de su curiosidad y vacío de contentamiento: «Esto sólo
sabemos, que ninguna cosa sabemos».
Quien quisiere, pues, nadar sin ser ahogado en el abismo de las cosas de Dios, no ha menester dos ojos y dos orejas, mas uno. Acordaos como lo dice el esposo a la esposa en los Cantares: Heriste mi corazón, hermana mía, esposa, en uno de tus ojos, y mirad también que en la palabra que estamos declarando no dice el Espíritu Santo: Inclina tus orejas, sino: Inclina tu oreja, porque no con ojo de nuestra razón, mas con ojo de fe herimos de amor al corazón de Jesucristo nuestro Señor. Y no nos pide la oreja que escudriña y tantea lo que le dicen, mas la que cree con sinceridad; porque la otra no es oreja de quien quiere aprender, mas de quien se tiene por sabio aún para con Dios, no queriendo creer de Él sino lo que alcanza su ciega razón. Y aunque parece que esta oreja oye, no se inclina, pues no quiere creer lo que no entiende. Y así quédase pobre, porque, faltando la fe, ningún bien le puede dar, mas la que se inclina es enriquecida de Dios con darle su espíritu y otras innumerables mercedes que tras las humildad de fe suelen venir, con las cuales queda el ánima hermoseada en su corazón y en sus obras, a semejanza de Rebeca, hermosa doncella, a la cual le fue dado de parte de Isaac ajorcas para las manos y zarcillos para la oreja. Y, porque nos fuese más y más encomendada esta sencilla sujeción del entendimiento a las cosas de Dios, no se contentó el Espíritu Santo: Oye hija, que bien entendido quiere decir: Cree, mas añade la tercera palabra diciendo: Inclina tu oreja; para que sepan los hombres que, pues Dios no habla palabras ociosas, en decir tantas veces una misma cosa por diversas palabras, nos quiere muy de verdad encomendar este sencillo y humilde creer y decir que consiste en ello nuestra salud.
B)
Negativamente
1.
Malas revelaciones del demonio
No
es razón que pase aquí sin avisaros de un peligro que a los que caminan el
camino de Dios acaece, y a muchos ha derribado. El principal remedio del cual,
consiste en el aviso que el Espíritu Santo nos dio, mediante aquesta palabra
que dice: Inclina tu oreja. Y este peligro es ofrecerse a alguna
persona devota revelaciones o visiones, o otros sentimientos espirituales; los
cuales muchas veces, permitiéndolo Dios, trae el demonio para dos cosas: una,
para, con aquellos engaños, quitar el crédito de las verdaderas revelaciones
de Dios, como también ha procurado falsos milagros para quitar el crédito de
los verdaderos; otra, para engañar a la tal persona debajo de especie de bien,
ya que por otra parte no pueda. Muchos de los cuales leemos en los tiempos
pasados, y muchos hemos visto en los presentes, los cuales deben poner
escarmiento y dar aviso a cualquiera persona deseosa de su salud, a no ser
fácil en creer estas cosas, pues los mismos que tanto crédito primero les
daban, dejaron y avisaron, después de haber sido libres de aquellos engaños,
que se guardasen los otros de caer en ellos.
a)
ENGAÑOS PASADOS
Gersón
cuenta haber acaecido en su tiempo muchos engaños de aquesto. Y dice haber
sabido de muchos que decían y tenían por muy cierto haberles revelado Dios que
habían de ser papas, y alguno de ellos lo escribió así, y por conjeturas y
otras pruebas afirmaban ser verdad. Y otro, teniendo el mismo crédito que
había de ser papa, después se le asentó en el corazón que había de ser
anticristo, o a lo menos mensajero, y después fue gravemente tentando de
matarse él mismo, por no traer tanto daño al pueblo cristiano, hasta que por
la misericordia de Dios fue sacado de todos estos engaños, y los dejó,
enseñándolo para cautela y enseñanza de todos.
b)
ENGAÑOS DE ESTOS TIEMPOS
No
han faltado en nuestros tiempos personas que han tenido por cierto que ellos
habían de reformar la Iglesia cristiana, y traerla a la perfección que en su
principio tuvo, o a otra mayor. Y el haberse muerto sin hacerlo, ha sido
suficiente prueba de su engañado corazón, y que les fuera mejor haber
entendido en su propria reformación que con la gracia de Dios les fuera ligera,
que, olvidando sus proprias conciencias, poner los ojos de su vanidad en cosa
que Dios no la quería hacer por medio de ellos.
Otros
han querido buscar sendas nuevas, que les parecía muy breve atajo para llegar
presto a Dios. Parecíales que, dándose una vez perfectamente a Él, y
dejándose en sus manos, eran tanto amados de Dios, y regidos por el Espíritu
Santo, que todo lo que a su corazón venía no era otra cosa sino lumbre e
instinto de Dios. Y llegó a tanto este engaño que, si aqueste movimiento
interior no les venía, no habían de moverse a hacer obra, por buena que fuese.
Y si les movía el corazón a hacer alguna obra, la habían de hacer, aunque
fuese contra el mandamiento de Dios, creyendo que aquella gana que en su
corazón sentían era instinto y libertad del Espíritu Santo que los libertaba
de toda obligación de mandamiento de Dios, al cual decían que amaban tan de
verdad que, aún quebrantando sus mandamientos, no perdían su amor. Y no
miraban que predicó el Hijo de Dios, por su boca lo contrario de esto,
diciendo: Si alguno me ama guardará mi palabra. Y el que tiene mis
mandamientos y los guarda, aquel es el que ama, dando claramente a
entender, que quien no guarda sus palabras, no tiene su amor ni amistad, porque,
como dice San Augustín: «No puede uno amar al rey, cuyo mandamiento
aborrece.»
Y
lo que el Apóstol dice, que al justo no le es impuesta ley y que, donde
está el Espíritu del Señor, allí hay libertad, no se ha de entender que
el Espíritu Santo haga a ninguno, por justo que sea, libertado de la guarda de
los mandamientos de Dios, mas antes, cuanto más se les comunica, más amor les
pone, y, creciendo el amor, crece el cuidado y gana de guardar más y más las
palabras de Dios, más amado: Si no que, como este Espíritu sea eficacísimo y
haga el hombre verdadero y ferviente amador, pónele tal disposición en el
ánimo que no le es pesada la guarda de los mandamientos de Dios, antes muy
fácil, y tan sabrosa que diga David: Cuán dulces son para mi garganta tus
palabras, más que la miel para mi boca. Porque, como este Espíritu ponga
perfectísima conformidad en la voluntad del hombre con la voluntad de Dios,
haciéndole que sea un espíritu con él que quiere decir, tener un
querer y no querer, necesariamente ha de ser al hombre sabrosa la guarda de la
voluntad de Dios, tanto que si la misma ley de Dios se perdiese, se hallaría
escripta por el Espíritu Santo en la voluntad del tal hombre, pues está
conforme con la voluntad de Dios, que hizo la ley.
Y
como sea fácil y dulce uno obrar lo que ama, de ahí es que quien aqueste
Espíritu de Dios, que hace libre tiene en abundancia, obra tan sin pesadumbre y
sin captiverio que, aunque no hobiese infierno que amenazase ni paraíso que
convidase, ni mandamiento que constriñese, obraría por sólo el amor de la
voluntad de Dios lo que obra; y todo lo que sufriese le sería agradable; como
un amoroso hijo reverencia y ama a su padre, y cumple sus palabras, por sólo el
amor libre que del filial parentesco se causa en su corazón, sin mirar a otra.
Pues como el Espíritu de Dios obró en el corazón del hombre para con Dios lo
que la generación humana en el corazón del hijo para con su padre, hácele
obrar por puro amor, sin que ninguna cosa le sea carga. Y tras este perfeto amor
viene perfeto aborrecimiento de todo pecado, y viene la perfeta confianza, que
quita toda tristeza y temor. Y quitándole del corazón maldad y temor, quítale
toda pesadumbre y hácele libre de toda carga; sufre los trabajos no sólo con
paciencia, mas con alegría. Y porque ninguna cosa tiene sobre su cuello que se
le apegue, dícese no ser esclavo, mas libre, que obra por puro amor, y
no forzado por las promesas o amenazas de la ley. Y por eso dice que no le
es puesta ley; porque, aunque la guarda, no siente aquella pena con ella
que suelen sentir los que hallan su corazón contrario a la ley, los cuales
obran no por amor ni con delites, mas apremiados y compelidos con el temor de la
ley. De manera que, aunque al justo lo es puesta ley, y es obligado a guardarla,
se dice no le ser puesta por el espíritu que le da, y el amor que liberta, no
de la guarda de ella, mas de la carga de ella, que hace que no esté él debajo
de ella como caído y entristecido y atemorizado, mas encima de ella, sintiendo
su corazón tan lleno de amor que le hace obrar con deleite lo que ella manda
con majestad. No porque es mandado con imperio cargoso, sino porque obrada a
Dios entrañablemente amado. Por el cual aun haría hombre más de lo que la ley
manda, si menester fuese, ardiendo con mayor fuego que el que la misma ley pone.
Y así no está justo debajo de ley, haciéndosele de mal lo que ella manda, mas
está encima de ella, porque se deleita en el cumplimiento de ella. Y cuanto
tiene de amor, tanto tiene de libertad.
Y
así se ha de entender lo que dice el apóstol: Si sois llevados por el
espíritu, no estáis debajo de ley. Como si dijese. El espíritu hace que
no os tenga apremiados ni derribados la ley como con peso. Y por eso se dice
este espíritu hacer libres, porque quita la gana del pecar, y la pesadumbre de
la ley, y las tristezas y congojas que suelen dar los trabajos, y hace robustos
y fuertes contra el pecado, y amorosos para con la ley, y gozosos en los
trabajos, mas no quebrantadores de los mandamientos de Dios, antes en esto más
servidores, porque más amadores; y en quebrándose uno de los mandamientos de
Dios, este espíritu se va luego, según está escripto, que se aparta de
los pensamientos que son sin entendimiento, y será echado del ánima, por venir
a ella la maldad. No diga, pues, nadie quebrantando mandamiento de Dios,
que sea justo o libre con el amor de Dios; porque, como no hay participación
de luz en tinieblas así no la hay entre Dios y el que peca, según está
escripto, que es aborrecible a Dios el malo y su maldad.
c)
REGLAS PARA NO ENGAÑARSE
Heos
querido dar cuenta de este tan ciego error, como poniéndoos ejemplo por donde
saquéis otros muchos tan torpes y más que aqueste, en los cuales han caído en
tiempos pasados y presentes los que han querido dar crédito ligeramente a lo
que sentían en su corazón, creyendo ser todo de Dios, y porque vuestra ánima
no sea una de aquestas, notaréis las reglas siguientes, pidiendo a nuestro
Señor que él, mediante ellas, os libre de lazo tan peligroso.
1.
No desear revelaciones
Sea
la primera, que tengáis mucho aviso de no consentir poco ni mucho vivir en vos
el deseo de visiones o revelaciones, o cosas semejantes; porque es señal de
soberbia o curiosidad peligrosa. De lo cual San Augustín fue en algún tiempo
tentado, y suplicaba con mucha instancia a nuestro Señor no le dejase consentir
en ello; cuyas palabras son éstas: «¡Con cuántas artes de tentaciones
trabajó conmigo el demonio porque pidiese a ti, Señor, algún milagro!; más
ruégote, por amor de nuestro rey Jesucristo, y por nuestra ciudad Jerusalén,
la del cielo, que es casta y sencilla, que así como está lejos de mí el
consentimiento de aquesta tentación, así lo esté siempre más y más lejos.»
Y San Buenaventura dice que muchos han sido derribados en muchas locuras y
errores por el deseo de aquestas cosas, y dice que antes deben ser temidos que
deseados.
2.
No ensoberbecerse, si se tienen
Y
si, sin quererlas vos, os vinieren, no os alegréis vanamente, ni les deis luego
crédito, mas recorred luego a nuestro Señor suplicándole que no sea servido
de llevaros por este camino, pues hay otros muchos más dignos a quien puede su
Majestad tomar por instrumentos para estas cosas, y a vos que os deje obrar
vuestra salud en humildad, que es camino seguro. Especialmente habéis de mirar
aquesto cuanto la revelación o instinto interior os convidare a reprehender, o
avisar de alguna cosa secreta a tercera persona, cuanto más, si es sacerdote, o
perlado, o semejante persona; desechar muy de corazón estas cosas, y decir como
dijo Moisén: Suplícote Señor, envíes el que has de enviar. Y como
Jeremías decía: Mochacho soy, Señor, y no sé hablar, teniéndose
entrambos por insuficientes, y huyendo de ser enviados a corregir y avisar a los
otros.
Y
no temáis que por esta resistencia humilde se enojará o ausentará nuestro
Señor, antes se acercará más, y lo aclarará más, pues que quien da su
gracia a los humildes, no la quitará la que ya ha dado a los que lo son.
De San Ambrosio leemos que, apareciéndole ciertas noches la figura de San
Pablo, y de Gamaliel no dio crédito que aquello fuese de parte de Dios; mas
suplicóle muchas veces, que, si era alguna ilusión del demonio, él la hiciese
huir, y, si era cosa buena, él la aclarase. Mas, para que diese crédito a cosa
cierta, y no estuviese penado cada duda, y acrecentando él los ayunos y
oraciones, certificóle nuestro Señor que aquella visión no era engaño, mas
cosa de él. Y entonces se aseguró. De un padre del yermo leemos que,
apareciéndole uno en figura del crucifijo, no solo no lo quiso adorar ni creer,
mas cerrados los ojos, dijo: «No quiero ver en este mundo a Jesucristo, que
abástame que lo vea en el cielo». Con la cual repuesta huyó el demonio, que
con figura ajena quería engañar al ermitaño. Otro padre respondió a uno que
decía ser el ángel enviado a él de parte de Dios: «Yo no he menester ni soy
digno de mensajes de ángeles; por eso mira a quien te enviaron, que no es
posible que te enviaron a mí, ni te quiero oír». Y así con esta humilde
respuesta huyó el demonio soberbio.
Y
por esta vía de humildad, y de desechar de corazón estas cosas, han sido
muchas personas libres por la mano de Dios de muy grandes lazos que por esta
vía el demonio les tenía armados, probando en sí mismos lo que dice David: El
Señor guarda a los pequeñuelos, humilléme yo, y libróme Él. Y en otra
parte dice: Él me libró del lazo de los cazadores; y, por el
contrario, hallando la falsa revelación o instinto del demonio, algún
aplacimiento liviano en el corazón de quien le recibe, prende allí y toma
fuerzas para del todo engañar, permitiéndolo Dios no sin justo juicio. Porque,
como dice San Augustín, la soberbia merece ser engañada. Estad, pues,
tan limpio de aqueste aplacimiento, y de pensar que sois algo para aquestas
revelaciones, que se mude vuestro corazón del lugar humilde en que antes estaba
debajo del temor santo de Dios. Y así os habed en ellas como si no os hobieran
venido, esperando la voluntad y mandamiento del Señor en todas las cosas, el
cual aclare a lo que cerca de ellas habéis de tener y a que estéis libres del
deseo curioso de aquestas cosas.
3.
No darles crédito fácilmente
Resta
deciros en esto tres reglas cómo se conocerá ser un espíritu de revelación
bueno o malo. La cual cuestión no sabría decir si es más necesaria que
dificultosa de saber. Porque, si al Espíritu bueno de Dios tenemos por
espíritu malo del demonio, ¿qué blasfemia puede ser peor y en qué diferimos
de los miserables fariseos contraditores de la verdad de Dios, que atribuyen al
espíritu malo las obras que Jesucristo nuestro Redemptor hacía por el
Espíritu Santo? Y, si con facilidad de creencia aceptamos el instinto al
espíritu malo por cosa del Espíritu Santo, ¿qué mayor mal que de éstos, que
seguir las tinieblas por luz, y el engaño por verdad, y lo que peor es al
demonio por Dios? En entrambas partes hay peligro grande, o teniendo a Dios por
demonio o al demonio por Dios. Y cuán gran necesidad haya de saber distinguir y
estimar cada cosa de éstas en lo que ella es, ninguno hay, por ciego que sea,
que no lo vea. Mas cuán clara está la necesidad, tan ascondida y dificultosa
está la certificación y lumbre de aquesta duda. Y así como no es de todos
profetizar o hacer milagros, con otras semejantes gracias, sino de aquellos a
quien el Espíritu Santo por su voluntad las reparte, así como no es dado al
espíritu humano, por sabio que sea, juzgar con certidumbre y verdad la
diferencia de los espíritus, si no fuese alguna cosa muy clara contra la
Escriptura o Iglesia de Dios. Necesaria es en todo caso lumbre del Espíritu
Santo, que se llama discreción de espíritu, con la cual entrañable
inspiración y alumbramiento se hace huir todo error, y opinión y duda. Y juzga
el hombre, que este don tiene, cuál es el espíritu de verdad o de mentira, sin
error. Y si nuestro Señor os ha dado este don, excusado es daros otra
enseñanza más; sino, para alguna ayuda de aquesta cosa tan alta, miraréis los
siguientes avisos, sacados de las palabras de Dios, y de sus santos.
2. Avisos de discreción de espíritus aviso primero para conocer las
revelaciones
a)
CONFORMIDAD CON LA SAGRADA ESCRITURA
Sea
el primero, que la tal revelación o espíritu no venga sola, mas acompañada de
la Escriptura de Dios, contenida en el Viejo y Nuevo Testamento, y nuevas cosas
conformes a la enseñanza y vida de Cristo y de los santos pasados.
De
esta manera leemos que, cuando apareció Cristo en el monte Tabor, no fue solo,
mas con copia de abonados testigos. No porque Él los hobiese menester, pues es
verdad inmutable, de cuya participación reciben firmeza todas las otras
verdades, mas por darnos a entender que así como en otras cosas Él padeció y
hizo por nuestro ejemplo lo que mirando a Él no había necesidad de hacerlo,
así trayendo testigos el que no los hubo menester, se nos da a entender que no
debemos recebir cosa ninguna de aquestas, si no trae por testigos al Viejo
Testamento con sus profetas, que son figurados en Moisén y Elías, y al Nuevo y
dotrina apostólica, figurado en San Pedro, San Juan y Santiago, que presentes
estaban. En la cual enseñanza hemos de estar tan firmes que, si el ángel del
cielo contra ésta nos enseñase, no lo hemos de creer, mas tenerlo por engaño
y maldición, como dice el apóstol San Pablo.
Lo
cual no se dice porque el ángel bueno pueda enseñar cosa contra la Escriptura
de Dios, mas, para que sepamos que hemos de dar mayor creencia que a criatura
del cielo ni de la tierra a la Escriptura divina, pues quien en ella habló es
más alto y más verdadero que todos; y ella es el sello real que hace dar
crédito a las revelaciones y dotrinas que concuerdan con ella, y es el cuño
donde está la verdadera moneda de la verdad de Dios, a la cual se ha de venir a
examinar toda otra cosa para ser aprobada, si fuere conforme, o reprobada, si
discordare. E ya os he arriba avisado, y por eso no lo torno a decir, que la
interpretación de esta Escriptura no ha de ser por humano sentido, mas por luz
del Espíritu Santo, que alumbra a su Iglesia y a los santos dotores que en ella
han hablado.
b)
NO HAYA MENTIRA
El
segundo aviso sea, que estéis muy atenta en la tal revelación o instinto a ver
si hay en ella alguna mentira.
Porque,
si la cosa es de Dios, desde el principio hasta el fin hallaréis verdad sin
mezcla de mentira, ni de salir en balde lo que Él dijere; mas lo que es del
demonio muchas veces hay mil verdades, para hacer creer una mentira. Y avísoos
que no seáis fácil a dar crédito a palabras de revelación, que por voz
corporal oyéredes, o a las que dentro del ánima os fueren dichas, las cuales,
aunque a algunas ignorantes parecen ser todas de parte de Dios, por ver que el
ánima las percibe tan claramente como si con las orejas del cuerpo las oyesen,
y sienten de cierto que no salen de ella, sino que les son de otro espíritu
dichas; mas, aunque así sea, muchas de ellas, y muchas veces, son del demonio,
que puede hablar a nuestra ánima como un hombre a nuestro cuerpo. Y muchas de
estas tales palabras interiormente dichas al ánima he visto yo en personas
haber sido llenas de engaño, y del espíritu de la falsedad.
