Conversaciones

con

Mons. Escrivá de Balaguer

 

 

CAPITULO 1

" ESPONTANEIDAD Y PLURALISMO EN EL PUEBLO DE DIOS"

Entrevista realizada por Pedro Rodríguez. Publicada en Palabra (Madrid), octubre 1967.


1
Querríamos comenzar esta entrevista con una cuestión que provoca en muchos espíritus las más diversas interpretaciones. Nos referimos al tema del aggiornamento. ¹Cuál es, a su entender, el sentido verdadero de esta palabra, aplicado a la vida de la Iglesia?.

Fidelidad. Para mí aggiornamento significa sobre todo eso: fidelidad. Un marido, un soldado, un administrador es siempre tanto mejor marido, tanto mejor soldado, tanto mejor administrador, cuanto más fielmente sabe hacer frente en cada momento, ante cada nueva circunstancia de su vida, a los firmes compromisos de amor y de justicia que adquirió un día. Esa fidelidad delicada, operativa y constante -que es difícil, como difícil es toda aplicación de principios a la mudable realidad de lo contingente- es por eso la mejor defensa de la persona contra la vejez de espíritu, la aridez de corazón y la anquilosis mental.
Lo mismo sucede en la vida de las instituciones, singularísimamente en la vida de la Iglesia, que obedece no a un precario proyecto del hombre, sino a un designio de Dios. La Redención, la salvación del mundo, es obra de la amorosa y filial fidelidad de Jesucristo -y de nosotros con El- a la voluntad del Padre celestial que le envió. Por eso, el aggiornamento de la Iglesia -ahora, como en cualquier otra época- es fundamentalmente eso: una reafirmación gozosa de la fidelidad del Pueblo de Dios a la misión recibida, al Evangelio.
Es claro que esa fidelidad -viva y actual ante cada circunstancia de la vida de los hombres- puede requerir, y de hecho ha requerido muchas veces en la historia dos veces milenaria de la Iglesia, y recientemente en el Concilio Vaticano II, oportunos desarrollos doctrinales en la exposición de las riquezas del Depositum Fidei, lo mismo que convenientes cambios y reformas que perfeccionen -en su elemento humano, perfectible- las estructuras organizativas y los métodos misioneros y apostólicos. Pero sería por lo menos superficial pensar que el aggiornamento consista primariamente en cambiar, o que todo cambio aggiorna. Basta pensar que no faltan quienes, al margen y en contra de la doctrina conciliar, también desearían cambios que harían retroceder en muchos siglos de historia -por lo menos a la época feudal- el camino progresivo del Pueblo de Dios.

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El Concilio Vaticano II ha utilizado abundantemente en sus Documentos la expresión "Pueblo de Dios", para designar a la Iglesia, y ha puesto así de manifiesto la responsabilidad común de todos los cristianos en la misión única de este Pueblo de Dios. ¹Qué características debe tener, a su juicio, la "necesaria opinión pública en la Iglesia" -de la que ya habló Pío XII- para que refleje, en efecto, esa responsabilidad común? ¹Cómo queda afectado el fenómeno de la "opinión pública en la Iglesia" por las peculiares relaciones de autoridad y obediencia que se dan en el seno de la comunidad eclesial?.

No concibo que pueda haber obediencia verdaderamente cristiana, si esa obediencia no es voluntaria y responsable. Los hijos de Dios no son piedras o cadáveres: son seres inteligentes y libres, y elevados todos al mismo orden sobrenatural, como la persona que manda. Pero no podrá hacer nunca recto uso de la inteligencia y de la libertad -para obedecer, lo mismo que para opinar- quien carezca de suficiente formación cristiana. Por eso, el problema de fondo de la "necesaria opinión pública en la Iglesia" es equivalente al problema de la necesaria formación doctrinal de los fieles. Ciertamente, el Espíritu Santo distribuye la abundancia de sus dones entre los miembros del Pueblo de Dios -que son todos corresponsables de la misión de la Iglesia-, pero esto no exime a nadie, sino todo lo contrario, del deber de adquirir esa adecuada formación doctrinal.
Entiendo por doctrina el suficiente conocimiento que cada fiel debe tener de la misión total de la Iglesia y de la peculiar participación, y consiguiente responsabilidad específica, que a él le corresponde en esa misión única. Esta es -como lo ha recordado repetidas veces el Santo Padre- la colosal labor de pedagogía que la Iglesia debe afrontar en esta época postconciliar. En directa relación con esa labor, pienso que debe ponerse -entre otras esperanzas que hoy laten en el seno de la Iglesia- la recta solución del problema al que usted alude. Porque no serán ciertamente las intuiciones más o menos proféticas de algunos carismáticos sin doctrina, las que podrán asegurar la necesaria opinión pública en el Pueblo de Dios.
En cuanto a las formas de expresión de esa opinión pública, no considero que sea un problema de órganos o de instituciones. Tan adecuada sede puede ser un Consejo pastoral diocesano, como las columnas de un periódico -aunque no sea oficialmente católico- o la simple carta personal de un fiel a su Obispo, etc. Las posibilidades y las modalidades legítimas en que esa opinión de los fieles puede manifestarse son muy variadas, y no parece que puedan ni deban encorsetarse, creando un nuevo ente o institución. Menos aún si se tratase de una institución que corriese el peligro -tan fácil- de llegar a ser monopolizada o instrumentalizada de hecho por un grupo o grupito de católicos oficiales, cualquiera que fuese la tendencia u orientación en que esa minoría se inspirase. Eso pondría en peligro el mismo prestigio de la Jerarquía y sonaría a burla para los demás miembros del Pueblo de Dios.

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El concepto "Pueblo de Dios", al que antes nos referíamos, expresa el carácter histórico de la Iglesia, como una realidad de origen divino que se sirve también en su caminar de elementos mudables y perecederos. Según esto, ¹cómo debe realizarse hoy la existencia sacerdotal en la vida de los presbíteros? ¹Qué rasgo de la figura del presbítero, descrita en el Decreto Presbyterorum Ordinis, acentuaría usted en los momentos actuales?.

Acentuaría un rasgo de la existencia sacerdotal que no pertenece precisamente a la categoría de los elementos mudables y perecederos. Me refiero a la perfecta unión que debe darse -y el Decreto Presbyterorum Ordinis lo recuerda repetidas veces- entre consagración y misión del sacerdote: o lo que es lo mismo, entre vida personal de piedad y ejercicio del sacerdocio ministerial, entre las relaciones filiales del sacerdote con Dios y sus relaciones pastorales y fraternas con los hombres. No creo en la eficacia ministerial del sacerdote que no sea hombre de oración.

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Existe una inquietud en algunos sectores del clero por la presencia del sacerdote en la sociedad que busca -apoyándose en la doctrina del Concilio (Const. Lumen Gentium, n.31; Decr. Presbyterorum Ordinis, n.8)- expresarse mediante una actividad profesional o laboral del sacerdote en la vida civil -"sacerdotes en el trabajo", etc.-. Nos gustaría conocer su opinión ante este asunto.

Antes he de decir que respeto la opinión contraria a la que voy a exponer, aunque la juzgo equivocada por muchas razones, y que acompaño con mi afecto y con mi oración a quienes personalmente la llevan a cabo con gran celo apostólico.
Pienso que el sacerdocio rectamente ejercido -sin timideces ni complejos que son ordinariamente prueba de inmadurez humana, y sin prepotencias clericales que denotarían poco sentido sobrenatural-, el ministerio propio del sacerdote asegura suficientemente por sí mismo una legítima, sencilla y auténtica presencia del hombre-sacerdote entre los demás miembros de la comunidad humana a los que se dirige. Ordinariamente no será necesario más, para vivir en comunión de vida con el mundo del trabajo, comprender sus problemas y participar de su suerte. Pero lo que desde luego rara vez sería eficaz -porque su misma falta de autenticidad lo condenaría anticipadamente al fracaso- es recurrir al ingenuo pasaporte de unas actividades laicales de amateur, que pueden ofender por muchas razones el buen sentido de los mismos laicos.
Es además el ministerio sacerdotal -y más en estos tiempos de tanta escasez de clero- un trabajo terriblemente absorbente, que no deja tiempo para el doble empleo. Las almas tienen tanta necesidad de nosotros, aunque muchas no lo sepan, que no se da nunca abasto. Faltan brazos, tiempo, fuerzas. Yo suelo por eso decir a mis hijos sacerdotes que, si alguno de ellos llegase a notar un día que le sobraba tiempo, ese día podría estar completamente seguro de que no había vivido bien su sacerdocio.
Y fíjese que se trata, en el caso de estos sacerdotes del Opus Dei, de hombres que, antes de recibir las sagradas órdenes, ordinariamente han ejercido durante años una actividad profesional o laboral en la vida civil: son ingenieros-sacerdotes, médicos-sacerdotes, obreros-sacerdotes, etc. Sin embargo, no sé de ninguno que haya considerado necesario -para hacerse escuchar y estimar en la sociedad civil, entre sus antiguos colegas y compañeros- acercarse a las almas con una regla de cálculo, un fonendoscopio o un martillo neumático. Es verdad que alguna vez ejercen -de manera compatible con las obligaciones del estado clerical- su respectiva profesión u oficio, pero nunca piensan que eso sea necesario para asegurarse una "presencia en la sociedad civil", sino por otros diversos motivos: de caridad social, por ejemplo, o de absoluta necesidad económica, para poner en marcha algún apostolado. También San Pablo recurrió alguna vez a su antiguo oficio de fabricante de tiendas: pero nunca porque Ananías le hubiese dicho en Damasco que aprendiese a fabricar tiendas, para poder así anunciar debidamente a los gentiles el Evangelio de Cristo.
En resumen, y conste que con esto no prejuzgo la legitimidad y la rectitud de intención de ninguna iniciativa apostólica, yo entiendo que el intelectual-sacerdote y el obrero-sacerdote, por ejemplo, son figuras más auténticas y más concordes con la doctrina del Vaticano II, que la figura del sacerdote-obrero. Salvo lo que significa de labor pastoral especializada -que será siempre necesaria-, la figura clásica del cura-obrero pertenece ya al pasado: un pasado en el que a muchos se ocultaba la potencialidad maravillosa del apostolado de los laicos.

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A veces se oyen reproches para aquellos sacerdotes que adoptan una postura concreta en problemas de índole temporal y más especialmente de carácter político. Muchas de esas posturas, a diferencia de otras épocas, suelen ir encaminadas a favorecer una mayor libertad, justicia social, etc. También es cierto que no es propio del sacerdocio ministerial la intervención activa en este terreno, salvo en contados casos. Pero ¹no piensa usted que el sacerdote debe denunciar la injusticia, la falta de libertad, etc., porque no son cristianas? ¹Cómo conciliar concretamente ambas exigencias?.

El sacerdote debe predicar -porque es parte esencial de su munus docendi- cuáles son las virtudes cristianas -todas-, y qué exigencias y manifestaciones concretas han de tener esas virtudes en las diversas circunstancias de la vida de los hombres a los que él dirige su ministerio. Como debe también enseñar a respetar y estimar la dignidad y libertad con que Dios ha creado la persona humana, y la peculiar dignidad sobrenatural que el cristiano recibe con el bautismo.
Ningún sacerdote que cumpla este deber ministerial suyo podrá ser nunca acusado -si no es por ignorancia o por mala fe- de meterse en política. Ni siquiera se podría decir que, desarrollando estas enseñanzas, interfiera en la específica tarea apostólica, que corresponde a los laicos, de ordenar cristianamente las estructuras y quehaceres temporales.

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Se manifiesta la preocupación de toda la Iglesia por los problemas del llamado Tercer Mundo. En este sentido, es sabido que una de las mayores dificultades estriba en la escasez del clero, y especialmente de sacerdotes autóctonos. ¹Qué piensa al respecto, y, en todo caso, cuál es la experiencia de usted en este terreno?.

Pienso que, efectivamente, el aumento del clero autóctono es un problema de primordial importancia, para asegurar el desarrollo -y aún la permanencia- de la Iglesia en muchas naciones, especialmente en aquellas que atraviesan momentos de enconado nacionalismo.
En cuanto a mi experiencia personal, debo decir que uno de los muchos motivos que tengo de agradecimiento al Señor es ver con qué segura doctrina, visión universal, católica y ardiente espíritu de servicio -son desde luego mejores que yo- se forman y llegan al sacerdocio en el Opus Dei centenares de laicos de diversas naciones -pasarán ya de sesenta países- donde es problema urgente para la Iglesia el desarrollo del clero autóctono. Algunos han recibido el episcopado en esas mismas naciones, y creado ya florecientes seminarios.

