SOBRE LA VALIDEZ ABSOLUTA DE LA RAZÓN

Lic. Néstor Martínez


La validez de la razón no puede ser demostrada ni criticada.

No puede ser demostrada, porque toda demostración la presupone, presupone la validez de la razón.

Para poder demostrar algo, por tanto, para poder hacer trabajo racional, hay que empezar por algo que no se puede demostrar. De lo contrario, ya dijo Aristóteles, retrocederemos al infinito, demostrando siempre las premisas de nuestras demostraciones, y no podremos demostrar nada. (Metafísica, libro IV).

Por eso dijo allí Aristóteles que querer demostrarlo todo es ignorancia.

Por eso mismo, y al menos tomada al pie de la letra, no tiene sentido la pretensión de Kant de llevar a la razón a un tribunal, el tribunal de la crítica, en el que se decidirá previamente la validez y el alcance de la razón, antes de usarla para conocer otras cosas (Crítica de la Razón Pura, Prefacio de la primera edición).

Porque en la silla del juez, en ese tribunal, no puede estar sentada otra que la misma razón que ocupará también la silla del acusado. Luego, o el juez es competente, y el acusado es de entrada inocente, y el juicio no tiene sentido, o el acusado es realmente sospechoso, y entonces, también lo es la competencia del juez, lo que hace también imposible el juicio.

La validez de la razón no puede ser criticada, porque toda crítica presupone la validez de la razón que hace la crítica.

Por esto tampoco tienen razón los "antifundacionalistas", como Hans Albert, que sostienen que ese punto de partida indemostrable es una arbitrariedad.

Sin un punto de partida indemostrable, no hay razonamiento, porque la validez de la razón es ese mismo punto de partida indemostrable, y si no hay razonamiento, el concepto de "arbitrariedad" carece de sentido.

El "antifundacionalista" pretende que su crítica de la arbitrariedad es justificada, lo cual no tiene sentido, si la razón sólo puede elegir entre el retroceso al infinito, el círculo vicioso, o la arbitrariedad.

De hecho, si éstas son las únicas alternativas, no se ve qué habría de malo en la arbitrariedad, y en realidad, parece que la "solución" antifundacionalista va por ese lado, pues renunciar a encontrar fundamentos últimos equivale a detener arbitrariamente en algún momento el proceso de fundamentación.

¿Se dirá que una vez abandonada la idea de una fundamentación última, uno puede detener el proceso de fundamentación donde quiera, supuesto que esté dispuesto a recomenzar el pensamiento crítico a partir de ese punto cuantas veces sea necesario?  

La primera parte es cierta, o sea, que si se abandona la idea de fundamentación última, sólo queda la arbitrariedad. Pero hay que hacer notar, con todo, que la necesidad de buscar una fundamentación última no viene de que aún no se haya abandonado la idea de una fundamentación última, sino más bien del hecho de que no tiene sentido fundamentar nada, si no hay fundamentación última. 

En efecto, si finalmente vamos a dejarlo todo en el "esto es así porque sí, o porque yo quiero que sea así", entonces más vale hacerlo de entrada y no cansarnos buscando razones que de todos modos han de quedar al final en el aire.

La idea de dejar "en cualquier parte" el proceso de fundamentación es contradictoria con la idea de empezar un proceso cualquiera de ese tipo. Si vamos a pensar, debemos pensar hasta el fin. 

Por otra parte, "estar dispuestos a recomenzar el pensamiento crítico cuantas veces sea necesario" una vez detenido arbitrariamente el proceso de fundamentación, tampoco tiene sentido. No estamos viajando en ómnibus, y no hay que mezclar consideraciones temporales con consideraciones lógicas. 

Si la imposibilidad de pensar razonablemente que los fundamentos de algo se apoyan en el aire no es motivo suficiente para hacer "necesario", no que "recomencemos" el pensamiento crítico, sino que no lo interrumpamos hasta llegar al fundamento último del asunto, entonces ¿qué lo será?  

Pero además de estas tres alternativas, tenemos la verdadera: la evidencia.

Los primeros principios que ponen marcha todo el proceso cognoscitivo no son demostrables, pero tampoco son arbitrarios: son evidentes por sí mismos.