Esperad,
pues, hasta el fin, y mirad si se mezcla alguna mentira, y, si se mezcla,
tenedlo todo por sospechoso y examinadlo con diligencia doblada.
c)
TRAIGA PROVECHO ESPIRITUAL
Sea
el tercero aviso, que la tal revelación traya algún provecho y edificación
para el ánima, dejando el corazón más aprovechado que antes, instruyéndolo
de cosa saludable. Porque, si un hombre bueno no habla cosas ociosas, menos las
hablará nuestro Señor, el cual dice: Yo soy el Señor, que te enseño
cosas provechosas, y te gobierno en el camino que andas. Y cuando viéredes
que no hay cosa de provecho, mas marañas y vanidad, tenedlo por fruto del
demonio que anda por engañar, o hacer perder tiempo a la persona a quien la
trae, y a las otras a quien se cuenta; y cuando más no puede, con este
perdimiento de tiempo se da por contenta.
d)
CIERTA SEÑAL ES LA HUMILDAD
Otros
muchos avisos se suelen dar para esto mismo, así como si la visión trae al
principio espanto y después sosiego, suélese tener por buena. Y, si al
contrario, por sospechosa. Mas la más cierta señal que asegura lo que el
ánima tiene ser de Dios es la humildad. Lo cual pone tal peso en la moneda
espiritual, que suficientemente la distingue de la falsa y liviana moneda.
Porque, según dice San Gregorio: «Evidentísima señal de los escogidos es la
humildad, y de los reprobados es la soberbia.» Mirad, pues, qué rostro queda
en vuestra ánima de la visión o consolación, y espiritual sentimiento. Y, si
os veis quedar más humilde y avergonzada de vuestras faltas, y con mayor
reverencia y temblor de la infinita grandeza de Dios, y no tenéis deseos
livianos de comunicar con otras personas aquello que os ha acaecido, ni tampoco
vos ocupáis mucho en mirarlo o hacer caso de ello, mas echaislo en olvido, como
cosa que puede traeros alguna estima de vos; si alguna vez os viene a la
memoria, humillaisos y maravillaisos de la gran misericordia de Dios que a cosas
tan viles hace tantas mercedes, y sentís vuestro corazón tan sosegado y más
en el propio conocimiento, como antes que aquello os viniese lo estábades,
pensad que aquella visitación fue de parte de Dios, pues es conforme a la
enseñanza y verdad de Él, que es que el hombre sea bajo y despreciado en sus
proprios ojos. Y de los bienes que de Dios recibiere se conozca por más
obligado y avergonzado, atribuyendo toda la gloria a aquel de cuya mano viene
todo lo bueno. Y con esto concuerda San Gregorio, diciendo: «Así el ánima que
es llena del divino espíritu tiene sus evidentísimas señales, conviene a
saber: verdad y humildad. Las cuales entrambas, si perfectamente en una ánima
se juntaren, es cosa notoria que dan testimonio de la presencia del Espíritu
Santo. Con esto mismo concuerda lo que dice el profeta Esaías: Que lava el
Señor la suciedad de las hijas de Sión en espíritu de juicio y en espíritu
de ardor, dando a entender que la visitación primero obra en el ánima
juicio, que es darle a entender quién ella es y hacerla humillar, y después,
como sobre cosa segura, enviarle el espíritu del amor con otros mil bienes.
Mas
cuando es espíritu del demonio es muy al revés. Porque, al principio o al cabo
de la revelación, o consolación, siéntese el ánima liviana, deseosa de
hablar lo que siente, y con alguna estima de su proprio juicio, pensando que ha
de hacer Dios grandes cosas en ella y por ella. Y no tiene gana de pensar en sus
defetos, ni que otro se los diga ni reprehenda, mas todo su hecho es hablar y
revolver en su memoria aquella cosa que tiene, y de ella querría que hablasen.
Cuando estas señales y otras que demuestran liviandad de corazón vierdes,
pronunciad sin duda ninguna que anda por allí el espíritu del soberbio
demonio. Y de ninguna cosa que en vos acaezca, por buena que os parezca, ahora
sea lágrima ahora sea consuelo, ahora sea conocimiento de cosas de Dios, y
aunque sea ser subida hasta el tercero cielo, si vuestra ánima no
queda con profunda humildad, no os fiéis en cosa ninguna, ni la recibáis,
porque, mientras más alta es, es más peligrosa y haceros ha dar mayor caída.
Pedí a Dios gracia para conoceros y humillaros, y sobre esto deos más lo que
fuere servido. Mas, faltando esto, todo lo otro, por precioso que parezca, no es
oro, sino oropel, y no harina de mantenimiento, sino ceniza de liviandad.
3. La soberbia, causa de engaños. El director espiritual
Tiene
este mal la soberbia, que despoja al ánima de la verdadera gracia de Dios y, si
algunos bienes le deja, son falsificados para que no agraden a Dios y sean
ocasión al que los tiene de mayor caída. Leemos de nuestro Redemptor que,
cuando apareció a sus discípulos el día de su Ascensión, primero les
reprehendió la incredulidad y dureza del corazón, y después los mandó
ir a predicar, dándoles poder para hacer muchos y grandes milagros, dando a
entender que a quien Él levanta a grandes cosas, primero le abate en sí mesmo,
dándole conocimiento de sus proprias flaquezas para que, aunque vuelen sobre
los cielos, queden asidos a su propria bajeza, sin poder atribuir a sí mismo
otra cosa sino su indignidad.
Mas
habéis de notar que muchos sienten en sí mismos su propria vileza, y cuán
nada son de su parte, y paréceles que atribuyen primeramente la gloria a Dios
de todos sus bienes y tienen otras muchas señales de humildad, y con todo esto
están llenos de soberbia y tan enlazados de ella, cuanto ellos más libres
piensan estar. Y ésta es la causa, porque ya que vivan en verdad, por no
atribuir los bienes a sí, viven en engaño por pensar que son sus bienes más y
mayores de lo que a la verdad son. Y piensan tener de Dios tanta lumbre que
ellos solos bastan para regirse en el camino de Dios, y aun para regir a otros,
sin conocer persona que sea suficiente para los regir. Son en gran manera amigos
de su parecer, y aún tienen en poco algunas veces lo que los santos pasados
dijeron, y lo que a los santos de Dios, que en su tiempo viven, parece. Y
játanse tener el espíritu de Cristo, y ser regidos por Él, y no haber humano
consejo, pues con tanta certidumbre Dios les satisface en sus corazones.
Piensan, como San Bernardo dice, que hay nublado en las casas ajenas, y que en
solas las suyas luce el sol. Desfrezan y desprecian a todos los sabios, como
Goliad al pueblo de Dios. Sólo aquél es bueno en su juicio que con ellos se
conforma, y no hay cosa que más molesta les sea que hallar quien los
contradiga. Quieren ser maestros de todos y creídos de todos, y ellos a ninguno
creen. Y a la discreción cauta de los experimentados llaman tibieza y temor. Y
a los desenfrenados fervores y novedades, llenas de singularidad, o causadoras
de alborotos, llaman libertad de espíritu y fortaleza de Dios. Y aunque trayan
en la boca casi a la contina: «Y esto me dijo mi espíritu», «y esto tengo
por prueba muy suficiente», mas otras veces alegan la Escriptura de Dios, mas
no la quieren entender como la Iglesia y santos la entienden, mas como a ellos
parece, creyendo que no tienen ellos menos lumbre que los pasados, antes que los
ha tomado Dios por instrumento para cosas mayores que a ellos. Y así, haciendo
ídolo de sí mismo, y poniéndose encima de las cabezas de todos con abominable
altivez, es tan miserable el engaño de ellos, que, siendo extremadamente
soberbios, se tienen por perfetos humildes, y, creyendo que en solos ellos mora
Dios, está Dios muy lejos de ellos, y lo que piensan que es luz es muy escuras
tinieblas. De éstos dice Gersón: «Hay algunos a los cuales es cosa agradable
ser guiados por su parecer proprio y andar en sus invenciones. Guíalos, o por
mejor decir, arrójalos su propria opinión, que es peligrosísima guía.
Macéranse con ayunos demasiadamente, velando mucho; turban y desvanecen el
celebro con demasía de lágrimas. Y entre estas cosas no creen amonestación ni
consejo de nadie. No curan de pedir consejo a los sabios en la ley de Dios, ni
se curan de oírlos, y cuando los oyen, o piden consejo, desprecian sus dichos y
es la causa, porque han hecho entender de sí mismos que son ya alguna cosa, y
que saben mejor que todos qué es lo que les conviene hacer. De estos tales yo
pronuncio que presto caerán en toda ilusión de demonios. Presto caerán en la
piedra del tropiezo, porque son llevados con ciega precipitación y ligereza
demasiada. Por tanto, cualquiera cosa que dijeren de revelaciones no
acostumbradas, tenlo por sospechoso.» Todo esto dice Gersón.
a)
LOS SANTOS HABLAN DE LA NECESIDAD DEL DIRECTOR
Ítem
dice San Augustín, reprendiendo a los que quieren ser enseñados inmediatamente
por Dios y no por medio de los hombres: «Huyamos tales tentaciones que son
soberbiosísimas y peligrosas, antes pensemos cómo el mesmo Apóstol San Pablo,
aunque fue postrado y enseñado con voz celestial, con todo eso fue enviado a
hombre para recebir los sacramentos, y ser encorporado en la Iglesia. Y Cornelio
centurión fue enviado a San Pablo, no solamente para recebir sacramentos, mas
para oír de él lo que había de creer y y esperar y amar. Porque, si no
hablase Dios a los hombres por boca de hombres, muy abatida cosa sería la
condición humana. ¿Y cómo sería verdad lo que está escripto; el templo
de Dios santo es, que sois vosotros, si no diese Dios respuestas de este
templo, que son los hombres, mas todo lo que quisiese que aprendiesen los
hombres se lo hubiese de decir desde el cielo, y por medio de ángeles? Y
también la misma caridad no ternía entrada para que se juntasen y comunicasen
los corazones de unos con otros, si los hombres no aprendiesen mediante otros
hombres. San Felipe fue enviado al eunuco. Y Moisén recibió el consejo de su
suegro Yetró». Todo esto dice San Agustín. Ítem dice San Joan Clímaco que
el hombre que se cree a sí mismo no ha menester que le tiente demonio, porque
él mismo se es demonio para sí. Ítem dice San Hierónimo: «No quise yo
seguir mi proprio parecer, el cual suele ser muy mal consejero.» Ítem San
Vicente aconseja mucho que el hombre que quisiere ser espiritual tenga algún
maestro por quien se rija; y, si lo puede haber y no lo toma, que nunca le
comunicará Dios la gracia por su soberbia. San Bernardo y San Buenaventura a
cada paso aconsejan lo mismo. Y la Escriptura de Dios está llena de esto mismo,
que unas veces dice: ¡Ay de vosotros sabios en vuestros ojos y delante de
vosotros mismos prudentes!; y en otra parte: Si vieres algún hombre
que se tiene por sabio, cree que más bien librado que éste será el ignorante.
Y San Pablo nos amonesta: No queráis ser sabios acerca de vosotros mismos,
y el Sabio dice: Si no dijeres al necio las cosas que él cree en su
corazón no recibirá las palabras de prudencia. Y en otra parte: Si
inclinares tu oreja, recibirás dotrina; y si amares el oír, serás sabio. Y,
por no ser prolijo, digo que la Escriptura y las amonestaciones de los santos, y
las vidas de ellos, y las experiencias que hemos visto, todas a una boca nos
encomiendan que no nos arrimemos a nuestra prudencia, mas que inclinemos nuestra
oreja al ajeno consejo. Porque de otra manera, ¿qué cosa habría más sin
orden que la Iglesia de Dios, o cualquiera congregación, si cualquiera ha de
seguir su parecer, pensando que acierta? ¿Y cómo puede ser que el espíritu de
Cristo, que es espíritu de humildad, y paz, y de unión, mueva y enseñe a uno
a ser en contrario de todos los otros en quien el mismo Dios mora? ¿Y cómo
puede nacer del que se tenga un hombre en tanta estima que no se halle en la
congregación de los hombres? ¿Quién lo puede enseñar ni juzgar de él, si su
espíritu es bueno o malo? Porque, como dice San Augustín, no dejaría de tomar
este ajeno consejo y obedecer, sino por que piensa, por su soberbia, que es
mejor que el otro que le aconseja. E ya que sea tanta su soberbia que crea que
es mejor que los otros, debe pensar que así como puede ser uno menos bueno que
otro, y tener don de profecía, de sanar enfermos o semejantes dones, de los
cuales carezca el que es mejor, así puede ser que el que es menor en otros
dones sea mayor en tener don de consejo, o de discreción de espíritus, de los
cuales carezca el otro que era mayor. Y, pues Dios es tan amigo de humildad y
paz, no tema nadie que, si lo que tiene es de Dios, se vaya o se pierda por
sujetarse por el mismo Dios al ajeno parecer, antes más y más se confirmará.
Y si de otra parte fuere, huirá. Y si su sabiduría es infundida de Dios, mire
que una de las condiciones de ella, según dice Santiago, es ser suadible.
Y
mire que llama San Augustín a estos pensamientos soberbísimos y
peligrosísimos, porque, aunque sea peligrosa la soberbia de la voluntad, que es
no querer obedecer a voluntad ajena, muy más peligrosa es la soberbia del
entendimiento, que es, creyendo a su parecer, no sujetarse al ajeno. Porque el
soberbio en la voluntad alguna vez obedeciera pues tiene por mejor el ajeno
parecer. Mas quien tiene asentado en sí que su parecer es mejor, ¿quién lo
curará? ¿Y cómo obedecerá a lo que no tiene por tan bueno? Si el ojo del
ánima, que es el entendimiento, con que se había de ver y curar la
soberbia, ese mismo está ciego y lleno de la misma soberbia, ¿quién
lo curara? Y si la luz se torna tinieblas, y si la regla se
tuerce, ¿qué tal quedará lo demás? Y son tan grandes los males que vienen de
aquesta soberbia que turban a todos con cuantos contratan; porque con quien
defiende su parecer proprio y es amigo de él, ¿quién hay que en paz pueda
vivir? Y porque del todo maldigáis y huyáis de este vicio, sabed que llega su
mal hasta hacer a los que eran buenos cristianos ser perversos herejes. Ni por
otra cosa lo han sido, ni son, sino por creer más a su parecer proprio que el
de la Iglesia y de sus mayores. Pensaban ellos que acertaban, y que lo que en
sus corazones pasaba era obra de Dios; y que si creían más al parecer ajeno
que a lo que en sus corazones sentían, dejaban a Dios por el hombre, la luz por
las tinieblas, mas la experiencia y verdad nos demuestran, que lo que pensaban
ser espíritu de verdad era espíritu de engaño; el cual, cuando por otra parte
no los pudo vencer, combatiólos transformándose en ángel de luz
debajo de semejanza de bien, y así quitóles la vida y el alma. Y todo esto por
no querer sujetarse a creer parecer ajeno.
Por
tanto, doncella, así como os amonesto que seáis enemiga de vuestra voluntad y
mandar, así, y mucho más, os mando que seáis capital enemiga de vuestro
parecer, y de querer salir con la vuestra. Sed enemiga de él en vuestra casa y
fuera de casa. Y, aunque sea en cosas livianas, no lo sigáis, porque a duras
penas hallaréis cosa que tanto turbe el sosiego que Cristo quiere en vuestra
ánima, como el profiar y querer salir con la vuestra. Y más vale que se pierda
lo que vos deseábades que se hiciese que cosa que tanto habéis menester para
gozar de Dios, como es el reposo de vuestra conciencia.
Por
tanto, hacedos tan baja y sin contradición, y sujeta a toda criatura, como dice
San Pedro, que pueda cualquiera pasar por vos y hollaros como a un poco de
lodo. Y haced cuenta que primero vuestra madre, y después todas las
demás, son vuestra abadesa. A las cuales obedeced con profunda humildad, sin
cansaros, pensando que no es muy amiga de obediencia la sierva de Dios que a su
sola abadesa o madre obedece, mas que debe buscar la dicha obediencia en todas
partes que la pudiere hallar, con mayor deseo que la sierva del mundo y de la
vanidad huye de obedecer y desea mandar. Y, para que ligeramente y con gozo
hagáis esto, traed a la memoria cuando el soberano Maestro y Señor se hincó
de rodillas a lavar los pies de aquellos que bien le querían, y de aquel que
empleó los pies lavados en ir a entregar a la muerte al que con tanto amor se
los había lavado. Y aunque estas cosas en que os digo que sigáis voluntad y
parecer ajeno sean de asco, y os parezcan de poca importancia, no lo dejéis de
hacer, porque, allende de evitar la turbación de corazón que es pestilencia
del ánima, acostumbraros heis poco a poco a obedecer voluntad y parecer ajeno
en casos mayores, porque ya sabéis que los que se han de ver en alguna obra de
afrenta se suelen primero ensayar en cosas livianas, para estar algo
endustriados en las que son de verdad mayores. Y así creed que quien tiene
acostumbrado su entendimiento a salir en cada cosita con la suya y hace ídolo
de él, estimándolo por más sabio que otro, hallarse ha de nuevo y no se
humillará tan sin pena a las cosas de Dios, como el que en ninguna cosa le deja
salir con la suya, mas a cada paso le corrige y humilla como ignorante.
b)
CUALIDADES DEL DIRECTOR
Y
así, ejercitándoos en estas pocas cosas con obediencia, conviene que, para lo
que toca al regimiento de vuestra conciencia, toméis por guía y padre alguna
persona letrada y ejercitada y experimentada en las cosas de Dios. Y no toméis
a quien tenga lo uno sin lo otro, porque las solas letras en ninguna manera
bastan a regir los particulares movimientos ni necesidades del ánima, ni a
saber juzgar de las cosas espirituales, y muchas veces pensará ser engaño del
demonio las que son mercedes de Dios, como hicieron los apóstoles que, andando
en tormenta de la mar y tinieblas, pensaron que quien venía a ellos andando
sobre la mar era alguna fantasma siendo Cristo, que es verdad
de Dios. Poneros han demasiados temores, condenándolo todo por malo. Y como en
sus corazones están muy lejos de la experiencia del gusto e iluminaciones de
Dios, hablan de ello como de cosa no conocida y a duras penas pueden creer que
pasan en los corazones de los otros cosas más altas que las que pasan en el
corazón de ellos. Otros hallaréis ejercitados en cosas de devoción, que se
van ligeramente tras un sentimiento de espíritu y hacen mucho caso de él. Y si
alguno les cuenta algo de aquestas cosas, óyenlo con admiración, teniendo por
más santo al que más tiene de ellas; y aprueban ligeramente estas cosas, como
si en ellas todo estuviese seguro; y, como no lo esté, muchos de éstos, por
ignorancia, caen en errores y dejan caer a los que tienen entre manos, por no
darles suficientes avisos contra las cautelas del demonio. Por lo cual no son
buenos para regir tampoco, como los pasados.
Y
pues tanto os va en acertar con buena guía debéis con mucha instancia pedir al
Señor que os la encamine Él de su mano. Y, encaminada, fiadle con mucha
seguridad vuestro corazón, y no escondáis cosa de él, buena ni mala: la
buena, para que la examine y os avise; la mala, para que os la corrija. Y cosa
de importancia no hagáis sin su parecer, teniendo confianza en Dios que es
amigo de obediencia, que Él porná en el corazón y lengua a vuestra guía lo
que conviene a vuestra salud. Y de esta manera huiréis de dos males y extremos:
Uno, de los que dicen: «No he menester consejo de hombre, Dios me regirá y me
satisface;» otros están tan sujetos al hombre, sin mirar otra cosa sino que es
hombre, que les comprehende aquella maldición, que dice: Maldito el hombre
que confía en el hombre.
Sujetaos
vos a hombre, y habréis escapado del primer peligro; y no confiéis en el saber
ni fuerza del hombre, mas en Dios que os hablará y favorecerá por medio del
hombre. Y así habréis evitado el segundo peligro. Y tened por cierto que,
aunque mucho busquéis, no hallaréis otro camino tan cierto ni tan seguro para
hallar la voluntad del Señor, como este de la humilde obediencia, tan
aconsejado por todos los santos, y tan obrado por muchos de ellos, según nos
dan testimonio las vidas de los santos Padres, entre los cuales se tenía por
muy gran señal de llegar uno a la perfección en ser muy sujeto a su viejo. Y,
entre las muchas buenas cosas que en las órdenes de la Iglesia hay, por
maravilla hallaréis otra tan buena como vivir todos debajo de obediencia.