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Los sacerdotes están incardinados en una diócesis y dependen del Ordinario. ¹Qué justificación puede haber para que pertenezcan a alguna Asociación distinta de la diócesis e incluso de ámbito universal?.

La justificación es clara: el legítimo uso de un derecho natural -el de asociación- que la Iglesia reconoce a los clérigos como a todos los fieles. Esta tradición secular (piénsese en las muchas beneméritas asociaciones que tanto han favorecido la vida espiritual de los sacerdotes seculares) ha sido repetidamente reafirmada en la enseñanza y disposiciones de los últimos Romanos Pontífices (Pío XII, Juan XXIII y Paulo VI), y también recientemente por el mismo Magisterio solemne del Concilio Vaticano II.
Es interesante recordar a este propósito que, en la respuesta a un modus donde se pedía que no hubiera más asociaciones sacerdotales que las promovidas o dirigidas por los Obispos diocesanos, la competente Comisión Conciliar rechazó esa petición -con la sucesiva aprobación de la Congregación General-, motivando claramente la negativa en el derecho natural de asociación, que corresponde también a los clérigos: "Non potest negari Presbyteris -se decía- id quod laicis, attenta dignitate naturae humanae, Concilium declaravit congruum, utpote iuri naturali consentaneum".
En virtud de ese derecho fundamental, los sacerdotes pueden libremente fundar asociaciones o inscribirse en las ya existentes, siempre que se trate de asociaciones que persigan fines rectos, adecuados a la dignidad y exigencias del estado clerical. La legitimidad y el ámbito de ejercicio del derecho de asociación entre los clérigos seculares se comprende bien -sin equívocos, reticencias o peligros de anarquía- si se tiene en cuenta la distinción que necesariamente existe y debe respetarse entre la función ministerial del clérigo y el ámbito privado de su vida personal.
Efectivamente, el clérigo, y concretamente el presbítero, incorporado por el sacramento del Orden al Ordo Presbyterorum, queda constituido por derecho divino como cooperador del Orden Episcopal. En el caso de los presbíteros diocesanos esta función ministerial se concreta, según una modalidad establecida por el derecho eclesiástico, mediante la incardinación -que adscribe el presbítero al servicio de una Iglesia local, bajo la autoridad del propio Ordinario- y la misión canónica, que le confiere un ministerio determinado dentro de la unidad del Presbiterio, cuya cabeza es el Obispo. Es evidente, por tanto, que el Presbítero depende de su Ordinario -a través de un vínculo sacramental y jurídico- para todo lo que se refiere: a la asignación de su concreto trabajo pastoral; a las directrices doctrinales y disciplinares que reciba para el ejercicio de ese ministerio; a la justa retribución económica necesaria; a todas las disposiciones pastorales que el Obispo dé para regular la cura de almas, el culto divino y las prescripciones del derecho común relativas a los derechos y obligaciones que dimanan del estado clerical.

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Junto a todas estas necesarias relaciones de dependencia -que concretan jurídicamente la obediencia, la unidad y la comunión pastoral que el Presbítero ha de vivir delicadamente con su propio Ordinario-, hay también legítimamente en la vida del Presbítero secular un ámbito personal de autonomía, de libertad y de responsabilidad personales, en el que el Presbítero goza de los mismos derechos y obligaciones que tienen las demás personas en la Iglesia: quedando así diferenciado tanto de la condición jurídica del menor como de la del religioso, que -en virtud de la propia profesión religiosa- renuncia al ejercicio de todos o de algunos de esos derechos personales.
Por esta razón, el sacerdote secular, dentro de los límites generales de la moral y de los deberes propios de su estado, puede disponer y decidir libremente -en forma individual o asociada- en todo lo que se refiere a su vida personal, espiritual, cultural, económica, etcétera. Cada uno es libre de formarse culturalmente con arreglo a sus propias preferencias o capacidades. Cada uno es libre de mantener las relaciones sociales que desee, y puede ordenar su vida como mejor le parezca, siempre que cumpla debidamente las obligaciones de su ministerio. Cada uno es libre de disponer de sus bienes personales como estime más oportuno en conciencia. Con mayor razón, cada uno es libre de seguir en su vida espiritual y ascética y en sus actos de piedad aquellas mociones que el Espíritu Santo le sugiera, y elegir -entre los muchos medios que la Iglesia aconseja o permite- aquéllos que le parezcan más oportunos según sus particulares circunstancias personales.
Precisamente refiriéndose a este último punto, el Concilio Vaticano II -y de nuevo el Santo Padre Paulo VI en su reciente Encíclica Sacerdotalis coelibatus- ha alabado y recomendado vivamente las asociaciones, tanto diocesanas como interdiocesanas, nacionales o universales que -con estatutos reconocidos por la competente autoridad eclesiástica- fomentan la santidad del sacerdote en el ejercicio de su propio ministerio. La existencia de esas asociaciones, en efecto, de ninguna manera supone ni puede suponer -ya lo he dicho- un menoscabo del vínculo de comunión y dependencia que une a todo Presbítero con su Obispo, ni de la fraterna unidad con todos los demás miembros del Presbiterio, ni de la eficacia de su trabajo al servicio de la propia Iglesia local.

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La misión de los laicos se ejercita, según el Concilio, en la Iglesia y en el mundo. Esto, con frecuencia, no es entendido rectamente al quedarse con uno u otro de ambos términos. ¹Cómo explicaría usted la tarea de los laicos en la Iglesia y la tarea que deben desarrollar en el mundo?.

De ninguna manera pienso que deban considerarse como dos tareas diferentes, desde el mismo momento en que la específica participación del laico en la misión de la Iglesia consiste precisamente en santificar ab intra -de manera inmediata y directa- las realidades seculares, el orden temporal, el mundo.
Lo que pasa es que, además de esta tarea, que le es propia y específica, el laico tiene también -como los clérigos y los religiosos- una serie de derechos, deberes y facultades fundamentales, que corresponden a la condición jurídica de fiel, y que tienen su lógico ámbito de ejercicio en el interior de la sociedad eclesiástica: participación activa en la liturgia de la Iglesia, facultad de cooperar directamente en el apostolado propio de la Jerarquía o de aconsejarla en su tarea pastoral si es invitado a hacerlo, etc.
No son estas tareas -la específica que corresponde al laico como tal laico y la genérica o común que le corresponde como fiel- dos tareas opuestas, sino superpuestas, ni hay entre ellas contradicción, sino complementariedad. Fijarse sólo en la misión específica del laico, olvidando su simultánea condición de fiel, sería tan absurdo como imaginarse una rama, verde y florecida, que no pertenezca a ningún árbol. Olvidarse de lo que es específico, propio y peculiar del laico, o no comprender suficientemente las características de estas tareas apostólicas seculares y su valor eclesial, sería como reducir el frondoso árbol de la Iglesia a la monstruosa condición de puro tronco.

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Usted viene diciendo y escribiendo desde hace tantos años que la vocación de los laicos consiste en tres cosas: "santificar el trabajo, santificarse en el trabajo y santificar a los demás con el trabajo". ¹Podría precisarnos qué entiende usted exactamente por lo primero: santificar el trabajo?.

Es difícil explicarlo en pocas palabras, porque en esa expresión están implicados conceptos fundamentales de la misma teología de la Creación. Lo que he enseñado siempre -desde hace cuarenta años- es que todo trabajo humano honesto, intelectual o manual, debe ser realizado por el cristiano con la mayor perfección posible: con perfección humana (competencia profesional) y con perfección cristiana (por amor a la voluntad de Dios y en servicio de los hombres). Porque hecho así, ese trabajo humano, por humilde e insignificante que parezca la tarea, contribuye a ordenar cristianamente las realidades temporales -a manifestar su dimensión divina- y es asumido e integrado en la obra prodigiosa de la Creación y de la Redención del mundo: se eleva así el trabajo al orden de la gracia, se santifica, se convierte en obra de Dios, operatio Dei, opus Dei.
Al recordar a los cristianos las palabras maravillosas del Génesis -que Dios creó al hombre para que trabajara-, nos hemos fijado en el ejemplo de Cristo, que pasó la casi totalidad de su vida terrena trabajando como un artesano en una aldea. Amamos ese trabajo humano que El abrazó como condición de vida, cultivó y santificó. Vemos en el trabajo -en la noble fatiga creadora de los hombres- no sólo uno de los más altos valores humanos, medio imprescindible para el progreso de la sociedad y el ordenamiento cada vez más justo de las relaciones entre los hombres, sino también un signo del amor de Dios a sus criaturas y del amor de los hombres entre sí y a Dios: un medio de perfección, un camino de santidad.
Por eso, el objetivo único del Opus Dei ha sido siempre ése: contribuir a que haya en medio del mundo, de las realidades y afanes seculares, hombres y mujeres de todas las razas y condiciones sociales, que procuren amar y servir a Dios y a los demás hombres en y a través de su trabajo ordinario.

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El Decreto Apostolicam actuositatem, n. 5, ha afirmado claramente que es misión de toda la Iglesia la animación cristiana del orden temporal. Compete, pues, a todos: a la jerarquía, al clero, a los religiosos y a los laicos. ¹Podría decirnos cómo ve el papel y las modalidades de cada uno de esos sectores eclesiales en esa única y común misión?.

En realidad, la respuesta se encuentra en los mismos textos conciliares. A la Jerarquía corresponde señalar -como parte de su Magisterio- los principios doctrinales que han de presidir e iluminar la realización de esa tarea apostólica.
A los laicos, que trabajan inmersos en todas las circunstancias y estructuras propias de la vida secular, corresponde de forma específica la tarea, inmediata y directa, de ordenar esas realidades temporales a la luz de los principios doctrinales enunciados por el Magisterio; pero actuando, al mismo tiempo, con la necesaria autonomía personal frente a las decisiones concretas que hayan de tomar en su vida social, familiar, política, cultural, etc..
En cuanto a los religiosos, que se apartan de esas realidades y actividades seculares abrazando un estado de vida peculiar, su misión es dar un testimonio escatológico público, que ayude a recordar a los demás fieles del Pueblo de Dios que no tienen en esta tierra domicilio permanente. Y no puede olvidarse tampoco el servicio que suponen también para la animación cristiana del orden temporal las numerosas obras de beneficencia, de caridad y asistencia social que tantos religiosos y religiosas realizan con abnegado espíritu de sacrificio.

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Una característica de toda vida cristiana -cualquiera que sea el camino por el que se realice- es la "dignidad y la libertad de los hijos de Dios". ¹A qué se refiere usted, pues, cuando a lo largo de toda su enseñanza ha defendido tan insistentemente la libertad de los laicos?.

Me refiero precisamente a la libertad personal que los laicos tienen para tomar, a la luz de los principios enunciados por el Magisterio, todas las decisiones concretas de orden teórico o practico -por ejemplo, en relación a las diversas opiniones filosóficas, de ciencia económica o de política, a las corrientes artísticas y culturales, a los problemas de su vida profesional o social, etc.- que cada uno juzgue en conciencia más convenientes y más de acuerdo con sus personales convicciones y aptitudes humanas.
Este necesario ámbito de autonomía que el laico católico precisa para no quedar capitidisminuido frente a los demás laicos, y para poder realizar con eficacia su peculiar tarea apostólica en medio de las realidades temporales, debe ser siempre cuidadosamente respetado por todos los que en la Iglesia ejercemos el sacerdocio ministerial. De no ser así -si se tratase de instrumentalizar al laico para fines que rebasan los propios del ministerio jerárquico- se incurriría en un anacrónico y lamentable clericalismo. Se limitarían enormemente las posibilidades apostólicas del laicado -condenándolo a perpetua inmadurez-, pero sobre todo se pondría en peligro -hoy, especialmente- el mismo concepto de autoridad y de unidad en la Iglesia. No podemos olvidar que la existencia, también entre los católicos, de un auténtico pluralismo de criterio y de opinión en las cosas dejadas por Dios a la libre discusión de los hombres, no sólo no se opone a la ordenación jerárquica y a la necesaria unidad del Pueblo de Dios, sino que las robustece y las defiende contra posibles impurezas.

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Siendo tan diversas en su realización práctica la vocación del laico y la del religioso -aunque tengan en común, por supuesto, la vocación cristiana-, ¹cómo es posible que los religiosos, en sus tareas de enseñanza, etc., puedan formar a los cristianos corrientes en un camino verdaderamente laical?.

Será posible en tanto en cuanto los religiosos -cuya benemérita labor al servicio de la Iglesia admiro sinceramente- se esfuercen en comprender bien cuáles son las características y exigencias de la vocación laical a la santidad y al apostolado en medio del mundo, y las quieran y las sepan enseñar a los alumnos.