Por ejemplo, el primero de todos, el principio de no - contradicción: "Una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido".

Por aquel que no ve en forma inmediata la verdad de este juicio, la filosofía no puede hacer nada, y si quiere ser "antifundacionalista", está bien.

Además, será muy libre: podrá al mismo tiempo ser enemigo declarado y defensor acérrimo de los fundamentos últimos. En realidad, será para él la misma cosa.

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En ese sentido la razón, evidente e indemostrable, es un absoluto, no podemos salir de ella.

Ni siquiera podemos decir que es así fácticamente, pero que no podemos saber entonces la validez de esta situación.

Porque ni siquiera decir esto tendría sentido, si la razón no tuviese valor.

La única alternativa a la validez de la razón ya la señaló Aristóteles: convertirse en planta.

Pero no podemos, nosotros, seres racionales, convertirnos en vegetales.

Luego, hay que pensar.

Es decir, ya pensamos, ya estamos pensando, desde que tenemos uso de razón.

Y nuestro pensamiento, o es válido, verdadero, correcto, o no lo es.

Y si lo es o no lo es, lo es o no lo es absolutamente, y no sólo "para mí" o "para aquél".

Por tanto, hay algo absoluto, algo que no puede ser relativizado.

No tiene sentido decir que la verdad y la validez son conceptos relativos, pues dicha afirmación se pone necesariamente como absoluta.

Para poder decir con verdad y autoridad que "todo es relativo", de modo que los demás deban hacernos caso, es necesario situarse en el absoluto, en la verdad objetiva.

De lo contrario estaríamos diciendo: "Todo es relativo, pero eso sólo puedo afirmarlo como válido para mí mismo", en cuyo caso no estaría fuera de lugar que se nos llamara cortésmente al silencio.

Ya que no tendríamos nada que decir a los demás. Si alguien me pregunta por dónde pasa el ómnibus, no le gustará que le diga que "para mí" pasa por la esquina, pero que no tengo idea de cómo serán las cosas desde su punto de vista.

Sin embargo, nadie hay tan "apostólico" como el relativista.

Como dijo también Aristóteles: el que mata a la razón, la sostiene. Porque debe hacerlo mediante la razón.

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¿Y la fe? ¿No es un racionalismo el pretender que la razón es un absoluto?

Es cierto que las verdades que tienen que ver directamente con nuestra salvación sólo por la fe se pueden conocer, es decir, el misterio de la Trinidad, de la Encarnación, de la Redención, de la gracia, de los sacramentos, de la Iglesia, de la vida eterna.

Pero no es cierto que puedan conocerse sin la razón.

Por eso los animales irracionales no pueden hacer el acto de fe. Y por eso San Agustín decía: no podríamos creer, si no tuviéramos almas racionales (Ep. 120 a Consentio).

El que ataca a la razón, ataca también a la fe. Si la razón es un mero producto cultural o biológico, entonces la fe también lo es.

La razón no es condición suficiente del acto de fe, pero es condición necesaria.

Si la verdad de la razón es relativa, también la verdad de la fe lo es, porque para enunciar cualquier verdad de fe debemos recurrir a la razón, pues debemos recurrir al lenguaje. Usamos palabras, como "el Verbo se hizo carne", y esas palabras expresan conceptos, que son la herramienta propia de la razón.

Y de nada nos serviría que el absoluto de la fe quedara totalmente más allá de todo lo que podemos decir o pensar, pues sería como si para nosotros no existiera.

Si esos conceptos, en este caso, expresan un conocimiento que es "de fe" y no "de razón", no es porque no dependan de la razón, sino porque el motivo de aceptación de la verdad de ese juicio es solamente el testimonio divino.

Pero si la razón fuera relativa, también todo lo que pudiésemos decir o pensar sobre un testimonio divino y una Revelación sería relativo. Y de nada nos serviría decir que más allá de todo ello, en la región inalcanzable de lo inefable e incognoscible, está la Revelación absoluta.

Pues lo que para nosotros es absolutamente inefable e incognoscible, para nosotros no existe.

Ya que el solo decir que "existe", o que es "inefable", es de algún modo expresarlo y conocerlo.

Pero la razón, como ya vimos, es absoluta.