Y
porque hará esto mucho a vuestro propósito, acordaos cómo Santa Clara fue
fidelísima y sujeta hija a San Francisco. Y Santa Elisabel, hija del rey de
Hungría, a un religioso, el cual tenía tanto celo de ella que algunas veces la
castigaba con azotes, y ella a él tanta reverencia, que los recibía con mucha
paciencia y hacimiento de gracias. Otras muchas que sabemos y no sabemos han
ganado mucho por este camino, cuando encontraban con buenas guías. Y así si
Dios a vos os la deparare, tomad el consejo de nuestra letra que dice: inclina
tu oreja; y viviréis con tal que os acordéis de lo que dice la Escriptura:
Pacífico sey ante muchos, mas consejero uno de mil, dando a entender
que, aunque debemos tener paz con todos, mas basta consejo con uno. Porque así
como en lo corporal muchas manos diversas suelen más descomponer que ataviar,
así suele acaecer en lo espiritual, en lo cual pocas veces hallaréis dos
guías del todo conformes, si no fuesen muy enseñados por el Espíritu del
Señor, que es espíritu de paz y unión, y tuviesen muy echado atrás su
proprio sentido, que es causa de diversidad y rencillas; y porque pocas veces
éstos se hallan, es bueno, sin decir mal de los otros, escoger a quien Dios os
encaminare, uno entre mil, al cual en nombre de Dios inclinéis vuestra
oreja con toda obediencia y seguridad.
c)
El Señor nos da ejemplo
1.
Cómo ninguna criatura oye ni inclina su oreja a Dios con tanta diligencia
como
Él la inclina a sus criaturas
Tiene
esto la gran bondad del Señor que para que sus mandamientos y leyes sean de
nosotros guardados, hácelos fáciles en sí, y más fáciles por querer Él
mismo pasar por ellos. Hanos mandado, según hemos oído, que le oyamos y
miremos, e inclinemos nuestra oreja, lo cual todo es muy justo y ligero;
porque a tal Maestro, ¿quién no le oirá? A luz tan deleitable, ¿quién no se
deleitará de mirar? A sabiduría infinita, ¿quién no la creerá? Mas, para
que lo ligero más ligero nos sea, Él pasa por esta ley que a nosotros pone, y
la cumple con gran diligencia. Él nos oye, y Él nos ve, Él nos inclina su
oreja, para que no digamos: «No tengo quien mire por mí, ni quiera
escuchar mis trabajos.»
1.
El Señor nos oye con gran misericordia
Gran
consuelo es a un desconsolado tener una persona que a cualquier rato del día, y
de noche, esté desocupada para oír de buena gana los trabajos y agravios que
le quiere contar, y que siempre, sin faltar un momento, esté mirando sus
miserias y llegas, sin decir: «Cansado estoy de ver miserias, y asco me dan
vuestras llagas.» E ya que esta tal persona fuese de muy duro corazón, aún
querríamos que nos oyese siempre y nos viese, porque creeríamos que, dando
siempre a su corazón la gotera de nuestros trabajos, que, como por canal, entra
a él por las orejas y ojos, algún día cabaría en él y sacaría compasión,
pues, por duro que fuese, no sería tanto como piedra, la cual es cabada de la
gotera, aunque algún rato cesa de dar. Y, aunque supiésemos que esta tal
persona ningún remedio nos podía dar para nuestros trabajos, aun nos
consolaríamos mucho con sola la compasión que de nos tuviese.
Pues,
si a esta tal persona debríamos mucho agradecimiento, ¿qué debemos a Dios
nuestro Señor y cuán alegres debemos estar por tener sus orejas y ojos atados
con nuestros trabajos, que ni un solo rato los aparta de nos? Y esto, no con
dureza del corazón, mas con entrañable misericordia, y no con misericordia de
corazón solamente, mas con entero poder para remediar nuestras penas. ¡Bendito
seáis, Señor, para siempre, que no sois sordo ni ciego a nuestros trabajos,
pues los oís y veis, ni cruel, pues se dice de vos: Hacedor de
misericordias, y misericordias de corazón, es el Señor, esperador muy
misericordioso, ni tampoco eres flaco, pues todos los males del mundo son
flacos y pocos, comparados a tu infinito poder, que no tiene fin ni medida!
2.
Ejemplo del rey Exequias
Leemos
que en tiempos pasados concedió Dios una maravillosa vitoria de sus enemigos al
rey Ezequías, el cual no hizo al Señor que le dio la vitoria aquellas gracias
y cantares que era razón; por lo cual le hizo Dios enfermar, y tan gravemente
que ningún remedio por naturaleza tenía. Y porque, con falsa esperanza de
vivir, no se olvidase de poner cobro a su ánima, fue a él el profeta Esaías y
díjole por mandado de Dios: Esto dice el Señor: Ordena tu casa, porque
sábete que morirás y no vivirás. Con las cuales palabras atemorizado el
rey Ezequías vuelve su cara a la pared, y lloró con gran lloro, pidiendo al
Señor misericordia. Consideraba cuán justamente merecía la muerte, pues no
fue agradecido al que le había dado la vida, y miraba la sentencia de Dios
contra él dada, que decía: No vivirás. No hallaba otro superior que
aquel que la dio, para pedir que se revocase. Y, aunque le hubiera, no tuviera
buen pleito, pues al desagradecido justamente se quita lo que
misericordiosamente se le había dado. Vióse en la mitad de sus días y
acabarse en él la generación real de David, porque moría sin hijos, y allende
de todo esto, era combatido de todos los pecados de su vida pasados. Cayó en
temor de los que más suelen penar a la hora postrera. Y con estas cosas estaba
su corazón quebrantado con dolor, y turbado así como mar, y adondequiera que
miraba hallaba muchas causas de temor y tristeza; mas entre tantos males halló
el buen rey remedio, y fue pedir medicina al que le había llagado, seguridad a
quien le amedrentó, convertirse por arrepentimiento y esperanza al mismo de
quien por ensoberbecerse huyó. Al mismo juez pide que le sea abogado, y halla
camino como apelar de Dios no para otro más alto, mas apela del justo para el
misericordioso. Y las razones que alega son acusarse, y la retórica son
sollozos y lágrimas. Y puede tanto con estas armas en la audiencia de la
misericordia que, antes que el profeta Esaías, pregonero de la sentencia de
muerte, saliese de la mitad de la sala del rey, le dijo el Señor: Toma, e
di al rey Ezequías, capitán de mi pueblo: Oí tu corazón y vi tus
lágrimas, yo te concedo salud, y te añado otros quince años de vida, y libra
esta ciudad de tus enemigos.
Señor,
¿qué es aquesto? ¿Tan presto metes tu espada en la vaina, y tornas la ira en
misericordia? ¿Unas pocas de lágrimas derramadas, no en el templo, mas en el
rincón de la cama, y no de ojos que miran al cielo, mas a una pared, y no de
hombre justo, sino de pecador, y así te hacen tan presto revocar la sentencia
que tu Majestad había dado y mandado notificar al culpado? ¿Qué es del sacar
del proceso? ¿Qué es de las cosas? ¿Qué es de los términos? ¿Qué es del
presentar unos y otros escriptos? ¿Qué es del tenerse por afrentado el juez,
si le revocan la sentencia que dio? Todo lo disimulas con el amor que nos
tienes, y a todo te haces sordo y ciego, por estar atento a hacernos mercedes. Y
dices: Oí tu oración y vi tus lágrimas. Todo término se te hace
breve para librar al culpado, porque ninguno deseó tanto alcanzar el perdón
cuanto tú deseas darlo. Y más descansas tú con haber perdonado a los que
deseas que vivan que el pecador con haber escapado de muerte. No guardas leyes,
no dilaciones, mas la ley es que los que hubieren quebrantado tus leyes,
quebranten solamente su corazón de dolor, y la dilación es que en
cualquier hora que el pecador gimiere sus pecados, luego y sin dilación no
te acuerdes más de ellos. Y porque los pecadores cobrasen ánimo para te
pedir perdón de sus yerros, quisiste conceder a este rey más mercedes que él
te pedía; quince años de vida y librar la ciudad, y tornarse el sol diez horas
atrás, en señal que al tercero día subiría el rey sano al templo; con otras
secretas mercedes que le heciste tú, benigno, que no desearías venirnos males,
sino para sacar de allí mayores bienes, enseñando tu misericordia en nuestra
miseria, tu bondad en nuestra maldad, tu poder en nuestra flaqueza.
Tú,
pues, pecador, quienquiera que seas, que estás amenazado por aquella sentencia
de Dios que dice: El ánima que pecare, aquella morirá, no desmayes
debajo de la carga de tus grandes pecados y del incomparable peso de la ira de
Dios, mas cobra ánimo en la misericordia de aquel que no quiere la muerte
del pecador, mas que se convierta y viva. Y humíllate llorando a aquel que
despreciaste pecando, y recibe el perdón de quien tanta gana tiene de dártela,
y aun de hacerte mercedes mayores que antes, como hizo a este rey, al cual
levantó sano del cuerpo y sano del ánima, como él da gracias diciendo: Tú,
Señor, libraste mi ánima porque no se perdiese, y arrojaste mis pecados tras
tus espaldas.
3.
¿Cómo es posible amenazar Dios y no cumplirse el castigo?
Mas
dirá alguno: ¿Cómo esta palabra de Dios, dicha a este rey: Morirás y no
vivirás, no se cumplió, pues que las palabras que salen de su boca no son
en vano? Para lo cual es de mirar que algunas veces manda el Señor decir lo que
Él tiene en su alto consejo y eterna voluntad determinado que sea, y aquello
así verná como se dice, sin ninguna falta. Y de esta manera mandó decir al
rey Saúl que le había de de desechar y escoger en su lugar otro mejor. Y de la
misma manera mandó amenazar al sacerdote Helí y así lo cumplió. Y de la
misma manera al rey David, que le mataría el hijo que hubo de adulterio de
Bersabé, y así fue. Y otras veces manda decir no lo que Él tiene determinado
ultimadamente de hacer, mas lo que hará, si no se enmienda el hombre. O manda
decir lo que le acaecerá, según orden de naturaleza, o según merecen sus
pecados. Así, como si a uno que tuviese una herida mortal por naturaleza, le
enviase a decir: «Morirás», entiéndese que, según las reglas naturales, no
puede escapar de aquel mal, mas no por eso su palabra, si después le diese la
vida, porque no le fue dicho sino lo que según las reglas o fuerza de
naturaleza le había de venir y no lo que su poder sobrenatural podía hacer.
También envió a decir a Nínive que de ahí a cuarenta días sería
destruida, y después, por la penitencia de ellos, revocó esta sentencia.
No tenía Él determinado de la destruir, pues después no lo hizo, mas
envióles a decir lo que según el merecimiento de sus pecados les viniera, si
no se enmendaran. Y aunque de fuera parece mudanza decir: Será destruido,
y no destruirla, en la alta voluntad de Dios no es mudanza, el cual tenía
determinado de no destruirla; mas este no destruirla era mediante la penitencia,
a la cual los quería incitar con la amenaza. Como si un padre amenazase a su
hijo con intención que se enmendase, para que no fuese menester castigarlo. E
si este padre supiese que, con esta amenaza, el hijo se había de enmendar,
aunque le enviase a decir: «Él me lo pagará», y después perdonase por su
arrepentimiento, no hay mudanza en la voluntad de este padre, el cual nunca fue
su intención castigar, mas perdonar, no sin medio, mas mediante la
satisfacción del que había criado. Y esto es lo que Dios dice por Jeremías: Súbitamente
hablaré contra gentes, y contra reino que lo he de destruir de raíz y
destrozar; mas, si aquella gente hiciere penitencia de su mal, haré yo también
penitencia del mal que pensé hacerle. Y también súbitamente hablaré de
gentes y reino que los he de edificar y plantar, mas si hicieren mal en mis
ojos, no oyendo mi voz, haré yo también penitencia del bien que dije que le
había de hacer. De lo cual se saca que, porque no sabemos cuándo lo que
Dios envía a decir es determinación ultimada, o es amenaza, no debemos
desesperar, aunque amenazados, ni dejar de pedir que retoque la sentencia que
contra nos tiene dada, como hizo este rey a la ciudad de Nínive, y fue hecho
como quisieron. Y como hizo David, cuando oraba al Señor por la vida del hijo,
que había dicho al profeta que había de morir; e, aunque no alcanzó lo que
pidió, mas no pecó en pedirlo.
Y
si Dios nos prometiere de hacer alguna merced, no nos hemos de descuidar con
decir: «Cédula tengo de palabra de Dios, que a nadie engañó», porque dice
el Señor que, si nos apartáremos de hacer lo que Él quiere, Él hará
penitencia del bien que nos prometió. No porque en Dios haya
arrepentimiento de cosa que diga o que haga, o que quiera, mas quiere decir que,
así como uno que se arrepiente torna a deshacer lo que había hecho, así Él
deshará la sentencia o el castigo que contra el hombre tenía dada, si el
hombre hace penitencia y deshará el bien que le tenía prometido, si el hombre
se aparta de Dios.
4.
Las orejas del Señor en los ruegos de los «justos»
Tornando,
pues, al propósito, bien claro parece cuán bien cumplió Dios esta ley: Oye
y ve, pues tan presto oyó la oración y vio las
lágrimas de este rey, y le consoló. No sólo a él, mas lo mismo hace con
todos, como dice David: Los ojos del Señor sobre los justos y sus orejas en
los ruegos de ellos, para librar sus ánimas de la muerte, y para mantenerlos en
tiempo de hambre.
Bien
creo que os parece bien aquesta promesa, y también creo que os pone temor la
condición con que se dice. Y bienaventurada cosa es estar los ojos y orejas de
Dios en nosotros. Mas diréis, ¿qué hace que dice a los justos e yo
soy pecadora? Así lo conoced por verdad, porque, si hombres hubiera que no
tuvieran pecados que pecaran, ¿quién era más razón que lo fuesen que los
apóstoles de Jesucristo nuestro Señor, que, así como fueron los más cercanos
a Él en la conversación corporal, así también lo fueron en la santidad? Y de
ellos dice San Pablo que recibieron las primicias del Espíritu Santo, que
quiere decir las mayores gracias. Y pues a éstos mandó el Señor el Pater
noster, en el cual decimos: Perdónanos nuestras culpas, claro es
que las tenían. Y pues ésta es oración de cada día, en la cual pedimos el
pan nuestro de cada día, dánoslo hoy, claro es que por ella semos
amonestados a conocer que, pues cada día la debemos rezar, cada día pecamos.
Por lo cual dice aquel limpio de San Joan: Si dijéremos que no tenemos
pecado, nosotros nos engañamos, y la verdad no está en nosotros. Pues si
todos los hombres, cuantos ha habido y habrá (sacando al que es Dios y hombre,
y a la que es verdadera Madre de Él) son pecadores, ¿decirme heis para quién
se dijeron las dichas palabras: Los ojos del Señor sobre los justos, y sus
orejas en los ruegos de ellos? Respondo: No es Dios achacoso ni cumplidor
con solas palabras, mas vemos que al rey Ezequías, aunque pecador, le oyó e
miró. Y lo mismo a otros innumerables. Mas sabed que justo se dice
uno, cuando no está en pecado mortal, pues está amigo con Dios. Y de esta
manera muchos ha habido justos, que son todos los que están en estado de
gracia; y a éstos oye y mira el Señor, no obstante que tengan pecados
veniales, de los cuales se entiende lo que hemos dicho, que todos son pecadores,
como dice San Joan.
5.
No se ensoberbezcan los «justos»: en ellos oye el Padre el clamor de Cristo
Mas,
por oír nombre de justos, no venga algún pensamiento de ciega soberbia, con la
cual se haga injusto el que se tenía por justo. La justicia de los que son
justos no es suya, mas de Cristo, el cual es justo por sí y justificador de los
pecadores que a Él se sujetan. Por lo cual dice San Pablo que la que es
verdadera justicia delante los ojos de Dios es justicia por ser de Jesucristo,
porque no consiste en nuestras obras proprias, mas en las de Cristo, las cuales
se nos comunican por la fe, y así como nuestra justicia está en Él, así, si
somos oídos de Dios, no es en nosotros, mas en Él. La voz de todos los
hombres, por buenos que sean, sorda es delante las orejas de Dios, porque todos
son pecadores de sí. Mas la voz de solo Cristo, pontífice nuestro, está
acepta delante del Padre, que hace ser oídas todas las voces de todos los
suyos.
Esta
voz, por ser tan grande se llama clamor, como dice San Pablo, hablando de
Cristo: Con clamor grande y lágrimas ofreciendo, fue oído por su
reverencia. Ofreció el Señor ruegos al Padre muchas veces por
nosotros. Ofrecióle también en la cruz su proprio cuerpo, el cual fue tan
atormentado que todo él era lenguas que daban voces al Padre, pidiendo por nos
misericordia. Y por ser sus oraciones con entrañable amor hechas, por ser de
persona al Padre tan aceptable, y por ser muy oídas y muy eficaces en las
orejas del Padre, se llaman clamor. Mas muy mayor clamor fue el ofrecer
su proprio cuerpo en la cruz, cuanto va de obrar a hablar, y de pagar a
prometer, y de padecer a desear. Para la cual os debéis de acordar de lo que
dijo Dios a Caín: La voz de la sangre de tu hermano Abel da voces a mí
desde la tierra. Y también mira lo que dice San Pablo a los cristianos: Llegado
os habéis a un derramamiento de sangre, que clama mejor que la sangre de Abel.
La sangre de Abel derramada en la tierra daba clamores a la justicia divina,
pidiendo venganza contra aquel que la derramó, mas la sangre de Cristo
derramada en la tierra daba clamores a la misericordia divina, pidiendo perdón.
La de Abel pide ira, ésta blandura. La primera obra enojó, esta
reconciliación. La de Abel, venganza contra sólo Caín; ésta perdón para
todos los malos que fueron y serán, con tal que ellos le quieran recibir, y
aún para aquellos que derramándola estaban. La sangre de Abel a ninguno pudo
aprovechar, porque no tenía virtud de pagar los pecados de otros; mas la sangre
de Cristo lavó cielos y tierra y mar, y sacó de las honduras del
limbo a los que presos estaban.
Verdaderamente
es grande clamor el de la sangre de Cristo, pidiendo misericordia; y pues hizo
no ser oídas las voces de los pecados del mundo, que piden venganza contra los
que los hacen, pensad, doncella, si un pecado sólo de Caín tales voces daba,
pidiendo venganza, ¿qué grita, qué voces y estruendo harán todos los pecados
de todos los hombres, pidiendo venganza a las orejas de la justicia de Dios? Mas
por mucho que clamen, clama más alto, sin comparación, la sangre de Cristo,
pidiendo perdón a las orejas de la misericordia divina. Y hace que no sean
oídas y que queden muy bajas las voces de nuestros pecados, y que se haga Dios
sordo a ellos, porque más sin comparación le fue agradable la voz de Cristo,
que pidía perdón, que todos los pecados del mundo desagradables, pidiendo
venganza. ¿Qué pensáis que significa aquel callar de Cristo y hacerse como
sordo que no oye, y como mudo que no abre su boca en el tiempo que era
acusado? Por cierto, que, pues los pecados por boca de aquellos que a Cristo
acusaban daban voces llenas de mentiras contra quien no les debía nada, y Él,
pudiendo con justicia responder, calló, que es bien empleado que, en pago de su
atrevimiento, que al restante del mundo no puedan acusar los pecados aunque
tengan justicia, mas sean mudos, pues acusaron al que no tenían por qué. Y
pues Él se hizo sordo, pudiendo responder, justo es que se haga sorda la divina
justicia, a la cual Cristo se ofreció por nosotros, aunque nosotros hayamos
hecho cosas que pidan venganza.
Alegraos,
esposa de Cristo, y alégrense todos los pecadores, si les pesa de corazón por
haber pecado, que sordo está Dios a nuestros pecados para vengarlos, y muy
atentas tiene sus orejas para hacernos mercedes. No temáis acusadores ni voces,
aunque hayáis hecho por qué, pues el inocente cordero fue acusado y con su
callar hizo callar las voces de nuestros pecados. Profetizado estaba que
había de callar como calla el cordero delante quien lo trasquila. Mas
mientra más callaba y sufría, más altas voces daba delante la divina
justicia, pagando por nos, y estas voces fueron oídas, dice San Pablo,
por su reverencia, quiere decir que, por la gran humildad y reverencia,
con que se humilló al Padre hasta la muerte, y muerte de cruz, reverenciando
en cuanto hombre aquella sobreexcelente Majestad divina, perdiendo la vida por
honra de ella, fue oído del Padre, del cual está escripto: Miró en la
oración de los humildes, y no despreció el ruego de ellos. Pues, ¿quién
tan humilde como el bendito Señor que dice: Aprende de mí que soy manso, y
humilde de corazón? Por eso fue oído, según estaba profetizado en su
persona: No quitó el Señor su faz de mí, y cuando clamé a Él me oyó. Y
el mismo Señor dice en el evangelio: Gracias te hago, Padre, porque siempre
me oyes.