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Con no poca frecuencia, al hablar del laicado, se suele olvidar la realidad de la presencia de la mujer y con ello se desdibuja su papel en la Iglesia. Igualmente, al tratarse de la "promoción social de la mujer" se suele entender simplemente como presencia de la mujer en la vida pública. ¹Cómo entiende la misión de la mujer en la Iglesia y en el mundo?.

Desde luego no veo ninguna razón por la cual al hablar del laicado -de su tarea apostólica, de sus derechos y deberes, etc.- se haya de hacer ningún tipo de distinción o discriminación con respecto a la mujer. Todos los bautizados -hombres y mujeres- participan por igual de la común dignidad, libertad y responsabilidad de los hijos de Dios. En la Iglesia existe esa radical unidad fundamental, que enseñaba ya San Pablo a los primeros cristianos: Quicumque enim in Christo baptizati estis, Christum induistis. Nos est Iudaeus, neque Graecus: non es servus, neque liber: non est masculus, neque femina; ya no hay distinción de judío, ni griego; ni de siervo, ni libre; ni tampoco de hombre, ni mujer.
Si se exceptúa la capacidad jurídica de recibir las sagradas órdenes -distinción que por muchas razones, también de derecho divino positivo, considero que se ha de retener-, pienso que a la mujer han de reconocerse plenamente en la Iglesia -en su legislación, en su vida interna y en su acción apostólica- los mismos derechos y deberes que a los hombres: derecho al apostolado, a fundar y dirigir asociaciones, a manifestar responsablemente su opinión en todo lo que se refiera al bien común de la Iglesia, etc. Ya sé que todo esto -que teóricamente no es difícil de admitir, si se consideran las claras razones teológicas que lo apoyan- encontrará de hecho la resistencia de algunas mentalidades. Aún recuerdo el asombro e incluso la crítica -ahora en cambio tienden a imitar, en esto como en tantas otras cosas- con que determinadas personas comentaron el hecho de que el Opus Dei procurara que adquiriesen grados académicos en ciencias sagradas también las mujeres que pertenecen a la Sección femenina de nuestra Asociación.
Pienso, sin embargo, que estas resistencias y reticencias irán cayendo poco a poco. En el fondo es sólo un problema de comprensión eclesiológica: darse cuenta de que la Iglesia no la forman sólo los clérigos y religiosos, sino que también los laicos -mujeres y hombres- son Pueblo de Dios y tienen, por Derecho divino, una propia misión y responsabilidad.
Pero quisiera añadir que, a mi modo de ver, la igualdad esencial entre el hombre y la mujer exige precisamente que se sepa captar a la vez el papel complementario de uno y otro en la edificación de la Iglesia y en el progreso de la sociedad civil: porque no en vano los creó Dios hombre y mujer. Esta diversidad ha de comprenderse no en un sentido patriarcal, sino en toda la hondura que tiene, tan rica de matices y consecuencias, que libera al hombre de la tentación de masculinizar la Iglesia y la sociedad; y a la mujer de entender su misión, en el Pueblo de Dios y en el mundo, como una simple reivindicación de tareas que hasta ahora hizo el hombre solamente, pero que ella puede desempeñar igualmente bien. Me parece, pues, que tanto el hombre como la mujer han de sentirse justamente protagonistas de la historia de la salvación, pero uno y otro de forma complementaria.

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Se ha hecho notar que, pese a estar editado en 1934 en su primera versión, Camino contiene muchas ideas "heréticas" entonces para algunos, y hoy sin embargo recogidas en el Concilio Vaticano II. ¹Qué nos puede decir de eso? ¹Cuáles son esos puntos?.

De esto, si me lo permite, trataremos despacio en otra ocasión: más adelante. Me limito a decirle ahora que doy tantas gracias al Señor, que se ha servido también de esas ediciones de Camino, en tantas lenguas y en tantos ejemplares -ya pasan de los dos millones y medio-, para meter en el entendimiento y en la vida de personas de muy diversas razas y lenguas esas verdades cristianas, que habían de ser confirmadas por el Concilio Vaticano II, llevando la paz y la alegría a millones de cristianos y no cristianos.

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Sabemos que, desde hace muchos años, ha tenido usted una especial preocupación por la atención espiritual y humana de los sacerdotes, sobre todo del clero diocesano, manifestada, mientras le fue posible, en una intensa labor de predicación y de dirección espiritual dedicada a ellos. Y también, a partir de un determinado momento, en la posibilidad de que -permaneciendo plenamente diocesanos y con la misma dependencia de sus Ordinarios- formen parte de la Obra los que sientan esa llamada. Nos interesaría saber las circunstancias de la vida eclesiástica que -aparte de otras razones- motivaron esa preocupación suya. Asimismo, ¹podría decirnos de qué modo esa actividad ha podido y puede ayudar a resolver algunos problemas del clero diocesano o de la vida eclesiástica?.

Las circunstancias de la vida eclesiástica que motivaron y motivan esa preocupación mía y esa labor -ya institucionalizada- de la Obra, no son circunstancias de carácter más o menos accidental o transitorio, sino exigencias permanentes de orden espiritual y humano, íntimamente unidas a la vida y al trabajo del sacerdote diocesano. Me refiero fundamentalmente a la necesidad que éste tiene de ser ayudado -con espíritu y medios que en nada modifiquen su condición diocesana- a buscar la santidad personal en el ejercicio de su propio ministerio. Para así corresponder, con espíritu siempre joven y generosidad cada vez mayor, a la gracia de la vocación divina que recibieron, y para saber prevenir con prudencia y prontitud las posibles crisis espirituales y humanas a que fácilmente pueden dar lugar muchos diversos factores: la soledad, las dificultades del ambiente, la indiferencia, la aparente falta de eficacia de su labor, la rutina, el cansancio, la despreocupación por mantener y perfeccionar su formación intelectual y hasta -es el origen profundo de las crisis de obediencia y de unidad- la poca visión sobrenatural de las relaciones con el propio Ordinario, e incluso con sus demás hermanos en el sacerdocio.
Los sacerdotes diocesanos que -en uso legítimo del derecho de asociación- se adscriben a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, lo hacen única y exclusivamente porque desean recibir esa ayuda espiritual personal, de manera en todo compatible con los deberes de su estado y ministerio: de otra manera, esa ayuda no sería tal ayuda, sino complicación, estorbo y desorden.
El espíritu del Opus Dei, en efecto, tiene como característica esencial el hecho de no sacar a nadie de su sitio -unusquisque, in qua vocatione vocatus est, in ea permaneat-, sino que lleva a que cada uno cumpla las tareas y deberes de su propio estado, de su misión en la Iglesia y en la sociedad civil, con la mayor perfección posible. Por eso, cuando un sacerdote se adscribe a la Obra, no modifica ni abandona en nada su vocación diocesana -dedicación al servicio de la Iglesia local a la que está incardinado, plena dependencia del propio Ordinario, espiritualidad secular, unión con los demás sacerdotes, etc.-, sino que, por el contrario, se compromete a vivir esa vocación con plenitud, porque sabe que ha de buscar la perfección precisamente en el mismo ejercicio de sus obligaciones sacerdotales, como sacerdote diocesano.
Este principio tiene en nuestra Asociación una serie de aplicaciones prácticas de orden jurídico y ascético, que sería largo detallar. Diré sólo, como ejemplo, que -a diferencia de otras Asociaciones, donde se exige un voto o promesa de obediencia al Superior interno- la dependencia de los sacerdotes diocesanos adscritos al Opus Dei no es una dependencia de régimen, ya que no hay jerarquía interna para ellos ni, por tanto, peligro de doble vínculo de obediencia sino más bien una relación voluntaria de ayuda y asistencia espiritual.
Lo que estos sacerdotes encuentran en el Opus Dei es, sobre todo, la ayuda ascética continuada que desean recibir, con espiritualidad secular y diocesana, e independiente de los cambios personales y circunstanciales que pueda haber en el gobierno de la respectiva Iglesia local. Añaden así a la dirección espiritual colectiva que el Obispo da con su predicación, sus cartas pastorales, instrucciones disciplinares, etc., una dirección espiritual personal solícita y continua en cualquier lugar donde se encuentren, que complementa -respetándola siempre, como un deber grave- la dirección común impartida por el mismo Obispo. A través de esa dirección espiritual personal -tan recomendada por el Concilio Vaticano II y por el Magisterio ordinario- se fomenta en el sacerdote su vida de piedad, su caridad pastoral, su formación doctrinal continuada, su celo por los apostolados diocesanos, el amor y la obediencia que deben al propio Ordinario, y la preocupación por las vocaciones sacerdotales y el seminario, etc.
¹Los frutos de toda esta labor? Son para las Iglesias locales, a las que estos sacerdotes sirven. Y de esto se goza mi alma de sacerdote diocesano, que ha tenido además, repetidas veces, el consuelo de ver con qué cariño el Papa y los Obispos bendicen, desean y favorecen este trabajo.


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En diversas ocasiones, y al referirse al comienzo de la vida del Opus Dei, usted ha dicho que únicamente poseía "juventud, gracia de Dios y buen humor". Por los años veinte, además, la doctrina del laicado aún no había alcanzado el desarrollo que actualmente presenciamos. Sin embargo, el Opus Dei es un fenómeno palpable en la vida de la Iglesia. ¹Podría explicarnos cómo, siendo un sacerdote joven, pudo tener una comprensión tal que permitiera realizar este empeño?.

Yo no tuve y no tengo otro empeño que el de cumplir la Voluntad de Dios: permítame que no descienda a más detalles sobre el comienzo de la Obra -que el Amor de Dios me hacía barruntar desde el año 1917-, porque están íntimamente unidos con la historia de mi alma, y pertenecen a mi vida interior. Lo único que puedo decirle es que actué, en todo momento, con la venia y con la afectuosa bendición del queridísimo Sr. Obispo de Madrid, donde nació el Opus Dei el 2 de octubre de 1928. Más tarde, siempre también, con el beneplácito y el aliento de la Santa Sede y, en cada caso, de los Revmos. Ordinarios de los lugares donde trabajamos.

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Algunos, precisamente por la presencia de los laicos del Opus Dei en puestos influyentes de la sociedad española, hablan de la influencia del Opus Dei en España. ¹Nos podría explicar cuál es esa influencia?.

Me molesta profundamente todo lo que pueda sonar a autobombo. Pero pienso que no sería humildad, sino ceguera e ingratitud con el Señor -que tan generosamente bendice nuestro trabajo-, no reconocer que el Opus Dei influye realmente en la sociedad española. En el ambiente de los países donde la Obra lleva ya trabajando bastantes años -en España, concretamente, treinta y nueve, porque aquí fue voluntad de Dios que nuestra Asociación naciera a la vida de la Iglesia- es lógico que ese influjo ya tenga notable relevancia social, de forma paralela al progresivo desarrollo de la labor.
¹De qué naturaleza es esa influencia? Es evidente que, siendo el Opus Dei una Asociación de fines espirituales, apostólicos, la naturaleza de su influjo -en España, como en las demás naciones de los cinco continentes donde trabajamos- no puede ser sino de ese tipo: una influencia espiritual, apostólica. Lo mismo que la totalidad de la Iglesia -alma del mundo-, el influjo del Opus Dei en la sociedad civil no es de carácter temporal -social, político, económico, etc.-, aunque sí repercuta en los aspectos éticos de todas las actividades humanas, sino un influjo de orden diverso y superior, que se expresa con un verbo preciso: santificar.
Y esto nos lleva al tema de las personas del Opus Dei que usted llama influyentes. Para una Asociación cuyo fin sea hacer política, serán influyentes aquellos de sus miembros que ocupen un lugar en el parlamento o en el consejo de ministros. Si la Asociación es cultural, considerará influyentes a aquellos de sus miembros que sean filósofos de clara fama, o premios nacionales de literatura, etcétera. Si la Asociación, en cambio, lo que se propone es -como en el caso del Opus Dei- santificar el trabajo ordinario de los hombres, sea material o intelectual, es evidente que deberán considerarse influyentes todos sus miembros: porque todos trabajan -el general deber humano de trabajar tiene en la Obra especiales resonancias disciplinares y ascéticas-, y porque todos procuran realizar esa labor suya -cualquiera que sea- santamente, cristianamente, con deseo de perfección. Por eso, para mí, tan influyente -tan importante, tan necesario- es el testimonio de un hijo mío minero entre sus compañeros de trabajo como el de un rector de universidad entre los demás profesores del claustro académico.
¹De dónde viene, pues, la influencia del Opus Dei? Lo indica la simple consideración de esta realidad sociológica: a nuestra Asociación pertenecen personas de todas las condiciones sociales, profesiones, edades y estados de vida: mujeres y hombres, clérigos y laicos, viejos y jóvenes, célibes y casados, universitarios, obreros, campesinos, empleados, personas que ejercen profesiones liberales o que trabajan en instituciones oficiales, etcétera. ¹Ha pensado en el poder de irradiación cristiana que representa una gama tan amplia y tan variada de personas, sobre todo si se cuentan por decenas de millares y están animadas de un mismo espíritu apostólico: santificar su profesión u oficio -en cualquier ambiente social en el que se muevan-, santificarse en ese trabajo y santificar con ese trabajo?
A esas labores apostólicas personales debe añadirse el crecimiento de nuestras obras corporativas de apostolado: Residencias de estudiantes, Casas de retiro, la Universidad de Navarra, Centros de formación para obreros y campesinos, Institutos técnicos, Colegios, Escuelas de formación para la mujer, etcétera. Estas obras han sido y son indudablemente focos de irradiación del espíritu cristiano que, promovidos por laicos, dirigidos como un trabajo profesional por ciudadanos laicos, iguales a sus compañeros que ejercitan la misma tarea u oficio, y abiertos a personas de toda clase y condición, han sensibilizado vastos estratos de la sociedad sobre la necesidad de dar una respuesta cristiana a las cuestiones que les plantea el ejercicio de su profesión o empleo.
Todo esto es lo que da relieve y trascendencia social al Opus Dei. No el hecho de que algunos de sus miembros ocupen cargos de influencia humana -cosa que no nos interesa lo más mínimo, y se deja por eso a la libre decisión y responsabilidad de cada uno-, sino el hecho de que todos, y la bondad de Dios hace que sean muchos, realicen labores -desde los más humildes oficios- divinamente influyentes.
Y esto es lógico: ¹quién puede pensar que la influencia de la Iglesia en los Estados Unidos comenzó el día en que fue elegido presidente el católico John Kennedy?