Los irracionales no pueden argumentar contra la razón, ni se les ocurre hacerlo.

Y los racionales, como vimos, tampoco pueden hacerlo.

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Es incompatible con la afirmacion de la validez absoluta de la razón, por ejemplo, la tesis de los que dicen que el pensamiento se explica en definitiva totalmente por el movimiento de los átomos del cerebro. 

Los átomos no saben lógica. Si todo pensamiento fuese en última instancia nada más que movimiento de átomos, según las leyes de la física, que no son las de la lógica, no habría realmente en el pensamiento nada lógico, y entonces, todo pensamiento carecería de validez.

También el pensamiento que dice que el pensamiento se reduce a movimiento de átomos.

También se opone a nuestra tesis el considerar que la razón es simplemente un producto de la evolución biológica y de la adaptación al medio, es decir, que las respuestas que nos da no son verdaderas, pero que la convicción nuestra de que son verdaderas es útil para nuestra supervivencia, y por eso ha sido "seleccionada" por la evolución.

Si esa explicación fuera verdadera, no sería verdadera.

Si fuera correcta, no sería correcta, sino sólo útil.

El filósofo en cuestión estaría en todo caso sosteniendo una creencia que le resulta útil, a saber, la creencia de que su explicación de la razón es correcta, y no solamente útil.

Pero entonces, el filósofo en cuestión es en realidad dos filósofos: uno que se compromete ingenuamente con su explicación, hasta el punto de considerarla verdadera o correcta, y otro, que toma distancia fríamente de sí mismo, y reconocer que no es más correcta ni verdadera que la explicación espiritualista, pero sí, tal vez, es útil creer que sí lo es.

Luego, este último es obviamente el pensador objetivo, y debemos reconocer, según él, que la teoría evolucionista de la razón no es más verdadera ni correcta que la espiritualista.

Lo que no se comprende es porqué este filósofo comunica a otros su creencia. ¿Le es útil hacerlo? Da la impresión de que intenta convencernos de la corrección o verdad de la misma. ¿Porque le resulta útil a él? ¿Y porque nos resulta útil a nosotros?

¿Y cómo saber si algo es útil o no lo es? Es decir: el juicio "esto es útil": ¿es verdadero, o sólo útil?

Se puede insistir contestando, por ejemplo, que el hecho de que aún la ciencia no haya podido explicar las leyes de la lógica por las leyes de la física no quiere decir que no pueda hacerlo algún día.

Es como si dijéramos que el hecho de que la ciencia no haya podido aún explicar cómo algo sale de la nada, o cómo se cuadra el círculo, o cómo 2 + 2 pueden ser 25, no quiere decir que no pueda hacerlo un día.

Desde nuestro primitivo "hoy" ya podemos decir con toda seguridad que el día en que la ciencia haga ese descubrimiento, no lo habrá hecho.

El día en que la ciencia descubra que todo el método científico se reduce en última instancia al movimiento ciego de los átomos, ese mismo descubrimiento será simplemente un ciego movimiento de átomos sin ninguna validez o verdad posible.

No es la razón la que depende de la ciencia, sino la ciencia la que depende de la razón.

La razón es en verdad absoluta.

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¿Y los límites de la razón?

Aquí tocamos un tema interesante. En cierto sentido, la razón no tiene límites, en otro sentido, sí los tiene.

Por ejemplo. Para un cristiano, el misterio de la Santísima Trinidad no es demostrable por la razón, ni tampoco plenamente comprensible para la razón. Es por la fe en la Palabra de Dios que el cristiano cree en la Trinidad.

Sin embargo, el cristiano comprende perfectamente que si en Dios hay tres Personas, entonces no hay solamente dos.

Esto quiere decir que hasta los territorios a los que nuestra razón no puede llegar están regidos por la razón.

No es algo tan extraño después de todo: los recónditos secretos de la naturaleza cuyas leyes sólo la investigación científica más reciente ha podido sacar a la luz se regían por esas leyes mucho antes de que hubiese seres humanos sobre el planeta.

La razón es anterior a nuestra razón.

Por eso, nuestra razón tiene límites, la razón no tiene límites.