Pues
no es maravilla que las orejas de Dios estén en los ruegos de los justos,
porque, no siendo justos por sí, no son oídos por sí, mas por Cristo, que con
su oración y padecer mereció ser oído. A Él oye el Padre cuando nos oye, y
por Él nos oye, en señal de lo cual decimos en fin de las oraciones:
Concédenos esto por nuestro, Señor Jesucristo. Lo cual el mismo Señor nos
enseña, diciendo: Cualquier cosa que pidierdes al Padre en mi nombre, os la
dará. Y porque no pensásemos que por Él, y no a Él, hemos de pedir,
dice también: Y cualquier cosa que me pidierdes en mi nombre yo lo haré. Cristo
hombre nos ganó con su padecer el ser oídos, y Cristo Dios, con el Padre y
Espíritu Santo, es el que nos oye.
Oíd,
pues, hija, a vuestro esposo, pues por él sois oída. La voz del cual, aunque
ronca, en la cruz dio virtud a nuestras roncas voces, para que fuesen agradables
a Dios. Y así como debemos de oír al Señor con el profeta Samuel, diciendo: Habla,
Señor que tu siervo oye, así nos dice el Señor: Habla, siervo, que
tu Señor oye. Y así como dijimos que el oír nosotros a Dios no es
solamente recebir el sonido de las palabras más aplacernos y poner en obra lo
que nos dice, así las orejas del Señor están puestas por Cristo en nuestros
ruegos, no para solamente oír lo que hablamos, que de esa manera también oye
las blasfemias que de Él se dicen, no para que se agrade, mas para castigarlas,
mas oye el Señor nuestros ruegos para cumplirlos.
6.
Antes de que clamemos nos oye el Señor
Y
porque veáis cuán verdad es que oye el Señor los gemidos que le presentamos,
oíd lo que dice el mismo Señor por Esaías: Antes que clamen, yo los
oiré. ¡Oh bendito sea tu callar, Señor, que de dentro y de fuera en el
día de tu prisión callaste: de fuera, no maldiciendo, no respondiendo; y en lo
de dentro, no contradiciendo, mas aceptando con mucha paciencia los golpes y
voces, y penas de tu pasión, pues tanto habló en las orejas de Dios que antes
que hablemos seamos oídos!
Y
esto no es maravilla, porque, pues siendo nada tú nos heciste; y, antes que te
lo supiésemos pedir, nos mantuviste en el vientre de nuestra madre, y fuera de
él, y, antes que pudiésemos conocer lo que tanto nos cumplía, nos diste
adopción de hijos y gracia del Espíritu Santo en el santo baptismo; y antes
que muchos pecados nos derribasen, tú nos guardaste; y, cuando caímos por
nuestra culpa, tú nos levantaste y buscástenos, sin buscarte nosotros; y, lo
que más es, antes que naciésemos, ya eras muerto por nos, y nos tienes
aparejado tu cielo, no es mucho que de quien tanto cuidado has tenido, antes que
lo tuviesen de ti, lo tengas en esto, que, viendo tú lo que habemos menester,
nos lo des, no esperando a que nos cansemos en te lo pedir, pues tú te cansaste
tanto en pedirlo y ganarlo por nos. ¿Qué te daremos, ¡oh Jesú benditísimo!,
por este callar que callaste, y qué te daremos por estas voces que diste?
Pluguiese a tu infinito amor que tan callados estuviésemos al ofenderte, y
sufrir de buena gana lo que de nos quiseres hacer, como si fuésemos muertos; y
tantas voces de tus alabanzas te pudiésemos dar, y tan vivos estuviésemos para
ello, que ni nosotros, a quien redemiste, ni cielo, tierra, ni debajo de tierra,
con todo lo que en ellos está, nunca cesásemos de con infinitas fuerzas y
grande alegría contar tus loores.
7.
Dios se huelga de oírnos
Y
aún no te contentas, Señor, con tener tus orejas r puestas en nuestros ruegos,
y oírnos antes que te roguemos, mas, como quien muy de verdad ama a otro, que
se huelga de oírle hablar o cantar, así tú, Señor, dices al ánima por tu
sangre redemida: Enséñame tu cara, suene tu voz en mis orejas, porque tu
voz es dulce y tu cara mucho hermosa. ¿Qué es esto que dices, Señor?
¿Tú deseas oír a nosotros? ¿Nuestra desgraciada voz te es a ti dulce?
¿Cómo te parece hermosa la cara que, de afeada de muchos pecados, los cuales
hecimos mirándonos tú, habemos vergüenza de alzarla a ti? Verdaderamente o
merecemos mucho bien o nos amas tú mucho. No es lo primero, ni plega a ti que
de tu buen tratamiento saquemos nosotros mal, creyendo que merecemos el bien que
nos haces; mas es lo segundo, porque tú quieres agradar en los que por ti
heciste amados y agradables a ti. Sea, pues, Señor, a ti gloria, en el cual
está nuestro remedio. Y sea a nosotros, y en nosotros, vergüenza y confusión
de nuestra maldad, mas en ti gozo y ensalzamiento, que eres nuestra verdadera
gloria. En la cual nos gloriamos no vanamente, mas con mucha razón y verdad,
porque no es poca honra ser tan amados de ti, que te entregaste a tormentos de
cruz por nosotros.
2.La mirada de Dios sobre nosotros
Si
bien hemos sabido considerar cuánta es la presteza con que Dios escucha
nuestros ruegos y necesidades, veremos que ninguna criatura oye ni inclina su
oreja a Dios con tata diligencia con cuanta el Criador la inclina a sus
criaturas. Y no sólo nos oye, más aún nos mira, para en todo cumplir lo que
nos manda a nosotros cuando dice: Oye y ve. Los ojos del Señor, según
dijo David, están sobre los justos, para librarlos de muerte; y
después dice: Mas el gesto del Señor está sobre los que hacen mal, para
echar a perder de sobre la tierra la memoria de ellos, de donde parece que
pone el Señor sus ojos contra los malos, para que no se le vayan sin castigo de
sus pecados, y pone sus ojos sobre los justos, como el pastor sobre su oveja,
para que no se le pierda. Dos cosas tenemos en nos: una que hecimos nos, otra,
que hizo Dios. La primera es el pecado; la segunda, nuestro cuerpo y ánima, y
cuanto bien en ellos tenemos.
1.
Dios mira con amor a los hombres, su hechura,
y
con ira a nuestra hechura, que es el pecado
Si
nosotros no añadiésemos mal sobre la buena hechura de Dios, no teníamos cosa
a la cual el Señor mirase con ojos airados, mas mirarnos hía con ojos de amor,
pues naturalmente quienquiera ama su obra, mas ya que nosotros habemos afeado y
destruido lo que el hermoso Dios bien edificó, mas nuestra maldad no impide su
sobrepujante bondad, la cual por salvar lo bueno que crió, quiere destruir lo
malo que nosotros hecimos. Porque si vemos que este sol corporal se comienza tan
liberalmente, y anda buscando y convidando a quien lo quiere recebir, y a todos
se da cuando no le ponen impedimento, y, si se le ponen, aún está porfiando
que se le quiten, o si algún agujero o resquicio halla, por pequeño que sea,
por allí se da, y hinche la casa de luz, ¿qué diremos de la suma bondad
divinal que con tanta ansia de amor anda rodeando sus criaturas para darse a
ellas, e henchirlas de calor, de vida y de resplandores divinos? ¡Qué
ocasiones busca para hacer bien a los hombres! ¡Y a cuántos por un pequeño
servicio ha hecho no pequeños mercedes! ¡Cuántos ruegos a los que de Él se
apartan, para que a Él se tornen! ¡Cuántos abrazos a los que a Él vienen!
¡Qué buscar de perdidos! ¡Qué encaminar de errados! ¡Qué perdonar de
pecados, sin darlos en rostro! ¡Qué gozo de la salud de los hombres! Dando a
entender que más deseaba Él perdonar y que el errado sea salvo y perdonado. Y
por eso dice a los pecadores: ¿Por qué queréis morir? Sabed que yo no
quiero la muerte del pecador, mas que se convierta y viva; tornaos a mí y
viviréis. Nuestra muerte es apartarnos de Dios, y por eso nuestro tornar a
Él es vivir. A lo cual Dios nos convida, no poniendo sus ojos de ira sobre su
hechura, que somos nosotros, mas principalmente contra los pecados que hacemos.
Estos quiere Dios destruir, si nosotros no le impidiésemos, e impedímosle
cuando amamos nuestros pecados, dando vida con nuestro amor, a los que, siendo
amados, nos matan. Y es tanta la gana que esta bondad tiene de destruir nuestra
maldad, para que su hechura no quede destruida, que, cuando quiera y cuantas
veces quisiere, y de cuantas maldades hubiere hecho, quiera pedir al Señor que
las destruya, está el Señor aparejado para destruirlas, perdonando lo que
merecemos, sanando lo que enfermamos, enderezando lo que torcemos, haciéndonos
aborrecer lo que amábamos antes, olvidando nuestros pecados como si no fueran
hechos, y apartándolos tanto de nos que dice David: Cuanta distancia hay de
donde sale el sol a donde se pone, tanto lanzó Dios nuestros pecados.
Así
que el derecho y el primer mirar de los ojos airados de Dios no es
contra el hombre que Él crió, mas contra el pecado que nosotros hecimos. Y si
algunas veces mira al hombre para lo echar a perder, es porque el hombre no le
dejó ejecutar su ira contra los pecados, que Dios quería destruir; mas quiso
perseverar y dar vida a los que a Él mataban, y a Dios desagradaban. Y, por
tanto, justo es que su muerte quede viva, y su vida siempre muera pues que no
quiso abrir la puerta al que, por amor y con amor, quería y podía matar a su
muerte y darle vida.
2.
El remedio para que Dios no mire a nuestros pecados es mirarlos nosotros
Mas
dirá alguno: ¿Qué remedio para que Dios no mire a mis pecados para me
castigar; mas a su hechura para la salvar? La respuesta es muy breve y muy
verdadera: Míralos tú, y no los mirará Él. Suplicaba David al Señor por sus
pecados, diciendo: Habe misericordia, Señor, de mí, según la gran
misericordia tuya. Y también le decía: Aparta, Señor, tu faz de los
mis pecados.
Mas
veamos qué alega para alcanzar tan gran merced. Por cierto, no servicios que
hobiese hecho; porque bien sabía que, si un siervo por muchos años con gran
diligencia sirviese a su señor, y después le hace alguna traición digna de
muerte, no se miraría a que ha servido, porque su siervo era obligado a servir
y por eso no echó en deuda el Señor; mas mírase a la traición que hizo, la
cual era obligado a no hacer. Y por eso con pagar lo que antes debía, no pudo
pagar lo que hace agora. Ni tampoco ofreció David sacrificios, porque bien
sabía que Dios no se delita con animales encendidos. Mas éste ni en
servicios pasados ni en merecimientos presentes halla remedio; hallólo en
el corazón contrito, y humillado, y pide ser perdonado diciendo: Porque
yo conozco mi maldad, y el mi pecado delante mis ojos está siempre. Admirable
poder dio Dios a este mirar nuestros pecados, porque, tras nuestro
mirar para aborrecerlos, se sigue el mirar de Dios para deshacerlos. Y
convertiendo nosotros los ojos a lo que malamente hecimos, para afligirnos,
convierte Él los suyos a salvar y consolar lo que Él hizo. De manera que si el
pecador conoce sus pecados, Dios le perdona; si los olvida Dios le castiga.
Mas
dirá alguno: ¿De dónde es tanta fuerza a nuestro mirar, que así trae luego
tras si el mirar de Dios, lleno de perdón? No por cierto de sí, porque por
conocer el ladrón que ha hecho mal en hurtar, no por eso merece que se le
perdone la horca, mas viene de otra vista muy amigable y tan valerosa que es
causa de todo nuestro bien. Esta es de la que dice David: Defendedor nuestro
mira, Dios, y mira en la haz de tu Cristo. En la primera vez que dice mira,
suplica a Dios que nos mire aceptando nuestros ruegos, y haciéndonos
bien. Porque eso significa volver Dios a uno la cara. Por lo cual mandaba Dios
que bendijesen los sacerdotes al pueblo diciendo: El Señor vuelva su cara a
nosotros. Y la segunda vez que dice: Mira, claro es a donde suplica que mire,
que es a la faz de Jesucristo; porque así como el mirar Dios a nosotros nos
trae todos los bienes, así el mirar Dios a su Cristo trae a nos la vista de
Dios.
3.
La mirada de Dios, llena de perdón, llega a nosotros a través de Cristo,
nuestro Sacerdote
No
penséis, doncella, que los agraciados y amorosos rayos de los ojos de Dios
descienden derechamente de Él a nosotros, porque si así lo pensáis, ciega
estás; mas sabed que se enderezan a Cristo, y de allí en nosotros por Él. Y
no dará el Señor una habla ni vista de amor a persona alguna del mundo
universo, por santa que sea, si la ve apartada de Cristo; mas por Cristo, y en
Cristo, mira a todos los que se quisieren mirar, por feos que sean. El ser amado
Cristo es razón de ser amados nosotros, como dice San Pablo, hablando del
Padre: Hízonos agradables en el amado, conviene a saber en Cristo. E,
si Cristo de en medio se saliese, ningún amado habría de Dios. Y esto es lo
que fue figurado en el principio del mundo, cuando el justo Abel, pastor de
ganados, ofreció sacrificio a Dios de su manada. El cual sacrificio fue acepto
como la Escriptura dice: que miró el Señor a Abel, y a sus dones; y
éste mirarlo fue ser agradable, y señal de este agradamiento
invisible envió fuego visible que quemó el sacrificio.
Este
justo pastor aquel es el cual dice de sí: Yo soy buen pastor. El cual
también sacerdote. Y, por consiguiente, como dice San Pablo, ha de ofrecer
dones y sacrificios a Dios. Mas, ¿qué ofreciera, que digno fuera? No, por
cierto, animales brutos; no hombres pecadores; porque estos más provocaran la
ira de Dios que alcanzaran misericordia. Y no sin causa mandaba Dios hacer tanto
examen en la Vieja Ley sobre el animal que se había de sacrificar; que fuese
macho, y no hembra, que fuese de tanta edad, ni muy chico ni muy grande, que no
fuese cojo, ni ciego, con otras mil condiciones, para dar a entender que lo que
se había de ofrecer para quitar los pecados, no había de tener pecado. Y,
porque ninguno sin él estaba, no tenía este gran sacerdote qué ofrecer por
los pecados del mundo, sino a sí mismo, haciéndose hostia el que es sacerdote,
y ofreciéndose a sí mismo, limpio, por limpiar los sucios; el justo, por
justificar los pecadores; el amado y agradado, porque fuesen amados y recebidos
a gracia los que por sí eran desamados y desagradados. Y valió tanto este
sacrificio, así por él como por quien le ofrecía, que todo era uno, que los
que estábamos apartados de Dios, como ovejas perdidas, fuimos
traídos, lavados, santificados y hechos dignos de ser ofrecidos a Dios. No
porque nosotros tuviésemos algo digno, mas encorporados en este pastor, siendo
ataviados con sus riquezas y rociados con su sangre, somos mirados de Dios por
su Cristo. Lo cual dice San Pedro así: Cristo una vez murió por nosotros,
el justo por los injustos, para que nos ofreciese a Dios mortificados en la
carne, y vivos en el espíritu.
Veis,
pues, como nuestro Abel ofrece a Dios ofrenda de su manada, que son obedientes
cristianos, a los cuales mira Dios con amor, porque mira primero a nuestro Abel,
agradándose en él y por él sus dones, que somos nosotros. Y así como acullá
vino fuego visible, así también lo vino acá, en figura de lenguas,
el día de Pentecostés. Y esto, después que Cristo subió a los cielos,
para aparecer a la cara de Dios por nosotros, como dice San Pablo. Del cual
miramiento de los ojos de Dios a la haz de Jesucristo salió este fuego
del Espíritu Santo, que abrasó los dones que este gran pastor y pontífice
ofreció al Padre, que son sus discípulos, y todos los creyentes en Él, que
son ovejas de su rebaño. Veis aquí, pues, doncella, qué habéis de mirar cada
vez que Dios mirare, y será conocer que no sois mirada en vos, ni por vos;
porque no tenemos qué sino males, mas sois mirada por Cristo, cuya cara es
llena de gracia, como dijo Ester. Y tenemos tan cierta esta vista de Dios a
nosotros por Cristo, si nosotros queremos mirarnos, que así como prometió Dios
a Noé que, cuando mucho lloviese, él miraría su arco, que puso en las nubes en
señal de amistad de Él con los hombres para no destruir la tierra por
agua, así, y mucho más, mirando Dios a su Hijo puesto en la cruz, extendidos
sus brazos a modo de arco, se acuerda de su misericordia, y quita de su riguroso
y castigador arco las flechas que ya quería arrojar. Y en lugar de castigo da
abrazos, vencido más por este valeroso arco, que es Cristo, a hacer
misericordia que movido por nuestros pecados a nos castigar; y puesto que
nosotros anduvimos errados y vueltas las espaldas a la luz, que es Dios, no
queriendo mirarle, mas vivir en tinieblas, somos por este pastor traídos en sus
hombros, y por traernos él míranos el Señor, haciendo que lo miremos a él.
4.
Ni un momento quita Dios sus ojos de nosotros
Y
tiene tan especial cuidado de nos que ni un momento quita sus ojos de nos,
porque no nos perdamos. ¿De dónde pensáis que vino aquella amorosa palabra
que Dios dice al pecador que se arrepiente de sus pecados: Yo te daré
entendimiento, y te enseñaré en el camino que has de andar, y poner sobre ti
mis ojos, sino de aquella amorosa vista con que Dios miró a su Cristo? El
cual es la sabiduría que nos enseña y el verdadero camino por donde vamos sin
tropiezo; y el verdadero pastor, por el cual, en cuanto hombre somos mirados, y
el cual, en cuanto Dios, nos mira, quitándonos los peligros de delante, en los
cuales ve que hemos de caer; teniéndonos firmes en los que nos vienen;
librándonos en los que por nuestra culpa hemos caído; cuidando lo que nos
cumple, aunque nosotros hacemos descuidos; acordándose de nuestro provecho,
aunque nosotros nos olvidamos de su servicio; velándonos cuando dormimos;
teniéndonos consigo cuando nos querríamos apartar; llamándonos cuando huimos;
consolándonos cuando venimos; y teniendo en todo y por todo un tan vigilante y
amoroso mirar con nosotros, que todo, y en todo tiempo, nos lo ordena a nuestro
provecho.
¿Qué
diremos a tantas mercedes, sino hacer gracias a aquel verdadero pastor que,
porque sus ovejas no muriesen de hambre, ni anduviesen lejos de los ojos de
Dios, ofreció su cara a tantas deshonras, para que, mirándola el Padre tan
afligida, sin culpa, mirase a los culpados con ojos de misericordia, y para que
traigamos nosotros en el corazón y en la boca: Mira, Señor, en la faz de
tu Cristo, probando por experiencia que muy mejor nos oye el
Señor y nos ve, y nos inclina oreja, que nosotros a Él?
Cuarta
palabra. Cómo hemos de olvidar nuestro pueblo
Para
declaración de lo cual es de notar, que todos los son repartidos en dos bandos,
o ciudades diversas; una de malos, y otra de buenos. Las cuales ciudades no son
distintas por diversidad de lugares, pues los ciudadanos de una y otra viven
juntos y aún dentro de una casa, mas por diversidad de afecciones. Porque,
según dice San Augustín, dos amores hicieron a dos ciudades. El amor de sí
mismo, hasta despreciar a Dios, hizo la ciudad terrenal; el amor de
Dios, hasta despreciar a sí mismo, hizo la ciudad celestial. La
primera ensálzase en sí misma, la segunda, no en sí, mas en Dios. La primera
quiere ser honrada de los hombres; la segunda, tiene por honra tener la
conciencia limpia delante los ojos de Dios. La primera ensalza su cabeza en su
honra; la segunda dice a Dios: Tú eres mi gloria, y el que alzas mi cabeza.
La primera es deseosa de mandar y señorear; en la segunda sírvense unos a
otros por caridad: los mayores aprovechando a los menores, y los menores
obedeciendo a sus mayores. La primera atribuye la fortaleza a sus poderosos y
gloríase en ellos; la segunda dice a Dios: Ámete yo, Señor, fortaleza
mía. En la primera los sabios de ella buscan los bienes criados; o si
conocieron al Criador no lo honraron como a criador, mas tornáronse vanos en
sus pensamientos y diciendo: somos sabios, tornáronse necios; mas en la
segunda ninguna otra sabiduría hay sino el verdadero servicio de Dios, y espera
por galardón honrar al mismo Dios en compañía de los santos hombres y
ángeles, para que sea Dios todas las cosas en todos. De la primera
ciudad son vecinos todos los pecadores; de la segunda todos los justos. Y porque
todos los que de Adán descienden, sacando el Hijo de Dios y su bendita Madre
son pecadores, aun en siendo engendrados, por tanto todos somos naturalmente
ciudadanos de aquesta ciudad, de la cual Cristo nos saca por gracia para
hacernos de la suya.