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Alguna vez, al hablar de la realidad del Opus Dei, ha afirmado que es una "desorganización organizada". ¹Podría explicar a nuestros lectores el significado de esta expresión?.

Quiero decir que damos una importancia primaria y fundamental a la espontaneidad apostólica de la persona, a su libre y responsable iniciativa, guiada por la acción del Espíritu; y no a las estructuras organizativas, mandatos, tácticas y planes impuestos desde el vértice, en sede de gobierno.
Un mínimo de organización existe, evidentemente, con un gobierno central, que actúa siempre colegialmente y tiene su sede en Roma, y gobiernos regionales, también colegiales, cada uno presidido por un Consiliario. Pero toda la actividad de esos organismos se dirige fundamentalmente a una tarea: proporcionar a los socios la asistencia espiritual necesaria para su vida de piedad, y una adecuada formación espiritual, doctrinal-religiosa y humana. Después, patos al agua! Es decir: cristianos a santificar todos los caminos de los hombres, que todos tienen el aroma del paso de Dios.
Al llegar a ese límite, a ese momento, la Asociación como tal ha terminado su tarea -aquélla, precisamente, para la que los miembros del Opus Dei se asocian-, ya no tiene que hacer, ni puede ni debe hacer, ninguna indicación más. Comienza entonces la libre y responsable acción personal de cada socio. Cada uno, con espontaneidad apostólica, obra con completa libertad personal y formándose autónomamente su propia conciencia de frente a las decisiones concretas que haya de tomar, procura buscar la perfección cristiana y dar testimonio cristiano en su propio ambiente, santificando su propio trabajo profesional, intelectual o manual. Naturalmente, al tomar cada uno autónomamente esas decisiones en su vida secular, en las realidades temporales en las que se mueva, se dan con frecuencia opciones, criterios y actuaciones diversas: se da, en una palabra, esa bendita desorganización, ese justo y necesario pluralismo, que es una característica esencial del buen espíritu del Opus Dei, y que a mí me ha parecido siempre la única manera recta y ordenada de concebir el apostolado de los laicos.
Le diré más: esa desorganización organizada aparece incluso en las mismas obras apostólicas corporativas que el Opus Dei realiza, con el deseo de contribuir también, como tal Asociación, a resolver cristianamente problemas que afectan a las comunidades humanas de los diversos países. Esas actividades e iniciativas de la Asociación son siempre de carácter directamente apostólico: es decir, obras educativas, asistenciales o de beneficencia. Pero, como nuestro espíritu es precisamente estimular el que las iniciativas salgan de la base, y como las circunstancias, necesidades y posibilidades de cada nación o grupo social son peculiares y ordinariamente diversas entre sí, el gobierno central de la Obra deja a los gobiernos regionales -que gozan de autonomía prácticamente total- la responsabilidad de decidir, promover y organizar aquellas actividades apostólicas concretas, que juzguen más convenientes: desde un centro universitario o una residencia de estudiantes, hasta un dispensario o una granja-escuela para campesinos. Como lógico resultado, tenemos un mosaico multicolor y variado de actividades: un mosaico organizadamente desorganizado.

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Según esto, ¹de qué manera estima que la realidad eclesial del Opus Dei se inserta en la acción pastoral de toda la Iglesia? ¹Y en el Ecumenismo?.

Una aclaración previa me parece conveniente: el Opus Dei no es ni puede considerarse una realidad ligada al proceso evolutivo del estado de perfección en la Iglesia, no es una forma moderna o aggiornata de ese estado. En efecto, ni la concepción teológica del status perfectionis -que Santo Tomás, Suárez y otros autores han plasmado decisivamente en la doctrina- ni las diversas concreciones jurídicas que se han dado o pueden darse a ese concepto teológico, tienen nada que ver con la espiritualidad y el fin apostólico que Dios a querido para nuestra Asociación. Baste considerar -porque una completa exposición doctrinal sería larga- que al Opus Dei no le interesan ni votos, ni promesas, ni forma alguna de consagración para sus socios, diversa de la consagración que ya todos recibieron con el Bautismo. Nuestra Asociación no pretende de ninguna manera que sus socios cambien de estado, que dejen de ser simples fieles iguales a los otros, para adquirir el peculiar status perfectionis. Al contrario, lo que desea y procura es que cada uno haga apostolado y se santifique dentro de su propio estado, en el mismo lugar y condición que tiene en la Iglesia y en la sociedad civil. No sacamos a nadie de su sitio, ni alejamos a nadie de su trabajo o de sus empeños y nobles compromisos de orden temporal.
La realidad social, la espiritualidad y la acción del Opus Dei se insertan, pues, en un venero muy distinto de la vida de la Iglesia: concretamente, en el proceso teológico y vital que está llevando el laicado a la plena asunción de sus responsabilidades eclesiales, a su modo propio de participar en la misión de Cristo y de su Iglesia. Esta ha sido y es, en los casi cuarenta años de existencia de la Obra, la inquietud constante -serena, pero fuerte- con la que Dios ha querido encauzar, en mi alma y en las de mis hijos, el deseo de servirle.


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¹Cuáles son las aportaciones del Opus Dei a ese proceso?

No es quizá éste el momento histórico más adecuado para hacer una valoración global de este tipo. A pesar de que se trata de problemas sobre los que se ha ocupado mucho -con cuánto gozo de mi alma!- el Concilio Vaticano II, y a pesar de que no pocos conceptos y situaciones referentes a la vida y misión del laicado han recibido ya del Magisterio suficiente confirmación y luz, hay todavía sin embargo un núcleo considerable de cuestiones que constituyen aún, para la generalidad de la doctrina, verdaderos problemas límite de la teología. A nosotros, dentro del espíritu que Dios ha dado al Opus Dei y que procuramos vivir con fidelidad -a pesar de nuestras imperfecciones personales-, nos parecen ya divinamente resueltos la mayor parte de esos problemas discutidos, pero no pretendemos presentar esas soluciones como las únicas posibles.
Hay a la vez otros aspectos del mismo proceso de desarrollo eclesiológico, que representan estupendas adquisiciones doctrinales -a las que indudablemente Dios ha querido que contribuyese, en parte quizá no pequeña, el testimonio del espíritu y la vida del Opus Dei, junto con otras valiosas aportaciones de iniciativas y asociaciones apostólicas no menos beneméritas-, pero son adquisiciones doctrinales que quizá pasará todavía bastante tiempo antes de que lleguen a encarnarse realmente en la vida total del Pueblo de Dios. Usted mismo ha recordado en sus anteriores preguntas algunos de esos aspectos: el desarrollo de una auténtica espiritualidad laical; la comprensión de la peculiar tarea eclesial -no eclesiástica u oficial- propia del laico; la distinción de los derechos y deberes que el laico tiene en cuanto laico; las relaciones Jerarquía-laicado; la igualdad de dignidad y la complementariedad de tareas del hombre y de la mujer en la Iglesia; la necesidad de lograr una ordenada opinión pública en el Pueblo de Dios; etc.
Todo esto constituye evidentemente una realidad muy fluida, y a veces no exenta de paradojas. Una misma cosa, que dicha hace cuarenta años escandalizaba a casi todos o a todos, hoy no extraña a casi nadie, pero en cambio son aún muy pocos los que la comprenden a fondo y la viven ordenadamente.
Me explicaré mejor con un ejemplo. En 1932, comentando a mis hijos del Opus Dei algunos de los aspectos y consecuencias de la peculiar dignidad y responsabilidad que el Bautismo confiere a las personas, les escribí en un documento: "Hay que rechazar el prejuicio de que los fieles corrientes no pueden hacer más que limitarse a ayudar al clero, en apostolados eclesiásticos. El apostolado de los seglares no tiene por qué ser siempre una simple participación en el apostolado jerárquico: a ellos les compete el deber de hacer apostolado. Y esto no porque reciban una misión canónica, sino porque son parte de la Iglesia; esa misión... la realizan a través de su profesión, de su oficio, de su familia, de sus colegas, de sus amigos".
Hoy, después de las solemnes enseñanzas del Vaticano II, nadie en la Iglesia pondrá quizá en tela de juicio la ortodoxia de esta doctrina. Pero ¹cuántos han abandonado realmente su concepción única del apostolado de los laicos como una labor pastoral organizada de arriba abajo? ¹Cuántos, superando la anterior concepción monolítica del apostolado laical, comprenden que pueda y que incluso deba también haberlo sin necesidad de rígidas estructuras centralizadas, misiones canónicas y mandatos jerárquicos? ¹Cuántos que califican al laicado de longa manus Ecclesiae, no están confundiendo al mismo tiempo en su cabeza el concepto de Iglesia-Pueblo de Dios con el concepto más limitado de Jerarquía? O bien ¹cuántos laicos entienden debidamente que, si no es en delicada comunión con la Jerarquía, no tienen derecho a reivindicar su legítimo ámbito de autonomía apostólica?
Consideraciones semejantes se podrían formular en relación a otros problemas, porque es realmente mucho, muchísimo, lo que queda todavía por lograr, tanto en la necesaria exposición doctrinal, como en la educación de las conciencias y en la misma reforma de la legislación eclesiástica. Yo pido mucho al Señor -la oración ha sido siempre mi gran arma- que el Espíritu Santo asista a su Pueblo, y especialmente a la Jerarquía, en la realización de estas tareas. Y le ruego también que se siga sirviendo del Opus Dei, para que podamos contribuir y ayudar, en todo lo que esté de nuestra parte, a este difícil pero estupendo proceso de desarrollo y crecimiento de la Iglesia.


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¹Cómo se inserta el Opus Dei en el Ecumenismo?, me pregunta usted también. Ya le conté el año pasado a un periodista francés -y sé que la anécdota ha encontrado eco, incluso en publicaciones de hermanos nuestros separados- lo que una vez comenté al Santo Padre Juan XXIII, movido por el encanto afable y paterno de su trato: "Padre Santo, en nuestra Obra siempre han encontrado todos los hombres, católicos o no, un lugar amable: no he aprendido el ecumenismo de Vuestra Santidad". El se rió emocionado, porque sabía que, ya desde 1950, la Santa Sede había autorizado al Opus Dei a recibir como asociados Cooperadores a los no católicos y aun a los no cristianos.