Hasta el partidario más radical de la interpretación de Copenhague de los fenómenos cuánticos confía en que es posible una teoría científica correcta al respecto. O sea, confía en que la realidad es racional, antes de que llegue nuestra razón. Nadie ha dejado la física y se ha dedicado a la astrología por culpa del "principio de incertidumbre". Y el astrólogo también cree que la realidad es racional. Sólo que su método, el del astrólogo, no lo es.

Hegel logró cosechar un gran caudal de desprestigio entre nuestros contemporáneos por haber dicho que "todo lo real es racional y todo lo racional es real".

Nosotros no suscribimos la segunda parte. Y en cuanto a la primera, distinguimos: respecto de la razón: cierto. Respecto de nuestra razón: falso.

Si por último alguien se pregunta cómo nuestra razón puede ser distinta de la razón, entonces la única respuesta coherente es la del teísmo: nuestra razón, del mismo modo que las leyes que rigen la naturaleza antes e independientemente de nuestra razón, son una participación, solamente, de la Razón divina.

La Razón divina (en realidad, la Inteligencia divina, porque Dios no razona ), no es algo distinto de Dios mismo. Por eso, no es que Dios esté sujeto a la Razón, a no ser en el sentido de que Él coincide plena, inmutable, y eternamente, consigo mismo. 

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No queremos terminar una exposición como ésta sin citar el cuento "La cruz azul" del gran maestro G.K. Chesterton. 

Se trata, por supuesto, del Padre Brown. En este cuento se narra su primer encuentro con el gran ladrón internacional Flambeau, que se ha disfrazado de sacerdote para poder robar una valiosa cruz enjoyada que Brown traslada hacia la sede de un Congreso Eucarístico en Londres. Brown se da cuenta, y  se las arregla para que los siga y encuentre Aristide Valentin, el gran inspector de policía francés que vino a Inglaterra a buscar a Flambeau. En el  diálogo final, en un lugar apartado y agreste, con Brown y Flambeau sentados sobre un tronco, y Valentin y sus gendarmes agazapados detrás de unos arbustos, Flambeau, que ignora la presencia de los detectives, así como la lucidez de Brown, intenta desplegar, de acuerdo con su "pose" sacerdotal, el siguiente discurso "teológico": 

"Ah, sí, estos infieles modernos apelan a su razón, pero: ¿quién puede mirar a esos millones de mundos y no sentir que puede muy bien haber maravillosos universos allá arriba en los cuales la razón sea completamente irrazonable? 

"No", dijo el otro sacerdote, "la razón siempre es razonable, aún en el último limbo, en la perdida frontera de las cosas. Sé que la gente acusa a la Iglesia de menospreciar la razón, pero es exactamente lo contrario. Solo la Iglesia en la tierra hace a la razón realmente suprema. Sólo la Iglesia en la tierra afirma que Dios mismo está ligado por la razón. "

El otro sacerdote elevó su austero rostro hacia el cielo estrellado y dijo: 

"Sin embargo, quién sabe si en ese infinitio universo..."

"Sólo infinito físicamente", dijo el pequeño sacerdote, volviéndose repentinamente en su asiento, "no infinito en el sentido de escapar a las leyes de la verdad" (...) "La razón y la justicia alcanzan  la más remota y solitaria estrella. Mire a esas estrellas. ¿No parecen como si fueran meros diamantes o zafiros? Bien, Ud. puede imaginar cualquier loca botánica o zoología que le agrade. Piense en selvas de diamante con hojas de brillantes. Piense que la luna es una luna azul, un solo y elefantino zafiro. Pero no piense que toda esa frenética astronomía haría la más pequeña diferencia en lo que tiene que ver con la razón y justicia de la conducta. Sobre llanuras de ópalo, bajo barrancos de perla, todavía encontraría este aviso: "No robarás"."

Y cuando finalmente Brown ha revelado a los ojos de un azorado Flambeau tanto su plena conciencia de la situación como el dominio que tiene de la misma, y la presencia de los detectives, así como otras cosas que dejamos a la curiosidad del lector, termina diciéndole esto: 

"Pero en realidad, otra parte de mi oficio, también, me dio la seguridad de que Ud. no era un sacerdote." 

"¿Qué?" preguntó el ladrón, casi boquiabierto.

"Usted atacó a la razón," dijo el Padre Brown. "Es mala teología".