1.
Los diversos nombres que se dan al mundo, nuestro pueblo, indican su maldad
Esta
mala ciudad que es de congregación, no de plazas ni calles, mas de hombres que
se aman a sí y presumen de sí, se llama por diversos nombres, que declaran la
maldad de ella. Llámase Egipto, que quiere decir tiniebla o
angustia; porque los que en esta ciudad viven carecen de luz, pues no
conocen a Dios. Y no lo conocen, porque no le aman; porque según dice San Joan:
el que no ama a Dios, no conoce a Dios; porque Dios es amor. Y viviendo
en tinieblas, no tienen gozo, porque, según decía Tobías: ¿Qué gozo puedo
yo tener, pues no veo la lumbre del cielo?
Llámase
también Babilonia que quiere decir confusión el cual nombre
fue puesto cuando los soberbios quisieron edificar una torre que llegase hasta
el cielo, para defenderse de la ira de Dios, si quisiese otra vez destruir el
mundo por agua, y para hacer un tal edificio, por el cual fuesen nombrados en el
mundo. Mas impidió su locura el Señor de esta manera, que les confundió el
lenguaje, que antes era uno, en muchos lenguajes, para que así no se
entendiesen unos a otros. De lo cual nacían rencillas, pensando cada uno que
hacía el otro burla de él, diciendo uno y respondiendo otro. Y así el fin de
la soberbia fue confusión y rencilla, y división. Muy propiamente compete este
nombre a la ciudad de los malos, pues quieren pecar y no ser castigados. Y no
quieren huir los castigos de Dios, evitando el ofenderle, mas, si pudiesen por
fuerza o por maña pecar, y no ser castigados, lo intentarían. Son soberbios, y
todo su fin es que se nombre su nombre en la tierra. Hacen torres de obras
vanas, si pueden, y si no, a lo menos en los pensamientos. Los cuales
destruídos al mejor favor que ellos están, según está escripto: A los
soberbios resiste y a los humildes da gracia, y porque no quisieron vivir
en unidad de lenguaje, dando la obediencia a Dios son castigados en que
ni ellos se entiendan a sí mismos, ni entiendan a Dios, ni se entiendan unos a
otros, ni entiendan cosa criada; pues, faltándoles la sabiduría de Dios,
ninguna cosa entienden como se debe de entender para su provecho. ¡Cuántas
cosas pasan en el corazón de los malos que los sacan de tiento, y no saben
cómo remediarse! Ya pide uno con deseo una cosa y otra, y a las veces
contraria; ya hacen, ya deshacen; lloran y alégranse; ya quieren desesperar, ya
se ensalzan vanamente; buscan con mucha diligencia una cosa, y, después de
habella alcanzado, pésales por haberla alcanzado; desean una cosa y hacen otra,
siendo regidos, no por razón, mas por pasión. Y de aquí es que como el hombre
sea animal racional, cuya principal parte es la ánima, que ha de vivir
según razón, y éstos viven según apetito, no se conocen ni entienden, pues
viven vida bestial, que es vida de cuerpos, y no racional, que es propria vida
de hombres. De lo cual nace que, como Dios sea espíritu y haya de ser amado y
conocido no de nuestro cuerpo, mas de nuestro espíritu, estos tales no le
conocen, porque su vida es al contrario de Él. Y como la unión de los
prójimos nace de la unión de sí mismos, y de la unión de sí con Dios, estos
ciudadanos, divididos en sí y divididos de Dios, no pueden tener buena y
duradera paz unos con otros; mas antes de sus hablas y obras y juntas nacen
rencillas, viviendo cada uno a su proprio querer, sin curar de agradar al otro,
y sintiendo cada uno a su injuria, sin curar de sufrirse unos a otros. Estos son
los que no entienden a qué fin fueron criados, ni cómo han de usar de las
criaturas, ni temen infierno, ni desean el cielo; mas todas las cosas las
quieren para sí, haciéndose fin de todas ellas. Con mucha razón, pues, son
llamados Babilonia los que todos andan en ceguedad, sin usar de sí ni
de otra cosa conforme al querer del Criador.
Llámanse
también caldeos, llámanse Sodoma, llámanse Edón,
con otros mil nombres que representan la maldad de este pueblo, y todos aun no
pueden declarar la malicia de él. Este es el pueblo del cual manda Dios salir a
Lot, porque no le comprehenda el castigo que de Dios viene sobre él, y le es
mandado que se salve en el monte, que es la alteza de la fe y buena vida. Este
es el pueblo del cual manda Dios que salga a Israel, para caminar a la tierra de
promisión, que es figura del cielo. Este es el pueblo del cual mandó Dios
primero a Abraham que se saliese, cuando le dijo: Sal de tu tierra, y de tu
tierra, y de tu parentela, y de la casa de tu padre, y ven a la tierra que te
mostraré. Este es el pueblo del cual dice Dios por San Pablo a los que
quieren ser suyos: No queráis tener compañía con los infieles. Porque
¿qué compañía puede tener la maldad con la bondad, o la luz con las
tinieblas? ¿Qué junta puede haber en ti, Cristo, y Belial o entre el fiel y el
infiel? ¿Qué convención hay entre el pueblo de Dios con los ídolos? Porque
vosotros sois templos de Dios vivo, como dice el Señor: Yo moraré en ellos, y
andaré entre ellos, y seré Dios de ellos, y ellos me serán pueblo. Por lo
cual salid del medio de ellos y apartaos, dice el Señor, de ellos. Todo
esto dice San Pablo.
De
las cuales cosas veréis claro con cuánta razón se os dice de parte de Dios: Olvida
tu pueblo, y la casa de tu padre; porque no os recibirá el Señor por
suya, si no os extrañáis a este pueblo.
No
es cosa segura estar debajo de una casa, la cual sin duda se ha de caer y tomar
a cuantos debajo estuvieren, y no agradeceremos poco a quien de tal peligro nos
avisase. Pues sabed muy de cierto que vendrá día en que se cumpla aquella
visión que vio San Joan cuando dijo: Vi otro ángel que descendió del
cielo, que tenía gran poder, y que tenía la tierra alumbrada con su gloria. Y
él clamó con su fortaleza y dijo: Caído ha, caído ha Babilonia la grande, y
hecha es morada de demonios, y casa de todo espíritu sucio, y de toda ave sucia
y horrible. Y abajo dice: Tomó un ángel una piedra grande, como de
molino, y echóla en la mar, diciendo: Con este ímpetu será echada la gran
Babilonia en la mar, y no será más hallada. Y, porque no se descuiden los
que desean salvarse, pensando que, teniendo compañía con los malos, no les
comprehenderán sus azotes, dice el mismo San Joan que oyó otra voz del cielo
que decía: Salid de ella, pueblo mío, y no seáis participantes en sus
delitos, y no recibáis de sus plagas, porque llegado han sus pecados al cielo,
y acordado se ha el Señor de las maldades de ella.
2.
¿Qué quiere decir «salir del mundo»?
Sobre
lo cual dice San Augustín que este salir del medio de Babilonia no quiere
decir ir con el cuerpo de entre los malos, mas con el ánima, porque en una
misma ciudad y en una misma casa está Jerusalén y Babilonia, juntas cuanto al
cuerpo, mas, si miramos a los corazones, muy apartados están. Y en uno es
conocida Jerusalén, ciudad de Dios, y en otro Babilonia, ciudad de los malos. Olvidad,
pues, vuestro pueblo, y salid al pueblo de Cristo, sabiendo que no podéis
comenzar vida nueva, si no salís de la vida vieja. Acordaos de lo que dijo San
Pablo, que para santificarle a su pueblo por su sangre, padeció muerte
fuera de la puerta de Jerusalén, y pues así es, salgamos a él fuera de los
reales, imitándole en su deshonra. Esto dice San Pablo, amonestándonos
que por eso Cristo padeció fuera de la ciudad, para darnos a entender
que, si le queremos seguir, hemos de salir de esta ciudad, que hemos dicho, que
es congregación de los que se aman a sí. Bien pudiera Cristo curar el ciego en
Betsaida, y más quiso sacarle de ella y así darle la vista, para darnos a
entender que fuera de la vida común, que siguen los muchos, hemos de ser
curados de Cristo, siguiendo el camino estrecho, por el cual dice la misma
verdad que andan pocos. No os engañe nadie; que no quiere Cristo a los que
quieren cumplir con Él y con el mundo. Y por su bendita boca prometió que
ninguno pudiese servir a dos señores.
Por
tanto, si queréis que Él se acuerde de vos, olvidad vuestro pueblo.
Si queréis que os ame, no os améis vos. Si queréis que Él cuide de vos, no
estéis estribada en vuestro cuidado. Si queréis que os mire con amor, no os
miréis complaciendo a vos. Si queréis estar arrimada a Él, desarrimaos de
vos. Y si queréis agradarle, no temáis desagradar al universo mundo por Él. Y
si deseáis hallarle, no dudéis perder padre y madre, y hermanos y casa, y aun
vuestra propria vida, por Él. No porque conviene aborrecer estas cosas, mas
porque conviene mirar tan de verdad, y con todo vuestro corazón, a Cristo, que
no torzáis en un solo cabello de agradar a Él por agradar a criatura alguna,
por amada que sea, ni aun por vos misma. San Pablo predica que los que
tienen mujeres las tengan como si no las tuviesen, y los que compran como si no
poseyesen, y los que venden como si no vendiesen, y los que lloran como si no
llorasen, y los que se gozan como si no gozasen y la causa es lo que
añade, diciendo. Porque se pasa presto la figura de este mundo. Pues
así os digo, doncella, que lo uno, porque presto se pasa, y lo otro, porque ya
no sois vuestra, así tened padres y hermanos, parientes y casa y pueblo, como
si no los tuviésedes, no para no reverenciarlos y amarlos, pues la gracia no
destruye la orden de naturaleza, y aún en el mismo cielo ha de haber reverencia
de hijo a padre; mas para que no os ocupen el corazón y estorben el servicio de
Dios. Amaldos en Cristo, no en ellos, que no os los dio Cristo para que os sean
estorbo a lo que tanto debéis siempre hacer, mas para que os sean ayuda. San
Hierónimo cuenta de una doncella, que estaba tan mortificada a la afeción del
parentesco, que a su propria hermana, aunque era doncella, no curaba de verla,
contentándose con amarla por Dios.
Creedme
que así como en un pergamino no pueden escribir, si no está muy raído,
quitado de la carne, así no está el ánima aparejada para que el Señor
escriba sus gracias en ella, hasta que estén en ella estas afecciones, que
nacen de carne, muy muertas. Leemos en los tiempos pasados que pusieron el arca
de Dios en un carro, para que la llevasen dos vacas paridas, cuyos becerros
quedaban en cierta parte encerrados, y aunque las vacas daban gemidos
por sus hijos, mas nunca dejaron su camino real, ni tornaron atrás, ni se
apartaron, dice la Escriptura, a la mano derecha ni a la izquierda, mas
por el querer de Dios que así le hacía, llevaban su arca hasta la tierra de
Jerusalén, que era el lugar donde Dios moraba. Los que se han puesto encima de
sus hombros la cruz de Jesucristo nuestro Señor, que es arca donde Él está y
se halla muy de verdad, no deben dejar ni tardar su camino por estas afecciones
naturales de amor de padres e hijos, y casa, y semejables cosas. Ni deben
gozarse livianamente con las prosperidades de ellos, ni penarse por sus
adversidades. Porque lo primero es apartarse del camino de la mano derecha, y el
segundo, a la izquierda; mas proseguir en fervor su camino, encomendando al
Señor que guíe a su gloria lo uno y lo otro. Y estar tan muertos a estas
cosas, como si no les tocasen, o a lo menos, si esto no pueden, no dejarse
vencer de la tristeza o del gozo por lo que a ellos toca, aunque algo lo
sientan; lo cual fue figurado en las vacas que, aunque daban bramidos por
sus hijos, no por eso dejaban de llevar el arca de Dios. E si los padres ven que
sus hijos quieren de alguna manera servir a Dios que a ellos no es apacible,
deben de mirar lo que Dios quiere. Y, aunque giman con amor de los hijos, deben
vencerse con el amor de Dios, ofreciendo sus hijos a Dios, y serán semejables a
Abraham, que quería matar a su unigénito hijo por la obediencia de Dios, no
curando de lo que su sensualidad deseaba. Y el dolor natural que en estos
trances se pasa, débese sufrir con paciencia, el cual aún no irá sin
galardón, pues que el Señor ordenó el dicho amor, y por amor de él se vencen
como quien padece martirio. Olvidad, pues, vuestro pueblo, doncella,
y sed como otro Melquisedec, del cual no se cuenta padre ni madre ni linaje
alguno. En lo cual, como San Bernardo dice, se da ejemplo a los siervos de
Dios, que han de tener tan olvidado su pueblo y parientes, que sean de su
corazón como este Melquisedec solos y extranjeros en este mundo, sin tener cosa
que les retarde su apresurado caminar, que caminan a Dios.
3.
La vanidad de la nobleza del linaje
No
querría que os cegase a vos la vanidad que a muchos ciega, presumiendo de su
linaje carnal. Y, por tanto, quiéroos decir lo que a una doncella San Hirónimo
dice: «No quiero que mires aquellas que son doncellas del mundo y no de Cristo,
las cuales, no acordándose de su propósito comenzado, se gozan en sus
deleites, y se deleitan en sus vanidades y glorias en el cuerpo, en la origen de
su linaje, las cuales, si se tuviesen por hijas de Dios, nunca después del
nacimiento divino, ternían en algo la nobleza del cuerpo; y si sintiesen a Dios
ser padre, no amarían la nobleza de la carne. ¿Para qué te glorías con
nobleza de tu linaje? Un hombre y una mujer hizo Dios en el principio del mundo,
de los cuales descendió la muchedumbre del género humano. La nobleza del
linaje no la da la igualdad de naturaleza, mas la ambición de la codicia; y
ninguna diferencia puede haber entre aquellos a los cuales el segundo nacimiento
engendró, por el cual así el rico como el pobre, el libre y el esclavo, es de
linaje, y sin él no son hechos hijos de Dios. Y el linaje de carne terrena es
oscurecido con el resplandor de la celestial honra. Y en ninguna manera ya
parece, pues que los que eran antes desiguales por honras del mundo son
igualmente vestidos con nobleza de honra celestial y divina. Ningún lugar hay
ya allí de linaje bajo, y ninguno de aquéllos es sin linaje, a los cuales el
alteza del nacimiento divino los hermosea. Y, si lo hay, en el pensamiento de
aquellos que no tienen en más las cosas celestiales que las humanas. O, si las
tienen, cuán vanamente lo hacen en tenerse en más que aquellos por cosas
menores, los cuales conocen serles iguales en las cosas mayores, y estiman a los
otros como a hombres puestos en tierra debajo de sí, los cuales creen que son
sus iguales en las cosas del cielo. Mas, tú, quienquiera que eres, doncella de
Cristo y no del siglo, huye toda gloria de la vida presente, para que alcances
todo lo que se promete en el siglo, que está por venir.» Todo esto dice San
Hierónimo. De lo cual podréis ver cuánto os conviene olvidar vuestro pueblo y
casa de padre, sabiendo que lo que de los padres de carne traéis es ser
concebida en pecado y llena de muchas miserias, y nacida en ira de Dios por el
primer pecado de Adán, que, mediante nuestra concepción, heredamos. Un
cuerpecillo nos dieron nuestros padres, y tan vergonzosamente engendrado que es
asco pensarlo, y decirlo, y es tal este cuerpo que mancha el ánima, que Dios
cría limpia y la infunde en él. Como cuando un limpio da una manzana limpia en
las manos de un leproso, que con sólo tomarla la ensucia. Un cuerpo nos dieron,
lleno de mil necesidades y flaquezas, y proprio para hacer penitencia en
sufrirlo. Un cuerpo, que, si un solo cuerezuelo le quitasen de encima, los muy
hermosos serían abominables. Un cuerpo, que, mirándolo por defuera blanco, y
considerando las cosas que dentro en sí encierra, no diréis sino que es un vil
muladar, cubierto de nieve. Un cuerpo, que pluguiera a Dios que no hubiera más
en él que ser trabajoso y vergonzoso; mas esto es lo menos, porque es el mayor
enemigo que tenemos, y el mayor traidor que nunca se vio, que anda buscando la
muerte, y muerte eterna, a quien le da de comer, y todo lo que ha menester. Un
cuerpo, que para haber él un poco de placer, no tiene en nada dar enojos a Dios
y echar el ánima en el infierno. Un cuerpo, perezoso como asno y malicioso más
que mula; y si no, probá a dejarlo sin freno, que ande él como quisiere, y
descuidaos un poco de guardaros de él, entonces veréis lo que tiene.
¡Oh
vanidad para burlar de los que de linaje presumen!, pues que todas las ánimas
Dios las cría, que no se heredan, y la carne que se hereda, es cosa para haber
vergüenza y temor. Digan los tales lo que Dios dijo a Esaías: Da voces. ¿Y
qué diré a voces?, dijo Esaías. Respondió el Señor. Que toda carne
es feno, y toda su gloria como la florecilla del campo. Voces manda dar
Dios, y aún no las oyen los sordos, los cuales más se quieren gloriar de la
suciedad, que de la carne trajeron, que en la alteza que por el Espíritu Santo
les es concedida. No seáis ciega, esposa de Cristo, ni desagradecida. La estima
en que Dios os tiene no es por vuestro linaje, mas por ser cristiana; no por
nacer en sala entoldada, mas por tornar a nacer en el santo baptismo. El primer
nacimiento es deshonra, el segundo es honra. El primero, de desnobleza; el
segundo, de nobleza. El primero, de pecado; el segundo de justificación de
pecados. El primero, de carne que mata; el segundo, de espíritu que aviva. Por
el primero somos hijos de hombres; por el segundo, hijos de Dios. Por el
primero, aunque somos herederos de nuestros padres, cuanto a su hacienda somos
herederos cuanto a ser pecadores y llenos de muchos trabajos; mas por el segundo
somos hechos hermanos de Cristo, y juntamente herederos del cielo con él: de
presente recebimos el Espíritu Santo y esperamos ver a Dios cara a cara.
Pues,
¿qué os parece que dirá Dios al que se precia más ser nacido de hombres,
para ser pecador y miserable, que por ser nacido de Dios, para ser justo y
después bienaventurado? Éstos son semejables a uno que fuese engendrado de un
rey en una muy fea esclava, y se preciase él de ser hijo de ella, y la trajese
mucho en la boca, y no mirase ni se acordase ser hijo del rey.
Olvidad,
pues, vuestro pueblo, para que seáis del pueblo de Dios. El
pueblo malo, ése es el vuestro, y por eso dice: Olvida tu pueblo, porque
de vos no sois sino pecadora y muy vil, mas, si os sacudís de eso que es
vuestro, recebiros ha el Señor en lo que es suyo, en su nobleza, en su
justificación, en su amor. Mas, mientra tuviéredes, no recebiréis. Desnuda os
quiere Cristo, porque Él os quiere dotar, que tiene con qué. Porque de vos,
¿qué tenéis sino deudas? Olvidad vuestro pueblo, que es ser
pecadora, extrañándoos a los pecados pasados, y no viviendo según mundo. Olvidad
vuestro pueblo, olvidando vuestro linaje. Olvidad vuestro pueblo, haciendo
cuenta que estáis en un desierto sola con Dios. Olvidad, pues, vuestro
pueblo, pues tantas razones y tan suficientes veis para lo hacer.
Quinta
palabra. Cómo hemos de olvidar la casa de nuestro padre para hallar la de
Dios
1.
El padre de nuestra casa es el demonio
Síguese
otra palabra que dice: Olvida la casa de tu padre. Este padre el
demonio es; porque, según dice San Joan, el que hace pecado, del diablo
precede, porque el diablo pecó desde el principio. No porque él crió o
engendró a los malos, mas porque imitan sus obras. Y de aquél se dice ser uno
hijo, según el santo Evangelio, cuyas obras imita.