Son muchos, efectivamente -y no faltan entre ellos pastores y aun obispos de sus respectivas confesiones-, los hermanos separados que se sienten atraídos por el espíritu del Opus Dei y colaboran en nuestros apostolados. Y son cada vez más frecuentes -a medida que los contactos se intensifican- las manifestaciones de simpatía y de cordial entendimiento a que da lugar el hecho de que los socios del Opus Dei centren su espiritualidad en el sencillo propósito de vivir responsablemente los compromisos y exigencias bautismales del cristiano. El deseo de buscar la perfección cristiana y de hacer apostolado, procurando la santificación del propio trabajo profesional; el vivir inmersos en las realidades seculares, respetando su propia autonomía, pero tratándolas con espíritu y amor de almas contemplativas; la primacía que en la organización de nuestras labores concedemos a la persona, a la acción del Espíritu en las almas, al respeto de la dignidad y de la libertad que provienen de la filiación divina del cristiano; el defender, contra la concepción monolítica e institucionalista del apostolado de los laicos, la legítima capacidad de iniciativa dentro del necesario respeto al bien común: esos y otros aspectos más de nuestro modo de ser y trabajar son puntos de fácil encuentro, donde los hermanos separados descubren -hecha vida, probada por los años- una buena parte de los presupuestos doctrinales en los que ellos y nosotros, los católicos, hemos puesto tantas fundadas esperanzas ecuménicas.

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Cambiando de tema, nos interesaría saber su opinión respecto del actual momento de la Iglesia. Concretamente, ¹cómo lo calificaría usted? ¹Qué papel cree que pueden tener en esta hora las tendencias que de modo general han sido llamadas "progresista" e "integrista"?.

A mi modo de ver, el actual momento doctrinal de la Iglesia podría calificarse de positivo y, a la vez, delicado, como toda crisis de crecimiento. Positivo, sin duda, porque las riquezas doctrinales del Concilio Vaticano II han puesto la Iglesia toda -el entero Pueblo sacerdotal de Dios- de frente a una nueva etapa, sumamente esperanzadora, de renovada fidelidad al propósito divino de salvación que se le ha confiado. Momento delicado también, porque las conclusiones teológicas a las que se ha llegado no son de carácter -valga la expresión- abstracto o teórico, sino que se trata de una teología sumamente viva, es decir, con inmediatas y directas aplicaciones de orden pastoral, ascético y disciplinar, que tocan muy en lo íntimo la vida interna y externa de la comunidad cristiana -liturgia, estructuras organizativas de la Jerarquía, formas apostólicas, Magisterio, diálogo con el mundo, ecumenismo, etc.- y, por tanto, también la vida cristiana y la conciencia misma de los fieles.
Una y otra realidad llaman respectivamente a nuestra alma: el optimismo cristiano -la gozosa certeza de que el Espíritu Santo hará fructificar cumplidamente la doctrina con la que ha enriquecido a la Esposa de Cristo- y, a la vez, la prudencia por parte de quienes investigan o gobiernan, porque especialmente ahora podría hacer un daño inmenso la falta de serenidad y ponderación en el estudio de los problemas.
En cuanto a las tendencias que usted llama integristas y progresistas, me resulta difícil opinar sobre el papel que pueden desempeñar en este momento, porque desde siempre he rechazado la conveniencia e incluso la posibilidad de que puedan hacerse catalogaciones o simplificaciones de este tipo. Esa división -que a veces se lleva hasta extremos de verdadero paroxismo, o se intenta perpetuar como si los teólogos y los fieles en general estuvieran destinados a una continua orientación bipolar- me parece que obedece en el fondo al convencimiento de que el progreso doctrinal y vital del Pueblo de Dios sea resultado de una perpetua tensión dialéctica. Yo, en cambio, prefiero creer -con toda mi alma- en la acción del Espíritu Santo, que sopla donde quiere, y a quien quiere.

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CAPITULO 2
¹POR QUE NACIO EL OPUS DEI?


Entrevista realizada por Peter Forbath, corresponsal de Time (New York), el 15-IV-1967.


¹Querría usted explicar la misión central y los objetivos del Opus Dei? ¹En qué precedentes basó usted sus ideas sobre la Asociación? ¹O es el Opus Dei algo único, totalmente nuevo dentro de la Iglesia y de la Cristiandad? ¹Se le puede comparar con las órdenes religiosas y con los institutos seculares o con asociaciones católicas del tipo, por ejemplo, de la Holy Name Society, los Caballeros de Colón, el Christopher Movement, etcétera?.

El Opus Dei se propone promover entre personas de todas las clases de la sociedad el deseo de la perfección cristiana en medio del mundo. Es decir, el Opus Dei pretende ayudar a las personas que viven en el mundo -al hombre corriente, al hombre de la calle-, a llevar una vida plenamente cristiana, sin modificar su modo normal de vida, ni su trabajo ordinario, ni sus ilusiones y afanes.
Por eso, en frase que escribí hace ya muchos años, se puede decir que el Opus Dei es viejo como el Evangelio y como el Evangelio nuevo. Es recordar a los cristianos las palabras maravillosas que se leen en el Génesis: que Dios creó al hombre para que trabajara. Nos hemos fijado en el ejemplo de Cristo, que se pasó la casi totalidad de su vida terrena trabajando como un artesano en una aldea. El trabajo no es sólo uno de los más altos de los valores humanos y medio con el que los hombres deben contribuir al progreso de la sociedad: es también camino de santificación.
¹A qué otras organizaciones podríamos compararlo? No es fácil encontrar una respuesta, pues al intentar comparar entre sí a organizaciones con fines espirituales se corre el riesgo de quedarse en rasgos externos o en denominaciones jurídicas, olvidando lo que es más importante: el espíritu que da vida y razón de ser a toda la labor.
Me limitaré a decirle que, con respecto a las que ha mencionado, está muy lejano de las órdenes religiosas y de los institutos seculares y más cercano de instituciones como la Holy Name Society.
El Opus Dei es una organización internacional de laicos, a la que pertenecen también sacerdotes seculares (una exigua minoría en comparación con el total de socios). Sus miembros son personas que viven en el mundo, en el que ejercen su profesión u oficio. Al acudir al Opus Dei no lo hacen para abandonar ese trabajo, sino al contrario buscando una ayuda espiritual con el fin de santificar su trabajo ordinario, convirtiéndolo también en medio para santificarse o para ayudar a los demás a santificarse. No cambian de estado -siguen siendo solteros, casados, viudos o sacerdotes-, sino que procuran servir a Dios y a los demás hombres dentro de su propio estado. Al Opus Dei no le interesan ni votos ni promesas, lo que pide de sus socios es que, en medio de las deficiencias y errores propios de toda vida humana, se esfuercen por practicar las virtudes humanas y cristianas, sabiéndose hijos de Dios.
Si se quiere buscar alguna comparación, la manera más fácil de entender el Opus Dei es pensar en la vida de los primeros cristianos. Ellos vivían a fondo su vocación cristiana; buscaban seriamente la perfección a la que estaban llamados por el hecho, sencillo y sublime del Bautismo. No se distinguían exteriormente de los demás ciudadanos. Los socios del Opus Dei son personas comunes; desarrollan un trabajo corriente; viven en medio del mundo como lo que son: ciudadanos cristianos que quieren responder cumplidamente a las exigencias de su fe.

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Permítame que insista en la cuestión de los Institutos seculares. He leído un estudio de un conocido canonista, el Dr. Julián Herranz, en que se afirma que algunos de esos institutos son secretos y que muchos otros prácticamente se identifican con las órdenes religiosas -utilizando hábitos, abandonando el trabajo profesional para dedicarse a los mismos fines a los que se dedican los religiosos, etc.-, hasta el punto de que sus miembros no tienen inconveniente en considerarse ellos mismos religiosos. ¹Qué piensa usted de este tema?.

El trabajo sobre los Institutos seculares al que usted se refiere ha tenido efectivamente una amplia difusión entre los especialistas. El Dr. Herranz expresa, bajo su personal responsabilidad, una tesis bien documentada; sobre las conclusiones de ese trabajo, prefiero no hablar.
Sólo he de decirle que todo ese modo de proceder nada tiene que ver con el Opus Dei, que ni es secreto ni es en modo alguno comparable, ni por su labor ni por la vida de sus socios, con los religiosos, porque sus miembros -los del Opus Dei- son, como le acabo de decir, ciudadanos corrientes iguales a los otros ciudadanos, que ejercen libremente todas las profesiones y todas las tareas humanas honestas.

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¹Querría describir cómo se ha desarrollado y evolucionado el Opus Dei, tanto en su carácter como en sus objetivos, desde su fundación, en un período que ha sido testigo de un enorme cambio dentro de la misma Iglesia?.

Desde el primer momento el objetivo único del Opus Dei ha sido el que le acabo de describir: contribuir a que haya en medio del mundo hombres y mujeres de todas las razas y condiciones sociales que procuren amar y servir a Dios y a los demás hombres en y a través de su trabajo ordinario. Con el comienzo de la Obra en 1928, mi predicación ha sido que la santidad no es cosa para privilegiados, sino que pueden ser divinos todos los caminos de la tierra, todos los estados, todas las profesiones, todas las tareas honestas. Las implicaciones de ese mensaje son muchas y la experiencia de la vida de la Obra me ha ayudado a conocerlas cada vez con más hondura y riqueza de matices. La Obra nació pequeña, y ha ido normalmente creciendo luego de manera gradual y progresiva, como crece un organismo vivo, como todo lo que se desarrolla en la historia.
Pero su objetivo y razón de ser no ha cambiado ni cambiará por mucho que pueda mudar la sociedad, porque el mensaje del Opus Dei es que se puede santificar cualquier trabajo honesto, sean cuales fueran las circunstancias en que se desarrolla.
Hoy forman parte de la Obra personas de todas las profesiones: no sólo médicos, abogados, ingenieros y artistas, sino también albañiles, mineros, campesinos; cualquier profesión: desde directores de cine y pilotos de reactores hasta peluqueras de alta moda. Para los socios del Opus Dei el estar al día, el comprender el mundo moderno, es algo natural e instintivo, porque son ellos -junto con los demás ciudadanos, iguales a ellos- los que hacen nacer ese mundo y le dan su modernidad.
Siendo éste el espíritu de nuestra Obra, comprenderá que ha sido una gran alegría para nosotros ver cómo el Concilio ha declarado solemnemente que la Iglesia no rechaza el mundo en que vive, ni su progreso y desarrollo, sino que lo comprende y ama. Por lo demás es una característica central de la espiritualidad que se esfuerzan por vivir -desde hace casi cuarenta años- los socios de la Obra, el saberse al mismo tiempo parte de la Iglesia y del Estado, asumiendo cada uno plenamente, por lo tanto, con toda libertad su individual responsabilidad de cristiano y de ciudadano.

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¹Podría describir las diferencias que hay entre el modo en que el Opus Dei como Asociación cumple su misión y la forma en que los miembros del Opus Dei como individuos cumplen las suyas? Por ejemplo, ¹qué criterios hacen que se considere mejor que un proyecto sea realizado por la Asociación -un colegio o una casa de retiros-, o por personas individuales -una empresa editorial o comercial?.

La actividad principal del Opus Dei consiste en dar a sus miembros, y a las personas que lo deseen, los medios espirituales necesarios para vivir como buenos cristianos en medio del mundo. Les hace conocer la doctrina de Cristo, las enseñanzas de la Iglesia; les proporciona un espíritu que mueve a trabajar bien por amor de Dios y en servicio de todos los hombres. Se trata, en una palabra, de comportarse como cristianos: conviviendo con todos, respetando la legítima libertad de todos y haciendo que este mundo nuestro sea más justo.
Cada uno de los socios se gana la vida y sirve a la sociedad con la profesión que tenía antes de venir al Opus Dei, y que ejercería si no perteneciese a la Obra. Así, unos son mineros, otros enseñan en escuelas o Universidades, otros son comerciantes, amas de casa, secretarias, campesinos. No hay ninguna actividad humana noble que no pueda ejercer un socio del Opus Dei. El que, por ejemplo, antes de pertenecer a nuestra Obra trabajaba en una actividad editorial o comercial, sigue haciéndolo después. Y si, con ocasión de ese trabajo o de cualquier otro, se busca un nuevo empleo, o decide, con sus compañeros de profesión, fundar una empresa cualquiera, es cosa en la que le corresponde decidir libremente, aceptando él personalmente los resultados de su trabajo y respondiendo personalmente también.
Toda la actuación de los Directores del Opus Dei se basa en un exquisito respeto de la libertad profesional de los socios: éste es un punto de importancia capital, del cual depende la existencia misma de la Obra, y que por tanto se vive con fidelidad absoluta. Cada socio puede trabajar profesionalmente en los mismos campos que si no perteneciera al Opus Dei, de manera que ni el Opus Dei en cuanto tal, ni ninguno de los demás miembros tienen nada que ver con el trabajo profesional que ese socio concreto desarrolla. A lo que los socios se comprometen al vincularse a la Obra es a esforzarse por buscar la perfección cristiana con ocasión y por medio de su trabajo, y a tener una más clara conciencia del carácter de servicio a la humanidad que debe tener toda vida cristiana.
La misión principal de la Obra -ya lo he dicho antes- es pues la de formar cristianamente a sus socios y a otras personas que deseen recibir esa formación. El deseo de contribuir a la solución de los problemas que afectan a la sociedad y a los cuales tanto puede aportar el ideal cristiano, lleva además a que la Obra en cuanto tal, corporativamente, desarrolle algunas actividades e iniciativas. El criterio en este campo es que el Opus Dei, que tiene fines exclusivamente espirituales, sólo puede realizar corporativamente aquellas actividades que constituyen de un modo claro e inmediato un servicio cristiano, un apostolado. Sería absurdo pensar que el Opus Dei en cuanto tal se pueda dedicar a extraer carbón de las minas o a promover cualquier género de empresas de tipo económico. Sus obras corporativas son todas actividades directamente apostólicas: una escuela para la formación de campesinos, un dispensario médico en una zona o en un país subdesarrollado, un colegio para la promoción social de la mujer, etc. Es decir, obras asistenciales, educativas o de beneficencia, como las que suelen realizar en todo el mundo instituciones de cualquier credo religioso.
Para llevar adelante estas labores se cuenta en primer lugar con el trabajo personal de los socios, que en ocasiones se dedican plenamente a ellas. Y también con la ayuda generosa que prestan tantas personas, cristianas o no. Algunos se sienten movidos a colaborar por razones espirituales; otros, aunque no compartan los fines apostólicos, ven que se trata de iniciativas en beneficio de la sociedad, abiertas a todos, sin discriminación alguna de raza, religión o ideología.