Este
padre malaventurado vive en el mundo, y quiere decir en los malos, según se
escribe de él en Job: En la sombra duerme, y en lo secreto de la caña, y
en los lugares húmidos. Sombra son las riquezas, porque no dando el
descanso que prometen, mas punzando el corazón con sus congojas, como con
espinas, experimenta el que las tiene que no son riquezas, mas sombra de ellas,
y verdadera necesidad, y que ninguna cosa son menos de lo que suena su nombre. Caña
es la gloria de este mundo, que cuando de fuera mayor parece, tanto de
dentro está más vacía, y aún lo que de fuera parece es tan mudable que con
razón se llama caña, que a todo viento se mueve. Lugares húmidos son
las almas relajadas con los carnales deleites, que corren tras ellos, sin
detenencia, contrarias a aquellas de las cuales dice el santo Evangelio que se
salen del espíritu sucio del hombre donde estaban, y va a buscar donde entrar,
y anda por los lugares secos, buscando holganza, y no la halla, porque en
las ánimas ajenas de estos carnales deseos no halla el demonio posada, mas en
las codicias, honras y deleites es su aposento. Por lo cual dice el
príncipe de este mundo, y regidor y señor de él, no porque él lo haya
criado, mas porque los malos, que son de Dios por creación, quieren sujetarse
al demonio, conformándose con su voluntad para que así sean también conformes
con él en la infernal pena como les será crudamente dicho el día postrero,
por boca de Cristo: Id, malditos, al fuego eterno, que está aparejado al
diablo y a sus ángeles.
2.
Nuestra casa es la propia voluntad
Y
si bien consideramos cuál sea esta casa del demonio, hallamos que no
es otra sino la propria y mala voluntad de los malos, en la cual se asienta el
demonio como rey en silla, mandando desde allí a todo el hombre, pues tiene lo
principal de él. Olvidar, pues, la casa de vuestro padre no
es otra cosa sino olvidar y quitar la voluntad propria, en la cual algún tiempo
aposentamos a este mal padre, y abrazar con entero corazón la divina diciendo: no
mi voluntad, Señor, sino la tuya sea hecha. El cual amonestamiento es de
los más provechosos que se nos pueden hacer; porque, quitada nuestra voluntad,
quitaremos los pecados que nacen de ella, como ramos de raíz. Lo cual denota
San Pablo, contando muchedumbre de pecados que en los días postreros había de
haber. Primero dice que serán los hombres amadores de sí mismos dando
a entender, como dice la glosa, que este amor de sí, es raíz y cabeza de todos
los pecados, el cual quitado, queda el hombre en su sujeción de Dios, de la
cual le viene su bien. Ítem, la causa de nuestros desabrimientos, tristezas,
trabajos, no es otra sino nuestra voluntad, la cual querríamos que se
cumpliese. Y, porque no se cumple, tomamos pena; mas este yerro quitado, ¿qué
cosa puede venir que nos pene? Pues no nace la tristeza de venir el trabajo, mas
de no querer que nos venga.
Y
no sólo se quitan las penas de acá, mas del otro mundo, porque, como San
Bernardo dice, cese la voluntad propria y no habrá infierno; mas así como es
la cosa más provechosa de todas negar nuestra voluntad, así es la cosa más
trabajosa que hay; y aun por mucho que trabajemos no saldremos con ello, si
aquel Señor que mandó quitar la piedra de la sepultura de Lázaro
muerto, no quita esta dureza que tiene muertos a los que debajo toma. Y, si no
mata a este fuerte Goliat, que no hay quien le pueda vencer si no el que es
invencible. Mas, aunque nosotros no podamos librar nuestro cuello de estas
cadenas, no por eso debemos dejar de esforzarnos, según las fuerzas que el
Señor nos diere, llamándole con corazón, y considerando los males que de
seguirla nos vienen, y los bienes que de no seguirla. Ítem, los santos ejemplos
de Cristo, el cual dice de sí: Descendí del cielo, no para hacer mi voluntad,
mas la de aquel que me envió. Y esto no en cosas de poca importancia, como
algunos hacen, mas en las cosas de afrenta y que llegan, como dicen, al ánima.
Tal era el padecer Cristo pasión por nosotros, mas en ella se conformó con la
voluntad de su Padre, echando de sí la voluntad de su carne, que era no
padecer, para darnos ejemplo, que ninguna cosa nos debe ser tan amada, que, por
él, no la abracemos.
Y
si todas las cosas que consideramos no nos movieren a olvidar este pueblo y casa
de nuestro padre, a lo menos muévanos lo que tanta razón es que nos mueva,
conviene a saber, la palabra que tras ésta se sigue, como para dar esfuerzo a
cumplir las pasadas, la cual dice así: Y codiciará al rey tu hermosura.
Que
tal ha de ser nuestra alma, para que el Señor codicie su hermosura
Cosa
es de maravillar que haya hermosura en la criatura que pueda atraer a los
benditos ojos de Dios para ser de Él codiciada. Dichosa cosa es enamorarse el
ánima de la hermosura de Dios; mas ni es de maravillar que la fea ame al todo
hermoso, ni es de tener en mucho que la criatura mire a su Criador. Mas
enamorarse y aplacer a Dios en su criatura, esto es de maravillar y agradecer, y
da a ella inefable causa de gloriarse y gozarse. Si es grande honra ser cautiva
una ánima del Señor, ¿qué será tener ella a Él cautivo de amor? Si es gran
riqueza no tener corazón por dársele a Dios, ¿qué será tener por nuestro el
corazón del Señor?, el cual da Él a quien da su amor. Y tras el corazón, da
a todo si, porque de quien es nuestro corazón, de aquél somos. Sin duda
grandes y muchos son los bienes que la infinita bondad da a los hombres, mas,
como no haciendo caso de todos ellos, dice Job a Dios: Señor, ¿qué cosa
es el hombre, porque le engrandeces y pones en él tu corazón? Dando a
entender que, pues por dar Dios el corazón, se da a Él, tanta diferencia va de
dar otras dádivas a dar el corazón por amor, cuanto va de Dios a criaturas. Y,
si por las otras dádivas le debemos gracias, la principal causa es porque nos
las da con amor, y si en ellas nos debemos gozar, mucho más por hallar gracia
en los altísimos ojos de Dios. Ésta es la verdadera honra nuestra, de la cual
nos podemos gloriar, no de que amamos nosotros a Él, porque maldito es quien
hace caso de sí, ensalzándose en las obras que hace, mas de que un tan alto
rey, a quien adoran todos los ángeles, quiere por su sola bondad amar cosas tan
bajas como somos nosotros.
Mirad,
pues, doncella, si es razón de oír y ver, e inclinar a Dios
nuestra oreja, pues el galardón de ello es que codicie Dios nuestra
hermosura. Verdaderamente, aunque las palabras que manda fueron muy recias,
se tornarán livianas con tales promesas, cuanto más siendo cosa tan poca lo
que nos pide.
1.
Esta hermosura no es la del cuerpo
Mas
diréis: ¿De dónde viene al ánima tener hermosura, pues que es pecadora, y de
los pecadores se escribe que es denegrida su cara más que carbones? Si
este Señor buscase hermosura de cuerpo, no es de maravillar que la hallase,
pues Él lo crió; y así, como Él es hermoso, crió todas las cosas hermosas,
para que así fuesen algún pequeñuelo rastro de su hermosura inefable,
comparada a la cual, toda hermosura es fealdad. Mas sabemos que dice David,
hablando de la esposa de este gran rey, que toda su hermosura consiste en lo
de dentro, que es el ánima. Y esto con mucha razón, porque la hermosura
del cuerpo es muy poca cosa, y puede estar en quien tenga muy fea su ánima.
¿Pues qué aprovecha ser fea en lo más, y hermosa en lo que es casi nada?
¿Qué aprovecha la hermosura en lo que los hombres pueden mirar, y fealdad en
lo que Dios mira? De fuera ángel, y de dentro diablo.
a)
LA HERMOSURA CORPORAL ES PELIGROSA AL QUE LA TIENE
Y
no sólo esta hermosura no aprovecha para ser el ánima amada de Dios, mas aún
por la mayor parte es ocasión para ser desamada. Porque, así como la
espiritual hermosura da seso y sabiduría, así la hermosura del cuerpo la suele
quitar. No tienen pequeña guerra la castidad, la humildad, recogimiento, de una
parte, contra la hermosura corporal, de otra. Y a muchos les fuera mejor extrema
fealdad en la cara, para no tener con quién pelear, que gran hermosura y gran
liviandad, con que fueron vencidas. No por pequeño mal dice Dios a tal ánima: Perdiste
la sabiduría entre tu hermosura. Y en otra parte dice: Heciste
abominable tu hermosura. Y dice esto, porque, cuando con la hermosura del
cuerpo se juntan fealdades en las costumbres, es abominable la tal hermosura, y
tornada en fealdad verdadera.
Bien
veo yo que si las ánimas de los que miran las cosas hermosas, y de las que son
hermosas, fuesen puros en buscar a Dios solo en las criaturas cuanto ellas
fuesen más hermosas, tanto más claro espejo serían de la hermosura de Dios;
mas, ¿adónde está agora quien no llore lo que San Augustín lloraba cuando
decía: «Andaba hermosa, para tanto más guardarse limpia en el ánima, cuanta
más hermosura ve en su cuerpo»? Naturalmente huimos más de ensuciarnos cuando
estamos limpios, que cuando no. Y hacen al contrario de esto muchas personas
que, siendo feas, no pecarían tanto, y de la misma limpieza toman ocasión a
ensuciarse. Y de éstas dice la Escriptura: Como manilla de oro en el hocico
del puerco, así es la mujer hermosa, que es loca. Muy poca honra cataría
el puerco al oro que en su hocico tuviese, y no dejaría, por mucho que
resplandeciese, de ensuciarlo y meterlo en el hediondo cieno; así es la mujer
loca, que emplea su hermosura, sin algún asco, en mil vanidades, hediondeces,
ya de cuerpo ya de ánima.
b)
PUEDE SER DAÑOSA A LOS DEMÁS
Pues
si la hermosura no ayuda, antes desayuda a guardar la limpieza de la propria
ánima, ¿qué pensáis que hace en las ánimas de quien lo mira? ¡Cuán buena
cosa sería no tener ellos ojos para mirar, ni ellas pies para andar, ni manos
para hermosear, ni gana para ser vista! ¿Qué dirán estas miserables hermosas
al parecer, y feas, según la verdad, cuando les falte la hermosura del cuerpo,
para lo cual tanto trabajaron, y se tornen tan hediondos sus cuerpos en las
sepulturas cuan hediondas andaban sus ánimas debajo de los cuerpos hermosos, y
sean así presentadas desnudas de bienes delante los ojos de aquel, al cual no
curaron parecer bien, y sean avergonzadas de sus secretas maldades probando por
experiencia, que vino el día en que, como Dios había prometido, echó a
perder el nombre de los ídolos de la tierra? Ídolo es la mujer vana y
hermosa, que quiere contrahacer a Dios verdadero, pintándose como Dios no la
pintó, y queriendo que los corazones de los hombres se ocupen de ellas, y
haciendo para ello todo lo que pueden y deseando lo que no pueden. Los nombres
muy mentados de éstas destruirlos ha Dios, para que sepan que no aprovechó ser
mentadas en las bocas de los hombres, si están raídas del libro de Dios.
De
esta hermosura os amonesto, esposa de Cristo, que ni aun os acordéis de ella,
porque, si las mujeres vanas se pasan como quiera donde no las ve hombre, y
guardan su hermosura para cuando las mire alguna muchedumbre del pueblo, o
algún alto príncipe, ¿por qué la esposa de Cristo no hará otro tanto,
esperando aquel día, cuando ha de ser vista de todos los hombres y todos los
ángeles, y del Señor de hombres y ángeles, cuando parecerá mejor la cara
llorosa que la risueña, y la saya baja que la preciosa, y la virtud que la
hermosura? Mas, no penséis que os basta tener vuestro corazón limpio de esta
vanidad, mas conviéneos mucho mirar y remirar, no seáis causa que a quien os
miraré se le aparte el corazón de Dios ni un solo punto.
Las
vanas doncellas del mundo desean bien parecer a los hombres, mas la de Cristo
ninguna cosa debe tanto huir ni temer, porque no puede ser peor locura que
desear el peligro ajeno y suyo. Acordaos de lo que San Hierónimo dice a una
doncella: «Guárdate que no des alguna ocasión de deseo malo, porque tu esposo
es celoso, y peor será adulterar contra Cristo que contra el marido.» Y en
otra parte dice: «Acuérdate que te he dicho que eres hecha sacrificio de Dios
y el sacrificio da santificación a las otras cosas, y cualquiera que de él
dignamente participare se hará participante en la santificación. Pues de esta
manera, por tu causa, como por sacrificio divino, se santifiquen las otras, con
las cuales así vivas que, cualquiera que tocare tu vida con el mirarte, o con
el oírte, sienta en sí la fuerza de la santificación, y deseándote mirar,
sea hecho digno de ser sacrificio.» Todo esto dice Hierónimo. De lo cual
veréis que esta honra tan grande que es ser esposa de Cristo, no anda sola, ni
se ha de poseer con descuido, mas así como es el más alto título que decirse
puede, así pide mayor cuidado que otro para tenerlo como conviene. No penséis
que por no tener marido que sea hombre, ya por eso habéis de vivir ni con un
solo punto de descuido; mas sabed que estáis obligada a miraros más y más
cuanto vuestro esposo es mayor y más cosas las que os demanda. Con el marido de
acá cumple la mujer con no tener tachas muy grandes, mas con el esposo
celestial, no. Si no le amáis con todo vuestro corazón y fuerzas, y una
palabra y un rato ocioso no pasará sin castigo, es tanto lo que a este Señor
se le debe que el no amarlo y reverenciarlo muy mucho es tacha, y de ella se le
debe pedir perdón. Y esto no os parezca pesado, porque aun acá, en el mundo,
cuanto una mujer alcanza marido más alto está obligada a ser ella mejor. Pues,
si podéis, considerad quién es aquel a quien por esposo tomastes, o por mejor
decir, quién por esposa os tomó, y veréis que, aunque lo que mandase fuese
pequeño, por mandarlo él no hay mandamiento pequeño ni pecado pequeño.
c)
EJEMPLO DE LA VIRGEN ASELA
Y
porque tal dignidad como ésta no la tengáis indignamente, y la honra no se os
torne en deshonra, quiero poneros delante un dechado vivo en que os miréis, y
del saquéis, que fue una doncella llamada Asela, de la cual dice San Hierónimo
así: «Ninguna cosa había más alegre que su gravedad, ni más grave que su
alegría. Ninguna cosa más suave que su tristeza, ni más triste que su
suavidad. Y así tenía amarillez en la cara, que, aunque fuese señal de
abstinencia, no demostrarse hipocresía. Su palabra callaba, y su callar
hablaba; ni muy tardo ni presurado su andar; su hábito, de una misma manera; su
limpieza era sin ser procurada; y su vestido, sin curiosidad; y su atavío, sin
atavío. Y por la bondad de su vida mereció que en la ciudad de Roma, donde
tantas pompas hay, en la cual ser humilde es tenido por miseria, los buenos
digan bien de ella, y los malos no osen murmurar de ella. Esta es el dechado que
debéis de mirar para lo de fuera, que, para lo de dentro, no hay sino
Jesucristo, puesto en la cruz. Al cual tanto más os debéis conformar cuanto
tenéis nombre de mayor unión con él, que es casamiento.»
Mas
mirá, no desmayéis por la mucha santidad que vuestro título pide, temiendo
más tal estado que gozándoos con él. Cuando oyerdes que os amonestan cosas
altas, no debéis derribaros, más esforzaros, porque así como las cargas y
mantenimiento del matrimonio no cargan principalmente sobre los hombros de la
mujer, mas cumple con guardar bien lo que el marido trae ganado, así no
penséis que os tomó el Señor por esposa para dejar sobre vuestros hombros los
trabajos de manteneros, pues que ni vos seréis para ello, ni quiere él que la
honra de ser vos la que debéis, sea vuestra. Plega a él que sepáis vos darle
vuestro corazón y responderle a sus inspiraciones que él os enviará; y que no
ensuciéis con tibieza o con soberbia, o con negligencia, o con indiscretos
fervores, el agua limpia que en vuestra ánima él lloverá; que en lo demás, y
aun en esto, vuestra ánima ha de reposar en confianza no de vos, mas de vuestro
esposo, que sabe vuestra necesidad y puede muy bien manteneros, si vos de
vuestra voluntad de su casa no os vais.
d)
EL ESTADO DE VIRGINIDAD
El
estado de virginidad que tenéis no se debe tomar livianamente por cualquier
breve devoción que venga, ni por no poder hallar casamiento con hombre; mas,
como cosa en que mucho va, ha de haber mucho consejo y experiencia, y aparejo
para servir a Cristo, y haberlo encomendado a Dios muchos días, y muy de
corazón, porque no se guarde negligentemente el estado que livianamente se
tomó.
Mas,
cuando es tomado como debe, y por el fin que es razón, debe tener mucha
alegría la persona que lo tuviere, porque es estado de incorrupción y estado
de fecundidad. Porque, así como la bendita Virgen María, que por su excelente
y limpísima virginidad se llama Virgen de vírgines, y es amparadora
de vírgines, dio fruto y no perdió la flor de su limpieza, así las vírgines,
que son de verdad vírgines, tienen fruto en su ánima y entereza en su cuerpo.
Porque este celestial esposo, Cristo, no es como los de la tierra que quitan la
hermosura e integridad a sus esposas; mas es tan guardador de hermosura y tan
amador de limpieza que, como dice santa Inés, «a Él solo guardo mi fe, a Él
solo me encomiendo con toda devoción, al cual, cuando amare, soy casta, cuando
le tocare, soy limpia, cuando lo recibiere, soy virgen. Ni faltarán hijos de
aquestas bodas, en las cuales hay parto sin dolor, y la fecundidad de cada día
es acrecentada.» Esto dice santa Inés, como quien probaba la suavidad de este
celestial desposado. Porque confusión, y no pequeña, es para la doncella que
se llama esposa de Cristo, no gustar más de las condiciones y suavidad de su
esposo que si fuera un extranjero. ¡Oh cuántos dolores ahorra la virginidad, y
cuántos cuidados y desasosiegos! Unos, que por fuerza los trae el mismo estado
de matrimonio de carne; otros, que de la mala condición del marido suelen
nacer. Más acá, los hijos son gozo, caridad y paz, con otros
semejables que cuenta San Pablo; el esposo, bueno, pacífico, rico, sabio y
hermoso, y, según la esposa dice en los Cantares, todo para desear.
¿No
os parece, pues, que hace este rey gran merced a quien toma no sólo para
esclava, o sirvienta, más para esposa? ¿No os parece buen trueco, parto con
dolor por parto con gozo, hijos de cuidado con hijos de descanso, y que ellos
traen consigo la paz y la honra? Por cierto, como San Hierónimo dice, hablando
a una madre de una doncella: «No sé por qué tienes por mal que tu hija no
quiso ser mujer o esposa de caballero por ser esposa del rey, y que te hizo a ti
suegra de Cristo.» No resta, pues, doncella, sino que así os alegréis con el
estado que el Señor por su sola bondad os dio, que tengáis cuidado de ser la
que debéis, y así temáis de vuestra flaqueza que confiéis en el Señor que
acabará en vos lo que ha comenzado; para que así ni la merced fecha os dé
alegría liviana, ni el temor de lo mucho que debéis os derribe. Mas entre
temor y esperanza caminéis hasta que el temor se quite con el perfeto amor que
en el cielo obra, y la esperanza, cuando tengamos presente, y sin temor de
perder, aquello que aquí en ausencia esperamos.
2.
Hermosura del alma
Mucho
nos hemos apartado de la pregunta que preguntamos: ¿De dónde viene hermosura
al ánima, para que Dios la codicie? Y ha sido la causa, porque no pensemos que
lo había este rey por la hermosura del cuerpo. Agora tornemos a nuestro
propósito.
a)
EL PECADO AFEA EL ALMA
Habéis
de saber que, para ser una cosa del todo hermosa, cuatro cosas se requieren: la
una, cumplimiento de todo lo que ha de tener; porque, faltando algo, ya
no se puede decir hermosa, como faltando una mano, o pie, o cosa semejante; la
segunda, es proporción de un miembro con otro, y, si es imagen de otra
cosa ha de ser sacada muy al proprio de su dechado; lo tercero, ha de tener
viveza de color; lo cuarto, suficiente grandeza, porque lo
pequeño, aunque sea bien proporcionado, no se dice del todo hermoso.
Pues,
si consideramos todas estas condiciones en el ánima pecadora, hallaremos que ni
una sola de ellas tiene. No cumplimiento, porque faltándole la fe, o
la caridad, o dones de Espíritu Santo, los cuales había de tener, no se puede
decir hermosa a quien tantas cosas le faltan. No tiene proporción entre
sí, porque ni obedece la sensualidad a la razón, ni la razón a Dios,
mayormente que, siendo el ánima criada a imagen de Dios, como lo es en su ser
natural; pues, siendo Dios bueno y el ánima mala, Dios limpio y ella sucia,
Dios manso y ella airada, y ansí en lo demás ¿cómo puede haber hermosura en
imagen que tan desconforme está a su dechado? Pues lo tercero, que es una luz
espiritual de gracia y conocimiento, que avivan la hermosura del ánima como los
colores al cuerpo, también le falta, porque ella anda en tinieblas, y
queda denegrida más que carbones, como lo llora Jeremías. Pues menos
tiene lo cuarto, pues no hay cosa más poca ni más chica que ser
pecadora, que es nada. De manera que, faltándole todas las condiciones para ser
hermosa, sin duda será fea. Y porque todas las ánimas de los cuerpos que de
Adán vienen son criadas, ordinariamente son pecadoras, síguese que todas son
feas.
Y
esta fealdad de pecado es tan dificultosa, o por mejor decir, es tan imposible
de ser quitada por fuerzas de criaturas que todas juntas no pueden hermosear una
sola ánima fea. Lo cual denota el Señor por Jeremías diciendo: Si te
lavares con salitre, y con abundancia de jabón, todavía estás manchada en mi
acatamiento; quiere decir: que para quitar esta mancha, ni aprovecha el
salitre de reprehensiones de los profetas, ni recios castigos de la Ley Vieja,
ni tampoco la blandura de los halagos y prometimientos que Dios entonces hacía.
Manchados estaban los hombres entre los castigos y entre las consolaciones, y
entre amenazas y promesas. Porque por las obras de la Ley Vieja ninguno era
justificado delante los ojos de Dios, como dice San Pablo, y por eso no
podía haber hermosura para ser codiciada de Dios, pues no
había justificación, que es causa de la hermosura. Y, si en la ley y
sacrificios dados por Dios no podía darse hermosura, claro es que menos la
habría en la ley de naturaleza, pues no tenía tantos remedios contra el pecado
como la de Escriptura.
b)
EL VERBO DE DIOS HERMOSEA NUESTRA FEALDAD
Considerad,
pues, qué cosa tan fea, es y cuanto se debe huir la fealdad y mancha del
pecado. Pues que, una vez recebida en el ánima, ni pudo lavar con todas las
fuerzas humanas ni con tanto derramamiento de sangre que por mandamiento de Dios
se ofrecía en su templo. Y si el hermoso Verbo de Dios, dechado de hermosura,
no viniera a hermosearnos, para siempre la fealdad, en que por nuestra culpa
incurrimos, nos durara. Mas, viniendo el Cordero sin mancha, pudo y supo y quiso
lavar nuestras manchas. Y amando a los feos, destruyóles la fealdad y dióles
la hermosura.
Y
para que veáis cuán razonablemente el Hijo de Dios, más que el Padre y el
Espíritu Santo, convenía que hermosease lo feo, considerad que así como los
santos doctores atribuyen al Eterno Padre la eternidad, y al Espíritu Santo el
amor, así al Hijo de Dios, en cuanto Dios, se le atribuye la hermosura, porque
El es perfetísimo, sin defeto alguno, y es imagen del Padre, tan al
proprio que, por ser engendrado del Padre, es semejable del todo al Padre y
tiene la mesma esencia del Padre. De manera que quien a Él ve, ve al Padre,
como Él mismo dice en el santo Evangelio. Pues proporción tan
igual del Hijo e imagen con el Padre, cuyo es imagen con razón se le atribuye
la hermosura pues tan bien es sacado. Esta luz no le falta, pues que se llama
Verbo, que es cosa engendrada del entendimiento y en el entendimiento, y por eso
dice San Joan que era luz verdadera, y confesamos que es Dios de
Dios, y lumbre de lumbre. Pues grandeza no le falta, teniendo como
tiene su inmensidad infinita, y por eso convino que este hermoso, por quien
fuimos hechos hermosos, cuando no erramos, viniese a repararnos después de
perdidos. Y se vistiese de carne, para en ella tomar las cargas de nuestra
fealdad, y dar en nuestras ánimas la lindeza de su hermosa.
Y
aunque ni el ser nosotros castigados ni halagados, no nos podía quitar nuestra
mancha, fue de tanto valor para nosotros el ser castigado el hermoso que,
cayendo sobre sus hombros el recio salitre de su pasión, cayó sobre nosotros
el blanco jabón de su blancura. Y aunque Dios dice al pecador: Aunque tú
te laves con salitre e yerba de jabón no serás limpio, mas, dando a
entender que había de enviar remedio para esta mancha, dice en otra parte: Si
fueren vuestros pecados como la grana, serán blanqueados como la nieve. Y si
fueren bermejos como sangre con que tiñen carmesí, serán blancos como lana
blanca. Muy bien creía esto David cuando decía: Rociarme has con
hisopo, Señor, y seré limpio, lavarme has y seré emblanquecido más que la
nieve. Hisopo es una yerba pequeña y un poco caliente, y tiene propiedad
para purgar los pulmones por do resollamos. Y esta yerba juntábanla con un palo
de cedro como vara, y atábanlos con una cuerda de grana dos veces teñida, y a
todo junto decían hisopo, con el cual, mojado con sangre y agua, y otras veces
con agua y ceniza, rociaban al leproso y al que había tocado cosa muerta, y con
aquello era tenido por limpio. Muy bien sabía David que la yerba ni el cedro,
ni la sangre de pájaros y animales, ni el agua ni ceniza, no podían dar
limpieza en el ánima, aunque lo figuraban. Y por eso no pide a Dios que tome en
su mano este hisopo y le rocíe con él, mas dícelo por la humanidad y humildad
de Jesucristo nuestro Señor, la cual se dice yerba, porque nacía de la tierra
de la bendita Virgen María, y porque nació sin obra de varón, como la flor
nace en el campo sin ser arada ni sembrada. Y por eso dice: Yo soy flor del
campo. Esta yerba se dice pequeña, por la bajeza que en este
mundo tomó hasta decir: Gusano soy y no hombre, deshonra de hombres y
desprecio del pueblo. Esta carne humillada es remedio contra el viento de
nuestra soberbia, porque no hay soberbia tan loca que no sea curada con tanta
humildad. Si el hombre mira, verá que no es razón que se ensalce el gusano,
viendo abatido el rey de la majestad, y se olvida que el hisopo es caliente,
porque Cristo, por el fuego de amor que en sus entrañas ardía, se quiso abajar
para nos purgar, dándonos a entender que, si el que es alto se abaja, cuanta
razón es el que tiene tanto para se abajar no se ensalce. Y si Dios es humilde,
que el hombre lo debe ser. Esta carne medicinal fue juntada al palo del cedro,
fue puesta en la cruz, y atada con delgada hebra de grana dos veces teñida,
porque aunque duros y gruesos, y largos clavos le tenían fijados con ellas los
pies y las manos, mas, si su abrasado hilo de amor no lo atara a la cruz,
queriendo Él entregar su vida para matar nuestra muerte, poca parte fueran los
clavos para lo tener. De manera que no ellos, más el amor le tenía. Y este
amor es doblado, como grana dos veces teñida, porque, por satisfacer a la honra
del Padre, que por los pecados era ofendida, y por amor de los pecadores,
padeció Él.
e)
LA SANGRE DE JESUCRISTO
La
ropa que el sumo pontífice se vestía en la ley había de ser grana teñida dos
veces, porque la santa humanidad de Cristo, que es su vestidura, se había de
teñir en sangre por amor de Dios y del prójimo. Esta carne, puesta en la cruz,
es el velo que Dios mandó hacer a Moisés de hiacinto y carmesí, y grana
dos veces teñida, y de blanca y retejida holanda, hecho con labores de
aguja, y tejido con hermosas diferencias, porque esta santa humanidad es teñida
con sangre como el carmesí; es abrasada con fuego significado en la grana
según hemos dicho; es blanca como la holanda con castidad en inocencia, y es
retejida, porque no fue muelle ni relajada, mas apretada debajo de toda
disciplina virtuosa y de muchos trabajos, y es también significada e el hiacinto,
que tiene color de cielo, porque es formada por obra sobrenatural del
Espíritu Santo, y por eso se llama celestial, con otras mil lindezas y virtudes
que tiene formadas por el saber muy sutil de la sabiduría de Dios. Y este velo
manda que se cuelgue delante cuatro columnas que lo sustenten, que quiere decir
que en cuatro brazos de cruz fue puesto Cristo, y cuatro evangelios ponen y
predican manifiesto delante del mundo.
Pues,
como el real profeta David fuese tan alumbrado profeta en saber los misterios de
Cristo que habían de venir, viéndose afeado con aquel feo pecado, cuando tomó
la ovejita y mató al pastor, temiendo la ira del Omnipotente, con la cual
estaba amenazado por boca del profeta Natán, suplica a Dios que le hermosee su
fealdad, no con hisopo material, pues que el mismo David dice a Dios: No te
deleitarás con sacrificio de animales, mas pide ser rociado con la sangre
y carne de Jesucristo, atado con cuerdas y lazos de amor en la cruz, confesando
que, aunque su fealdad sea mucha, será emblanquecida más que la nieve con
la sangre que de la cruz cae. ¡Oh sangre hermosa de Cristo hermoso, que, aunque
eres colorada más que rubíes, tienes poder para emblanquecer más que la
leche! ¿Y quién viera con cuánta violencia eras derramada por los sayones y
con qué amor eras derramada del mismo Señor? ¡Cuán de buena gana, extiendes,
Señor, tus brazos y pies, para ser sangrado de brazo y tobillo, para remediar
nuestra soltura tan mala que en deseos y obrar tenemos! ¡Gran fuerza ponen
contra ti tus contrarios, mas muy mayor fuerza te hizo tu amor, pues que te
venció! Hermoso llama David a Cristo sobre todos los hijos de los
hombres. Mas este hermoso sobre hombres y ángeles quiso disimular su
hermosura y vestirse en su cuerpo, y en lo de fuera, de la semejanza de nuestra
fealdad, que en nuestras ánimas tenemos, para que así fuese nuestra fealdad
absorbida en el abismo de su hermosura, como lo es una pequeña pajita en un
grandioso fuego, y nos diese su imagen hermosa, haciéndonos semejables a Él.
d)
POR HERMOSEARNOS, EL HIJO DE DIOS ESCONDE SU HERMOSURA A LOS OJOS DEL CUERPO
Y
si bien miramos las condiciones ya dichas que se requieren para ser uno hermoso,
todas las cuales están excelentemente en el Verbo divino, hallaremos que todas
las disimuló y escondió, para que, siendo escondidas en él, se manifestasen
en nosotros. ¡Cuán entero, acabado y lleno es el Verbo de Dios, pues
ninguna cosa le falta ni puede faltar, y quita él la falta a todas las cosas!
Mas a este tan rico en el seno del Padre, miradle hecho hombre en el vientre y
brazos de su Madre. Id por todo el discurso de su vida y muerte, y veréis
cuántas veces le faltó el comer y el beber en toda su vida: cuán falto de
cama para se echar, cuando le puso la Virgen en el pesebre, porque ni
cama ni lugar tenía en el portal de Belén; cuántas veces le faltó con qué
remediar su frío y su calor, y no tenía sino lo que le daban. Y si en la vida no
tenía a dónde reclinar su cabeza, como él lo dice, ¿qué diréis de la
extrema pobreza que en su muerte tuvo? En la cual menos tenía donde reclinar su
cabeza, porque o la había de reclinar en la cruz, y padecer extremo dolor por
las espinas que más se le hincaban en ella, o la había de tener abajada en
vago, no sin grave dolor. ¡Oh sagrada cabeza, de la cual dice la esposa que
es oro finísimo, por ser cabeza de Dios, y cuán a tu costa pagas lo que
nosotros contra tu amor nos declinamos en las criaturas, amándolas y queriendo
ser amados y alabados de ellas, haciendo cama de reposo en lo que habíamos de
pasar de camino hasta descansar en ti! Y dinos, ¿para qué pasas tanta falta y
pobreza? Oyamos a San Pablo que dice: Bien sabéis, hermanos, la gracia que
nos hizo nuestro Señor Jesucristo, que, siendo El rico, se hizo pobre por nos,
para que, con la pobreza, fuésemos nosotros ricos.
Veis
aquí, pues, disimulada muy por entero la primera condición de hermosura, que
es ser cumplido, pues le falta tanto en el suelo al que en el cielo es la misma
abundancia. Pues, si miráis a la otra condición del hermoso Verbo de Dios,
como es perfetísima imagen del Padre, igual a Él y proporcionado con Él,
hallaréis que no menos que la primera la disimula en la tierra. Decidme, ¿qué
es el Padre sino fortaleza, saber, honra, hermosura, bondad, gozo, con otros
semejantes bienes? Pues poned de una parte este admirable dechado, glorioso en
sí y adorado de ángeles, y acordaos de aquel paso que había de pasar y
traspasar a lo más dentro de nuestras ánimas, de cuando la hermosa imagen del
Padre, Jesucristo nuestro Señor, fue sacado de la audiencia de Pilato,
cruelmente azotado y vestido con una ropa colorada, y con corona de escarnio en
los ojos de los que lo vían, y de agudo dolor en el celebro de quien la tenía.
Las manos atadas, y una caña en ellas; los ojos llenos de lágrimas, que de
ellos salían, y de sangre, que de la cabeza venía; las mejillas amarillas y
descoloridas, llenas de sangre y afeadas con salivas. Y con este dolor y
deshonra fue sacado a ser visto de todo el pueblo diciendo: Mirad el hombre.
Y esto para que a Él le creciese la vergüenza de ser visto de ellos, y
ellos hobiesen compasión de Él, viéndole tal, y dejasen de perseguir a quien
tanto vían padecer. Mas, ¡oh cuán malos ojos miraron las penas de quien más
se penaba por la dureza de ellos que por sus proprios dolores!, que, en lugar de
apagar el fuego de su rabiosa malquerencia con el agua de sus deshonras,
ardíoles más y más como fuego de alquitrán que arde en el agua, y no
escucharon la palabra a ellos dicha por Pilatos: Mirad el hombre, mas
no queriendo verle allí, dicen que lo quieren ver en la cruz.
e)
«ECCE HOMO»
Ánima
redimida por los dolores de Cristo, escuchad vos y escuchemos todos esta
palabra: Veis ahí el hombre; Mirad el hombre, porque no seamos ajenos
de la redención de Jesucristo, no sabiendo mirar y agradecer sus dolores.
Cuando
quieren sacar alguna cosa para ser vista, suelen ataviársela lo mejor que
pueden, para que enamore a los que la vieren. Y cuando quieren sacar otra para
que sea temida, cércanla de armas y de cuantas cosas pueden, para que haga
temblar a los que la vieren. Y cuando quieren sacar una imagen, para hacer
llorar, vístenla de luto y pónenle todo lo que incita a tristeza. Pues,
decidme, ¿qué fue el intento de Pilato en sacar a Cristo a ser visto del
pueblo? No, por cierto, para ser amado ni temido, y por eso no lo hermoseó y
cercó de armas y caballeros, mas sacólo para aplacar los corazones crueles con
la vista del Redemptor, y esto no por amor, que bien sabía que entrañablemente
le aborrecían, mas a poder de sus grandes tormentos, y a propria costa de su
delicado cuerpo. Y por eso atavió Pilato tan ataviado a Cristo de tormentos
tales y tantos que pudiesen obrar compasión en los corazones de los que lo
viesen, aunque muy mal lo quisiesen. Y, por tanto, es de creer que lo sacó él
más afligido y abatido y deshonrado que él pudo, reveyéndose en afearlo, como
se revén en una novia para ataviarla, para que por esta vía aplacase la ira de
los que le desamaban, pues no podía por otras que había intentado.
Pues
decidme, si salió Cristo tal que bastaba a apagar el fuego de la malquerencia
en los corazones de los que le aborrecían, ¿cuánta razón es que su vista y
salida encienda fuego en los corazones de quien lo conoce por Dios y le confiesa
por Redemptor? Mucho tiempo antes que esto acaeciese vio el profeta Esaías este
paso y, contemplando al Señor, dijo: No tiene lindeza ni hermosura.
Mirámosle y no tenía vista; y deseámosle despreciado y el más abatido de los
hombres, varón de dolores y que sabe de penas. Su gesto fue como escondido y
despreciado, y, por tanto, no le estimamos. Verdaderamente Él llevó nuestras
enfermedades, y El mismo sufrió nuestros dolores; y nosotros estimámosle, como
a leproso y herido de Dios y abajado.
Si
estas palabras de Esaías quisiéredes mirar una por una, veréis cuán escondida
estaba la hermosura de Cristo en el día que trabajó para hermosearnos.
Dice la esposa en los Cantares, hablando con Cristo: Hermoso eres y lindo,
amado mío y aquí dice Esaías que no tiene lindeza ni hermosura;
y aquel en cuya cara se revén los ángeles, y la desean mirar, aquí
dice que no tiene vista. Y en aquel que, cuando entró en este mundo, fue por
mandado del Padre adorado de todos los ángeles, agora que sale del
mundo, despreciado de muy viles hombres. Dice David de Cristo que es
ensalzado sobre todas las obras de las manos de Dios. Y dice Esaías que
está el más abatido de todos los hombres. Y si esto fuera,
comparándolo con los que eran buenos, no fuera tanto el desprecio. Mas, ¿qué
diréis, que, siendo cotejado con Barrabás, matador y alborotador y ladrón,
les parece mejor que Cristo, que es dador de la vida, hacedor de las paces del
Padre y del mundo; y está tan lejos de tomar lo ajeno, que, como David, pagó lo
que no tomó. Cristo no tenia por qué tener dolor, pues la causa de él es
el pecado, que en Él nunca cupo; mas llámale aquí Esaías varón de
dolores. Y aunque nunca supo por experiencia de malos deleites, es varón
que sabe de penas, porque las experimenta, y en tanta abundancia que diga Él
por boca de David: Muy llena de penas está la mía ánima.
Cristo
se llama luz, porque con sus admirables palabras y obras alegraba y sacaba de
tinieblas al mundo; mas esta luz dice Esaías que tiene su gesto como
escondido, porque, si solamente es mirado con ojos del cuerpo, no se vio
quien le pudiera conocer por el rostro, por mucho que antes le hobiera tratado,
lo cual no es mucho de maravillar, porque, aunque la Virgen para siempre bendita
y en aquel día lastimada, lo parió y envolvió, y se remiraba en su
cara como en espejo luciente, mas con todo esto creo que, si allí estaba
presente en este paso de tanto dolor, miraba y remiraba, con cuanta atención
las lágrimas de los ojos y el dolor del corazón le daban lugar, si era aquél
su bendito hijo, que tan de otro color y manera estaba, que antes le había
conocido. Y si los que miraban creyeran que todo esto pasaba el Señor, no
porque lo debiese, mas porque amaba a los que lo debíamos, ser alivio a la peni
de Cristo. Mas, ¿qué diremos, que dice Esaías que le tuvieron por herido
de Dios y abatido?, porque pensaban que Dios lo abatía así por sus
pecados, y que merecía aquello y mucho más, y que por eso pidieron que fuese
puesto en la cruz. De manera que en lo de fuera quitaban sus ojos de mirarle,
porque habían asco como de un leproso, y en el corazón lo tenían por malo y
digno de aquello y mucho más. Cosa era para mirar y llorar, que, si lo miraban
escupían hacia Él, y, si no le miraban, hacían grandes ascos, como de cosa
muy fea. Lo que de Él hablaban eran injurias que tanto lastimaban como los
dolores, y con todo decían que aún no tenía lo que merecía, mas que lo
pusiesen en cruz.
¿Quién
no se maravillará y dará mil alabanzas a Dios por su saber infinito, que por
modo tan extraño quiso remediar el mundo perdido, sacando los mayores bienes de
los mayores males que los hombres hicieron? ¿Qué cosa peor en el mundo se ha
hecho ni se hará que deshonrar y afear, y atormentar y crucificar al Hijo de
Dios? ¿Mas de cuál otra cosa tanto provecho vino al mundo como de esta bendita
pasión? Pensaba Pilato, cuando ataviada a este desposado con atavíos de muchos
dolores, que para los ojos de aquel pueblo no más le ataviaba. Y atavíalo para
ser visto de los ojos del mundo universo, sirviendo en esto, aunque él no lo
sabía, a lo que Dios tanto antes había prometido, diciendo: Verá todo
hombre la salud de Dios. Esta salud Jesucristo es, al cual dijo el Padre: en
poco tengo que despiertes a servirme los tribus de Jacob, y que me conviertas
las heces de Israel, yo te di en luz de las gentes, para que seas salud mía
hasta lo postrero de la tierra.