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Teniendo en cuenta que hay miembros del Opus Dei en los más diversos estratos de la sociedad y que algunos de ellos trabajan o dirigen empresas o grupos de cierta importancia, ¹puede pensarse que el Opus Dei intente coordinar esas actividades de acuerdo con alguna línea política, económica, etc.?.

En modo alguno. El Opus Dei no interviene para nada en política; es absolutamente ajeno a cualquier tendencia, grupo o régimen político, económico, cultural o ideológico. Sus fines -repito- son exclusivamente espirituales y apostólicos. De sus socios exige sólo que vivan en cristiano, que se esfuercen por ajustar sus vidas al ideal del Evangelio. No se inmiscuye, pues, de ningún modo en las cuestiones temporales.
Si alguno no entiende esto se deberá quizá a que no entiende la libertad personal o a que no acierta a distinguir entre los fines exclusivamente espirituales para los que se asocian los miembros de la Obra y el amplísimo campo de las actividades humanas -la economía, la política, la cultura, el arte, la filosofía, etc.- en las que los socios del Opus Dei gozan de plena libertad y trabajan bajo su propia responsabilidad.
Desde el mismo momento en que se acercan a la Obra, todos los socios conocen bien la realidad de su libertad individual, de modo que si en algún caso alguno de ellos intentara presionar a los otros imponiendo sus propias opiniones en materia política o servirse de ellos para intereses humanos, los demás se rebelarían y lo expulsarían inmediatamente.
El respeto de la libertad de sus socios es condición esencial de la vida misma del Opus Dei. Sin él, no vendría nadie a la Obra. Es más. Si se diera alguna vez -no ha sucedido, no sucede y, con la ayuda de Dios, no sucederá jamás- una intromisión del Opus Dei en la política, o en algún otro campo de las actividades humanas, el primer enemigo de la Obra sería yo.

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La Asociación insiste en la libertad de los socios para expresar las convicciones que honradamente mantienen. Pero, volviendo sobre el tema desde otro punto de vista, ¹hasta qué punto piensa usted que el Opus Dei está moralmente obligado como asociación a expresar opiniones sobre asuntos cruciales, seculares o espirituales, pública o privadamente? ¹Hay situaciones en que el Opus Dei pondrá su influencia y la de sus miembros en defensa de principios que considera sagrados, como por ejemplo, recientemente en apoyo de la legislación sobre libertad religiosa en España?.

En el Opus Dei, procuramos siempre y en todas las cosas sentir con la Iglesia de Cristo: no tenemos otra doctrina que la que enseña la Iglesia para todos los fieles. Lo único peculiar que tenemos es un espíritu propio, característico del Opus Dei, es decir, un modo concreto de vivir el Evangelio, santificándonos en el mundo y haciendo apostolado con la profesión.
De ahí se sigue inmediatamente que todos los miembros del Opus Dei tienen la misma libertad que los demás católicos para formar libremente sus opiniones, y para actuar en consecuencia. Por eso el Opus Dei como tal ni debe ni puede expresar una opinión propia, ni la puede tener. Si se trata de una cuestión sobre la que hay una doctrina definida por la Iglesia, la opinión de cada uno de los socios de la Obra será esa. Si en cambio se trata de una cuestión sobre la que el Magisterio -el Papa y los obispos- no se han pronunciado, cada uno de los socios del Opus Dei tendrá y defenderá libremente la opinión que le parezca mejor y actuará en consecuencia.
En otras palabras, el principio que regula la actitud de os directores del Opus Dei en este campo es el de respeto a la libertad de opción en lo temporal. Que es algo bien distinto del abstencionismo, pues se trata de colocar a cada socio ante sus propias responsabilidades, invitándole a asumirlas según su conciencia, obrando en libertad. Por eso es incongruente referirse al Opus Dei cuando se está hablando de partidos, grupos o tendencias políticas o, en general, de tareas y empresas humanas; más aún, es injusto y próximo a la calumnia, pues puede inducir al error de deducir falsamente que los miembros de la Obra tienen alguna ideología, mentalidad o interés temporal común.
Ciertamente los socios son católicos, y católicos que procuran ser consecuentes con su fe. Se les puede calificar como tales, si se quiere. Pero teniendo bien en cuenta que el hecho de ser católico no significa formar grupo, ni siquiera en lo cultural e ideológico, y, con mayor razón, tampoco en lo político. Desde el principio de la Obra, y no sólo desde el Concilio, se ha procurado vivir un catolicismo abierto, que defiende la legítima libertad de las conciencias, que lleva a tratar con caridad fraterna a todos los hombres, sean o no católicos, y a colaborar con todos, participando de las diversas ilusiones nobles que mueven a la humanidad.
Pongamos un ejemplo. Ante el problema racial en Estados Unidos, cada uno de los socios de la Obra tendrá en cuanta las enseñanzas claras de la doctrina cristiana sobre la igualdad de todos los hombres y sobre la injusticia de cualquier discriminación. También conocerá y se sentirá urgido por las indicaciones concretas de los obispos americanos sobre este problema. Defenderá por tanto los legítimos derechos de todos los ciudadanos y se opondrá a cualquier situación o proyecto discriminatorio. Tendrá en cuenta, además, que para un cristiano no basta con respetar los derechos de los demás hombres, sino que hay que ver, en todos, hermanos a los que debemos un amor sincero y un servicio desinteresado.
En la formación que da el Opus Dei a sus socios, se insistirá más en esas ideas en su país que en otros donde ese problema concreto no se presenta o se presenta con menos urgencia. Lo que no hará nunca el Opus Dei es dictar, y ni siquiera sugerir, una solución concreta para el problema. La decisión de apoyar un proyecto de ley u otro, de apuntarse a una asociación o a otra -o de no apuntarse a ninguna-, de participar o de no participar en una determinada manifestación es algo que decidirá cada uno de los socios. Y, de hecho, se ve en todas partes que los socios no actúan en bloque, sino con un lógico pluralismo.
Estos mismos criterios explican el hecho de que tantos españoles miembros del Opus Dei sean favorables al proyecto de ley sobre la libertad religiosa en su país, tal como ha sido redactada recientemente. Se trata obviamente de una opción personal, como también es personal la opinión de quienes critiquen ese proyecto. Pero todos han aprendido del espíritu del Opus Dei a amar la libertad y a comprender a los hombres de todas las creencias. El Opus Dei es la primera asociación católica que, desde 1950, con autorización de la Santa Sede, admite como cooperadores a los no católicos y a los no cristianos, sin discriminación alguna, con amor para todos.

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Desde luego, es sabido por usted que en algunos sectores de la opinión pública el Opus Dei tiene fama de ser en cierto modo discutido. ¹Podría darme su opinión de por qué esto es así, y especialmente de cómo se responde a la acusación sobre "el secreto de conspiración" y "la secreta conspiración" que a menudo se apunta contra el Opus Dei?.

Me molesta profundamente todo lo que pueda sonar a autoalabanza. Pero ya que plantea usted este tema, no puedo por menos de decirle que me parece que el Opus Dei es una de las organizaciones católicas que cuenta con más amigos en todo el mundo. Millones de personas, también muchos no católicos y no cristianos, la quieren y la ayudan.
Por otra parte, el Opus Dei es una organización espiritual y apostólica. Si se olvida este hecho fundamental -o si uno se niega a creer en la buena fe de los socios del Opus Dei que así lo afirman- resulta imposible entender lo que hacen. Ante la imposibilidad de comprender, se inventan versiones complicadas y secretos que no han existido jamás.
Habla usted de acusación de secreto. Eso es ya historia antigua. Podría decirle, punto por punto, el origen histórico de esa acusación calumniosa. Durante muchos años una poderosa organización, de la que prefiero no hablar -la amamos y la hemos amado siempre-, se dedicó a falsear lo que no conocía. Insistían en considerarnos como religiosos, y se preguntaban: ¹por qué no piensan todos del mismo modo?, ¹por qué no llevan hábito o un distintivo? Y sacaban ilógicamente como consecuencia que constituíamos una sociedad secreta.
Hoy eso ha pasado, y cualquier persona medianamente informada sabe que no hay secreto alguno. Que no llevamos distintivo porque no somos religiosos, sino cristianos corrientes. Que no pensamos de la misma manera, porque admitimos el mayor pluralismo en todo lo temporal y en las cuestiones teológicas opinables. Un mejor conocimiento de la realidad, y una superación de celotipias infundadas, ha llevado a dar por cerrada esa triste y calumniosa situación.
No hay sin embargo que extrañarse de que de de vez en cuando alguien renueve los viejos mitos: porque procuramos trabajar por Dios, defendiendo la libertad personal de todos los hombres, siempre tendremos en contra a los sectarios enemigos de esa libertad personal, sean del campo que sean, tanto más agresivos si son personas que no pueden soportar ni la simple idea de religión, o peor si se apoyan en un pensamiento religioso de tipo fanático.
No obstante, son mayoría -por fortuna- las publicaciones que no se contentan con repetir cosas viejas, y falsas; que tienen clara conciencia de que ser imparciales no es difundir algo a mitad de camino entre la realidad y la calumnia, sin esforzarse por reflejar la verdad objetiva. Personalmente pienso que también es noticia decir la verdad, especialmente cuando se trata de informar de la actividad de tantas personas que, perteneciendo al Opus Dei o colaborando con él, se esfuerzan, a pesar de los errores personales -yo los tengo y no me extraño de que también los tengan los demás-, por realizar una tarea de servicio a todos los hombres. Desmontar un falso mito es siempre interesante. Considero que es un deber grave del periodista documentarse bien, y tener su información al día aunque a veces eso suponga cambiar los juicios hechos con anterioridad. ¹Es tan difícil admitir que algo sea limpio, noble y bueno, sin mezclar absurdas, viejas y desacreditadas falsedades?
Informarse sobre el Opus Dei es bien sencillo. En todos los países trabaja a la luz del día, con el reconocimiento jurídico de las autoridades civiles y eclesiásticas. Son perfectamente conocidos los nombres de sus directores y de sus obras apostólicas. Cualquiera que desee información sobre nuestra Obra, puede obtenerla sin dificultad, poniéndose en contacto con sus directores o acudiendo a alguna de nuestras obras corporativas. Usted mismo puede ser testigo de que nunca ninguno de los dirigentes del Opus Dei, o los que atienden a los periodistas, han dejado de facilitarles su tarea informativa, contestando a sus preguntas o dando la documentación adecuada.
Ni yo, ni ninguno de los miembros del Opus Dei, pretendemos que todo el mundo nos comprenda o que comparta nuestros ideales espirituales. Soy muy amigo de la libertad y de que cada uno siga su camino. Pero es evidente que tenemos el derecho elemental de ser respetados.

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¹Cómo explica el enorme éxito del Opus Dei y por qué criterios mide usted ese éxito?.