Jesucristo
predicó en persona a las ovejas que habían perecido de la casa de
Israel no más, y después, sus santos apóstoles, en el mismo pueblo de Israel,
comenzaron a predicar y convertiéronse no todos los judíos, mas algunos. Y por
eso dice las heces. Mas no paró la salud del Padre,
que es Cristo, en el pueblo de los judíos, mas salió cuando fue predicado por
los apóstoles en el mundo, y agora lo es, acrecentándose cada día la
predicación del nombre de Cristo a tierras más lejos, para que así sea luz no
sólo de los judíos, que creyeron en Él, y a los cuales fue enviado, mas
también a los gentiles, que estaban en ceguedad de idolatría lejos de Dios. Y
esto es lo que aquel santo cisne Simeón cantó, ya que se quería morir,
diciendo: Agora dejas, Señor, a tu siervo en paz, según tu promesa; porque
vieron mis ojos a mi salud, la cual pusiste ante el acatamiento de todos los
pueblos, lumbre para los gentiles y honra para tu pueblo Israel. Si miramos
que Cristo fue puesto por mano de Pilato a ser visto de aquel pueblo en su
propria casa, y después en el alto de la cruz en el monte Calvario, claro es
que, aunque de todo estado y linaje, y naturales y extranjeros, que habían
venido a la Pascua había gran copia de gente, mas no fue Cristo puesto en
el acatamiento de todos los pueblos, como dice Simeón. Y, por tanto, es
Cristo, puesto en el acatamiento y vista de todos los pueblos, cuando
es predicado en el mundo por los apóstoles y sus sucesores, de los cuales dice
David; que en toda la tierra salió su sonido y hasta los fines de la tierra
sus palabras. Y Cristo predicado es luz entonces y agora para
los judíos que le quisieren creer; porque grande honra es para ellos venir
de ellos, y principalmente a ellos, el que es Salvador de todo el mundo y
verdadero Dios y hombre.
Pues
miremos cuán de otra manera lo ordenó Dios de como lo pensaba Pilato. Él
pensaba que ponía a Cristo en acatamiento de aquella gente no más, y dijo: Veis
ahí el hombre, y pensó que, cuando no quisieron que fuese suelto, mas
pidieron que lo crucificase, ya no había Cristo de ser más visto de nadie.
Mas, porque vio el Padre eterno que tal espectáculo como aquel de su unigénito
Hijo, e imagen de su hermosura, no era razón que tan pocos ojos lo
mirasen, ni que a corazones tan duros se presentase, ordenó que se diese otra
voz muy mayor que sonase en el mundo, y por boca de muchos y muy santos
pregoneros, que dijesen: Mirad este hombre, porque la voz de Pilato
sonaba poco, y era uno y malo, y lleno de temor, por lo cual crucificó a Cristo
y no merecía ser el pregonero de esta palabra: Mirad a este hombre, y
por eso lo manda Dios pregonar a otros, y tan sin temor, que antes quisieron y
quieren morir que ni un solo punto dejen de predicar y confesar la verdad que es
Cristo. Pilato era sucio, porque era infiel y pecador, mas los pregoneros de
esta voz: Mirad a este hombre, profetizó Isaías diciendo: Cuán
hermosos son los pies, sobre los montes, de los que predican nuevas buenas de
paz y de bienes, y que dicen: Sión, reinará tu Dios.
El Dios de Sión es
Jesucristo, en cuya persona dice David: Yo soy constituido rey, de mano de
Dios, sobre Sión, monte santo suyo, predicando su mandamiento. Y este rey
que predica el mandamiento del Padre, que es la palabra del santo
Evangelio, comenzó a reinar en Sión, cuando fue recebido el domingo de Ramos
por rey de Israel en el templo que estaba puesto en el monte de Sión. Y, para
dar a entender que este reino había de ser en las cosas espirituales, se dice
en David ser constituido rey sobre el monte de Sión, que es monte
donde estaba el templo, en que a Dios se ofrecía su divino culto. Y después,
cuando este Señor envió en el mismo monte Sión el Espíritu Santo sobre los
creyentes, y fue predicado públicamente en medio de Jerusalén, y en las orejas
de los pontífices y fariseos, entonces se acrecentaba su reino; y, cuando se
convirtieron del primer sermón de san Pedro casi tres mil hombres,
crecía este reino; y, cuando más gente se convertía, predicaban los
apóstoles a Sión: Reinará tu Dios. Como quien dice: Aunque agora es
conocido de pocos, mas siempre irá creciendo su reino, hasta que, al fin del
mundo, reine en todos los hombres, galardonando con misericordia a los buenos,
castigando con vara de hierro de rigurosa justicia a los malos. Ésta
es la voz de los predicadores de Cristo, que dice: Reinará tu Dios. Y
porque en el corazón del hombre sucio no reinará Cristo, pues reina el pecado,
no es razón que predique a los otros el reino de Cristo el que en su ánima no
consiente reinar a Cristo. Y por eso dice Esaías que son hermosos los pies
de los que predican la paz. Porque en los pies son significados
los deseos del ánima, que han de ser hermosos. Y por eso no quiere
Cristo que se cubran con zapatos los pies de los predicadores por la parte de
arriba, porque lo hermoso de ellos lo pone Dios en público para ejemplo de
muchos. Mas mire mucho quien tiene limpios los pies, no piense que Él se los
alimpió, mas dé gracias a aquel que lavó el jueves santo los pies a los
discípulos con agua material, y lava las ánimas de todos los lavados con su
sangre bendita. No era pues razón que tan limpio rey como Cristo fuese
anunciado con boca tan sucia como la de Pilato, ni que para espectáculo de
tantas maravillas había que mirar cómo sea a Cristo, cuando salió a ser visto
del pueblo, y hobiese un pregonero no más, y que tan poco sonase. Y si Pilato
pensó que ya no había de haber memoria de Cristo, ni quien de Él hobiese
compasión, ordenó Dios que, en lugar de los pocos que le escupían, hobiese, y
haya, y habrá, muchos que con reverencia le adoren y, en lugar de los que no
querían mirarle de asco, haya muchos más que se revean en mirar aquella
bendita cara como en espejo muy luciente, y, en lugar de los que pensaban que lo
que padecía lo merecía, haya tantos que confiesen que ningún mal hizo por que
padeciese, sino que ellos pecaron y Él padeció por amarlos. Y si la crueldad
de ellos fue tanta que no hubieron de Él compasión, mas pidieron que fuese
muerto en la cruz, quiere Dios que haya muchos que deseen morir por Cristo y
digan con toda su ánima: Heridas tenéis amigo y duelen vos, ¡yo las
tuviese por vos! No piense Pilato que atavió a Cristo en balde, aunque no
pudo mover a compasión a los que allí estaban, pues que tantos, acordándose
de estos trabajos de Cristo, han compasión tanta de Él que están azotados y
coronados y crucificados en el corazón con Él.
Y
pues esto ha sido así, y es y será en tantas personas, trabajad, doncella, en
ser vos una de ellas, para que no seáis vos de los duros que aquella voz oyeron
en balde, mas de los que el oírla fue causa de su salvación. No seáis de
aquellos que no supieron estimar al que presente tenían; mas de los que dice
Esaías: Deseamos verle, porque muchos reyes y profetas desearon ver la cara
y oír la voz de Cristo nuestro Señor. Oíd doncella esta voz y mirad a
este hombre, que por un indigno pregonero de Cristo os es pregonado. Mirad
a este hombre, para oír sus palabras. Este es el maestro que el Padre nos
dio. Mirad a este hombre, para imitar su vida, porque no hay otro
camino para ser salvos, si él no. Mirad a este hombre, para haber
compasión de él, pues estaba tal que bastaba mover a compasión a los que mal
lo querían. Mirad a este hombre, para llorar, porque nosotros le
paramos tal cual está por nuestros pecados. Mirad a este hombre, para
le amar, pues padece tanto por vos. Mirad a este hombre, para os
hermosear, porque en él hallaréis cuantas colores quisierdes, con que os
hermoseéis; bermejo de las bofetadas que recientes le han dado, y colorado de
las que rato ha, y en la noche pasada, le dieron; amarillo, con la abstinencia
de toda la vida y trabajos de la noche pasada; blanco, de las salivas que en la
cara le echaron; denegrido, de los golpes que le habían magullado su sagrada
cara; las mejillas hinchadas, y de cuantos colores las quisieron pintar los
sayones, porque, según estaba profetizado por Esaías en persona de Cristo: Mis
mejillas di a los que las arrancaban, y mi cuerpo a quien lo hería. ¡Qué
matices, qué aguas, qué blanco, qué colorado hallaréis aquí para os
hermosear! Mirad, pues, doncella a este hombre, porque no
puede escapar de muerte quien no lo mirare, porque así como alzó en un
palo Moisés la serpiente en el desierto, para que los heridos mirándola
viviesen, y quien no la mirase muriese, así quien a Cristo puesto en el madero
de la cruz no mirare, morirá para siempre, y así como arriba os dije que hemos
de suplicar al Padre, diciendo: Mira señor en la haz de tu Cristo,
así nos manda el Eterno Padre diciendo: Mira, hombre, la haz de tu Cristo, y si
quieres que mire yo a su cara para te perdonar él, mira tú a su cara, para me
pedir perdón por él. En la cara de Cristo nuestro mediador se junta la vista
del Padre y la nuestra. Allí van a parar los rayos de nuestro creer y amar, y
los rayos de su perdonar y hacer mercedes.
Cristo
se llama Cristo del Padre, porque el Padre lo engendró y le dio lo que
tiene, y llámase Cristo nuestro, porque se ofreció por nos, dándonos todos
sus merecimientos. Mirad, pues, en la haz de vuestro Cristo, creyendo
en Él, confiando en Él, amando a Él y a todos por Él. Mirad en la faz,
de vuestro Cristo, pensando en ti y cotejando vuestra vida con Él, para
que en Él, como en espejo, veáis vuestras faltas y cuán lejos vais de Él,
para que, conociéndoos por fea, toméis de sus lágrimas y de su sangre, que
por su cara hermosa veréis correr, y alimpiéis vuestras manchas. Mirad vuestro
Cristo, y conoceréis quién sois vos, porque tal cual está Él de fuera, tal
érades vos de dentro, que por eso se vistió de nuestra fea semejanza, para
destruirla y darnos su imagen hermosa. Y así como los judíos quitaban sus ojos
de Cristo, porque le veían tan mal tratado, así Cristo quita sus ojos de la
ánima mala y la abomina como a leprosa, mas, después que la ha hermoseado con
sus trabajos, pone sus ojos en ella, diciendo: ¡Cuán hermosa eres, amiga
mía, cuán hermosa eres! Tus ojos son de paloma, sin lo que está escondido de
dentro. Dos veces dice hermosa, porque ha de ser en cuerpo y en
ánima. De dentro en deseos y de fuera en obras. Y porque ha de ser más lo de
dentro que lo de fuera, por eso dice: sin lo que de dentro está escondido.
Y porque la hermosura del ánima, como dice San Augustín, consiste en amar a
Dios, por eso dice: Tus ojos son de paloma. En lo cual se denota la
intención sencilla y amorosa que a solo agradar a Dios mira, sin mezcla de
interese proprio. Mirad, pues, a Cristo, porque os mire Cristo. Vos veréis a
vos en Él, y Él verá a sí en vos, porque ni era propria de Él la imagen que
tenía de tanta afeción, ni es propria del ánima la imagen hermosa que tiene,
y así como no habíades de pensar que Él había hecho alguna cosa por la cual
mereciese tomar sobre sí imagen de feo, así no penséis que habéis vos
merecido la hermosura que ti os ha dado de gracia, que no de deuda se vistió de
nuestra fealdad, y de gracia y sin deuda nos vistió de su hermosura, y a los
que piensan que la hermosura que tiene en su ánima la tienen de sí, dice Dios
por Ezequiel: Perfeta eras con hermosura que había puesto sobre ti, y
teniendo fiucia en tu hermosura, fornicaste en tu nombre, y pusiste tu
fornicación a cualquiera que pasaba, para ser hecha suya. Esto dice Dios.
Porque, cuando una ánima atribuye a sí misma la hermosura que Dios le dio, es
como fornicar consigo misma, pues quiere gozar de sí misma en sí, y no de
Dios, que es su verdadero marido, del cual le viene el ser hermosa, y quiere
más gloriarse en su nombre, que es fornicar en su nombre, que
gloriarse en Dios, que le dio lo que tiene, y por eso quítale Dios su
hermosura, pues se le quería alzar con ella. Y como ese vano y mal aplacimiento
en sí mismo es soberbia y principio de todo mal, por eso dice: Pusiste tu
fornicación a todo cualquier que pasaba, porque el soberbio, como tiene
por arrimo a sí mismo, que es vanidad, a cualquier viento es llevado, y es
hecho captivo de cualquier pecado que pasa, y con mucha razón, pues no quiso
abajarse para permanecer en ser guardado de Dios. Mirad, pues, este
hombre en sí, y miraldo en vos. En sí, para ver quien sois vos; en vos,
para ver quién es él. Sus deshonras y abatimientos vos los merecíades, y por
eso aquello es vuestro. Lo bueno que en vos hay suyo es, y, sin merecerlo vos,
se os ha dado.
f)
CRISTO HERMOSO A LOS OJOS DE LA FE
Sabed,
pues, mirar a este hombre con ojos de fe y de amor, y aprovecharos ha más que
si lo viérades con ojos de cuerpo. A los ojos de cuerpo parecía Cristo afeado;
mas a los de la fe muy hermoso. A los del cuerpo dice Esaías que estaba su
gesto como escondido; mas a los de la fe, no hay cosa que se le esconda.
Mas con ojos de lobo cerval, que ven tras paredes, así traspasan lo que parecen
de fuera, y debajo de aquella flaqueza humana hallan fortaleza divina, y debajo
de la fealdad y desprecio, hermosura con honra. Y por eso lo que dijo Isaías: Vímosle,
y no tenía hermosura, díjolo en persona de los que lo miraron con ojos
del cuerpo no más.
Mas,
tomad, doncella, la luz de la fe, y mirá más adentro, y veréis cómo este que
sale en semejanza de pecador es justo y justificador de pecadores, éste, que es
muerto, es inocente como cordero; éste, que tiene la cara muy amarilla, es en
sí muy hermoso, y por hermosear a los feos se para tal. Y, pues, mientra el
esposo más pasa por la esposa y más se abaja, más lo debe ella ensalzar; y
mientras más sudando viene, y con heridas y sangre, por amor de ella, más
hermoso le parece, mirando el amor con que se puso al trabajo, claro es que,
mirando la causa de tomar Cristo esta fealdad, parecerá más hermoso mientra
más afeado. Decidme si la primer condición de hermosura escondió,
cuando de rico y abundante se abajó a que le faltasen muchas cosas, ¿qué fue
la causa, si no porque a nos ningún bien faltase? Y si fue hecho al parecer desemejable
a la imagen del Padre hermoso, no fue sino porque ordenó el Padre de no
darnos hermosura, sino tomando su Hijo nuestra fealdad. Y si escondió lo
tercero, que es la luz o color, cuando aquella sagrada cara estaba
amortiguada y escurecida, y aquellos ojos lucientes se escurecían, ya que
quería morir y después de muerto, ¿por qué fue esto, sino por dar luz y
color vivo a nuestras escuridades?, según él mismo lo figuró, cuando de su
saliva, que significa a él en cuanto Dios, y de la tierra, que significa la
humanidad, hizo lodo, que significa su abatida pasión, y con aquella bajeza
recibió vista el ciego, que significa el género humano. Y si lo cuarto, que
es el ser grande, escondió cuando se hizo hombre y el más abatido de todos los
hombres, ¿por qué fue sino para conformarse con los chicos y pegarles su
grandeza?, según fue figurado en el grande Eliseo, que, para resucitar el
mochacho chico, se encogió y midió con él, y así le dio vida. Pues si San
Augustín dice que, amando a Dios somos hechos hermosos, claro es que en la obra
de mayor amor más somos hermosos. Pues, ¿en qué cosa tanto demostró el
grande amor que Jesucristo tenía al Padre, como padecer por su honra como él
dijo porque conozca el mundo que amó al Padre, levantaos, y vamos de aquí?
Mas, ¿adónde iba? Claro es que a padecer. Y mientra una es mejor obra
tanto es más hermosa, porque lo bueno es hermoso y lo malo feo. Claro está que
cuanto Cristo más padecía mejor obra era; y por tanto, mientra más abajado y
afeado, más hermoso es a los ojos de quien conoce que quien lo pasó no lo
debía, más pasólo por honra del Padre y provecho de nosotros.
Estos
son los ojos con que habéis de mirar a este hombre, para que siempre
os parezca hermoso, como lo es, y para que sepa Pilato allá en el infierno,
donde está, que pone Dios unos ojos al mundo, con los cuales, mirando a Cristo,
tanto más hermoso parezca cuanto él más afeado lo quiso. Agora oíd cómo
todo esto dice San Augustín: «Amemos a Cristo, y si algo feo en él
halláremos, no le amemos, aunque él halló en nosotros muchas fealdades, y nos
amó. Y si halláremos en él algo feo no le amemos, porque el estar vestido de
carne, por lo cual se dice de él: Vímosle, y no tenía hermosura, si
considérares la misericordia con que se hizo hombre, allí también te
parecerá hermoso, porque aquello que dijo Isaías: Vímosle, y no tenía
hermosura, en persona de los judíos lo decía. Mas ¿por qué le vieron
sin hermosura? Porque no le miraban con entendimiento; mas a los que entienden al
Verbo hecho hombre, gran hermosura les parece. Y así dijo uno de los
amigos del desposado: No me gloríe yo en otra cosa sino en la cruz de
Jesucristo, nuestro Señor. ¿Poco os parece, San Pablo, no haber
vergüenza de las deshonras de Cristo, si no que aun os honráis de ellas,
porque no tuvo Cristo crucificado hermosura, porque Cristo crucificado es
escándalo para los judíos, y parece necedad a los infieles gentiles?
Mas ¿por qué Cristo tuvo en la cruz hermosura? Porque, lo de Dios, que
parece necedad, es más lleno de saber que lo sabio de todos los hombres. Y lo
de Dios, que parece flaco, es más fuerte que lo más fuerte de todos los
hombres. Y pues así es, parézcaos Cristo esposo hermoso. Siendo Dios es
hermoso, Palabra acerca del Padre. Hermoso también en el vientre de la Madre,
adonde no perdió la divinidad y tomó la humanidad. Hermoso el Verbo nacido
infante, porque aunque él era infante que no hablaba, cuando mamaba, cuando era
traído en los brazos, los cielos hablaron, los ángeles cantaron alabanzas, la
estrella trujo a los Reyes magos, fue adorado en el pesebre, como manjar de
animales mansos. Hermoso, pues, es en el cielo, hermoso en la tierra, hermoso en
el vientre de la Madre, y hermoso en los brazos de ella, hermoso en los
milagros, hermoso en los azotes, hermoso convidando a la vida, hermoso no
teniendo en nada la muerte, hermoso dejando su ánima cuando expiró, hermoso
tornándola a tomar cuando resucitó, hermoso en la cruz, hermoso en el
sepulcro, hermoso en el cielo, hermoso en el entendimiento, la suma y verdadera
hermosura, la justicia es. Allí no le verás hermoso, adonde le hallares no
justo. Y pues en todas partes es justo, en todas partes es hermoso.» Esto todo
dice San Augustín.
Y
cierto, si con esos ojos miráredes a Cristo, no os parecerá feo, como a los
carnales, que en su pasión le despreciaban; mas con los santos apóstoles que
en el monte Tabor le miraron, pareceros ha su cara resplandeciente como el
sol, y sus vestiduras blancas como la nieve, y tan blancas, que, como dice
San Marcos, ningún batanero sobre la tierra los pudiera emblanquecer, tan
bien, lo cual significa que nosotros, que somos dichos vestidura de
Cristo, porque le rodeamos y ataviamos con creerle y alabarle, y amarle,
somos tan blanqueados por Él, que ningún hombre sobre la tierra nos pudiera
dar la hermosura que Él nos dio. Parezcaos Él como el sol, y las
almas por Él redimidas blancas como la nieve. Aquéllas, digo, que
confesando y conociendo y aborreciendo su propria fealdad, piden ser hermoseadas
y lavadas en esta piscina de sangre del Salvador, de la cual salen tan
hermoseadas por Él que basten para enamorar a Dios, y que le sean cantadas con
gran verdad las palabras ya dichas: Deseará el Rey tu hermosura.
Impreso en la florentísima Universidad de Alcalá de Henares, en casa de
Juan de Brocar, que santa gloria haya, año 1556.