Cuando una empresa es sobrenatural, importan poco el éxito o el fracaso, tal como suelen entenderse de ordinario. Ya decía San Pablo a los cristianos de Corinto, que en la vida espiritual lo que interesa no es el juicio de los demás, ni nuestro propio juicio, sino el de Dios.
Ciertamente la Obra está hoy universalmente extendida: pertenecen a ella hombres y mujeres de cerca de setenta nacionalidades. Al pensar en ese hecho, yo mismo me sorprendo. No le encuentro explicación humana alguna, sino la voluntad de Dios, pues el Espíritu sopla donde quiere, y se sirve de quien quiere para realizar la santificación de los hombres. Todo eso es para mí ocasión de acción de gracias, de humildad, y de petición a Dios para saber siempre servirle.
Me pregunta también cuál es el criterio con que mido y juzgo las cosas. La respuesta es muy sencilla: santidad, frutos de santidad.
El apostolado más importante del Opus Dei, es el que cada socio realiza con el testimonio de su vida y con su palabra, en el trato diario con sus amigos y compañeros de profesión. ¹Quién puede medir la eficacia sobrenatural de este apostolado callado y humilde? No se puede valorar la ayuda que supone el ejemplo de un amigo leal y sincero, o la influencia de una buena madre en el seno de la familia.
Quizá su pregunta se refiere a los apostolados corporativos que realiza el Opus Dei, suponiendo que en este caso se pueden medir los resultados desde un punto de vista humano, técnico: si una escuela de capacitación obrera consigue promover socialmente a los hombres que la frecuentan; si una universidad da a sus estudiantes una formación profesional y cultural adecuadas. Admitiendo que su pregunta tiene ese sentido, le diré que el resultado se puede explicar en parte porque se trata de labores realizadas por personas que ejercitan ese trabajo como una específica tarea profesional, para la que se preparan como todo el que desea hacer una labor seria. Esto quiere decir, entre otras cosas, que esas obras no se plantean con esquemas preconcebidos, sino que se estudian en cada caso las necesidades peculiares de la sociedad en la que se van a realizar, para adaptarlas a las exigencias reales.
Pero le repito que al Opus Dei no le interesa primordialmente la eficacia humana. El éxito o el fracaso real de esas labores depende de que, estando humanamente bien hechas, sirvan o no para que tanto los que realizan esas actividades como los que se benefician de ellas, amen a Dios, se sientan hermanos de todos los demás hombres y manifiesten esos sentimientos en un servicio desinteresado a la humanidad.

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¹Querría describir cómo y por qué fundó el Opus Dei y los acontecimientos que considera los hitos más importantes de su desarrollo?.

¹Por qué? Las obras que nacen de la voluntad de Dios no tienen otro porqué que el deseo divino de utilizarlas como expresión de su voluntad salvífica universal. Desde el primer momento la Obra era universal, católica. No nacía para dar solución a los problemas concretos de la Europa de los años veinte, sino para decir a hombres y mujeres de todos los países, de cualquier condición, raza, lengua o ambiente -y de cualquier estado: solteros, casados, viudos, sacerdotes-, que podían amar y servir a Dios, sin dejar de vivir en su trabajo ordinario, con su familia, en sus variadas y normales relaciones sociales.
¹Cómo se fundó? Sin ningún medio humano. Sólo tenía yo veintiséis años, gracia de Dios y buen humor. La Obra nació pequeña: no era más que el afán de un joven sacerdote, que se esforzaba en hacer lo que Dios le pedía.
Me pregunta usted por hitos. Para mí, es un hito fundamental en la Obra cualquier momento, cualquier instante en el que, a través del Opus Dei, algún alma se acerca a Dios, haciéndose así más hermano de sus hermanos los hombres.
Quizá quería que le hablara de los puntos cruciales cronológicos. Aunque no son los más importantes, le daré de memoria unas fechas, más o menos aproximadas. Ya en los primeros meses de 1935 estaba todo preparado para trabajar en Francia, concretamente en París. Pero vinieron primero la guerra civil española y luego la segunda guerra mundial, y hubo que aplazar la expansión de la Obra. Como ese desarrollo era necesario, el aplazamiento fue mínimo. Ya en 1940 se inicia la labor en Portugal. Casi coincidiendo con el fin de las hostilidades, aunque habiendo precedido algunos viajes en los años anteriores, se comienza en Inglaterra, en Francia, en Italia, en Estados Unidos, en México. Después, la expansión tiene un ritmo progresivo. A partir de 1949 y 1950: en Alemania, Holanda, Suiza, Argentina, Canadá, Venezuela y los restantes países europeos y americanos. Al mismo tiempo la labor se va extendiendo a otros continentes: el norte de Africa, Japón, Kenya y otros países de East Africa, Australia, Filipinas, Nigeria, etcétera.
También me gusta recordar, como fechas capitales, especialmente las continuas ocasiones en las que se ha mostrado de modo palpable el cariño que los Sumos Pontífices tienen por nuestra Obra. Resido establemente en Roma desde 1946, y así he tenido ocasión de conocer y tratar a Pío XII, a Juan XXIII y a Paulo VI. En todos he encontrado siempre el cariño de un padre.

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¹Estaría de acuerdo con la afirmación que se ha hecho alguna vez de que el ambiente peculiar de España durante los últimos treinta años ha facilitado el crecimiento de la Obra en ese país?).

En pocos sitios hemos encontrado menos facilidades que en España. Es el país -siento decirlo, porque amo profundamente a mi Patria- donde más trabajo y sufrimiento ha costado hacer que arraigara la Obra. Cuando apenas había nacido, encontró ya la oposición de los enemigos de la libertad individual y de personas tan aferradas a las ideas tradicionales, que no podían entender la vida de los socios del Opus Dei: ciudadanos corrientes, que se esfuerzan por vivir plenamente su vocación cristiana sin dejar el mundo.
Tampoco las obras corporativas de apostolado han encontrado especiales facilidades en España. Gobiernos de países donde la mayoría de los ciudadanos no son católicos, han ayudado con mucha más generosidad que el Estado español, a las actividades docentes y benéficas promovidas por miembros de la Obra. La ayuda que esos gobiernos concedan o puedan conceder a las obras corporativas del Opus Dei, como hace de modo habitual con otras obras semejantes, no suponen un privilegio, sino sencillamente el reconocimiento de la función social que realizan, ahorrando dinero al erario público.
En su expansión internacional, el espíritu del Opus Dei ha encontrado inmediato eco y honda acogida en todos los países. Si ha tropezado con dificultades ha sido por falsedades que venían precisamente de España e inventadas por españoles, por algunos sectores muy concretos de la sociedad española. En primer lugar la organización internacional de que le hablaba; pero eso parece seguro que es cosa pasada, y yo no guardo rencor a nadie. Luego están algunas personas que no entienden el pluralismo, que adoptan actitud de grupo, cuando no caen en una mentalidad estrecha o totalitaria, y que se sirven del nombre de católico para hacer política. Algunos de ellos, no me explico por qué -quizá por falsas razones humanas-, parecen encontrar un gusto especial en atacar al Opus Dei, y como cuentan con grandes medios económicos -el dinero de los contribuyentes españoles- sus ataques pueden ser recogidos por cierta prensa.
Me doy cuenta perfectamente de que usted está esperando nombres concretos de personas e instituciones. No se los daré, y espero que comprenda la razón. Ni mi misión ni la de la Obra son políticas: mi oficio es rezar. Y no quiero decir nada que pueda siquiera interpretarse como una intervención en política. Más aún, me duele mucho hablar de estas cosas. He callado durante casi cuarenta años, y si ahora digo algo es porque tengo la obligación de denunciar como absolutamente falsas las interpretaciones torcidas que algunos intentan dar de una labor que es exclusivamente espiritual. Por eso, si bien hasta ahora he callado, en lo sucesivo seguiré hablando, y, si fuera necesario, cada vez con más claridad.
Pero volviendo al tema central de su pregunta, si muchas personas de todas las clases sociales, también en España, han procurado seguir a Cristo con la ayuda de la Obra y según su espíritu, la explicación no se puede buscar en el ambiente o en otros motivos extrínsecos. Prueba de ello es que quienes afirman lo contrario con tanta ligereza, ven disminuir sus propios grupos; y las causas exteriores son las mismas para todos. Quizá sea también, humanamente hablando, porque ellos hacen grupo, y nosotros no quitamos la libertad personal a nadie.
Si el Opus Dei está bien desarrollado en España -como también en algunas otras naciones- puede ser una concausa el hecho de que nuestra labor espiritual se inició allí hace cuarenta años, y -como le expliqué antes- la guerra civil española y después la guerra mundial hicieron necesario aplazar el comienzo en otros países. Quiero hacer constar sin embargo que, desde hace años, los españoles son una minoría en la Obra.
No piense, repito, que no amo a mi país, o que no me alegra profundamente la labor que la Obra allí realiza, pero es triste que haya quien propague equívocos sobre el Opus Dei y España.

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CAPITULO 3

EL APOSTOLADO DEL OPUS DEI EN LOS CINCO CONTINENTES

Entrevista realizada por Jacques Guilleme-Brulon. Publicada en Le Figaro (París), el 16-V-1966.

Algunas personas han afirmado en ocasiones que el Opus Dei estaba organizado interiormente según las normas de las sociedades secretas. ¹Qué hay que pensar de semejante afirmación? ¹Podría darnos, por otra parte, con este motivo, una idea del mensaje que quería dirigir a los hombres de nuestro tiempo al fundar la Obra en 1928?.

Desde 1928 mi predicación ha sido que la santidad no es cosa para privilegiados, que pueden ser divinos todos los caminos de la tierra, porque el quicio de la espiritualidad específica del Opus Dei es la santificación del trabajo ordinario. Hay que rechazar el prejuicio de que los fieles corrientes no pueden hacer más que limitarse a ayudar al clero, en apostolados eclesiásticos. Y advertir que, para lograr este fin sobrenatural, los hombres necesitan ser y sentirse personalmente libres, con la libertad que Jesucristo nos ganó. Para predicar y enseñar a practicar esta doctrina, no he necesitado nunca de ningún secreto. Los socios de la Obra abominan del secreto, porque son fieles corrientes, iguales a los demás: al adscribirse al Opus Dei no cambian de estado. Les repugnaría llevar un cartel en la espalda que diga: "que conste que estoy dedicado al servicio de Dios". Esto no sería laical, ni secular. Pero quienes tratan y conocen a los miembros del Opus Dei saben que forman parte de la Obra, aunque no lo pregonen, porque tampoco lo ocultan.

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¹Podría esbozar un cuadro breve de las estructuras del Opus Dei al nivel mundial y su articulación con el Consejo General que usted preside en Roma?.

En Roma tiene su domicilio el Consejo General, independiente para cada Sección, de hombres o de mujeres; y en cada país hay un organismo análogo, presidido por el Consiliario del Opus Dei en esa nación. No piense en una organización potente, capilarmente extendida hasta el último rincón. Figúrese más bien una organización desorganizada, porque la labor de los directores del Opus Dei se encamina principalmente a hacer que a todos los socios llegue el espíritu genuino del Evangelio -espíritu de caridad, de convivencia, de comprensión, absolutamente ajeno al fanatismo-, a través de una sólida y oportuna formación teológica y apostólica. Después, cada uno obra con completa libertad personal y, formando autónomamente su propia conciencia, procura buscar la perfección cristiana y cristianizar su ambiente, santificando su propio trabajo, intelectual o manual, en cualquier circunstancia de su vida y en su propio hogar.
Por otra parte, la dirección de la Obra es siempre colegial. Detestamos la tiranía, especialmente en este gobierno exclusivamente espiritual del Opus Dei. Amamos la pluralidad: lo contrario no podría conducir más que a la ineficacia, a no hacer ni dejar hacer, a no mejorar.

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El punto 484 de su código espiritual, Camino, precisa: "Tu deber es ser instrumento". ¹Qué sentido debe atribuirse a esta afirmación en el contexto de las preguntas precedentes?.

¹Camino, un código? No. Escribí en 1934 una buena parte de ese libro, resumiendo para todas las almas que trataba -del Opus Dei o no- mi experiencia sacerdotal. No sospeché que treinta años después alcanzaría una difusión tam amplia -millones de ejemplares- en tantos idiomas. No es un libro para los socios del Opus Dei solamente; es para todos, aun para los no cristianos. Entre las personas que por propia iniciativa lo han traducido, hay ortodoxos, protestantes y no cristianos. Camino se debe leer con un mínimo de espíritu sobrenatural, de vida interior y de afán apostólico. No es un código del hombre de acción. Pretende ser un libro que lleva a tratar y a amar a Dios y a servir a todos. A ser instrumento, ésa era su pregunta, como el Apóstol Pablo quería serlo de Cristo. Instrumento libre y responsable: los que quieren ver en sus páginas una finalidad temporal, se engañan. No olvide que es corriente, en los autores espirituales de todos los tiempos, ver a las almas como instrumentos en las manos de Dios.

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¹Ocupa España un lugar de preferencia en la Obra? ¹Se puede considerar como punto de partida para un programa más ambicioso o un simple sector de actividad entre tantos?.

Entre los sesenta y cinco países, en los que hay personas del Opus Dei, España es un país más, y los españoles somos una minoría. El Opus Dei nació geográficamente en España; pero desde el principio, su fin era universal. Por lo demás, yo tengo mi domicilio en Roma desde hace veinte años.

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El hecho de que algunos miembros de la Obra estén presentes en la vida pública del país, ¹no ha politizado, en algún modo, el Opus Dei en España? ¹No comprometen así a la Obra y a la Iglesia misma?.

Ni en España ni en ningún otro sitio. Insisto en que cada uno de los socios del Opus Dei trabaja con plena libertad y con responsabilidad personal, sin comprometer ni a la Iglesia, ni a la Obra porque ni en la Iglesia ni en la Obra se apoyan para realizar sus personales actividades. Gentes formadas en una concepción militar del apostolado y de la vida espiritual, tenderán a ver el trabajo libre y personal de los cristianos como una actuación colectiva. Pero le digo, como no me he cansado de repetir desde 1928, que la diversidad de opiniones y de actuaciones en lo temporal y en lo teológico opinable, no es para la Obra ningún problema: la diversidad que existe y existirá siempre entre los miembros del Opus Dei es, por el contrario, una manifestación de buen espíritu, de vida limpia, de respeto a la opción legítima de cada uno.

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¹No cree usted que en España, y en razón del particularismo inherente a la raza ibérica, un cierto sector de la Obra podría sentirse tentado a utilizar su fuerza para satisfacer intereses particulares?.

Formula usted una hipótesis que me atrevo a garantizar que no se dará nunca en nuestra Obra; no sólo porque nos asociamos exclusivamente para fines sobrenaturales, sino porque si alguna vez un miembro del Opus Dei intentara imponer, directa o indirectamente, un criterio temporal a los demás socios, o servirse de ellos para fines humanos, saldría expulsado sin miramientos, porque los demás socios se rebelarían legítimamente, santamente.

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En España el Opus Dei se precia de reunir gente de todas las clases sociales. ¹Es válida esta afirmación para el resto del mundo o bien hay que admitir que en los restantes países los miembros del Opus Dei proceden más bien de ambientes ilustrados, como serían los estados mayores de la Industria, de la Administración, de la Política y de las Profesiones Liberales?.

Pertenecen de hecho al Opus Dei, en España y en todo el mundo, personas de todas las condiciones sociales: hombres y mujeres, viejos y jóvenes, obreros, industriales, empleados, campesinos, personas que ejercen profesiones liberales, etcétera. La vocación la da Dios, y para Dios no hay acepción de personas.
Pero el Opus Dei no se precia de ninguna cosa: las obras apostólicas no crecen con las fuerzas humanas, sino al soplo del Espíritu Santo. En una asociación que tenga una finalidad terrena, es lógico publicar estadísticas ostentosas sobre el número, condición y cualidades de los socios, y así suelen hacerlo de hecho las organizaciones que buscan un prestigio temporal, pero ese modo de obrar, cuando se busca la santificación de las almas, favorece la soberbia colectiva: y Cristo quiere la humildad de cada uno de los cristianos y de los cristianos todos.

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¹Cuál es la situación actual del desarrollo de la Obra en Francia?.

Como le decía, el gobierno de la Obra en cada país es autónomo. La mejor información sobre la labor del Opus Dei en Francia la puede obtener preguntando a los directores de la Obra en el país. Entre las labores que el Opus Dei desarrolla corporativamente, y de las que por tanto responde como tal, hay residencias para estudiantes -como la Résidence International de Rouvray, en París; o la Résidence Universitaire de L"Ile Verte, en Grenoble-, centros de reuniones y convivencias -como el Centre de Rencontre Couvrelles, en el departamento de Aisne-, etcétera. Pero le recuerdo que las obras corporativas son lo de menos: la labor principal del Opus Dei es el testimonio personal, directo, que dan sus socios en medio del propio trabajo ordinario. Y, para esto, la enumeración no sirve. No piense en el fantasma del secreto. No; no son un secreto los pájaros que surcan el cielo, y a nadie se le ocurre contarlos.

42
¹Cuál es la situación actual de la Obra en el resto del mundo y especialmente en el mundo anglosajón?.

El Opus Dei se encuentra tan a gusto en Inglaterra como en Kenya, en Nigeria como en Japón; en los Estados Unidos como en Austria, en Irlanda como en México o Argentina; en cada sitio es un fenómeno teológico y pastoral enraizado en las almas del país. No está anclado en una cultura determinada, ni en una concreta época de la historia. En el mundo anglosajón, el Opus Dei tiene, gracias a la ayuda de Dios y a la cooperación de muchas personas, obras apostólicas de diversos tipos: Netherhall House, en Londres, que presta especial atención a universitarios afroasiáticos; Hudson Center, en Montreal, para la formación humana e intelectual de chicas jóvenes; Nairana Cultural Center, que se dirige a los estudiantes de Sydney... En Estados Unidos, donde el Opus Dei comenzó a trabajar en 1949, se pueden mencionar: Midtown, para obreros en un barrio del corazón de Chicago; Stonecrest Community Center, en Washington, destinado a la educación de mujeres que carecen de capacitación profesional; Trimont House, residencia universitaria en Boston, etcétera. Una última advertencia: la influencia de la Obra, en la medida en que la haya en cada caso, será siempre espiritual, de orden religioso, nunca temporal.

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Fuentes diversas pretenden que una sólida enemistad enfrentaría a la mayor parte de las órdenes religiosas y singularmente a la Compañía de Jesús con el Opus Dei. ¹Tienen el menor fundamento estos rumores o forman parte de estos mitos que la gente alimenta cuando no conoce bien algún problema?

Aunque ni somos religiosos, ni nos parecemos a los religiosos, ni hay autoridad en el mundo que pueda obligarnos a serlo, en el Opus Dei veneramos y amamos al estado religioso. Rezo cada día para que todos los venerables religiosos continúen ofreciendo a la Iglesia frutos de virtudes, de obras apostólicas y de santidad. Los rumores de que se ha hablado son... rumores. El Opus Dei ha contado siempre con la admiración y la simpatía de los religiosos de tantas órdenes y congregaciones, de modo particular de los religiosos y de las religiosas de clausura, que rezan por nosotros, nos escriben con frecuencia y dan a conocer nuestra Obra de mil modos, porque se dan cuenta de nuestra vida de contemplativos en medio de los afanes de la calle. El Secretario General del Opus Dei, don Alvaro del Portillo, trataba y estimaba al anterior General de la Compañía de Jesús. Al actual, al P. Arrupe, lo trato y lo estimo, como él a mí. Las incomprensiones, si se dieran, demostrarían poco espíritu cristiano, porque nuestra fe es de unidad, no de celos ni de divisiones.

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¹Cuál es la posición de la Obra sobre la declaración conciliar a favor de la libertad religiosa, y en especial sobre su aplicación a España, donde el "proyecto Castiella" está todavía en suspenso? ¹Y qué decir de ese pretendido "integrismo" que en ocasiones se ha reprochado al Opus Dei?.

¹Integrismo? El Opus Dei no está ni a la derecha ni a la izquierda, ni al centro. Yo, como sacerdote, procuro estar con Cristo, que sobre la Cruz abrió los dos brazos y no sólo uno de ellos: tomo con libertad, de cada grupo, aquello que me convence, y que me hace tener el corazón y los brazos acogedores, para toda la humanidad; y cada uno de los socios es libérrimo para escoger la opción que quiera, dentro de los términos de la fe cristiana.
En cuanto a la libertad religiosa, el Opus Dei, desde que se fundó, no ha hecho nunca discriminaciones: trabaja y convive con todos, porque ve en cada persona un alma a la que hay que respetar y amar. No son sólo palabras; nuestra Obra es la primera organización católica que, con la autorización de la Santa Sede, admite como Cooperadores a los no católicos, cristianos o no. He defendido siempre la libertad de las conciencias. No comprendo la violencia: no me parece apta ni para convencer ni para vencer; el error se supera con la oración, con la gracia de Dios, con el estudio; nunca con la fuerza, siempre con la caridad. Comprenderá que siendo ése el espíritu que desde el primer momento hemos vivido, sólo alegría pueden producirme las enseñanzas que sobre este tema ha promulgado el Concilio. Acerca del proyecto concreto a que se refiere, no es cuestión mía resolverlo, sino de la Jerarquía de la Iglesia en España y de los católicos de ese país: a ellos corresponde aplicar, al caso concreto, el espíritu del Concilio.

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Algunos lectores de Camino se extrañan de la afirmación contenida en el punto 28 de ese libro: "El matrimonio es para la clase de tropa y no para el Estado Mayor de Cristo". ¹Puede verse ahí una apreciación peyorativa del matrimonio, que iría contra el deseo de la Obra de inscribirse en las realidades vivas del mundo moderno?.

Le aconsejo leer el número anterior de Camino, donde se dice que el matrimonio es una vocación divina. No era nada frecuente oír afirmaciones como ésa en los alrededores de 1935. Sacar las consecuencias de las que usted habla, es no entender mis palabras. Con esa metáfora quería recoger lo que ha enseñado siempre la Iglesia sobre la excelencia y el valor sobrenatural del celibato apostólico. Y recordar al mismo tiempo a todos los cristianos que, en palabras de San Pablo, deben sentirse milites Christi, soldados de Cristo, miembros de ese Pueblo de Dios que realiza en la tierra una lucha divina de comprensión, de santidad y de paz. Hay en todo el mundo muchos miles de matrimonios que pertenecen al Opus Dei, o que viven según su espíritu, sabiendo bien que un soldado puede ser condecorado en la misma batalla en la que el general huyó vergonzosamente.

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Desde 1946 fijó usted su residencia en Roma. ¹Qué rasgos de los Pontífices que ha tratado destacan en su recuerdo?.
Para mí, después de la Trinidad Santísima y de nuestra Madre la Virgen, en la Jerarquía del amor, viene el Papa. No puedo olvidar que fue S.S. Pío XII quien aprobó el Opus Dei, cuando este camino de espiritualidad parecía a más de uno una herejía; como tampoco se me olvida que las primeras palabras de cariño y afecto que recibí en Roma, en 1946, me las dijo el entonces Mons. Montini. Tengo también muy grabado el encanto afable y paterno de Juan XXIII, todas las veces que tuve ocasión de visitarle. Una vez le dije: "en nuestra Obra siempre han encontrado todos los hombres, católicos o no, un lugar amable: no he aprendido el ecumenismo de Su Santidad..." Y el Santo Padre Juan se reía, emocionado. ¹Qué quiere que le diga? Siempre los Romanos Pontífices, todos, han tenido con el Opus Dei comprensión y cariño.

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Tuve ocasión, Monseñor, de escuchar sus respuestas a las preguntas que le hacía un público de más de 2.000 personas, reunidas hace año y medio en Pamplona. Insistía usted entonces en la necesidad de que los católicos se comporten como ciudadanos responsables y libres, y que "no vivan de ser católicos". ¹Qué importancia y qué proyección le da usted a esa idea?.

Nunca ha dejado de molestarme la actitud del que hace de llamarse católico una profesión, como la de quienes quieren negar el principio de la responsabilidad personal, sobre la que se basa toda la moral cristiana. El espíritu de la Obra y el de sus socios es servir a la Iglesia, y a todas las criaturas, sin servirse de la Iglesia. Me gusta que el católico lleve a Cristo no en el nombre, sino en la conducta, dando testimonio real de vida cristiana. Me repugna el clericalismo y comprendo que -junto a un anticlericalismo malo- hay también un anticlericalismo bueno, que procede del amor al sacerdocio, que se opone a que el simple fiel o el sacerdote use de una misión sagrada para fines terrenos.
Pero no piense que con esto me declaro contra nadie. No existe en nuestra Obra ningún afán exclusivista, sino el deseo de colaborar con todos los que trabajan por Cristo y con todos los que, cristianos o no, hacen de su vida una espléndida realidad de servicio.
Por lo demás, lo importante no es sólo la proyección que he dado a estas ideas, especialmente desde 1928, sino la que le da el Magisterio de la Iglesia. Y no hace mucho -con una emoción, para este pobre sacerdote, que es difícil de explicar- el Concilio ha recordado a todos los cristianos, en la Constitución Dogmática De Ecclesia, que deben sentirse plenamente ciudadanos de la ciudad terrena, trabajando en todas las actividades humanas con competencia profesional y con amor a todos los hombres, buscando la perfección cristiana, a la que son llamados por el sencillo hecho de haber recibido el Bautismo.